Pedir a
los oprimidos no ser violentos es un imposible que pretende ignorar la
historia. Los amos piden una y otra vez que los de abajo destierren la
violencia mientras utilizan todo lo que tienen a su alcance –no siempre legal–
para ejercerla.
Pedir lo imposible
El Viejo Topo
2 marzo, 2023
En enero de 2023, después de que cinco agentes de policía asesinaran a Tyre Nichols, el presidente Joe Biden emitió rápidamente una declaración en la que pedía a los manifestantes que se mantuvieran no-violentos. “Mientras los estadounidenses lloran, el Departamento de Justicia lleva a cabo su investigación y las autoridades estatales continúan su trabajo. Me uno a la familia de Tyre en el llamado a la protesta pacífica”, dijo Biden. “La indignación es comprensible, pero la violencia nunca es aceptable. La violencia es destructiva y va contra la ley. No tiene cabida en las protestas pacíficas en busca de justicia”.
En junio de
2022, cuando el Tribunal Supremo anuló el caso Roe contra Wade,
Biden hizo el mismo llamado a los manifestantes. “Hago un
llamado a todo el mundo, independientemente de lo mucho que les importe esta
decisión, para que todas las protestas sean pacíficas. Pacíficas, pacíficas,
pacíficas”, dijo Biden. “Sin
intimidación. La violencia nunca es aceptable. Las amenazas y la intimidación
no son formas de expresión. Debemos oponernos a la violencia en cualquiera de
sus formas, independientemente de sus motivos”.
Es un
espectáculo curioso que el jefe de un Estado, teniendo a su disposición todos
los instrumentos del poder, no los utilice para resolver un problema, sino que
ofrezca consejos a los impotentes sobre cómo protestar contra él y contra el
maltrecho sistema de Gobierno. Biden, sin embargo, no se mostró tan reacio a
utilizar esos instrumentos del poder en contra de los manifestantes. Durante
las protestas de Black Lives Matter (las vidas negras
importan) tras el asesinato de George Floyd en 2020, cuando Biden era
candidato presidencial, dejó claro lo que quería
que les ocurriera a quienes no hicieran caso del llamado a la no-violencia:
“Nunca deberíamos dejar que lo que se hace en una marcha por la igualdad de
derechos supere cuál es la razón de la marcha. Y eso es lo que están haciendo
estas personas. Y deberían ser arrestados: encontrados, arrestados y juzgados”.
Ante la acción
asesina de la policía, Biden pidió a los manifestantes que
fueran “pacíficos, pacíficos, pacíficos”. Ante manifestantes no-violentos,
Biden pidió a la policía que se asegurara de que los manifestantes fueran
“encontrados, detenidos y juzgados”.
¿Se exige a los
manifestantes en los Estados Unidos (y quizá en otros países donde la cultura
de la protesta es especialmente fuerte, como Canadá) un estándar imposible de
alcanzar? De hecho, otros países occidentales no parecen exigir estas cosas a
sus manifestantes: pensemos en Christophe Dettinger, el boxeador que
golpeó a un grupo de policías antidisturbios franceses
blindados y con casco hasta que estos desistieron de golpear a otros
manifestantes durante las protestas de los chalecos amarillos en 2019.
Dettinger fue a la cárcel pero, para algunos, se convirtió en un héroe
nacional. ¿Cuál habría sido su destino en los Estados Unidos? Lo más
probable es que hubiera sido maltratado en el acto, como sugieren los registros
gráficos del comportamiento de la policía estadounidense hacia
personas mucho más pequeñas y débiles que
Dettinger durante las protestas de 2020. Si hubiera sobrevivido al encuentro
con la policía estadounidense, Dettinger se habría enfrentado a críticas desde
dentro del movimiento por no utilizar métodos pacíficos.
