Nos
preguntamos: ¿quién gobierna realmente el mundo? ¿Cuáles son los mecanismos que
permiten a los poderosos aunar criterios y coordinar sus acciones? Aquí
presentamos la segunda parte de un artículo –la tercera, mañana– que trata de
responder a esas preguntas.
¿Quién gobierna en el mundo? Parte II
El Viejo Topo
29 enero, 2023
En la primera parte de esta tesis tratamos de dar respuesta a la pregunta sobre quiénes realmente ejercen el poder en el mundo, a través de dos niveles de investigación: gobiernan aquellos de los que no se puede “decir mal” y, en concreto, los señores del dinero, en particular la cúpula financiera que se ha hecho cargo de la emisión monetaria. Tristemente, reconocimos el papel secundario, si no servil, de la dimensión pública –el estado y la política– pero la pregunta quedó en parte sin respuesta. Se necesitaba hacer una serie de investigaciones.
La
globalización –económica, cultural, política, productiva, financiera–
perseguida durante mucho tiempo, única ganadora tras el derrumbe del comunismo
real, ha llevado al crecimiento de un nuevo actor planetario dotado de un
inmenso poder. Hablamos del conglomerado de personas, empresas, visiones
de la economía y del mundo que poseen la información y la tecnología digital,
motor y combustible de la cuarta revolución industrial.
Son los
gigantes de Silicon Valley (y más allá), reunidos bajo las siglas GAFAM
(Google, Amazon, Facebook/Meta, Apple, Microsoft), junto al conglomerado de
empresas, conocimientos y tecnologías que han revolucionado el mundo a través
del descubrimiento de aplicaciones tecnológicas relacionadas con la
informática, la automatización y el mundo de Internet en general, una
revolución comparable al descubrimiento de las tecnologías del hierro y la máquina
de vapor.
Al universo
GAFAM muchos le suman NATU, el acrónimo que reúne a Netflix (entretenimiento),
Tesla (líder de la robótica y la cibernética, creación de Elon Musk) y dos
plataformas online –Airbnb y Uber– que han revolucionado el
mundo inmobiliario, el transporte y la movilidad. Este grupo de gigantes
–en gran parte integrado y basado en los EE. UU., aunque orientado a la
desterritorialización– hizo posible el Nuevo Orden Mundial basado en el
«capitalismo de vigilancia», la feliz expresión acuñada por Shoshana
Zuboff. Es decir, constituyó una nueva forma de poder: la recolección,
acumulación, cruce, uso, venta y compra de datos y metadatos, es decir,
información sobre todo y todos. En palabras claras: espionaje universal
disfrazado de «transparencia».
Otro nombre
colectivo de dicho sistema es Big Data. El poder se ha convertido en
biopoder –es decir, mando, control y vigilancia de la existencia cotidiana de
personas e instituciones– e incluso en biocracia, dispositivo organizado de
control de la vida, a partir del cuerpo físico de los individuos. El
programa de biopoder prevé la superación de la criatura humana a través de la
hibridación con la máquina –implante de microchip, inteligencia artificial,
robótica, cibernética– facilitada por las extraordinarias posibilidades de unos
nuevos conocimientos, reunidos en las siglas NBIC, nanotecnología,
biotecnología, tecnologías de la información y cognitivas, ciencia o
neurociencia.
De la
interacción de estas herramientas tecnológicas, poseídas en régimen de
oligopolio, protegidas por la intangibilidad de la (gran) propiedad privada con
el sistema de patentes y derechos de propiedad industrial, desciende la nueva y
extremadamente insidiosa ideología de las élites, el transhumanismo. La
punta de lanza de este proyecto es el Foro Económico Mundial dirigido por Klaus
Schwab, cuyo teórico de referencia es Yuval Harari, escritor futurista,
instrumento privilegiado en la agenda de los líderes tecnológicos y señores del
dinero.
Comanda la
alianza entre las grandes empresas tecnológicas posindustriales –que han
revolucionado el comercio (Amazon), la comunicación (Facebook, Twitter),
dominan Internet (Google) y poseen las habilidades, de investigación e
industrial principales que han cambiado el mapa no sólo económico del mundo
(Apple, Microsoft, IBM).
