Para Varoufakis, el sistema bancario no tiene arreglo. Hay que hacerlo saltar por los aires. Y hace una propuesta: ¿alocada? ¿imposible? Escapar de las redes bancarias no es nada fácil, pero el autor de este texto cree que es más sencillo de lo que parece.
Ardan los bancos
El Viejo Topo
14 abril, 2023
La crisis
bancaria es esta vez diferente. De hecho, es peor que en 2007-08. En aquel entonces,
podíamos culpar del colapso secuencial de los bancos al fraude al por mayor, a
la generalización de los préstamos abusivos, a la connivencia entre las
agencias de calificación y a los banqueros sospechosos de vender derivados.
Todo ello
propiciado por el entonces reciente desmantelamiento del régimen regulador por
parte de políticos criados en Wall Street, como el Secretario del Tesoro
norteamericano, Robert Rubin. Las actuales quiebras bancarias no pueden
achacarse a nada de esto.
Sí, el Silicon
Valley Bank había sido lo bastante insensato como para asumir un riesgo extremo de tipos de
interés mientras atendía a depositantes en su mayoría no asegurados. Sí,
Credit Suisse tenía un sórdido historial con
delincuentes, defraudadores y políticos corruptos. Pero, a diferencia de 2008,
no se ha silenciado a ningún denunciante, los bancos han cumplido (más o menos)
la normativa reforzada posterior a 2008 y sus activos eran relativamente
sólidos. Además, ninguno de los reguladores de Estados Unidos y Europa podría
afirmar de forma creíble –como hicieron en 2008– que les había pillado por
sorpresa.
De hecho, los
reguladores y los bancos centrales lo sabían todo. Tenían pleno acceso a los
modelos de negocio de los bancos. Podían ver claramente que estos modelos no
sobrevivirían a una combinación de aumentos significativos de los tipos de
interés a largo plazo y una retirada repentina de depósitos. Aun así, no
hicieron nada.
¿No previeron
los funcionarios la huida en manada, presa del pánico, de los depositantes
grandes y, por tanto, no asegurados? Tal vez. Pero la verdadera razón por la
que los bancos centrales no hicieron nada ante la fragilidad de sus modelos de
negocio es aún más inquietante: Fue la respuesta de los bancos centrales a la
crisis financiera de 2008 la que dio origen a esos modelos de negocio, y los
responsables políticos lo sabían.
La política
posterior a 2008 de dura austeridad para la mayoría para
la mayoría y socialismo de Estado para los banqueros, practicada
simultáneamente en Europa y Estados Unidos, tuvo dos efectos que dieron forma
al capitalismo financiarizado de los últimos catorce años. En primer
lugar, envenenó el dinero de Occidente.
Más concretamente, garantizó que ya no existiera un tipo de
interés nominal único capaz de restablecer el equilibrio entre
la demanda y la oferta de dinero, evitando al mismo tiempo una oleada de
quiebras bancarias. En segundo lugar, como era de dominio público que ningún
tipo de interés podía lograr a la vez la estabilidad de los precios y la
estabilidad financiera, los banqueros occidentales supusieron que, si la
inflación volvía a asomar la cabeza, los bancos centrales aumentarían los tipos
de interés mientras los rescataban.
Tenían razón: esto es precisamente lo que estamos hoy presenciando.
Ante la
disyuntiva de frenar la inflación o salvar a los bancos, los comentaristas
venerables apelan a los bancos centrales para que hagan ambas cosas:
que sigan subiendo los tipos de interés al tiempo que continúan con la política
de socialismo para los banqueros posterior a 2008, la cual, en igualdad de
condiciones, es la única manera de evitar que caigan los bancos como fichas de
dominó. Sólo esta estrategia –apretar la soga monetaria alrededor del cuello de
la sociedad mientras se prodigan los rescates al sistema bancario– puede servir
simultáneamente a los intereses de los acreedores y de los bancos. También
resulta una forma segura de condenar a la mayoría de la gente a un sufrimiento
innecesario (por precios altos evitables y desempleo evitable) mientras se
siembra la semilla de la próxima conflagración bancaria.
Que no se nos
olvide que siempre hemos sabido que los bancos no se diseñaron para ser seguros y
que, en conjunto, forman un sistema constitucionalmente incapaz de respetar las
reglas de un mercado que funcione correctamente. El problema es que, hasta
ahora, no teníamos alternativa: los bancos eran el único medio de canalizar el
dinero hacia la gente (a través de cajeros, sucursales, cajeros automáticos,
etc.). Esto ha convertido a la sociedad en rehén de una red de bancos privados
que monopolizan los pagos, el ahorro y el crédito. Hoy, sin embargo, la
tecnología nos ha proporcionado una espléndida alternativa.
Imaginemos que
un banco central proporcionara a todo el mundo un monedero digital gratuito, es
decir, una cuenta bancaria gratuita con un interés equivalente al tipo de
interés a un día del banco central. Dado que el sistema bancario actual
funciona como un cártel antisocial, el banco central podría utilizar la
tecnología basada en la nube para proporcionar transacciones digitales
gratuitas y almacenamiento de ahorros a todos, con sus ingresos netos pagando bienes
públicos esenciales. Liberados de la obligación de guardar su dinero en un
banco privado, y de pagar un dineral por realizar transacciones utilizando su
sistema, los ciudadanos serán libres de elegir si quieren utilizar
instituciones financieras privadas que ofrezcan intermediación de riesgo entre
ahorradores y prestatarios, y cuándo hacerlo. Incluso en tales casos, su dinero
seguirá residiendo en perfecta seguridad en el libro mayor del banco central.
La hermandad de
los de las criptomonedas me acusará de impulsar un banco central a lo Gran
Hermano que vea y controle cada transacción que hacemos. Dejando a un lado su
hipocresía –se trata de la misma banda que exigió un rescate inmediato del
banco central a sus banqueros de Silicon Valley– cabe mencionar que el Tesoro y
otras autoridades estatales ya tienen acceso a cada una de nuestras
transacciones. La privacidad podría salvaguardarse mejor si las transacciones
se concentraran en el libro mayor del banco central bajo la supervisión de algo
así como un «Jurado de Supervisión Monetaria» compuesto por ciudadanos y
expertos elegidos al azar y procedentes de un amplio abanico de profesiones.
El sistema
bancario que damos por sentado no tiene arreglo. Esa es la mala noticia. Pero
ya no necesitamos confiar en ninguna red de bancos privada, rentista y
socialmente desestabilizadora, por lo menos no de la forma en que lo hemos
hecho hasta ahora. Ha llegado el momento de hacer saltar por los aires un
sistema bancario irredimible que beneficia a los propietarios y accionistas a
expensas de la mayoría.
Los mineros del
carbón han descubierto por las malas que la sociedad no les debe una subvención
permanente por dañar el planeta. Es hora de que los banqueros aprendan una
lección semejante.
Fuente: Other News.
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