Se da aquí una
paradoja. Los Estados Unidos, el país con casi 800 bases militares en
todo el mundo, el país que lanzó la bomba nuclear sobre ciudades civiles y el
país que gasta más que todos sus rivales militares
juntos, espera que sus ciudadanos se atengan a normas más estrictas durante las
protestas en comparación con cualquier otro país. Staughton y Alice Lynd, en la
segunda edición de su libro Nonviolence in America (La
no-violencia en los Estados Unidos), publicado en 1995, escribieron que
“Los Estados Unidos ha sido más veces el maestro que el alumno del ideal
no-violento”. Los Lynds son citados con desaprobación por el escritor
anarquista Peter Gelderloos en su libro How Nonviolence Protects the
State (Cómo la no-violencia protege al Estado), un
llamado a los manifestantes no-violentos de principios de la década de 2000,
que se encontraban en las calles con anarquistas que no compartían su
compromiso con la no-violencia. Gelderloos pedía solidaridad a los activistas
no-violentos, rogándoles que no permitieran que el Estado dividiera el
movimiento en “manifestantes buenos” y “manifestantes malos”. Ese movimiento
llamado “antiglobalización” se desvaneció ante la guerra contra el terrorismo
posterior a 2001, por lo que el debate nunca se resolvió realmente.
Para los
Estados Unidos, el Reino Unido y muchos de sus aliados, el debate sobre la
violencia política se remonta quizás a los pacifistas blancos que aseguraban a
sus hermanos blancos, aterrorizados por la Revolución Haitiana –que terminó en
1804– que el abolicionismo no significaba animar a los esclavizados a rebelarse
o a luchar. Aunque soñaban con un futuro sin esclavitud, los pacifistas
abolicionistas del siglo XIX comprendieron –al igual que sus
compatriotas esclavizadores– que el papel de las personas esclavizadas era
sufrir como buenos cristianos y esperar la liberación de Dios en lugar de
rebelarse. Aunque poco a poco fue cambiando de opinión, el abolicionista y
pacifista del siglo XIX William Lloyd Garrison insistió inicialmente en la
no-violencia contra los esclavistas. Aquí se cita a Garrison en el libro del
difunto comunista italiano Domenico Losurdo La cultura de la No
violencia: “Por mucho que deteste la opresión ejercida por el esclavista
sureño, es un hombre, sagrado ante mí. Es un hombre, que no debe ser dañado por
mi mano ni con mi consentimiento”. Además, añadió, “no creo que las armas de la
libertad hayan sido nunca, o puedan ser nunca, las armas del despotismo”. A
medida que la crisis se agravaba con la Ley del Esclavo Fugitivo, argumentaba
Losurdo, a los pacifistas como Garrison les resultaba cada vez más difícil pedir
a los esclavizados que se entregaran a sus esclavizadores sin oponer
resistencia. En 1859, Garrison incluso se vio incapaz de
condenar la incursión del abolicionista John Brown en Harpers Ferry.
El lingüista,
filósofo y activista político Noam Chomsky reconoció la complejidad moral de la
no-violencia en el movimiento antibelicista durante un
debate de 1967 con la filósofa política Hannah Arendt y otros.
Chomsky –aunque defendió la no-violencia en el debate– llegó a la conclusión de
que la no-violencia era, en última instancia, una cuestión de fe:
“La reacción
más fácil es decir que toda violencia es aborrecible, que ambos bandos son
culpables, y mantenerse al margen conservando la propia pureza moral y
condenarlos a ambos. Esta es la respuesta más fácil y en este caso creo que
también está justificada. Pero, por razones bastante complejas, también hay
argumentos reales a favor del terror del Vietcong, argumentos que no pueden
descartarse a la ligera, aunque no creo que sean correctos. Uno de los
argumentos es que este terror selectivo –matar a ciertos funcionarios y
atemorizar a otros– sirvió para salvar a la población de un terror
gubernamental mucho más extremo, el terror continuo que existe cuando un
funcionario corrupto puede hacer cosas que están dentro de su poder en la
provincia que controla”.
“También está
el segundo tipo de argumento… que creo que no puede abandonarse a la ligera. Se
trata de la cuestión fáctica de si tal acto de violencia libera al nativo de su
complejo de inferioridad y le permite entrar en la vida política. A mí mismo me
gustaría creer que no es así. O, al menos, me gustaría creer que la reacción
no-violenta podría lograr el mismo resultado. Pero no es muy fácil presentar pruebas
de ello; sólo se puede argumentar a favor de aceptar este punto de vista por
motivos de fe”.