En pocos años,
el oligopolio tecnocientífico se ha convertido en el centro neurálgico de la
globalización, dotado de ideología y gobernanza global y ha
entrado a toda máquina en el salón de las altas finanzas. Ese mundo
absolutamente nuevo no hubiera podido enfrentarse al brazo secular y vanguardia
del Dominio si no fuera en sinergia y alianza con los señores del dinero, los
primeros mentores y generosos financistas. Si hoy hombres como Bill Gates,
Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Elon Musk, Ray Kurzweil –gurú de Google y
transhumanista convencido– Ray Dalio, Vinton Cerf y algunos otros están en la
cima de la riqueza y el poder, es porque su genio indiscutible fue utilizado
por las cúpulas del dinero, primero a su servicio, luego cooptado en una
alianza estratégica.
Es la pinza que
aprieta a los estados, la economía, los pueblos y los individuos en un proyecto
totalitario artificialmente blando, el poder blando que no
utiliza la fuerza bruta sino la inmensa superioridad de los recursos
financieros, multiplicada por el control de las tecnologías utilizadas en la
vida cotidiana, y el uso sabio de la neurociencia. Los medios se
convierten en fines; de ahí una de las creencias populares más difíciles
de desmantelar: su fin no es (ya) el dinero, sino el dominio sobre la
humanidad, hasta la modificación de la condición humana en el
transhumanismo. El dinero es una herramienta, no el fin: sería simplista
para quienes se han apropiado de la emisión monetaria y crean dinero de la
nada, prestándolo a los Estados.
Estamos en el
centro: el mundo –o al menos el Occidente colectivo del que somos una rama–
está en manos de una alianza estratégica entre el Dinero –representado por el
sistema financiero (bancos centrales, fondos de inversión, corporaciones multi
y transnacionales (transnacionales, otro acrónimo maldito que no explica cómo
son las cosas) y empresas de tecnología avanzada.
Como es el
arado el que traza el surco, pero es la espada la que lo defiende, este Mammon
posmoderno dispone de una serie de herramientas operativas: los ejércitos
occidentales, especialmente el estadounidense, con las numerosas agencias
privadas y organizaciones de tapadera (muchas ONG lo son) que integran y hacen
planetario su poder. En el pasado, no conspiradores paranoicos sino al
menos tres presidentes estadounidenses advirtieron contra este coágulo
todopoderoso: Woodrow Wilson (quien también favoreció su ascenso y fue
protagonista del nacimiento del banco central, la Reserva Federal), FD
Roosevelt y Dwight Eisenhower, quien en 1961, en su discurso de despedida de la
Casa Blanca, dijo lo siguiente: “América debe estar atenta a la adquisición de
influencia injustificada por parte del complejo militar-industrial y al peligro
de convertirse en prisionero de una élite científico-tecnológica.
Pero si podemos
identificar nombres y rostros del biopoder tecnológico, nos resulta más difícil
identificar a los señores del dinero. En primer lugar porque durante mucho
tiempo se han encubierto, evitando aparecer y aparecer, titiriteros tras
bambalinas, como apuntaba Benjamin Disraeli, primer ministro de la Inglaterra
imperial, ya en el siglo XIX. Se trata principalmente de dinastías sin
corona que se han pasado el testigo durante generaciones; se le pertenece
por derecho de sangre y por matrimonios entre descendientes de las grandes
familias, como en las familias nobles del pasado. El nombre más conocido
es el de los Rothschild, israelitas de origen alemán que se han asentado
estratégicamente durante siglos en las capitales políticas y financieras del
mundo. Su poder y riqueza no se pueden calcular; han pasado por
guerras y revoluciones, a menudo financiando a ambos bandos en
guerra; instalaron y derrocaron gobiernos y regímenes con el arma del
dinero y la deuda, financiando facciones o líderes políticos; dominan el
mercado del oro, cuyo precio se fija con ellos en Londres.
Meses atrás, un
Rothschild rompió la reserva tradicional de la dinastía al proferir términos
violentos a favor de la guerra contra Rusia. Los de Red Shield (rot
schild) no son los únicos y con las demás dinastías y familias, Morgan,
Sachs, Rockefeller, Warburg y unas cuantas más, forman un formidable cartel que
sostiene el mundo financiero pero también la cadena industrial, energía y
alimento del planeta. Un ejemplo de confidencialidad son los McKinley,
dueños de Cargill, el gigante de los granos: no cotizan en Bolsa, son dueños de
inmensas áreas cultivadas en el mundo, barcos, silos y puertos. De ellos
depende que pueblos enteros puedan alimentarse y a qué precio. En muchos
ganglios del sistema es relevante el componente de ascendencia judía.
