MARCELO COLUSSI. El sujeto que se viene
Insurgente.org
/ 27 enero 2023
¿Un
nuevo sujeto?
Las tecnologías, como
fue siempre a través de la historia, sirven para desarrollar las fuerzas
productivas. En otros términos: son instrumentos; pero no son ellas las que
deciden la marcha del mundo, sino la forma en que son utilizadas socialmente.
De todos modos, la rapidez vertiginosa y la profundidad que va teniendo la actual
super revolución tecnológica en curso -infinitamente más profunda que la
revolución industrial dieciochesca- marca de tal modo al sistema que abre
interrogantes sobre cómo seguirá la sociedad global, hacia dónde va, y si podrá
estar realmente al servicio de toda la población en algún momento, o seguirá
perpetuando (o ampliando) las diferencias y la explotación, tal como sucede
ahora.
En
otros términos: el problema no está en la herramienta tecnológica propiamente
dicha sino en el proyecto humano en el cual se inscribe. Un martillo puede
servir para clavar un clavo o para romperle la cabeza a alguien; la energía
atómica puede servir para iluminar toda una ciudad o para hacerla volar por el
aire. La cuestión está dada por las relaciones sociales en que los avances
tecnológicos ocurren; sin embargo, las actuales tendencias de la tecnología
(mundo digital, inteligencia artificial) no solo cuestionan sobre cómo el
capitalismo dominante las implementará, sino también sobre el sujeto a
que están dando lugar.
Está claro que en el
mundo que se abrió con el capitalismo desde hace ya un par de siglos, todo
adelanto en las herramientas -la navegación a vela, la máquina de vapor, el
ferrocarril, la producción en serie, la electricidad, las comunicaciones
masivas, la informática, la robótica- ha favorecido siempre a la clase
dominante. Toda mejora en los instrumentos de trabajo y de vida cotidiana, si
bien llega como beneficio con cuentagotas a las grandes mayorías populares,
favorece en principio, y fundamentalmente, a los grupos hegemónicos, dueños de
los medios de producción. Las tecnologías que se vienen disparando desde fines
del siglo pasado, potenciadas de un modo fabuloso por los encierros a que forzó
la pandemia de Covid-19 (inteligencia artificial adaptativa, metaverso,
internet de las cosas con tecnología 5G, internet descentralizado (Web3),
superapps, realidad aumentada, plataformas en la nube especializadas por
sector) abrieron paso en forma tajante a algo que ya venía preformándose: todo
es “a distancia”, virtual: teletrabajo, teleconferencias, compras por internet,
educación en línea, sexo por aplicaciones, esparcimiento virtual en 3D…. Todo
este fabuloso instrumental tecnológico a disposición de la humanidad -o de
ciertos grupos, porque hay muchísima gente que sigue viviendo en el
subdesarrollo comparativo, que no tiene aún ni siquiera acceso a energía
eléctrica- ¿está creando un nuevo sujeto?
¿Cuál
es la imagen del ciudadano de a pie que se va construyendo hoy, no solo para la
producción, sino para todas las actividades humanas (estudio, diversión, tareas
domésticas, vida sexual)? Un sujeto sentado ante una pantalla.
Se ha
dicho (Cabrera, 2022) que “Con las restricciones del contacto humano [que
provocó la pandemia y que van quedando incorporadas en la “nueva
normalidad”] hay pérdidas importantes [en el proceso de
subjetivación], pero que no se visibilizan suficientemente con los avances
de la posmodernidad, que tienen que ver con el dominio de la inteligencia
artificial, y la digitalización de la vida. En consecuencia, funcionar con un
contacto humano mediatizado o muy restringido representa un duelo cultural”.
¿Estamos
ante un nuevo sujeto humano o ante nuevas subjetividades? Argumentado desde
distintos lugares teóricos (marxismo y psicoanálisis) no puede decirse que
estemos ante la “muerte” del sujeto sino, en todo caso, ante una reconfiguración,
un estilo nuevo. Hay modalidades globales del capitalismo como sistema que
imponen un sujeto nuevo, un sujeto que se adecua a esa realidad sociopolítica,
económica, tecnológica; pero las subjetividades del ser humano, en su
estructura, en su esencia, siguen más o menos iguales.
