miércoles, 1 de marzo de 2023

The Silicon (Valley) Doctrine. Las ideologías de las Big-Tech

 Silicon Valley es la sede de muchas de las empresas tecnológicas más poderosas del mundo. Sus propietarios y directivos diseñan planes para el futuro de la humanidad. Este artículo aborda las distintas ideas que cimentan sus inquietantes intenciones.


The Silicon (Valley) Doctrine. Las ideologías de las Big-Tech

 


Silicon Valley es la sede de muchas de las empresas tecnológicas más poderosas del mundo. Sus propietarios y directivos diseñan planes para el futuro de la humanidad. Este artículo aborda las distintas ideas que cimentan sus inquietantes intenciones.


En el imaginario social se piensan las grandes empresas tecnológicas (o Big Tech) asentadas en Silicon Valley (California, Estados Unidos) como si fueran un ente monolítico. De hecho, solemos referirnos a las gigantescas empresas que ahí se encuentran con el concepto de “Silicon Valley”, y englobarlas como parte de una misma realidad que incluso llega a personificarse: “el Silicon Valley se reúne con el presidente de los Estados Unidos” o “Silicon Valley va a la guerra de Ucrania”. 

Se presupone que desde el interior de Silicon Valley se irradia una ideología compacta, la cual estaría relacionada con ese “progresismo” estadounidense al que también se conoce por el vocablo anglosajón “woke”. Tanto la izquierda como la derecha criticarían esa supuesta entidad monolítica que constituiría el binomio “Silicon Valley / Globalismo”. Sin embargo, la realidad es distinta.

Las empresas que se encuentran en Silicon Valley no constituyen un ente unívoco. El objetivo de este texto es, precisamente, quebrar esa imagen. Con ese propósito, explicaré la historia interna de Silicon Valley y su particular “Doctrina Política”. También desentrañaré las ideologías de derecha reaccionaria que ahora mismo ganan terreno en Silicon Valley. Finalmente, basándome en la interpretación de pensador Evgeny Morozov, explicaré cuál es el único aspecto en que Silicon Valley sí es monolítico: su economía política.  

The Silicon (Valley) Doctrine

La zona californiana cercana a la ciudad de San Francisco que hoy en día conocemos como “Silicon Valley” es de una creación bastante reciente y muy apegada a los eventos de la Guerra Fría. Esta zona estaba casi totalmente deshabitada hasta que, en los años 40, se estableció una base del ejército estadounidense y luego, en la década de los 50 y 60, se empezaron a crear empresas tecnológicas que eran prácticamente subsidiarias del recién creado Complejo Industrial-Militar estadounidense. 

Sin embargo, los eventos que nos conciernen verdaderamente son más recientes. Durante los primeros años del 2000 hubo una “renovación” en lo que respecta a cómo se articulaban las empresas de este valle y a su relación con el gobierno estadounidense. Aquí cabe señalar dos eventos que, pese a ser independientes entre sí, provocaron una reformulación completa de lo que era Silicon Valley, alumbrando el valle que conocemos hoy en día. Uno de los eventos corresponde a las consecuencias de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos, y el otro corresponde al reventón de la burbuja de las empresas “puntocom”. 

La consecuencia más inmediata del 11-S para la política interna estadounidense fue la aprobación de la Patriot Act, o lo que viene siendo la aprobación de una ley con la cual la privacidad de los ciudadanos estadounidenses se ponía en entredicho y se supeditaba totalmente a “los intereses de seguridad nacional”. Por lo tanto, esta ley creaba las condiciones jurídicas para poder realizar una vigilancia masiva de la población, actividad que solo se podría conseguir con una muy elevada inversión tecnológica. En paralelo, el reventón de la burbuja de las “puntocom” demostró que ese negocio ya no era rentable y se necesitaba una reformulación de la actividad empresarial asociada al sector tecnológico. En ambos casos, se contó con el apoyo del Estado estadounidense. 

