Entre imperios e imperialismos
Por
Rebelion
| 09/03/2023 |
Las primeras propuestas
sobre la dependencia de
América Latina surgen durante la década de 1960, asociadas a las formulaciones
de la CEPAL sobre la dependencia externa, que supone la fragilidad de los
países de la región en el comercio internacional, pues se exportan productos
primarios y se importan bienes elaborados y tecnologías. Incluso hay un
desnivel en los términos del intercambio. Se habló tempranamente de “centro” y
“periferia”. Pero a fines de la misma década y, sobre todo, en la de 1970, tomó
auge la que dio en llamarse teoría de la dependencia,
vinculada, en cambio, a la reflexión sobre el imperialismo. Y se explicaba,
en última instancia, que el “subdesarrollo” de América Latina se correlaciona
con el “desarrollo” de los “centros” capitalistas, que históricamente
“subdesarrollaron” a sus “satélites”, los cuales solo podían escapar a la
“dependencia” superando el régimen capitalista. André Gunder Frank lo resumió
en una fórmula: el desarrollo del subdesarrollo. Pero también, junto a él, hubo
formidables latinoamericanistas, como Theotonio Dos Santos, Ruy Mauri Marini,
Celso Furtado, Enzo Faletto, Fernando Henrique Cardoso.
La teoría de la dependencia se cultivó en todos los países y tuvo larga
influencia. Dejó una especial forma de apreciar las relaciones de poder en el
mundo internacional: el coloniaje ibérico (particularmente España) fue el punto
de partida, al que siguió, durante el siglo XIX, la dependencia frente a
Inglaterra y en el XX frente al imperialismo de los EE.UU. En Ecuador los
“dependentistas” realizaron importantes contribuciones y entre los pioneros
estuvo Fernando Velasco. También es admirable la temprana crítica a la famosa
teoría que realizó Agustín Cueva, renombrado sociólogo en toda Latinoamérica.
Otra forma de entender las relaciones internacionales y la situación de América
Latina, ya iniciada en los cincuentas por historiadores como el argentino
Ricardo Levene, surgió en la década de 1990, como antesala de los bicentenario
de los procesos de independencia de la región. A partir de los estudios que
publicó François-Xavier Guerra siguieron otras obras, como las de Jaime
Rodríguez (muy cuestionable su interpretación sobre la Revolución de Quito de
1809-1812), Clèment Thibaud, Mark Thurner, Josep Delgado, Manuel Chust,
Geneviève Verdo o también Federica Morelli (quien incluso ha trabajado sobre
Ecuador) y últimamente Deborah Besseghini, con sus estudios sobre los imperios.
Ha quedado en claro que las independencias latinoamericanas no pueden verse
exclusivamente como una confrontación entre patriotas y españoles, sino como un
proceso de mayor amplitud, en el que también estuvieron en juego las
reconfiguraciones de las grandes potencias. Gran Bretaña estuvo a la cabeza,
jugando alianzas con la España antifrancesa, que luchaba contra el invasor
Napoleón (1808); pero también actuó autónomamente para introducirse entre los
revolucionarios latinoamericanos, colaborar en las independencias y favorecer
no solo su presencia comercial en la región sino su hegemonía. Fueron recursos
británicos los involucrados en el proyecto de Miranda para independizar a
Venezuela (1806) y hubo oficiales británicos junto a O’Higgins o también al
lado de Bolívar. Igual interés en el continente tuvo Francia, que llegó a controlar
territorios en Canadá, poseía la colonia más codiciada en Haití (que se
independizó en 1804), logró una de las Guayanas en Sudamérica y hasta impuso un
emperador (Maximiliano, 1864-1867) en el México ya liberado. La monarquía de
Portugal se trasladó al Brasil y desde allí se alimentaron los afanes
expansionistas de la Reina Carlota, que pretendía representar los intereses
españoles. Finalmente, están los EE.UU. con sus propios intereses frente a
todos los europeos; expandió su territorio en guerra no solo contra los indios
y en camino al lejano Oeste, sino contra Gran Bretaña (1812), compró la
Luisiana a Francia (1803), la Florida a España (1819) aunque sin pagarla y
Alaska a Rusia (1867), pero también haciéndose con medio territorio mexicano
(1848). Su ventaja fue indetenible y la aseguró con la Doctrina Monroe (1823)
que marcó la hegemonía: “América es para los americanos”.