Definitivamente, sí hay
un duelo en relación a muchas formas de la interrelación humana conocida hasta
ahora (por ejemplo: el sexo fue siempre de “carne y hueso”, presencial. ¿Se
reemplazará con sexo remoto a través de lentes tridimensionales y pants con
sensores para contactarse con una pareja que puede estar en las antípodas del
globo terráqueo?) Pareciera que vamos hacia un nuevo sujeto y una nueva forma
de conocer, de transmitir ideas y sentimientos, de actuar en el mundo. Todo eso
cambia radicalmente, pero la subjetividad no.
El
“hombre nuevo” levantado años atrás en el socialismo era una brillante idea
romántica. Hay que formar un nuevo ser humano, pero eso no se da
por un acto voluntario. Ese hombre nuevo era un hombre “bueno”, con una enorme
voluntad. Mas no se puede ser “buena gente” y solidarios por decreto. Vemos que
el socialismo no crea eso automáticamente: el modelado de una nueva
subjetividad es un proceso sumamente complejo, arduo. En todo caso esa nueva
subjetividad, ese hombre nuevo se podrá crear si hay un nuevo
ámbito global, un marco político social, cultural, civilizatorio en su sentido
más amplio. Se podrá dar luego de muchas generaciones, que moldearían nuevas
modalidades de relacionamiento.
Lo que vemos es que,
más allá de buenas voluntades, el machismo, el racismo, el autoritarismo, el
centralismo, todas eso que podríamos llamar “lacras” (concepto a discutir, por
cierto), no desaparecen por decreto. El actual presidente de Rusia, Vladimir Putin,
fue formado en la ortodoxia marxista, siendo todo un cuadro del Partico
Comunista de la Unión Soviética; y hoy, luego de haber apoyado el bombardeo del
Kremlin con el que se dio por terminado el socialismo, representa intereses de
un rapaz capitalismo no distinto al de las potencias occidentales. ¿Qué
significa eso? Que los cambios profundos en la subjetividad necesitan muchas
generaciones. El hombre nuevo fue una idea encomiable, pero que no podía
prosperar rápidamente en una nueva sociedad que se comenzó a edificar, porque
la gente de izquierda, los comunistas, los revolucionarios, son producto de la
construcción de un sujeto centrado todavía en el autoritarismo, en la propiedad
privada, el patriarcado. Todo eso por decreto, por voluntad, no se cambia. Construir
una nueva subjetividad es algo más profundo. Tampoco lo consigue mecánicamente
esta nueva cultura digital a la que ahora estamos asistiendo. ¿O sí?
El
mundo que se nos viene
Hay
una idea interesante en Freud, que no era un comunista precisamente, pero
resultó un subversivo, un revolucionario en sentido ético en el campo de las
ideas, expresada un par de años después de la revolución rusa de 1917, al
observar ese proceso. Considerando que ahí se da un nuevo marco cultural,
pensaba -no sin razón- que de allí, quizá en un futuro, podría salir un nuevo
sujeto, no tan atado a su neurosis, más libre quizá. Conclusión: si existe un
contexto social nuevo, de ese fermento puede surgir un sujeto nuevo.
El
mundo que estamos viviendo ahora, escenario post pandemia donde el
distanciamiento social se hizo norma, introdujo profundos cambios llegados para
quedarse. Es este mundo digitalizado el que cada vez gana más terreno
estableciéndose como hegemónico, aunque haya regiones del planeta donde todavía
persiste el arado de bueyes o se utiliza la leña como principal combustible,
atado a supersticiones milenarias mágico-animistas. El mundo está pasando a
ser, con grandes diferencias aún entre distintos países, un mundo
digital, marcado en forma creciente por las comunicaciones velocísimas y la
inteligencia artificial.
“No
hay progreso”, pudo decir Lacan. Esto debe entenderse en el sentido que las
pasiones humanas, el deseo, la relación con el poder, se mantienen. Lo que
vimos de las experiencias socialistas, al menos hasta ahora, lo confirma.