Pese a lo dicho en el párrafo anterior, falta mencionar el que fue el gran catalizador que dio forma a lo que conocemos hoy como Silicon Valley: la crisis del capitalismo del 2008. Esta crisis provocó que los capitales globales huyeran y se refugiasen en “nuevos sectores” a través de los Venture Capitals (fondos de alto capital riesgo). Es decir, a partir de 2008 se empezó a regar Silicon Valley con ingentes cantidades de dinero público y privado. Detrás de Silicon Valley hay una colaboración público-privada que permitió crear las grandes empresas que dominan hoy el capitalismo global, como pueden ser Alphabet (matriz de Google), Amazon o Apple. 

Se debe tener en cuenta que este “Capitalismo Digital” no es otra cosa que una evolución más del capitalismo. Durante la época neoliberal el “capitalismo industrial” se convirtió, favorecido por la desregulación financiera, en un “capitalismo financiero” que a partir de 2008 encontró un nuevo sector sobre el que situarse: el digital. Se trata de un esquema eurocéntrico, pero que facilita la comprensión del proceso descrito. 

Con esta breve historia de Silicon Valley podemos entender mejor lo que es su Doctrina, la cual se asienta en tres pilares: 1) extracción de datos (data), 2) control del flujo de información y comunicaciones, y 3) explotación laboral. 

Asimismo, tres serían las “almas ideológicas” de la Doctrina de Silicon Valley: 1) la libertaria, 2) la neoliberal, y 3) la liberal (en el sentido anglosajón, liberal-progresista). Todas estas almas se tensionan y articulan a la perfección debido a la propia historia “vital” de Silicon Valley. La “libertaria” es aquella que exige que el estado no intervenga en la particular economía de Silicon Valley para así poder crear unos monopolios que muchos CEO’s (Chief Executive Office, directores ejecutivos) piensan que son más eficientes en el capitalismo. En aparente contradicción con la anterior, el alma “neoliberal” es aquella que todavía exige la intervención del Estado, pero lo hace solamente para salvaguardar los intereses de las compañías empresariales alcanzando determinados acuerdos (por ejemplo, en materia de “privacidad”) con el Gobierno estadounidense. Esta alma, de crucial importancia, se mezcla con el alma “liberal-progresista”, caracterizada por un mensaje antirracista, antimachista y de superación individual, en su aspiración de individualizar a la masa de la sociedad. 

Sin embargo, puesto que sus soluciones son fundamentalmente neoliberales, Silicon Valley experimenta un el daltonismo con respecto a la cuestión racial y de género; es decir, trata los problemas estructurales desde el punto de vista individual, lo que convierte en inoperantes sus soluciones. Cabe decir que, debido a ese daltonismo racial, la tecnología que crea Silicon Valley participa del sistema racista estadounidense, y contribuye a reproducirlo. 

Igualmente, puesto que “el individuo” sería la instancia desde la cual procedería cualquier solución a los males del mundo, Silicon Valley expresaría una tendencia hacia el autoritarismo: “un genio es el que nos puede salvar”. Y ese “individualismo autoritario” se combina con el “solucionismo tecnológico”, a saber: “ya surgirá alguien inteligente que dé con una herramienta tecnológica para poder solucionar los problemas… por ejemplo, el cambio climático”. Aquí podríamos insertar figuras como la de Elon Musk. 

La pulsión autoritaria y sus particulares ideologías

Por lo tanto, y sin tener en cuenta la economía política de Silicon Valley, si algo une las tres almas que laten en su interior eso es la pulsión autoritaria resultante de su individualismo exacerbado. Esta pulsión antidemocrática, pues resulta contraria a las masas populares, se traduce en ideologías particulares que, además de ser devotas del solucionismo tecnológico, son profundamente elitistas. 

Cronológicamente, la primera de las ideologías particulares que se desarrolló fue la “neorreaccionaria” (NRx como ellos prefieren escribirla), cuyo principal ideólogo fue el ingeniero Curtis Yarvin (aunque el filósofo inglés Nick Land la completó después con sus ensayos sobre la Ilustración Oscura). Curtis Yarvin comenzó a escribir un blog a principios de la década de los 2010, justo cuando Silicon Valley se estaba reformulando en lo que conocemos actualmente. Sus escritos eran bastante crípticos e incluso algo confusos, de modo que no eran muy leídos, pero inspirarían a Nick Land para teorizar sobre una Ilustración Oscura de la que nacería el movimiento de los neorreacionarios. 