El poder de los
fondos de inversión es enorme, conglomerados financieros más poderosos que la
mayoría de los estados nacionales, que dominan y dirigen los mercados; en
gran medida «son» el mercado. La mayor, Black Rock, gestiona activos por
valor de diez billones de dólares (dos veces y media el Producto Interior Bruto
de Alemania, cinco veces el de Italia). Su máximo ejecutivo, Larry Fink,
es uno de los hombres más poderosos del mundo, y Black Rock ahora se ha hecho
cargo de la economía y los recursos de la desafortunada Ucrania.
No obstante,
los grandes fondos, de los cuales solo Allianz Group –la galaxia Rothschild–
tiene su sede en Europa –Vanguard Group, Fidelity Investments, State Street
Global, Capital Group, Goldman Sachs Group– siguen siendo herramientas, aunque
de importancia primordial. El poder está en manos de la cúpula de grandes
familias del dinero y gigantes tecnológicos, a la sombra del Estado
Profundo, el aparato militar y secreto de la anglosfera. Una red
complicada y densa de participaciones cruzadas significa que Mammon, el núcleo
dominante de las empresas financieras, tecnológicas y las corporaciones
multinacionales (TNC), está compuesto por un número increíblemente pequeño de
sujetos. La oligarquía es reticular, muy bien estructurada, pero el nivel
superior está formado por muy pocas personas naturales con un poder casi
ilimitado.
Un capítulo
esencial se refiere, en el mundo contemporáneo, al poder de quienes gestionan y
controlan las redes de comunicación y la estructura de Internet, la autopista
digital por la que transitan todos los datos, transacciones, ideas, actos,
decisiones: el sistema nervioso central de un mundo dominado por la información
y la velocidad, en tiempo real. En este contexto, la cúpula occidental –en
la sinergia habitual entre grandes sujetos privados y estructuras de los
Estados líderes, EE.UU., Israel, Gran Bretaña– mantiene una primacía relevante,
socavada por el Estado nacional más grande, China, a la vanguardia de la
tecnología de las comunicaciones sobre fibra 5G, semimonopolio en la posesión y
procesamiento de las Tierras Raras, los diecisiete elementos de la tabla
periódica de Mendeleev sobre los que se sustenta el desarrollo y la
funcionalidad de los procesos tecnológicos, científicos.
Quien controla
todo esto y las fuentes de energía que sustentan los modelos de desarrollo,
producción y reproducción del dominio domina el mundo y está destinado a
imprimirlo en ideas, modos de vida, en la elección de gustos, valores y
principios. Las dinastías del dinero se llevan la parte del león, pero la
hegemonía está hoy en discusión por el surgimiento de nuevos sujetos arraigados
en el hemisferio oriental. La observación empírica, incluso antes de la
férrea lógica geopolítica, muestra que las crisis actuales –incluso el
conflicto entre Rusia y la OTAN a través de Ucrania– son jugadas de ajedrez en
el «gran juego» por el control de los recursos mundiales, de los flujos
financieros que los mueven, de las principales rutas comerciales.
Nuestra
cartografía no puede olvidar que el poder del dinero es inerte en sí mismo y
debe nutrirse constantemente de un sistema de relaciones, creencias y valores
capaz de mantenerse y extenderse, con la colaboración de sectores
especializados de la población –científicos, economistas, intelectuales,
militares, operadores de comunicación– un consenso que permite la perpetuación
de las elecciones, la obediencia de las masas, la influencia en los gobiernos,
la orientación, el control. Para ello, actúa una compleja serie de
instrumentos operativos, organizaciones, asociaciones, grupos de influencia y
poderes derivados que responden a la cúpula, una suerte de pool de
ministerios y departamentos de servicios divididos por sectores y territorios.
El sistema
opera desde hace algunos siglos, se fortaleció luego de las dos guerras
mundiales y con un movimiento acelerado luego de la derrota del modelo
comunista soviético. El Dominio ha refinado y diversificado
progresivamente sus brazos operativos en todas las áreas, hasta construir una
sólida red global en la que lo público y lo privado se fusionan y se
entrecruzan bajo la dirección de los «maestros universales». Hablaremos de
esto en la última parte de nuestro artículo.
Fuente: EreticaMente.
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