Cambia lo político-social: hay avance, hay progreso en la forma en que se arman
las sociedades: ya no hay esclavismo, aunque siga habiendo explotación de la clase
trabajadora. Ya no hay cinturón de castidad, aunque perdure el patriarcado. “En
el Medioevo me hubieran quemado a mí; ahora los nazis queman mis libros. ¡Hemos
progresado!”, pudo decir sarcástico Freud cuando marchaba al exilio. Pero
entonces lo subjetivo, ese sujeto deseante que somos, ¿será que cambia tanto
por el uso del celular o de la computadora, por las aplicaciones de citas o por
una lente tridimensional de realidad virtual? Estos cambios
sociales-económicos-tecnológicos no afectan forzosamente nuestra subjetividad.
Con todas estas transformaciones procedimentales ¿somos “mejores” o “peores”
seres humanos? (pregunta torpemente planteada así). ¿Amamos más o amamos menos
de esta manera?, ¿se ama más a los juguetes sexuales que a la gente de carne y
hueso? Lo que sí es evidente es que vamos entrando en un mundo donde la
relación interhumana se problematiza. ¿Ya no habrá sindicatos
entonces? ¿Gente en la calle manifestando? ¿Todo se hará en el metaverso?
Toda la parafernalia
tecnológica que instaura el mundo digital, de momento al menos en los marcos
del capitalismo dominante, no sirve en absoluto para fomentar ninguna
liberación. Habrá que establecer otro marco social para que esas herramientas
sirvan a la causa humana. Los robots podrían hacernos trabajar menos dejándonos
más tiempo libre para otros disfrutes; la realidad es muy otra: gente queda
desocupada, los precios de los productos no bajan y las diferencias económicas
entre los que más tienen y los desposeídos se agigantan.
No es
posible demostrar que con esta cultura digital que se va imponiendo, con una
inteligencia artificial que parece saberlo todo y nos asiste en todo (ahí están
los chatbots, por ejemplos) nos tornemos más fríos en términos humanos,
despersonalizados, distantes; lo que sí es evidente es que nos transforman, o
intentan transformar, en más manipulados.
Las
tecnologías solas no modifican el proyecto humano en términos subjetivos. A
veces pareciera que tienen vida independiente. Se inventaron el robot o la
computadora, prodigios de inteligencia artificial, pero no sabemos los alcances
finales de eso, si podrán terminar manejando a la especie humana, o si eso no
puede pasar de ciencia ficción. En la película “2001: Odisea del espacio”,
de Stanley Kubrick, la inteligencia artificial finalmente es más inteligente
que la humana y termina suplantando al ser humano. Si vemos a éste desde una
perspectiva freudiana, de compulsión a la repetición y pulsión
de muerte, sí parece que nos podríamos estar acercando al final de la
civilización, por la catástrofe medioambiental en curso o la posibilidad real
de guerra nuclear devastadora.
El
socialismo es una esperanza para lograr un ser humano distinto, quizá no más
bueno y bondadoso, sino con ordenamientos sociales más solidarios,
superando el individualismo hedonista que se ha ido construyendo con el
capitalismo consumista. Se pueden crear condiciones para que las relaciones
humanas sean menos monstruosas y se salga del “homo homini lupus”. Si
son relaciones de poder las que construyen al ser humano, si eso es parte del
drama que nos constituye, puede apostarse por crear relaciones nuevas. Las
tecnologías actuales podrían facilitarlo; hoy, como están dirigidas, no lo
parece.
La
cuestión está en si todo esto nos está convirtiendo en robots o no, si en
términos de subjetividad es peligroso o no. El peligro está en la
implementación que los poderes dominantes hacen de esto, porque la gente, que
en lo sustancial como seres humanos no ha cambiado, sigue protestando, teniendo
momentos de felicidad y momentos de angustia, miedos y aspiraciones. Todo
indica que las fantasías y temores humanos fundamentales no difieren en lo
básico, y aunque hay diferencias de clase, no pareciera haber diferencias en la
estructura psicológica profunda, entre el sujeto de hace décadas, o siglos, y
el actual. Si algo debe espantarnos es la implementación que
se hace de este mecanismo tecnológico global.
Marcelo
Colussi
https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33
https://www.facebook.com/Marcelo-Colussi-720520518155774/
https://mcolussi.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario