Hoy
hace diez años fallecía Paco Fernández Buey. Luchador incansable contra el
cansancio y la catástrofe, comunista libertario, marxista singular, siempre
comprometido con los más desfavorecidos. Sigue presente en nuestra memoria y
nuestras luchas.
Qué quiere decir ser pacifista ahora.
El Viejo Topo
25 agosto, 2022
No fechado, seguramente es un texto de 1999. Fue escrito durante (y contra)
los bombardeos otánicos sobre las principales ciudades de la destruida
República Federal de Yugoslavia.
Una de la
operaciones más hipócritas, entre las muchas declaraciones hipócritas a las que
estamos asistiendo en estos días, es la utilización, por parte de los
cortesanos dedicados a lavar la cara de los dirigentes de la OTAN, de textos
sueltos de pacifistas históricos, como Russell o Einstein, contra los
pacifistas y antimilitaristas de hoy, o sea, contra todas aquellas personas que
habiendo criticado la discriminación étnica practicada por el régimen de
Milosevic y habiendo exigido la autodeterminación de Kosovo propugnan al mismo
tiempo el cese inmediato de los bombardeos sobre la RFY [República
Federal de Yugoslavia] y una salida político-diplomática, no militar, al
conflicto de los Balcanes. Russell escribió y luchó también contra la primera
guerra mundial y, aún más radicalmente, contra la invasión norteamericana de
Vietnam. Y Einstein no fue solo pacifista de la primera hora, durante la
primera guerra mundial, sino también de la última que lo tocó vivir: la llamada
“guerra fría”, en la que denunció tanto el autoritarismo de unos como, sobre
todo, lo que llamó “el poder desnudo” existente entonces en el lugar en que
vivía, los Estados Unidos de Norteamérica.
Así que
convendría poner las cosas en su sitio. Voy a intentarlo.
Todas las
comparaciones entre la situación existente desde 1990 en los Balcanes y las
guerras anteriores son inexactas, inapropiadas. Es inexacta la comparación
habitual con la guerra de España cuyo eje y motivo principal fue la cuestión
social: la guerra civil española no fue una guerra entre
etnias o comunidades del estado español. Es inexacta la comparación con la
segunda guerra mundial provocada por el expansionismo del nacional-socialismo
hitleriano: la Serbia de hoy no es la Alemania de 1939 y si hay alguien
interesado en modificar fronteras en esa zona a su favor ese alguien está
dentro de la Alianza Atlántica. También es inexacta la comparación con la
primera guerra mundial, en la que el conflicto de intereses entre potencias
imperiales jugó un papel esencial: lo que queda de la RFY no es un imperio; lo
que queda de los aliados de la RFY, la antigua URSS, tampoco lo es ya; si hay
alguna acepción razonable para la palabra “imperio” hoy en día esa acepción
solo puede emplearse para los Estados Unidos de Norteamérica, que es la
potencia central en esta guerra.
La forma que ha
tomado esta guerra a partir de la decisión de la OTAN de bombardear las
principales ciudades de la RFY tampoco se puede comparar con lo ocurrido hace
unos años en el golfo Pérsico, aunque si nos atenemos a la estrategia del
Pentágono y a las armas que está utilizando la OTAN hay puntos de contacto con
ella. A lo que más se va pareciendo esta guerra es a lo ocurrido en el sudeste
asiático a partir de la intervención norteamericana en Vietnam y Camboya.
Además de la destrucción de Vietnam, el efecto indirecto de aquella
intervención, particularmente en Camboya, fue desastroso: desató uno de los
genocidios más terribles de la historia de la humanidad que solo se detuvo a
partir de una nueva intervención, la de un Vietnam, desangrado pero victorioso,
en Camboya.
