Andalucía, el mayor fracaso de
los constituyentes del 78
Por Joaquín Urías
Rebelion / España
| 01/03/2023 |
Fuentes: Ctxt [Foto: Jornaleros andaluces se manifiestan en Lebrija, año 1968 (Lebrija Flamenca)]
Los gobiernos que esquilman los servicios públicos se sustentan en la
desmovilización y la ignorancia. Hoy, más que nunca, ser andaluz es plantarle
cara a la miseria. Y a los miserables.
Hoy [28 de
febrero] es el día de Andalucía. Y se celebra algo que afecta a todo el Estado
español: el mayor fracaso de los constituyentes de 1978. Pensaron en un país
centralizado con cuatro territorios autónomos, pero Andalucía se salió de las
previsiones. Sin la movilización del pueblo andaluz, hoy no tendríamos el mapa
autonómico que tenemos.
Esa
improvisación ha provocado problemas territoriales que no terminamos de
resolver. Sin Andalucía España no sería lo que es, pero visto desde el sur el
autogobierno autonómico presenta un balance triste.
He pasado por
delante de un colegio andaluz y he visto a los niños en la puerta reunidos
alrededor de un mástil. Casi todos llevaban banderas de Andalucía pintadas sobre
un folio. Había alboroto y ruido. Un chaval con melena estaba agarrado a una
cuerda bajo el palo. Cuando los profesores consiguieron hacerse oír, los niños
y niñas empezaron a cantar el himno de Andalucía. No era un coro armónico, sino
un conjunto de gritos desafinados, cada uno por un lado. La bandera
blanquiverde fue subiendo entre ese barullo alegre en el que apenas se podían
oír las estrofas de la composición. Aun así, el conjunto me emocionó. Un amigo
latinoamericano que me acompañaba estaba escandalizado de que los pequeños no
estuvieran firmes, coordinados y con la mano en el corazón. Le expliqué que el
nuestro es de los pocos himnos que no hablan de sangre y guerras, sino de
tierra, de trabajo y de gente común con ganas de integrar a cualquiera. Concluimos
que ojalá los nacionalismos peninsulares, incluidos el catalán, el vasco y –por
supuesto– el español, tomaran algo del ideal incluyente de Andalucía.
El sentimiento
andaluz no surge de la exclusión del otro, sino de la celebración de lo propio.
Es andaluz cualquiera que viva o trabaje en Andalucía y se sienta andaluz. Se
puede ser andaluz y millones de cosas más al mismo tiempo. Y a nuestra tierra
la une más la conciencia solidaria del sufrimiento común que el orgullo
provinciano de creerse el centro del mundo. Vivimos en un lugar asolado por la
miseria que a duras penas superamos con una vocación universal de alegría y
disfrute.
La épica
andaluza se construye en la sencillez de un mollete mojado de aceite de oliva.
Nuestra mitología nace de los jornaleros y jornaleras que, hartos de vivir
esperando al sol, se alzan contra sus terratenientes y ocupan las fincas para
trabajarlas. La historia de Andalucía no es un listado de batallas sangrientas
y conquistadores viriles sino un paraíso sonoro de sabios antiguos, pensadores,
poetas y músicos. Andalucía es Federico García Lorca paseando por el arrullo de
los jardines de la Alhambra. Es la guitarra de Paco de Lucía acariciando los
atardeceres de Cádiz y son los niños cordobeses estudiando a Averroes. Esa cultura
andaluza es fruto del sufrimiento. De la marginalidad a la que parecemos
eternamente abocados. Brilla por su capacidad de sublimar lo popular.
Nada más
alejado de la realidad andaluza que la máscara folklorista del andaluz gracioso
y divertido. Es una creación dañina que ha calado no sólo en los habitantes de
otros territorios, sino incluso entre los propios andaluces acomodados que
prefieren ignorar la realidad de su tierra. Ese tópico, que nos asigna papeles
de bufón en las producciones televisivas y teatrales, ha provocado también que
salir de nuestra tierra acarree el tormento de escuchar constantemente lo de
¡qué gracioso! cada vez que abrimos la boca. Lo peor son, sin embargo, los
propios andaluces inconscientemente convencidos de que lo que nos define es “la
gracia”. Ese neofolklorismo que lleva incluso a personas que se califican de
progresistas a buscar la esencia de lo andaluz en los carnavales de Cádiz, el
ingenio de Lola Flores o los chistes de Chiquito de la Calzada es pura
superficialidad. Todas esas respetabilísimas manifestaciones de nuestra cultura
tienen en común que surgen del dolor de los de abajo. Del padecimiento de los
trabajadores parados de los astilleros, los gitanos perseguidos o los músicos
obligados a malvivir sometidos a los caprichos de un señorito. El resultado es
brillante porque lo andaluz es el crisol que, en busca de consuelo, convierte
el daño en arte. Pero quedarse sólo con el resultado nos obliga a quedarnos
siempre atascados en la miseria.
Lo que
realmente define a nuestra tierra es, desgraciadamente, la miseria. Andalucía
se ha instalado en las cifras de paro, abandono escolar, pobreza infantil y
hasta analfabetismo más altas de esta parte del mundo. Tenemos las rentas más
bajas. Somos la gente que más hambre pasa y a quienes más nos cuesta estudiar o
progresar en la vida. Esa vida más dura de lo debido se ha quedado grabada en
el ADN de los andaluces. Como pueblo nos unimos para salir de ahí y tenemos
enfrente a nuestros políticos siempre dispuestos a sacar la pandereta para
tapar su desvergüenza. En España a Andalucía le va mal. Pero por nuestra cuenta
nos iría igual o peor. El autogobierno andaluz, incluso en los estrechos
límites que el Tribunal Constitucional nos ha ido imponiendo, no ha servido
para mejorar la vida de los andaluces. Al menos, no de la mayoría.
La gran
victoria de la derecha andaluza ha sido hacer creer a la población que si se
ponen un chaleco acolchado, se piden una copa de vino en un bar falsamente
antiguo y se dan un par de golpes de pecho ante alguna procesión ya se han
convertido en señoritos. Han pasado de ser marginados a clase alta. Las
criaturitas que apenas llegan a fin de mes sienten que se codean con la élite
de la sociedad porque van a los mismos bares, rezan a las mismas vírgenes y
llevan las mismas pulseritas de la bandera española en la muñeca. Desde la
ilusión del ascenso social votan a quienes se están enriqueciendo a su cuenta.
La derecha andaluza ha usado el poder autonómico, con toda su maquinaria
asociada, para vender esa imagen de triunfo personal. Desvían a los niños a
escuelas concertadas –de ínfima calidad y con profesores precarios– para
enriquecer con dinero público a sus amigotes y quienes sin poder pagarlo meten
a sus hijos en los colegios de monjas se creen que les ha llegado al auténtico
ascenso social. Ahora van a hacer lo mismo con los hospitales privados, que es
su nuevo negocio.
El tópico
folklorista de Andalucía juega, pues, un papel esencial en la derechización de
los obreros andaluces. El prototipo del señorito andaluz de taberna y sacristía
–nacido para criticar un modo ignorante de ejercer el poder– ha adquirido un
sentido inesperado: millones de andaluces que no llegan a fin de mes creen que
se han convertido en señoritos mientras fuerzan el acento y beben cerveza
barata.
Esa destrucción
de lo andaluz prescinde de los dos elementos sobre los que se había construido
el andalucismo histórico: la conciencia de la miseria que nos rodea y la
aspiración por la cultura como vía de salvación. El himno de Andalucía habla de
convertirnos en gente de luz capaz de darle alma humana a las personas. Eso
sólo es posible desde la conciencia reivindicativa del sufrimiento de tantos
andaluces, y la lucha y el esfuerzo colectivo por la educación. Los gobiernos
que esquilman los servicios públicos se sustentan en la desmovilización y la
ignorancia, que hay que combatir.
Hoy, más que
nunca, ser andaluz es plantarle cara a la miseria. Y a los miserables.
Fuente: https://ctxt.es/es/20230201/Firmas/42250/Joaquin-Urias-Andalucia-Espana-sur-servicios-publicos.htm
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