Varios escritos
han alertado de que la doctrina de la no-violencia ha causado daños a los
oprimidos. Entre ellos se encuentran Pacifism as Pathology (Pacifismo
como patología) de Ward Churchill, How Nonviolence Protects the
State (Como la no-violencia protege al Estado) y The Failure of Nonviolence (El
fracaso de la no-violencia) de Peter Gelderloos, La cultura de la
No violencia de Domenico Losurdo, y la serie “Change Agent: Gene Sharp’s
Neoliberal Nonviolence” (Agente del cambio: La no-violencia neoliberal de
Gene Sharp) de Marcie Smith.
Incluso las
victorias históricas de las luchas no-violentas tuvieron un elemento armado
entre bastidores. Trabajos académicos recientes han revisado la historia de la
no-violencia en la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos. Entre
los textos clave se encuentran The Deacons for Defense (Los
Diáconos para la Defensa), de Lance Hill, We Will Shoot Back (Devolveremos
los disparos), de Akinyele Omowale Umoja, y This Nonviolent Stuff’ll Get You
Killed (Esto de la no-violencia hará que te maten), de
Charles E. Cobb Jr. Estas historias revelan la continua resistencia, incluida
la autodefensa armada, de los negros en los Estados Unidos.
Incluso antes
de estas historias recientes, tenemos la notable y breve autobiografía de
Robert Williams escrita en el exilio, Negroes With Guns (Negros armados).
Williams fue expulsado de la NAACP por decir, en 1959: “Debemos
estar dispuestos a matar si es necesario. No podemos llevar ante los tribunales
a esta gente que comete injusticias contra nosotros … En el futuro tendremos
que juzgar y condenar a esta gente in situ”. Señaló amargamente que
mientras “los talleres no-violentos están surgiendo en todas las comunidades
negras ni uno solo se ha establecido en las comunidades blancas racistas para
frenar la violencia del Ku Klux Klan”.
Cuando se
desplazaban por las zonas rurales del Sur para llevar a cabo sus campañas de
desegregación, los activistas no-violentos del movimiento por los derechos
civiles a menudo se encontraban –sin que ellos lo pidieran– con protección
armada contra la policía excesivamente celosa y los vigilantes racistas:
abuelas que vigilaban por la noche en los porches con rifles en el regazo
mientras los activistas no-violentos dormían; Diáconos para la Defensa que
amenazaban a la policía con un tiroteo si se atrevían a lanzar mangueras de
agua contra los estudiantes no-violentos que intentaban desegregar una piscina.
Mientras tanto, los logros legislativos conseguidos por el movimiento
no-violento incluían a menudo la amenaza o la realidad de disturbios violentos.
En mayo de 1963, en Birmingham, Alabama, por ejemplo, tras la represión de
una marcha no-violenta, se produjeron disturbios con 3.000 personas. Finalmente
se consiguió un pacto de desegregación el 10 de mayo de
1963. Un observador afirmó que “cada día de disturbios valía por un
año de manifestaciones por los derechos civiles”.
Como sostiene
Lance Hill en Los diáconos para la defensa:
“Al final, la
segregación cedió a la fuerza tanto como a la persuasión moral. La violencia en
forma de disturbios callejeros y autodefensa armada desempeñó un papel
fundamental en el desarraigo de la segregación y la discriminación económica y
política entre 1963 y 1965. Sólo después de que surgiera la amenaza de la
violencia negra, la legislación sobre derechos civiles pasó al primer plano de
la agenda nacional”.
Los constantes
llamados de Biden a la no-violencia por parte de los manifestantes mientras
condona la violencia de la policía son pedir lo imposible y lo ahistórico. En
los momentos cruciales de la historia de los Estados Unidos, la no-violencia
siempre ha cedido ante la violencia.
Fuente: Globetrotter
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