No hay duda de
que la limpieza étnica había empezado en Kosovo antes de la intervención de la
OTAN. Existen numerosas pruebas de ello. Pero en ese período había todavía un
potente movimiento de oposición a Milosevic en Belgrado que se manifestó en la
calle con la participación de cientos de miles de personas, muchas de ellas
estudiantes y universitarios. Lo peor ha venido después de los
bombardeos: la discriminación en masa de los albano-kosovares, las
persecuciones, las vejaciones y la expulsión de sus hogares de casi todo un
pueblo.
Que una cosa
ocurra después de otra no quiere decir en todos los casos que
la primera sea causa directa de la segunda. Cierto. Pero precisamente en este
caso, como en el de Camboya, hay una relación de causa a efecto muy patente. Si
se piensa con calma no se puede aducir que esto que ha ocurrido después de
empezar los bombardeos estaba ya en el propósito del régimen de Milosevic. Lo
menos que puede decirse al respecto es esto: que las intenciones del un día
socialista, luego banquero y finalmente nacionalista, Milosevic, se han visto
favorecidas por la situación creada por los bombardeos. Las declaraciones de
los últimos albano-kosovares llegados a la frontera albanesa, o a Macedonia,
son inequívocas: ahora huyen sobre todo de las bombas, del hambre, del horror.
Son menos conocidas entre nosotros las declaraciones de serbios de Belgrado,
opositores o no al régimen de Milosevic, que están huyendo, por razones
parecidas, también a Macedonia o a otros países.
Un pacifista,
en el sentido socio-cultural de la palabra, no es alguien que tenga miedo a morir
en la guerra. En ese sentido pacifistas lo somos todos, en mayor o menor
medida. Tampoco es alguien que esté dispuesto a aceptar pasivamente la paz de
los cementerios, o sea, la tiranía, con tal de que no haya conflicto. Un
pacifista no es alguien que no quiera morir. Es alguien que no quiere matar y
que busca fórmulas para la resolución pacífica y racional de los conflictos. Un
pacifista de finales del siglo XX, que no sea fundamentalista o esencialista,
jamás aducirá en favor de su causa que está luchando contra el Demonio, como ha
hecho Blair. Un pacifista del siglo XX tiene que saber que aducir la Moral
(como si solo hubiera una Etica) en favor de su causa equivale a volver al
pasado, a la moral mesopotámica, a la descalificación por bárbaro del que no
sea de los nuestros, al olvido de que la barbarie de los nuestros ha sido
frecuentemente, a lo largo de la historia, la más horrorosa de las barbaries y,
sobre todo, equivale al olvido de que las declaraciones contra el Imperio del
Mal, en nombre de la Moral con mayúscula, están en el origen de numerosos
desastres históricos en los que acaban sufriendo todos los inocentes.
Este es el
caso. Un pacifista en esta guerra tiene que saber que los primeros en sufrir en
este conflicto han sido los albano-kosovares. Ellos han sido las primeras
víctimas de la primera barbarie (no hablo aquí de lo ocurrido en Bosnia). A
partir de ahí un pacifista tiene que preguntarse: ¿Qué hacer para parar ese
sufrimiento? ¿Había otras vías diferentes de los bombardeos? Personas razonables
que no se consideran pacifistas en pie de paz han contestado afirmativamente a
esa pregunta: las había, había otras vías, durante las conversaciones de
Rambouillet. Por ejemplo: una fuerza de interposición de las NN.UU. en Kosovo
que, según el corresponsal del New York Times, fue aceptada en
su momento por el parlamento federal yugoeslavo.
El argumento
más fuerte que he escuchado en favor de los bombardeos y descartando esa otra
salida, es éste: en los Balcanes estaba pasando ya algo muy parecido a lo
ocurrido en la Alemania nazi y, por tanto, para parar el holocausto había que
cortar de raíz su principio. Además, estaba el antecedente inmediato de lo
ocurrido en Bosnia. Comparto la sensibilidad moral de las personas que hablan
así, y más todavía si son judíos con memoria del ayer que se solidarizan con
musulmanes de hoy. No creo, sin embargo, herir la sensibilidad de estas
personas si digo que el argumento está equivocado. El “por tanto” que
pretende llevar a la conclusión no funciona bien aquí.
