Psicogenealogía del miedo al
decrecimiento
Por Gil-Manuel
Hernàndez i Martí
Rebelion / España
19/08/2023
“A Dios pongo por testigo que no podrán derribarme. Sobreviviré, y cuando
todo haya pasado, nunca volveré a pasar hambre, ni yo ni ninguno de los míos.
Aunque tenga que mentir, robar, mendigar o matar, ¡a Dios pongo por testigo que
jamás volveré a pasar hambre! (Scarlett O’Hara, Lo que el viento se llevó,
1939)
Por qué la idea del decrecimiento puede provocar miedo en extensas
poblaciones asalariadas de los países del centro del sistema.
Sabemos que las
élites que viven del capitalismo fosilista son las primeras interesadas en
rechazar, estigmatizar y denigrar la propuesta del decrecimiento, pues también
niegan o minimizan el colapso ecosocial al que esta propuesta intenta dar una
respuesta efectiva. Esto se debe a que el capitalismo depende del crecimiento
constante para maximizar sus ganancias y mantenerse vivo, por lo que el
decrecimiento representa su mayor obstáculo. Es comprensible, entonces, que los
sectores dominantes lo desprecien o lo ignoren.
Sin embargo,
también es cierto que una gran parte de las clases populares de los países con
altos ingresos puede mostrar resistencia y temor a las propuestas
decrecentistas, pese a los indudables beneficios ecológicos y sociales que
aquellas pueden aportar. Hasta el punto de apoyar por defecto a las fuerzas
neoliberales que promueven las supuestas virtudes del crecimiento constante.
Se trata de una
narrativa potente y persuasiva, hecha desde el poder, pero las poblaciones
mencionadas le dan su consentimiento al estar convencidas de pertenecer a la
próspera “clase media” del mundo rico. En realidad, estas personas enfrentan
numerosos problemas, todos ellos con raíces sistémicas, aunque se aferran a la
comodidad de lo “normal”, a un pasado añorado de seguridad material o a la
esperanza de que las múltiples crisis actuales serán superadas. Es cierto que
hay indignación y protestas recurrentes, pero por lo general las masas de
asalariados respiran literalmente la asfixiante atmósfera capitalista. Se
sienten ansiosas, decepcionadas, cansadas, y les resulta muy complicado tomar
distancia crítica, pues bastante tienen con “ir tirando”.
La psicogenalogía y el trauma de la pobreza
La razón del
miedo al decrecimiento que quiero destacar remite a lo que estudia la
psicogenealogía. Se trata de una disciplina que explora cómo las experiencias y
eventos vitales más cruciales de nuestros antepasados pueden influir en nuestra
forma de pensar y actuar en la actualidad. La psicogenealogía sostiene que los
traumas, secretos y conflictos no resueltos de nuestros antecesores pueden
transmitirse a través del inconsciente familiar de generación en generación,
impactando nuestras vidas de diversas maneras. La psicogenealogía utiliza
diversas herramientas, métodos y enfoques, que orbitan alrededor del trabajo
con el árbol genealógico. Se busca revelar las conexiones ocultas entre las
vivencias traumáticas del pasado y las dificultades actuales, brindando la
oportunidad de sanar y transformar patrones negativos o limitantes.
Una gran parte de las clases populares de los países con altos ingresos
puede mostrar resistencia y temor a las propuestas decrecentistas, pese a los
indudables beneficios ecológicos y sociales que aquellas pueden aportar
Los
padecimientos, miedos y traumas de los antepasados afectan a las nuevas
generaciones en una línea hereditaria directa, tanto física como psíquicamente.
Así lo han demostrado diversos estudios a lo largo de los últimos años sobre
guerras, catástrofes, matanzas, torturas, privaciones, sufrimientos y otras
conmociones que son capaces de trascender, arraigándose en el inconsciente del
ser humano. Hasta el punto de que la emergente ciencia de la epigenética ha
confirmado que esas conmociones han producido cambios heredables en la
expresión de genes, que no implican modificaciones en la secuencia de ADN, pero
que tienen importantes impactos en la salud física y mental de los individuos.
Es importante
recordar que la pobreza, la explotación, la vulnerabilidad y la miseria han
sido experiencias cotidianas para las clases trabajadoras (campesinos,
artesanos, obreros) en el Occidente moderno capitalista desde los inicios de la
Revolución Industrial hasta prácticamente la mitad del siglo XX. Hambrunas,
enfermedades, guerras, genocidios, precariedad material, emigración
forzosa, analfabetismo y explotación acompañaron el ascenso y desarrollo del
capitalismo, basado en la acumulación por desposesión y la destrucción del
procomún.
Dichas
experiencias, agravadas por el modelo patriarcal de sociedad en el caso de las mujeres,
se ha ido manifestando, generación tras generación, en problemas personales y
familiares, que evocan un horizonte vital de abandono, violencia, necesidad
material, exclusión social y la ausencia de esperanza. Si consideramos las
generaciones que vivieron durante la configuración de las llamadas clases
medias modernas, existe un período histórico marcado por privaciones severas y
catástrofes, como las guerras mundiales, los genocidios o la Gran Depresión.
Eventos que dejaron una profunda huella en el inconsciente colectivo,
transmitiendo una traumática herencia en forma de temerosa aversión a la
pobreza y a la miseria.
Tras el final
de la Segunda Guerra Mundial y en el contexto de Guerra Fría, el capitalismo
consintió en moderar su margen de beneficio a cambio de paz social. Se inició
un período de relativa estabilidad y avance económico, unos años de Estado del
Bienestar y euforia desarollista que parecían consolidar un benigno modelo de
crecimiento permanente en el Primer Mundo. Aunque dicho bienestar se
consiguiera a costa del malestar de los territorios periféricos del sistema, o
aunque la escasez artificial haya sido inducida por el capitalismo mediante el
consumo masivo para seguir creciendo, lo relevante es que las idealizadas
clases medias de los países ricos han disfrutado de un oasis temporal de
prosperidad y estabilidad económica, traducido en una sensación de seguridad
existencial.
Tras un periodo de prosperidad que ahora se considera un breve paréntesis
en la historia, parece que nadie está dispuesto a volver a enfrentarse a la
privación o a permitir que sus hijos tengan una vida peor que la de sus padres
Parecía que las
pesadillas asociadas a la pobreza y el “subdesarrollo” estaban felizmente
superadas, pero la ofensiva neoliberal orientada a asegurar un nuevo ciclo de
acumulación capitalista a partir de los años 80 del pasado siglo, con su
agresivo ataque a las conquistas y derechos sociales, ha hecho realidad el
temor a la vuelta a la precariedad. Especialmente tras la crisis económica de 2008
y las políticas de “austeridad”, que tanto ha recortado el gasto público en
bienes sociales y protección social, mientras las élites se enriquecían aún
más.
Mi
planteamiento es que la convergencia de diversos factores, como el aumento de
la desigualdad social, la disolución de las clases medias, el deterioro de las
condiciones materiales de vida, el declive energético, la crisis ecológica y la
pandemia de 2020, junto con las preocupaciones sobre el futuro de las
generaciones venideras, podría estar reabriendo antiguas heridas que nunca
sanaron por completo. Esto estaría provocando la reactivación de temores
arraigados en el inconsciente colectivo, relacionados con traumas históricos
asociados a la pobreza, heredados de las generaciones anteriores. Tras un
periodo de prosperidad que ahora se considera un breve paréntesis en la
historia, parece que nadie está dispuesto a volver a enfrentarse a la privación
o a permitir que sus hijos tengan una vida peor que la de sus padres. Las
persistentes protestas populares contra las políticas de austeridad neoliberal
son prueba clara de esta inquietud social.
El decrecimiento como terapia colectiva
Ante la
magnitud del colapso ecosocial provocado por el necroliberalismo en un contexto
de capitalismo crepuscular, con sus posibles derivadas ecofascistas y
exterministas, se plantea el decrecentismo como solución o alternativa. Como
señala Jason Hickel, el decrecimiento busca una reducción planificada del uso
excesivo de energía y de recursos para volver a poner la economía en equilibrio
con el mundo viviente de forma segura, justa y equitativa. La idea es acabar y
garantizar vidas dignas para todos. Para ello, como subraya Carlos Taibo, en el
Norte del planeta hay que reducir inexorablemente los niveles de producción y de
consumo, aplicando principios y valores muy diferentes de los que hoy
abrazamos, materializados en prácticas como la relocalización, la agroecología,
la desindustrialización, la rerruralización y una nueva concepción de los
límites.
Sin embargo,
pese a la perentoria necesidad del decrecimiento, no debe darse por sentada la
colaboración inmediata de la ciudadanía. Más bien al contrario. Las clases
medias del mundo rico, al haber disfrutado de décadas de estado del bienestar
tras una larga historia de privaciones, experimentan temores profundos y
resistencia a realizar lo que pueden interpretar como sacrificios que les
hagan revivir el trauma histórico de la pobreza. Pues subsiste en su
inconsciente personal, familiar y de clase un recuerdo intergeneracional de la
pobreza, capaz de inducir el miedo ancestral a revivir aquellas dificultades
históricas que se consideraban totalmente superadas.
Como subraya Carlos Taibo, en el Norte del planeta hay que reducir
inexorablemente los niveles de producción y de consumo, aplicando principios y
valores muy diferentes de los que hoy abrazamos
Pese a que es
el necroliberalismo la fuente de toda fragilidad, precariedad y vulnerabilidad
de esas clases medias desestructuradas, paradójicamente la seguridad y el
bienestar anhelados se pueden percibir como amenazados por las propuestas de
decrecimiento, lo que desencadena respuestas de resistencia al cambio, azuzadas
por la hegemónica narrativa de las élites corporativas. No se trata tanto de
una falta de voluntad para abordar cambios necesarios en la forma de vida, sino
del impacto emocional de los traumas intergeneracionales de los que no parece
existir consciencia. Lo que la psicogenealogía permite entender es que el miedo
popular al decrecimiento no debe interpretarse como puramente irracional o
políticamente reaccionario, sino como una respuesta psicológica basada en duras
experiencias pasadas, que permean los árboles genealógicos y generan respuestas
puramente defensivas. Solo entendiendo esto, sin estigmatizar a los que oponen
una dolida resistencia, se puede trabajar en la sanación, la transformación de
creencias limitantes y el establecimiento de una concepción diferente de
abundancia. Y ahí es justo donde entra el juego el decrecimiento como una
especie de terapia colectiva.
Si para abordar
el trauma hay que encararlo, aceptarlo y atravesarlo, que es lo suele ser común
a la psicoterapias personales, el decrecimiento puede ser una suerte de terapia
en términos sociales. Si consideramos que el temor de las clases medias venidas
a menos es “volver a pasar hambre”, debe explicarse con pedagógica paciencia
que el retorno de aquellas a la pobreza sólo se producirá si se persiste en la
gestión necroliberal de un colapso descontrolado. En psicoterapia muchas veces
se teme más a la terapia en sí que a lo que esta pretende sanar. En ese
sentido, el decrecimiento puede ser la forma de afrontar el trauma heredado y
superarlo, pues como señala Hickel, implica una descolonización mental. Solo
así se puede contribuir a diluir el conjunto heredado de pánicos, creencias
limitantes, sentimientos de culpa, insatisfacciones, frustraciones, amarguras y
pérdidas.
En el Siglo de la Gran Prueba, para allanar el camino hacia una sociedad
más justa, resiliente y en armonía con la vida, primero hay que desactivar los
miedos que el sistema está encantado de reforzar y reproducir
Si en el ámbito
individual la psicogenealogía puede ayudar a explorar y abordar los efectos de
los traumas familiares para que sean superados, en el ámbito colectivo el
decrecimiento no solo sería la principal estrategia para evitar los peores
efectos del colapso y generar una transición ecológica justa, sino un remedio
necesario para afrontar y desarticular los arraigados fantasmas del pasado. En
el Siglo de la Gran Prueba, para allanar el camino hacia una sociedad más
justa, resiliente y en armonía con la vida, primero hay que desactivar los
miedos que el sistema está encantado de reforzar y reproducir. Hay que
atreverse a decrecer materialmente para que también decrezcan, y al final
desaparezcan, los opresivos lastres generacionales con los que nos ha ido
haciendo cargar el sistema. Cuando cada vez más gente descubra que el
decrecimiento es la fórmula para desprenderse de aquellos viejos temores, sanar
colectivamente y avanzar hacia el buen vivir, quizás todo sea mucho más
fácil.
Gil-Manuel Hernández Martí. Profesor titular del Departamento de Sociología
y Antropología Social de la Universitat de València. Autor de La condición
global. Hacía una sociología de la globalización (2005), Sociología
de la globalització. Anàlisi social d’un món en crisi (2013) o Ante
el derrumbe. La crisis y nosotros (2015).
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/laplaza/psicogenealogia-del-miedo-al-decrecimiento
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