domingo, 29 de enero de 2023

¿Quién gobierna en el mundo? Parte II

 

Nos preguntamos: ¿quién gobierna realmente el mundo? ¿Cuáles son los mecanismos que permiten a los poderosos aunar criterios y coordinar sus acciones? Aquí presentamos la segunda parte de un artículo –la tercera, mañana– que trata de responder a esas preguntas.


¿Quién gobierna en el mundo? Parte II


Roberto Pecchioli

El Viejo Topo

29 enero, 2023 

 


En la primera parte de esta tesis tratamos de dar respuesta a la pregunta sobre quiénes realmente ejercen el poder en el mundo, a través de dos niveles de investigación: gobiernan aquellos de los que no se puede “decir mal” y, en concreto, los señores del dinero, en particular la cúpula financiera que se ha hecho cargo de la emisión monetaria. Tristemente, reconocimos el papel secundario, si no servil, de la dimensión pública –el estado y la política– pero la pregunta quedó en parte sin respuesta. Se necesitaba hacer una serie de investigaciones.

La globalización –económica, cultural, política, productiva, financiera– perseguida durante mucho tiempo, única ganadora tras el derrumbe del comunismo real, ha llevado al crecimiento de un nuevo actor planetario dotado de un inmenso poder. Hablamos del conglomerado de personas, empresas, visiones de la economía y del mundo que poseen  la información y la tecnología digital, motor y combustible de la cuarta revolución industrial.

Son los gigantes de Silicon Valley (y más allá), reunidos bajo las siglas GAFAM (Google, Amazon, Facebook/Meta, Apple, Microsoft), junto al conglomerado de empresas, conocimientos y tecnologías que han revolucionado el mundo a través del descubrimiento de aplicaciones tecnológicas relacionadas con la informática, la automatización y el mundo de Internet en general, una revolución comparable al descubrimiento de las tecnologías del hierro y la máquina de vapor.

Al universo GAFAM muchos le suman NATU, el acrónimo que reúne a Netflix (entretenimiento), Tesla (líder de la robótica y la cibernética, creación de Elon Musk) y dos plataformas online –Airbnb y Uber– que han revolucionado el mundo inmobiliario, el transporte y la movilidad. Este grupo de gigantes –en gran parte integrado y basado en los EE. UU., aunque orientado a la desterritorialización– hizo posible el Nuevo Orden Mundial basado en el «capitalismo de vigilancia», la feliz expresión acuñada por Shoshana Zuboff. Es decir, constituyó una nueva forma de poder: la recolección, acumulación, cruce, uso, venta y compra de datos y metadatos, es decir, información sobre todo y todos. En palabras claras: espionaje universal disfrazado de «transparencia».

Otro nombre colectivo de dicho sistema es Big Data. El poder se ha convertido en biopoder –es decir, mando, control y vigilancia de la existencia cotidiana de personas e instituciones– e incluso en biocracia, dispositivo organizado de control de la vida, a partir del cuerpo físico de los individuos. El programa de biopoder prevé la superación de la criatura humana a través de la hibridación con la máquina –implante de microchip, inteligencia artificial, robótica, cibernética– facilitada por las extraordinarias posibilidades de unos nuevos conocimientos, reunidos en las siglas NBIC, nanotecnología, biotecnología, tecnologías de la información y cognitivas, ciencia o neurociencia.

De la interacción de estas herramientas tecnológicas, poseídas en régimen de oligopolio, protegidas por la intangibilidad de la (gran) propiedad privada con el sistema de patentes y derechos de propiedad industrial, desciende la nueva y extremadamente insidiosa ideología de las élites, el transhumanismo. La punta de lanza de este proyecto es el Foro Económico Mundial dirigido por Klaus Schwab, cuyo teórico de referencia es Yuval Harari, escritor futurista, instrumento privilegiado en la agenda de los líderes tecnológicos y señores del dinero.

Comanda la alianza entre las grandes empresas tecnológicas posindustriales –que han revolucionado el comercio (Amazon), la comunicación (Facebook, Twitter), dominan Internet (Google) y poseen las habilidades, de investigación e industrial principales que han cambiado el mapa no sólo económico del mundo (Apple, Microsoft, IBM).

En pocos años, el oligopolio tecnocientífico se ha convertido en el centro neurálgico de la globalización, dotado de ideología y gobernanza global y ha entrado a toda máquina en el salón de las altas finanzas. Ese mundo absolutamente nuevo no hubiera podido enfrentarse al brazo secular y vanguardia del Dominio si no fuera en sinergia y alianza con los señores del dinero, los primeros mentores y generosos financistas. Si hoy hombres como Bill Gates, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Elon Musk, Ray Kurzweil –gurú de Google y transhumanista convencido– Ray Dalio, Vinton Cerf y algunos otros están en la cima de la riqueza y el poder, es porque su genio indiscutible fue utilizado por las cúpulas del dinero, primero a su servicio, luego cooptado en una alianza estratégica.

Es la pinza que aprieta a los estados, la economía, los pueblos y los individuos en un proyecto totalitario artificialmente blando, el poder blando que no utiliza la fuerza bruta sino la inmensa superioridad de los recursos financieros, multiplicada por el control de las tecnologías utilizadas en la vida cotidiana, y el uso sabio de la neurociencia. Los medios se convierten en fines; de ahí una de las creencias populares más difíciles de desmantelar: su fin no es (ya) el dinero, sino el dominio sobre la humanidad, hasta la modificación de la condición humana en el transhumanismo. El dinero es una herramienta, no el fin: sería simplista para quienes se han apropiado de la emisión monetaria y crean dinero de la nada, prestándolo a los Estados.

Estamos en el centro: el mundo –o al menos el Occidente colectivo del que somos una rama– está en manos de una alianza estratégica entre el Dinero –representado por el sistema financiero (bancos centrales, fondos de inversión, corporaciones multi y transnacionales (transnacionales, otro acrónimo maldito que no explica cómo son las cosas) y empresas de tecnología avanzada.

Como es el arado el que traza el surco, pero es la espada la que lo defiende, este Mammon posmoderno dispone de una serie de herramientas operativas: los ejércitos occidentales, especialmente el estadounidense, con las numerosas agencias privadas y organizaciones de tapadera (muchas ONG lo son) que integran y hacen planetario su poder. En el pasado, no conspiradores paranoicos sino al menos tres presidentes estadounidenses advirtieron contra este coágulo todopoderoso: Woodrow Wilson (quien también favoreció su ascenso y fue protagonista del nacimiento del banco central, la Reserva Federal), FD Roosevelt y Dwight Eisenhower, quien en 1961, en su discurso de despedida de la Casa Blanca, dijo lo siguiente: “América debe estar atenta a la adquisición de influencia injustificada por parte del complejo militar-industrial y al peligro de convertirse en prisionero de una élite científico-tecnológica.

Pero si podemos identificar nombres y rostros del biopoder tecnológico, nos resulta más difícil identificar a los señores del dinero. En primer lugar porque durante mucho tiempo se han encubierto, evitando aparecer y aparecer, titiriteros tras bambalinas, como apuntaba Benjamin Disraeli, primer ministro de la Inglaterra imperial, ya en el siglo XIX. Se trata principalmente de dinastías sin corona que se han pasado el testigo durante generaciones; se le pertenece por derecho de sangre y por matrimonios entre descendientes de las grandes familias, como en las familias nobles del pasado. El nombre más conocido es el de los Rothschild, israelitas de origen alemán que se han asentado estratégicamente durante siglos en las capitales políticas y financieras del mundo. Su poder y riqueza no se pueden calcular; han pasado por guerras y revoluciones, a menudo financiando a ambos bandos en guerra; instalaron y derrocaron gobiernos y regímenes con el arma del dinero y la deuda, financiando facciones o líderes políticos; dominan el mercado del oro, cuyo precio se fija con ellos en Londres.

Meses atrás, un Rothschild rompió la reserva tradicional de la dinastía al proferir términos violentos a favor de la guerra contra Rusia. Los de Red Shield (rot schild) no son los únicos y con las demás dinastías y familias, Morgan, Sachs, Rockefeller, Warburg y unas cuantas más, forman un formidable cartel que sostiene el mundo financiero pero también la cadena industrial, energía y alimento del planeta. Un ejemplo de confidencialidad son los McKinley, dueños de Cargill, el gigante de los granos: no cotizan en Bolsa, son dueños de inmensas áreas cultivadas en el mundo, barcos, silos y puertos. De ellos depende que pueblos enteros puedan alimentarse y a qué precio. En muchos ganglios del sistema es relevante el componente de ascendencia judía.

