No hay retaguardia
DIARIO OCTUBRE
/ agosto 25, 2022
Mientras
alertaba al mundo de actos de especial crueldad que Rusia cometería el Día de
la Independencia de Ucrania, Ucrania continuaba con su rutina habitual, que en
Donetsk implica desde finales de mayo bombardeos aleatorios y sin más sentido
militar que atemorizar a la población. Sin ataques que causen un número de
víctimas tan elevado que pudiera causar titulares, los ataques contra Donetsk
no han dejado de causar un goteo constante de víctimas y una treintena de
civiles mueren a la semana a causa de bombardeos ucranianos sin ninguna
posibilidad de crear facilidades para una ofensiva. A lo largo del día de ayer,
los bombardeos se repitieron y en esta ocasión fue golpeado un centro
comercial. Como pudo comprobar la prensa, el día anterior, los bombardeos
fueron más caóticos, causando daños en numerosas zonas de la ciudad y dejando
claro que no hay lugar seguro.
La llegada más ruidosa se produjo en la zona del río, prácticamente bajo mi ventana. Entonces la ciudad empezó a temblar de las explosiones y del sonido de las alarmas de los coches. Más explosiones y más sirenas. Las calles del centro se vaciaron rápidamente. Parece que Donetsk ha empezado a acostumbrarse a que el centro haya dejado de ser intocable. Los residentes de los distritos Petrovsky y Kievsky contaron a la prensa en primavera que iban al centro para tomarse un descanso de la eterna tensión de la espera: ¿Dónde explotará la siguiente y cuándo?
Los bombardeos
no habían decaído cuando me preparaba para un corto viaje. Metí al coche toda
una caja de apósitos. Fueron producidos en 1984, pero en casos extremos pueden
valer [hace tiempo que encontrar medicamentos y material para el botiquín se ha
complicado en Donetsk-Ed]. Apagué la radio, me puse el chaleco antibalas
y bajé las ventanas. ¿El cinturón? Hace mucho que aquí no me ato el cinturón,
que está atado por detrás para que el coche no haga ese sonido tan desagradable.
Las calles en
el centro estaban bloqueadas. En un chat interno de periodistas, se había
transmitido una petición de la administración y las autoridades militares de no
publicar los lugares en los que se habían producido daños para que así los ucranianos
no pudieran corregir el fuego. Se esperaba un segundo bombardeo a partir de
esos datos. Así ocurrió hace tres semanas, cuando dispararon contra el funeral
en el que se daba el último adiós a la legendaria Korsa.
La primera
parada fue al lado del río, donde había explotado un proyectil en el patio. No
se había salvado ninguna ventana, pero no había muertos. Después, el Donetsk
antiguo, el centro histórico. Aquí las bombas habían caído cerca del edificio
del Ministerio del Interior. Las ventanas estaban rotas y las señales a ambos
lados de la carretera, dobladas. En un viejo y oxidado coche, congelado en el
cruce, estaba Ruslan, un taxista nacido en 1951, enterrado en el volante. El
impacto le arrancó toda la parte delantera del cráneo, es probable que muriera
en el acto. Junto al coche, en estado de shock, un pasajero deambulaba cubierto
de sangre. Su esposa estaba sentada en el suelo, llorando. Intenté calmar al
pasajero, Sergey, diciéndole que había nacido de nuevo. Pero apenas podía
escucharme, con sus dedos ensangrentados intentaba hacer funcionar su iPhone
lleno de sangre, pero la pantalla no entendía sus toques. Decía que todo había
pasado muy rápido, un bang y ya está. Todo estaba cubierto de
sangre.
El proyectil
yacía exactamente en medio de las vías del tranvía. Los agentes recogían los
fragmentos y los colocaban en la bolsa de pruebas. Pregunté: “¿De qué calibre?”
“155
milímetros, tres ejes, americano. Ahora llegará alguien de la
oficina de la Fiscalía, porque hay un fallecido, ellos llevarán la cuestión”.
Conduje un
kilómetro, donde había habido otra explosión en un edificio de pisos sobre el
supermercado Moloko.
“Tres heridos”,
me explicó un guardia. “No han tenido tiempo de correr hacia la tienda. No son
muy graves, ya se los han llevado las ambulancias”.
A la entrada,
en un café hípster, una chica con un piercing en la nariz que barría los restos
de la metralla me confirmó: “Todos estábamos vivos y bien”.
Un hombre mayor
se acercó a mí y me detuvo, confundiéndome con un militar: “¿Desde dónde han
disparado, desde Avdeevka?”. Le expliqué que a ese calibre le da igual desde
dónde dispare, pueden disparar proyectiles de 155 milímetros por toda la
ciudad, “no hay retaguardia”. Una mujer llorosa se acercó a nosotros: “No
encuentro a mi madre. No hay nadie en casa, no responde al teléfono. ¿Cómo
puedo encontrarla?”
Asumí que era
una de las personas heridas que se acababan de llevar los médicos. Pero me
callé. ¿Qué pasa si no lo es? Le aconsejé llamar a la policía, es a ellos a
quienes los hospitales transmiten los datos de muertos y heridos.
En el patio
detrás del supermercado, en las escaleras de un caro salón de belleza, había
una chica, Yulia, que no podía dejar de mirar a su coche, cubierto de ramas.
Intenté consolarla diciendo que en mi coche también se había quedado sin
ventanas y las había tenido que cambiar el día anterior. Pero me miró sin
entender nada: “El coche está partido por la mitad. Le ha caído una losa de
cemento encima”. Es verdad, al fijarse se puede ver que, debajo de todas esas ramas,
hay una gran losa de cemento gris. La explosión había arrancado parte de un
balcón.
Yulia explicó
que no había tenido tiempo de llegar al sótano cuando empezó el bombardeo del
centro de la ciudad, pero que había podido ponerse a cubierto junto a una pared.
Es extraño escuchar estas cosas de una glamurosa mujer joven, pero esto es
Donetsk y aquí cada persona sabe cómo tiene que actuar durante un bombardeo.
Nos consolamos unos a otros diciendo “estamos vivos y coleando, todo saldrá
bien”. ¿Qué más podemos hacer?
FUENTE: Dmitry
Steshin
VÍA:slavyangrad.es
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