Precisamente
por lo que se sabía sobre Bosnia, por la sensibilización de la comunidad
internacional ante el antecedente y por la existencia de varios mediadores
favorables a una fuerza de interposición de las NN.UU. en Kosovo se habría
podido, hace tres meses, detener el propósito de Milosevic sin bombardear
objetivos civiles en Serbia. El principal aliado de Serbia, Rusia, estaba por
una solución así. Hubiera sido una de las primeras veces en la historia de las
NN.UU. en la que se habría podido solventar el veto de alguna de las grandes
potencias en el Consejo de Seguridad. No se hizo. La OTAN decidió por su
cuenta, y en un momento decisivo. Lo que estaba en juego (y lo sigue estando)
era: o una reestructuración democrática a fondo de las NN.UU. o una ampliación
de las funciones de la OTAN. Coincidiendo con el 50 aniversario de ésta, se ha
elegido lo segundo. Es razonable preguntarse por qué. Dicen que dijo Voltaire:
“Los hombres se sirven de las palabras para ocultar sus pensamientos y de los
pensamientos para justificar sus injusticias”. Creo que eso vale para los unos
y para otros (también para los nuestros). Y ahí hay una de las claves para
entender lo que está pasando.
Una vez
iniciados los bombardeos un pacifista no fundamentalista, amante de Russell y
de Einstein, tiene que saber también que el sufrimiento existente hace tres
meses se ha extendido mucho. Las víctimas son ahora habitantes de Kosovo que no
tienen por qué identificarse con Rugova ni con el ELK [Ejército de Liberación
de Kosovo], y habitantes de Belgrado y de otras ciudades serbias que no tienen
por qué identificarse con Milosevic ni con la oposición a Milosevic: son
víctimas civiles que no participan en la guerra, que no están armadas:
simplemente la sufren. Rebelarse contra el tirano ha sido un principio
ético-político bastante compartido a lo largo de la historia. Pero no conozco
ningún principio moral que dé derecho a alguien a bombardear a los de abajo
porque estos no acaban de rebelarse contra el tirano. Eso es inhumano. Las
expresiones “guerra humanitaria” y “daños colaterales” son de una hipocresía
intolerable en estas circunstancias.
Cuando un
pacifista de hoy pide el cese de los bombardeos no lo hace tampoco por
neutralidad. No pretende emular a Poncio Pilatos. Y menos lo hace por aquel
tipo de neutralidad contra el que escribían y cantaban Gabriel Celaya y Paco
Ibáñez cuando éramos jóvenes y ni siquiera pacifistas. Lo hace por humanidad,
que es muy distinto. “Humanidad” es precisamente la palabra más empleada por
los estudiantes serbios recientemente entrevistados en la prensa francesa,
estudiantes que fueron hace un año manifestantes contra Milosevic y que ahora
están desesperados, desencantados, y claman en su totalidad contra la OTAN.
Se debe
comprender las razones de las víctimas albano-kosovares cuando, en su
desesperación, piden más bombardeos en Kosovo y en Belgrado. Y se debe
comprender al mismo tiempo las razones de los estudiantes serbios cuando, en su
desesperación, exigen el fin de los bombardeos que están destruyendo su país.
Algunos dicen que eso es demasiada comprensión. Que no se puede estar al mismo
tiempo con las víctimas y con los verdugos. Desde luego, que no se puede. Pero
se puede, y creo que se debe, estar al mismo tiempo con las víctimas de
las dos partes. Y, estándolo, se puede y se debe seguir proponiendo, una
vez más, el cese de los bombardeos y una salida político-diplomática al
conflicto. Es inexplicable, con las informaciones que tenemos ahora (dentro de
unos cuantos años, me temo, tendremos muchas más) el que precisamente al día
siguiente de que aparezca en el horizonte una propuesta seria en favor de la
paz, y con mediadores comprometidos, se intensifiquen los bombardeos con el
argumento de que estamos ganando la guerra. ¿Quiénes?