Los NRx (o neorreaccionarios) se califican a sí mismos como antiilustrados, antimodernos y, por lo tanto, antidemocráticos, antiigualitarios y antiliberales. Dado su nombre, asumen que están reaccionando contra lo actualmente existente; y ello, la reacción a lo existente, es un rasgo esencial que comparten con la Alt-Right (la derecha alternativa), pero, a diferencia del carácter de masa popular que caracteriza a la Alt-Right, los NRx asumen una disposición elitista, diríamos aristocrática. Según su interpretación del mundo, existe toda una estructura de pensamiento (que denominan “La Catedral”) que es moderna, democrática y progresista, y que debe de ser derribada. Esta “Catedral” estaría conformada por universidades, colegios, el Estado, el gobierno e incluso algunas empresas de Silicon Valley. 

Nick Land, quien, como hemos dicho, es junto a Curtis Yarvin el más importante de los teóricos neorreacionarios, está muy influenciado por pensadores que podríamos categorizar como “libertarios de derecha”, es decir, libertarios antidemocráticos. Esta influencia sería crucial en la elaboración, por parte de Nick Land, del nuevo sistema que proponen los NRx. Este sistema exige una regresión a las formas sociales antiguas, las cuales se basarían en una gran monarquía autoritaria que, de ahora en adelante, sería ejercida por un CEO de Silicon Valley. Aunque, por otra parte, también se contempla un “régimen neocameral” en el que cada representante tenga voz según las acciones que posee de unas empresas determinadas, y estas empresas serían las que, al fin y al cabo, dominarían el ámbito de la vida política y social.

Aparte de las tesis relacionadas con la monarquía de un CEO y la representatividad de los accionistas, debe reconocerse que las propuestas de este sistema social no están demasiado desarrolladas. Por el contrario, el pensamiento neorreaccionario sobre el mundo realmente existente sí está más desarrollado. Los NRx piensan que todas las personas son desiguales de nacimiento, por lo que va en contra de la naturaleza humana intentar igualarlas a todas. Lo mejor es que cada persona destaque sobre las demás en un salvaje darwinismo social. Piensan que aquellos individuos con un cociente intelectual mayor serán los que dominen el mundo, una tesis bajo la cual subyace la creencia transhumanista de que los más aptos podrán, a su vez, seguir mejorándose a sí mismos para destacar aún más por encima de los demás.

Las cabezas más visibles de este movimiento teórico son Peter Thiel, empresario fundador de Paypal y Palantir Technologies, y el filósofo Hans Hermann-Hoppe. Peter Thiel, además de ser el personaje más importante en todas las ideologías reaccionarias de Silicon Valley, es el punto de unión entre ellas. Podemos caracterizarlo como un aceleracionista que apoya monetariamente a candidatos trumpistas para que la república estadounidense caiga. Piensa que únicamente con el desmoronamiento de la República la gente pedirá que se les subyugue bajo una o diferentes monarquías NRx. Un dato que no se puede dejar pasar es que su empresa, Palantir Technologies, es la mayor contratista del Pentágono. Mientras tanto, Hermann-Hoppe, quien sigue bebiendo de su pasado libertario de derechas, puede considerarse más pacífico. De hecho, piensa que se puede llegar al sistema propuesto por los NRx mediante el separatismo; y esa es la razón por la que apoya proyectos como los del Seasteading Institute, una organización que pretende reunir a millonarios del mundo para posibilitar una nueva sociedad ubicada en plataformas flotantes en medio del océano (estas plataformas flotantes albergarían ciudades que, al encontrarse en aguas internacionales, podrían disponer de sus propias leyes). 

