Muchos creemos que solo
se combatirá el cambio climático si es negocio para alguien. ¿Para quién? Pues
para los de siempre. Y, mientras nos esmeramos en separar el cartón del
plástico, el vidrio de los restos de comida, el CO2 que se produce en Ucrania invade
la atmósfera
Terrorismo climático
El Viejo Topo
28 julio, 2023
Desde la escalada del conflicto ruso-ucraniano en febrero de 2022 hemos visto arder a diario enormes depósitos de combustible y explosivos, así como casas y personas. Esto es lo que ocurre de hecho en esos grandes hornos de destrucción que son las guerras modernas, de las que se dice que hay unas cincuenta desarrollándose silenciosamente en el planeta, más de 20 de ellas de alta intensidad.
Todos los días
veo vagones cargados de envases de colores cuya primera, si no única, función
es diferenciar los productos con fines de marketing, que salen de los bloques
de pisos del centro de la ciudad con destino a las incineradoras.
Desde hace
décadas, cuando se estropea cualquier electrodoméstico, vehículo motorizado,
ordenador, etc., sólo se nos plantean dos opciones: sustituir una parte en
bloque o sustituirlo todo en bloque. Las reparaciones se han suprimido de la
lista de opciones económicamente rentables y, por tanto, ya no se repara nada.
¿Qué tienen que ver estos tres casos entre sí?
Se trata de
tres áreas de despilfarro colosal, de producción masiva de todo tipo de
emisiones, la mayoría de ellas altamente tóxicas (y sin duda el CO2 entre ellas).
Ahora bien, no
estoy realmente interesado en establecer a punta de ciencia quién tiene razón y
quién está equivocado (o quién tiene cuánta razón y cuánto error) en torno a la
discusión sobre el cambio climático.
No me importa,
no por irresponsabilidad, sino porque sé que concentrar la discusión en un solo
punto (y normalmente el más opaco y difícil de explicar) no es más que una
forma de montar una escena. Y dar patadas a la lata es la especialidad de los
«medios de comunicación altamente acreditados» y de sus amos, ya que se trata
de un juego en el que nunca está en juego la verdad, sino la potencia de fuego
en el mundo del cotilleo (dominante).
Personalmente,
creo que una estrategia de reducción de emisiones (de todas las emisiones) es
ecológicamente recomendable, y también creo que pocos estarían en desacuerdo
sobre tal cosa.
Pero lo esencial es: ¿hacer qué?
El juego
habitual de manipulación de la opinión pública consta de dos sencillos pasos:
1) Crear la
máxima polarización y un estado de ansiedad, y luego
2) Hacer pasar
por una necesidad urgente, sin debate, todo lo que los conocidos de siempre se
las arreglan para colarnos.
En lugar de
eso, lo que hay que pedir es que se acaben los embudos, que se prescinda del
pánico, que se rebaje el tono de las alarmas, y que se empiece a hacer esas
cosas sencillas que son evidentemente útiles para todos, sobre las que no
habría necesidad de crear ninguna cruzada.
¿Quiere reducir las emisiones de subproductos de residuos?
Creo que esa es
una idea que se puede compartir. Podemos empezar por tomarnos todos los
conflictos armados jodidamente en serio, dejar de fomentarlos, dejar de
alimentar una industria armamentística asquerosa y ciclópea, buscar continua y
obstinadamente la mediación. La industria armamentística es por definición una
industria de despilfarro y destrucción, una inmensa hoguera que puede durar
indefinidamente porque su finalidad no es construir algo sino destruir. La
mayoría de los conflictos del mundo son impulsados y alimentados, quizá con
mediación política, por aparatos de producción militar dotados de presupuestos
estratosféricos (EEUU a la cabeza); y esto no es una teoría conspirativa, sino
el simple conocimiento de la dinámica de la historia reciente.
¿De verdad quiere trabajar por el bien de la humanidad y, de paso, reducir
también muchas emisiones nocivas?
Trabaja duro
por la paz, por la mediación, por el compromiso. Puede que no te lo agradezca
Greta, que se puso del lado de Zelenski en lo de «victoria o muerte», pero te
lo agradecerán las familias de quienes verán a sus hijos volver a casa, te lo
agradecerán quienes tengan que vivir después en tierras devastadas por la
guerra (y también por el medio ambiente), y bueno, por último, también te lo
agradecerán quienes comercian con emisiones nocivas (si lo hacen de buena fe).
¿Quieres ser aún más serio y radical?
Pues bien,
aprobar leyes estrictas que obliguen a vender sin envases todos los productos
que puedan venderse sueltos, a suprimir todos los componentes de los envases
que tengan un significado puramente decorativo o publicitario, y a reducir los
materiales utilizables a un número reducido que sean total y estrictamente
reciclables. De este modo se eliminará un gran parte de la producción que
simplemente ha nacido para ser tirada a la basura.
Claro que será
un golpe para la industria del marketing, pero el beneficio para el medio
ambiente a todos los niveles (tanto si hablamos de incineradoras como de
vertederos) será enorme. Y sí, incluso se reducirán las fatídicas emisiones de
dióxido de carbono, tanto aguas arriba, al no producir cosas inútiles, como
aguas abajo, al no tener que quemarlas o enterrarlas.
¿Quieres ser aún más serio y radical?
Aprobar leyes
por las que todo producto tecnológico deba ser absolutamente reparable. Un
ordenador, un coche, una lavadora deben nacer con prestaciones para durar
treinta años, con formas de actualizar los componentes que lo necesiten. Esto,
por cierto, generará un sector social de personas especializadas en
reparaciones, creando nuevas profesiones.
Entre las
implicaciones positivas incidentales estaría la inducción de una actitud
diferente hacia la tecnología, que ya no se experimentaría como algo opaco y ajeno,
en manos de personajes ocultos y remotos en los que tenemos que confiar, sino
como algo conocible y dominable. Esta sencilla iniciativa enfriaría enormemente
los residuos, tanto en la fase de construcción como en la de eliminación.
Si realmente
queremos continuar con este paso audaz, podemos pasar a la supresión
sistemática de todos los medios de consumo de lujo de alta tecnología: podemos
acabar con los yates, los jets privados, etc. etc.
Así que, si por
el contrario quieren seguir explicándonos que una campaña de desguace continuo
de todo es extraordinariamente respetuosa con el medio ambiente, que la
devastación ambiental para construir megabaterías es una contribución «verde»,
que una renovada carrera armamentística redunda en beneficio de la humanidad,
que la máxima competencia para aumentar la producción y la productividad es
nuestro único dios, que todo es culpa de mi barbacoa, y quieren seguir
haciéndolo trasladándose –como auténticos cosmopolitas– en jet privado de una
capital a otra, sepan que a este juego no queremos jugar.
Y no bastará
con que sus lacayos griten «negacionismo» en los periódicos.
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