Hay quien
replica que esta forma de pensar es una ingenuidad y que este pacifismo que no
se quiere fundamentalista se basa en un racionalismo trasnochado e inoperante.
Lo que había antes era irracional y tiene que ser combatido irracionalmente,
han afirmado algunos de los dirigentes norteamericanos, según me dicen amigos
de allí. No me lo puedo creer. Si me prueban que eso es así, que hay gente que
manda, y que da órdenes a los pilotos y que piensa que a la irracionalidad solo
se puede contestar con la irracionalidad, me bajo enseguida. Porque la
conclusión de eso es: ya no hay nada que hablar. Y creo que a estas alturas
casi todos conocemos ya las consecuencias prácticas de esa forma de mandar e
imponer que algunos (¿ingenuamente?) llaman pensar. Si pensar fuera eso
entonces el “por tanto”, el conocido ergo de los maestros de
la lógica, se habría convertido definitivamente en un mazo, en una bomba, en
una ametralladora. Y no solo contra los otros, contra el adversario, contra el
Imperio del Mal, que se dice, sino contra todas las personas razonables.
Notas complementarias
1) FFB es autor de esta irónica reflexión (autobiográfica) que tal vez no
llegara a publicar:
Cuando en el 67, en el Sahara, apoyé a los Testigos de Jehová que se
negaban a empuñar las armas, mis amigos de extrema izquierda (que luego
cambiaron oportunamente de camisa) me criticaban con el argumento de que un
comunista no puede ser pacifista.
Cuando volví del desierto y protesté en Barcelona contra la guerra de Vietnam,
los que mandaban entonces (que también cambiaron oportunamente de camisa) me
persiguieron con el argumento de que un comunista no puede ser pacifista.
Cuando en 1984 me metí en el movimiento anti-OTAN y fundé en Valladolid un
centro antimilitarista, los nuevos mandamases (que se habían caído ya
oportunamente del caballo en el camino que va de Damasco a New York) me
tildaron de utópico pseudopacifista porque un comunista no puede ser pacifista.
Cuando en 1986 me hice objetor de conciencia a los gastos militares y pasé la
parte correspondiente de mis impuestos a organizaciones antibelicistas, los
responsables de Hacienda (que luego resultaron prevaricadores), además de
bloquearme la cartilla de ahorros, me compararon con los evasores fiscales del
momento (que luego fueron indultados) y me cantaron telefónicamente la vieja
canción: “un comunista no puede ser pacifista”.
Cuando estalló la guerra del Golfo pérsico y salí a la calle con otros y firmé
manifiestos para exigir la paz, los mandamases de los dos principales partidos
políticos del país (oportunamente de acuerdo ya en hacer de felpudo de la
política exterior de los Estados Unidos de Norteamérica) me dijeron que
bombardear Bagdad era parte de la guerra justa contra el Demonio y que, además,
un comunista no puede ser nunca pacifista.
Y ahora cuando denuncio las barbaridades de la nueva guerra que mata a
kosovares y serbios de la ex-Yugoslavia, los amigos de ayer me dicen que ser
pacifista es precisamente estar a favor de la intervención armada de la OTAN y
que, obviamente, un comunista como yo no puede ser tampoco en 1999 pacifista.
Podría haber elegido el silencio, como dicen que hizo Karl Kraus, para dejar
encendida una bomba de relojería verbal, Los últimos días de la
humanidad. Pero antes de optar por el silencio voy a hacer una
pregunta. A quien corresponda:
¿Qué creen los mandamases de este mundo que tiene que hacer un comunista para
ser considerado pacifista?
Fuente: Texto recogido en el volumen de M. Sacristán y F. Fernández
Buey Barbarie y resistencias. Sobre
movimientos sociales críticos y alternativos.
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