Es cierto, entonces, que las independencias latinoamericanas deben ser
observadas no solo desde perspectivas nacionalistas, sino en los campos de la
“unidad hispánica”, la “modernidad del mundo Hispánico”, las proyecciones del
“mundo Mediterráneo”, la “reconfiguración Atlántica”, el “imperialismo
informal” británico, las “conexiones interimperiales” o “transimperiales”, que
son las categorías utilizadas en los estudios que señalo. Pero aún así hay un
hecho de base que no puede ser interpretado a lo Hegel, es decir, considerando
que América es un “eco de vida ajena”. Porque parecería que los revolucionarios
independentistas latinoamericanos eran una especie de “avanzada” o piezas
movilizadas por los intereses en juego entre las grandes potencias en pleno
ascenso durante la época contemporánea. Se minimiza así un asunto crucial: las
independencias en el continente y particularmente las de América Latina
rompieron con el colonialismo, lo hicieron en
los albores del capitalismo aún antes que las independencias en Asia o África
y, además, permitieron la constitución de Estados ambiciosos de soberanía, todo
lo cual constituye un hecho de trascendencia mundial y distinto al de los
intereses de las grandes potencias de la época. Sin duda los dependentistas
tenían razón al advertir que esas independencias resultaron formales, de
carácter político, porque los Estados nacionales latinoamericanos cayeron en
una nueva forma de dependencia económica-estructural frente a Gran Bretaña,
primero y a los EE.UU., después.
Y, sin duda, se impone otra comprensión: los imperios y los imperialismos (porque
el término ha tenido diversas connotaciones) no solo actuaron durante la época
de las independencias latinoamericanas y la construcción de los Estados
nacionales, sino que siguen actuando hasta nuestros días. Nos hallamos,
precisamente, en una época en la cual la hegemonía de los EE.UU. y de Europa ha
sido cuestionada por el ascenso de China, Rusia, los BRICS y la constitución de
nuevos bloques en ámbitos regionales diversos. Asistimos a una nueva era de
cambios profundos en la historia de la humanidad, trazada por la recomposición
de los poderes mundiales. En América Latina existe un claro movimiento de
reivindicación de las soberanías en términos más abiertos y contundentes que en
el pasado, como se observa en la configuración de instituciones como CELAC,
MERCOSUR o UNASUR, el interés de varios países por incorporarse a la “nueva
ruta de la seda” con China, o las claras posiciones soberanistas, al mismo
tiempo que latinoamericanistas, de los gobiernos progresistas del siglo XXI,
que se expresan, en la actualidad, en las definiciones geopolíticas realizadas por
los presidentes Alberto Fernández de Argentina, Gustavo Petro de Colombia,
Inácio Lula da Silva de Brasil y Andrés Manuel López Obrador en México, para
citar los más grandes, que buscan aunar las propias estrategias de la región
hacia el futuro. Se ha profundizado la reacción contra el Monroísmo y contra la
OEA, que ha sido su instrumento contemporáneo, además de que el “injerencismo”
(es decir las acciones imperialistas directas) que sigue presente, despierta
cada vez mayores rechazos, en tanto la causa de Cuba contra el bloqueo
norteamericano se ha convertido en resoluciones de condena por parte de las
NNUU durante los últimos 30 años, aunque siguen inobservadas por los EE.UU. En
ese marco América Latina no encuentra razones para inclinarse por las potencias
que pretenden su alineamiento en el conflicto de Ucrania, ya que nuestra tesis
parte de la reivindicación de la paz, desde que así se asumió
la política internacional en la Proclama suscrita por la II Cumbre de la CELAC
(La Habana, enero 2014). El Mundus Novusdel siglo XXI es
un proceso históricamente imparable, aunque pueda durar varias décadas. Va de
la mano del creciente triunfo de los progresismos latinoamericanos, de las
nuevas izquierdas, el ascenso de los movimientos sociales populares y el cuestionamiento
a los imperialismos, tanto como a los dominios oligárquicos internos.
Blog del autor: Historia
y Presente –
www.historiaypresente.com
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