El poder de los fondos de inversión es enorme, conglomerados financieros más poderosos que la mayoría de los estados nacionales, que dominan y dirigen los mercados; en gran medida «son» el mercado. La mayor, Black Rock, gestiona activos por valor de diez billones de dólares (dos veces y media el Producto Interior Bruto de Alemania, cinco veces el de Italia). Su máximo ejecutivo, Larry Fink, es uno de los hombres más poderosos del mundo, y Black Rock ahora se ha hecho cargo de la economía y los recursos de la desafortunada Ucrania.

No obstante, los grandes fondos, de los cuales solo Allianz Group –la galaxia Rothschild– tiene su sede en Europa –Vanguard Group, Fidelity Investments, State Street Global, Capital Group, Goldman Sachs Group– siguen siendo herramientas, aunque de importancia primordial. El poder está en manos de la cúpula de grandes familias del dinero y gigantes tecnológicos, a la sombra del Estado Profundo, el aparato militar y secreto de la anglosfera. Una red complicada y densa de participaciones cruzadas significa que Mammon, el núcleo dominante de las empresas financieras, tecnológicas y las corporaciones multinacionales (TNC), está compuesto por un número increíblemente pequeño de sujetos. La oligarquía es reticular, muy bien estructurada, pero el nivel superior está formado por muy pocas personas naturales con un poder casi ilimitado.

Un capítulo esencial se refiere, en el mundo contemporáneo, al poder de quienes gestionan y controlan las redes de comunicación y la estructura de Internet, la autopista digital por la que transitan todos los datos, transacciones, ideas, actos, decisiones: el sistema nervioso central de un mundo dominado por la información y la velocidad, en tiempo real. En este contexto, la cúpula occidental –en la sinergia habitual entre grandes sujetos privados y estructuras de los Estados líderes, EE.UU., Israel, Gran Bretaña– mantiene una primacía relevante, socavada por el Estado nacional más grande, China, a la vanguardia de la tecnología de las comunicaciones sobre fibra 5G, semimonopolio en la posesión y procesamiento de las Tierras Raras, los diecisiete elementos de la tabla periódica de Mendeleev sobre los que se sustenta el desarrollo y la funcionalidad de los procesos tecnológicos, científicos.

Quien controla todo esto y las fuentes de energía que sustentan los modelos de desarrollo, producción y reproducción del dominio domina el mundo y está destinado a imprimirlo en ideas, modos de vida, en la elección de gustos, valores y principios. Las dinastías del dinero se llevan la parte del león, pero la hegemonía está hoy en discusión por el surgimiento de nuevos sujetos arraigados en el hemisferio oriental. La observación empírica, incluso antes de la férrea lógica geopolítica, muestra que las crisis actuales –incluso el conflicto entre Rusia y la OTAN a través de Ucrania– son jugadas de ajedrez en el «gran juego» por el control de los recursos mundiales, de los flujos financieros que los mueven, de las principales rutas comerciales.

Nuestra cartografía no puede olvidar que el poder del dinero es inerte en sí mismo y debe nutrirse constantemente de un sistema de relaciones, creencias y valores capaz de mantenerse y extenderse, con la colaboración de sectores especializados de la población –científicos, economistas, intelectuales, militares, operadores de comunicación– un consenso que permite la perpetuación de las elecciones, la obediencia de las masas, la influencia en los gobiernos, la orientación, el control. Para ello, actúa una compleja serie de instrumentos operativos, organizaciones, asociaciones, grupos de influencia y poderes derivados que responden a la cúpula, una suerte de pool de ministerios y departamentos de servicios divididos por sectores y territorios.

El sistema opera desde hace algunos siglos, se fortaleció luego de las dos guerras mundiales y con un movimiento acelerado luego de la derrota del modelo comunista soviético. El Dominio ha refinado y diversificado progresivamente sus brazos operativos en todas las áreas, hasta construir una sólida red global en la que lo público y lo privado se fusionan y se entrecruzan bajo la dirección de los «maestros universales». Hablaremos de esto en la última parte de nuestro artículo.

Fuente: EreticaMente.

 *++

No hay comentarios: