Hay políticos que
permanecen décadas pegados a su sillón, y hay políticos que se desvanecen como
el polen arrastrado por el viento. Hernández Mancha está entre los últimos.
También Casado. Veremos que tal le va a Feijóo.
Efecto Feijóo: ¿Se acuerdan de un tal Hernández
Mancha?
El Viejo Topo
14 enero, 2023
La memoria
flojea muchas veces. Y lo que ocurrió hace apenas nada es como si hubiera
sucedido en el tiempo de King Kong, cuando el pobre gorila se cabreaba en la
cima del Empire State porque le habían robado, los humanos, la ternura de una
mujer a la que amaba con locura. Lo que está pasando en este mismo instante ya
es polvorienta y tersa piel de hemeroteca. A principios del último mes de
abril, Pablo Casado era una momia sin embalsamar, al aire las
tripas que olían a lo que huelen las traiciones: a barro espeso de cloaca. A mí
me daba igual que olieran a eso o a algo distinto. Fue uno de los personajes
que más he despreciado en los últimos tiempos. El cinismo. La pinta de aquellos
jóvenes pijos camisas azules que aglutinaba Fuerza Nueva cuando
la transición. Cómo mentía más que respiraba sin que se le moviera una pestaña.
Dicen que lo echaron porque denunció la presunta corrupción de Díaz
Ayuso. A santo de qué. Lo echaron porque quería sacarse de encima a la
competencia. No sabía en qué partido estaba. A quién se le ocurre denunciar un
caso de corrupción dentro de un partido considerado por la justicia una banda
criminal, corrupto hasta las cachas.
De eso hace
sólo unos meses y quién se acuerda de Pablo Casado, de su máster falsificado,
de sus disfraces de labrador, ganadero, mecánico de coches y tantos otros que
lo convertían en un ridículo imitador de Peter Sellers haciendo
del inspector Clouseau. Ahora quién sabe dónde andará el tan
aguerrido como breve líder del Partido Popular. Lo mismo que su compadre
Teodoro García Egea, que igual anda por las ferias de los pueblos participando
en concursos de lanzamiento de huesos de aceituna. Era lo suyo y a lo mejor
encuentra ahí una forma de ganarse la vida. ¡Vaya pareja, dios, vaya pareja!
El caso es que
después de zamparse sin miramientos a su joven líder, el PP miró a los cielos
de Galicia y subió a los altares de la salvación a Alberto Núñez
Feijóo, presidente en el gobierno de su tierra durante varias
legislaturas. Cuando escribo su nombre ya empieza a caerme mal: cómo me cuesta
poner el acento en la primera “o” de su segundo apellido al teclear en el
ordenador. No hay manera de que el acento caiga donde le toca. Sobre lo de
zamparse sin miramientos a su líder, me viene a la cabeza que es eso lo que les
gustaría conseguir a García Page y Lambán con Pedro Sánchez. A ver si les llega
una buena oferta del PP —como hicieron con Leguina— y dejan tranquilo al
presidente del gobierno y jefe del partido desde que consiguió sobrevivir al
golpe de sus coroneles.
El
encumbramiento de Núñez Feijóo (maldito acento) parecía el de las
proclamaciones imperiales romanas. Mogollón de cornetas y tambores. Solo faltó
un desfile por tierra, mar y aire del poderío militar para convertir el
acontecimiento en el Día de la Patria. De la suya, claro. Una
pomposidad desacomplejada que quería ocultar, precisamente, los complejos de un
partido que no encuentra su lugar en una democracia que siempre le vino
demasiado grande. Un partido que empieza a gestarse en 1986, cuando Fraga
Iribarne dimite de su presidencia en Alianza Popular y hay
unas primarias para designar a su sucesor. Dos nombres saltan a la palestra en
esas primarias: Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y Antonio
Hernández Mancha. Venía el primero de una larga trayectoria institucional y
orgánica con la UCD de Adolfo Suárez, a quien le segó la
hierba siempre que pudo. El otro candidato a suceder a Fraga en los
mandos de AP había ocupado algunos cargos orgánicos y en las instituciones
andaluzas. Parecía que tenía algún tic nervioso, no paraba quieto, graciosillo
con su gracia andaluza, como diría el tópico folclórico y peliculero del
franquismo. Tenía un problema: no era diputado y no se podía medir en el
Congreso con Felipe González, entonces presidente del gobierno
socialista. Intentó una moción de censura y ahí se lo comió vivo Alfonso
Guerra: graciosillo contra graciosillo. En 1989 Fraga disuelve AP y funda el
PP. Sería él mismo su primer presidente. Su escudero en la secretaría general
se llamaba Francisco Álvarez Cascos, Paco para los amigos de entonces. El
siguiente sucesor del padrino gallego sería otro que tal llamado José
María Aznar. Escribo su nombre y me entran ganas de sacarme un billete
para Groenlandia, que no sé muy bien dónde cae, pero seguro que muy lejos.