Ahora bien, dejando atrás los neorreaccionarios, las dos ideologías qué más están triunfando en Silicon Valley en estos años son el “Largoplacismo” (Long-Termism en inglés) y el movimiento pronatalidad, siendo que ambas posturas se interrelacionan. Aquello relevante de estos dos movimientos, que ya han sido considerados por algunos expertos como sectas propias de Silicon Valley, es que sí se cubren con un halo democrático: a diferencia del elitismo de los neorreacionarios, animan a todas las personas capaces a incluirse en ellos. Elon Musk, si bien ha coqueteado varias veces con el movimiento NRx (y, de hecho, uno de sus antiguos amigos es Peter Thiel), actualmente es seguidor del Largoplacismo, y ejerce los preceptos del movimiento pronatalidad teniendo 10 hijos con varias mujeres. 

La obsesión de las elites por tener más hijos ha sido una constante histórica. Hablamos de una élite con plena conciencia de clase, que sabe que tiene que reproducirse y que sus hijos son superiores al resto por el hecho de que podrán ser mejor alimentados y mejor educados. Este nuevo movimiento pronatalista, que está integrado principalmente por blancos ricos, tiene una nueva característica: la tecnología. Debido a que su materia de trabajo es la tecnología, los seguidores de este movimiento pretenden usarla para mejorar los genes de sus hijos. Y las lógicas de ello repercuten sobre prácticas eugenésicas para los seres humanos. 

Elon Musk, y Peter Thiel han invertido dinero en la creación de una empresa, Genomic Prediction, que actualmente sirve para seleccionar “los embriones más perfectos genéticamente”, y así poder tener a “los mejores hijos”. Pero su objetivo final es el de poder trabajar con el genoma humano a un nivel en el que pueda crear a “superhombres” genéticamente perfectos. Actualmente hay bastantes ingenieros ricos de Silicon Valley practicando este “pronatalismo” bajo estos preceptos. 

Por último, el Largoplacismo, que prioriza el futuro de la humanidad a la humanidad actual, es la inclinación ideológica que resumiría a la perfección la pulsión autoritaria de muchos de las personas inmensamente ricas de Silicon Valley. Puesto que, a criterio de sus adeptos, el colapso o apocalipsis de la humanidad es una posibilidad fehaciente, se centran en neutralizar las potenciales consecuencias calamitosas de los riegos actuales. Y aquí es donde debemos hablar del Altruismo Efectivo, que sería la postura pretendidamente ética por medio de la cual resultan legitimados los planes “largoplacistas” con que neutralizar las amenazas que supuestamente acecharían a la humanidad. 

Este Altruismo Efectivo, que goza de predicamento entre los gurús de Silicon Valley, consiste en lo siguiente: el individuo (y no la sociedad política) es el agente que decide dónde dar el dinero y para qué, de modo que se es “altruista” porque se dona dinero, y a la vez se es “efectivo” porque el dinero va solamente a donde el donante quiere que vaya. Se trata de una fantasía autoritaria por la cual las soluciones que deben salvar a la humanidad dependen de la decisión de aquellos individuos que tienen la capacidad de aportar grandes sumas de dinero. 

Como es obvio, un planteamiento sectario como el del Altruismo Efectivo supone, principalmente, una profunda desconfianza con respecto al buen hacer de los Estados. De ahí que los partidarios de estos planteamientos no quieran pagar impuestos, pues consideran que no son “efectivos” para los propósitos que ellos consideran necesarios. Recordemos que su “altruismo” es selectivo. Por ejemplo, si únicamente quieren que se elimine la malaria, o tal o cual otra enfermedad, carece de sentido contribuir a sostener un sistema sanitario en su integridad. Se trata de un planteamiento en cuya médula se encuentra un profundo antialtruismo. 

El Largoplacismo es una ideología que se crea en Oxford, pero que tiene su verdadera explosión cuando llega a Silicon Valley y es recogida por personas con muchísimo dinero. Los largoplacistas operan conceptualmente dándole valor a las personas según su futuro desarrollo, lo que significa que las personas con mejor calidad de vida tienen un valor superior a las que tienen una menor calidad de vida, pues estas últimas no podrían criar a los hijos de la futura humanidad en las mismas condiciones que las primeras. Y ello funciona a través de dilemas éticos que se pretenden resolver pragmáticamente: si hay dos núcleos de población, uno rico y otro pobre, y hay que destruir a uno, la población sacrificada sería, obviamente, la pobre. 

De igual manera, los largoplacistas cuentan con modelos predictivos de supuesta fundamentación matemática, aunque de dudosa efectividad, en virtud de los cuales sería posible predecir las amenazas letales que le aguardan a la humanidad. Así pues, según sus modelos, es mayor la posibilidad de que la humanidad sea destruida por una Inteligencia Artificial o por una pandemia diseñada que, por el contrario, a causa del cambio climático o de una guerra nuclear. Ante lo cual, ¿en qué se debería invertir dinero? ¿En revertir el cambio climático o en investigar las inteligencias artificiales? Efectivamente, en las inteligencias artificiales. De hecho, Elon Musk (CEO de Tesla y de Twitter) y Jaan Talliinn (CEO de Skype) han creado una fundación con un presupuesto multimillonario que se dedica únicamente a investigar la forma de evitar que la Inteligencia Artificial nos destruya. 

Todas estas ideologías, que a nosotros seguramente nos parecen un tanto bizarras y absurdas, no serían peligrosas si no fuese porque quienes las hacen suyas son personas con muchísimo poder económico y, por lo tanto, muy influyentes políticamente. Incluso están dispuestos a destruir Estados enteros para implementar sus planteamientos.  

It’s still Capitalism!

Uno de los podcasts izquierdistas de habla inglesa más escuchados del mundo, The Dig, tituló “It’s still Capitalism” (es todavía capitalismo) a su entrevista al pensador Evgeny Morozov. Este podcast está inserto en un debate relacionado con una publicación en la New Left Review sobre la naturaleza del “Capitalismo Digital” que venía a preguntarse si esta forma de capitalismo digital implica un nuevo modo de producción no previsto y, de ser el caso, si es consecuencia de las contradicciones internas del capitalismo. 

Hay quienes, como Cédric Durand, consideran que se ha llegado a un nuevo modo de producción al que podríamos denominar “tecnofeudalismo”. Otros, como el citado Morozov, defienden que el capitalismo digital es solo una evolución dentro del capitalismo, pues las lógicas del capital seguirían intactas: se persigue el beneficio, la plusvalía (explotación laboral) y no la extracción de datos por la pura extracción de datos (es decir, se quieren datos para monetizarlos con algoritmos desarrollados para ese fin). Y, posicionándonos al lado de Morozov, hay que decir que esa es la única economía política que tiene Silicon Valley, que es la propia del modo de producción capitalista. Como parte de esta cuestión es que Silicon Valley sí se puede entender como un ente unificado, en tanto que es un sector más del capitalismo, con la única especificidad de articular las lógicas del capital que buscan la ganancia económica a través de una tecnología “diferente” a la de otros sectores. 

Entonces, si bien es cierto que no existe una clase capitalista unificada bajo una sola ideología, pues son diversas las ideologías que asumen los capitalistas, es igualmente cierto, por otro lado, que la clase capitalista sí se encuentra unificada y disciplinada bajo las lógicas del capital, de las que no pueden escapar si quieren conservar su posición de clase.  

En resumen, la economía política de Silicon Valley no presenta ninguna singularidad especial. La izquierda debe entender que se trata de capitalismo, pero en una fase de desarrollo digital. De igual manera, la izquierda cometería un error si considerase que Silicon Valley posee una ideología unificada dentro de ese progresismo “woke” con que se suele identificar a amplios sectores de Estados Unidos. De hecho, ha sido el objetivo de este artículo quebrar esa visión que se tiene de un Silicon Valley progresista, lo que ha exigido atender a las diferentes ideologías que circulan entre los altos directivos de las empresas tecnológicas más importantes en occidente. Y, de igual manera, ese ejercicio nos permite rechazar la concepción unificadamente globalista que, ahora también desde la derecha política, se tiene de la élite de Silicon Valley. 

Se tienen que llamar a las cosas por su nombre: Silicon Valley es un sector más de la economía capitalista, no es necesariamente el más importante, por lo que no se debe personificar en él al Capital. Menos aun dotándole de una capacidad globalista de la que carece.

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