Si en aquel
tiempo hubieran existido los memes esos de los móviles, no habría habido
bastantes para retratar a Hernández Mancha. Era la risa. Imposible tomarse en
serio a aquel personaje. Bueno, yo lo recuerdo así. A lo mejor hay otra gente
que lo recuerda de otra manera. Duró dos años en el cargo. Harto ya de tanta
burla, Fraga refundó el partido en 1989 y de ahí surgiría el actual Partido
Popular. El pobre Hernández Mancha hizo mutis por el foro. Ni aplausos de nadie
y aún menos de los suyos. Quién se acuerda de un tal Hernández Mancha ahora
mismo. El salvador de AP acabó arruinando el partido. Lo mismo que le va a
pasar al PP si no se quitan pronto de encima al señor de los acentos difíciles.
Llegó por
aclamación a dirigir los destinos de su partido. Le hacían la ola. Buscaban la
foto con el líder supremo allá donde estuviera. La tensión interna y la que se
vivía en las instituciones por culpa —parece ser— del joven que se parecía a
los jóvenes de Fuerza Nueva se había acabado. Venía el pacificador, el líder
que el PP necesitaba para no convertirse en una mala copia de Vox. La
moderación. El sentido de Estado. Todo equilibrio para que España no pareciera
un país de grillos. El Consejo General del Poder Judicial no
tardaría en renovarse: fue su primer compromiso. Otro señor que no sabía en qué
partido estaba, a pesar de liderarlo en Galicia desde hace la tira de años.
Como Hernández Mancha, no era diputado y no podía medirse con Pedro
Sánchez. En cuanto se vino de Galicia fue lo primero que me dije: ya
está aquí el hermano gemelo de Hernández Mancha. Pronto nos mearemos de la
risa. Ni renovación tranquila del Consejo General del Poder Judicial ni nada
que se le parezca. En el PP ya se sabe quién manda. Una de las veces en que
acudió el pobre Feijóo al Senado llevaba una chuleta que le había mandado El
Mundo y unos apuntes que acababa de tomar en la entrevista
radiofónica con Jiménez Losantos. Pobre Feijóo. Además, pronto empezó a
demostrar que no sabía nada de nada, que era un ignorante de manual, que su
juramento de moderación interna y externa reculaba hasta dejar atrás las
astracanadas de su rival Díaz Ayuso. El aclamado líder era ya una marioneta
manejada sin contemplaciones por Miguel Ángel Rodríguez —el agente futbolístico
Mendes en el terreno de la política—, los medios afines y las empresas del
dinero que exigen su devolución con intereses estratosféricos. El fantasma de
Hernández Mancha se le aparecía en sus pesadillas nocturnas. Escuchaba
carcajadas por todos los rincones del sueño. ¿Se ríen de mí?, le
preguntaba a un paciente Fraga que ve desde el más allá cómo se le hunde el
chiringuito igual que le pasó con Alianza Popular. Pues claro que se ríen de ti,
le contesta, y con motivos. Y aún añadía algo más cruel el jefe emérito de la
banda: ¿o es que crees que te eligieron a ti porque eras el más listo de la
cuadrilla? El pobre Feijóo llora como el niño que no supo defender la fortaleza
de la familia. Es sólo carne apaleada por los memes. Y llora y sigue llorando
desconsoladamente, como si estuviera viendo la última secuencia de Titanic o Lo
que el viento se llevó.
La memoria es
corta. Lo de ayer es ya del tiempo de King Kong y las aves gigantes que eran
como dinosaurios voladores. Si ustedes van a las hemerotecas y repasan en un
rato la vida y milagros de un tal Hernández Mancha verán cómo al pobre líder de
los acentos imposibles le quedan dos telediarios, un editorial de El Mundo y
media entrevista radiofónica con Jiménez Losantos. Mira que
si en Galicia ya tampoco me quisieran… rumia para sí mismo el pobre Feijóo
al pensar en su regreso a la tierra que lo vio nacer. Al final resulta que el
único con un porvenir más o menos asegurado va a ser el lanzador de huesos de
aceituna… ¡Qué gente, dios, qué gente!
Fuente: infolibre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario