08/01/2020
"La historia oficial que el
accidente nuclear de Palomares no fue importante se ha mantenido hasta hoy
día"
En 1966 tuvo lugar el accidente nuclear de Palomares (Almería), a raíz de
la colisión de un avión cisterna (o nodriza) KC-135 y un bombardero estratégico
norteamericano B -52. Este último llevaba cuatro bombas termonucleares, 70
veces más potentes que las de Hiroshima y Nagasaki pero, en este caso, no
explotaron: una bomba cayó al mar, la otra se frenó gracias a su paracaídas y
las dos restantes cayeron en tierra y desprendieron plutonio en forma de
aerosol. La zona no está descontaminada del todo, agravio ambiental que se suma
al estigma de la población de la localidad. En este contexto, José Herrera
Plaza, periodista de Canal Sur Televisión, investigador y experto del accidente
nuclear, y Salvador López Arnal, matemático y profesor de la UNED, miembro del
Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales (CEMS-UPF) y con un importante
bagaje en conocimiento nuclear, presentaron el libro Silencios y deslealtades. El Accidente militar de Palomares: desde la
Guerra Fría Hasta hoy (2019) al Centro de Historia de la Ciencia (CEHIC) de
la UAB. Lo han escrito juntos a partir de su correspondencia y transmitido en
formato de preguntas y respuestas con el objetivo de conseguir una obra
divulgativa que llegue al gran público.
José Herrera y Salvador López Arnal comparten un background similar
respecto al accidente de Palomares, fruto de muchos años de estudio. Este
libro, Silencios y deslealtades. El accidente militar de Palomares:
desde la Guerra Fría hasta hoy, nace del trabajo anterior de José
Herrera: el documental Operación Flecha rota (2007), dos
exposiciones fotográficas sobre el accidente en el Centro Andaluz de la
Fotografía (2003 y 2016) y el libro Accidente nuclear en Palomares:
consecuencias (1966- 2016) (2016). Por otra parte, Herrera también
está a punto de editar el libro El año de las bombas: historias de
Palomares, que aglutina 24 entrevistas, algunas extraídas del material que
ha recopilado para documentar diferentes perfiles que vivieron, bajo un único
marco, la misma realidad.
Salvador López Arnal ha escrito, por su parte, junto con Eduard Rodríguez
Farré, científico experto en toxicología del CSIC, los libros Casi todo
lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y
el medioambiente (2008) y Crítica de la (sin) razón nuclear
Fukushima: un Chernóbil a cámara lenta (2018). A raíz de la
publicación del libro Consecuencias (1966-2016) sobre
Palomares, Salvador López Arnal quiso entrevistar a José Herrera en una
entrevista para El Viejo Topo, en la que colaboraba. Se trata de
una entrevista convertida, finalmente, en la publicación del nuevo libro (2019)
que representa un grito a la sensibilización y conciencia social, para
revitalizar la memoria histórica y para reclamar la descontaminación completa
de la zona afectada por la radiación nuclear.
- ¿El hecho de haber escrito el
libro Silencios y deslealtades. El Accidente militar de Palomares:
desde la Guerra Fría hasta hoy en un formato de preguntas y de
respuestas responde a la intención divulgativa que han querido transmitir?
S.L.A.- Me quedé tan impresionado del libro Accidente
nuclear en Palomares: consecuencias (1966-2016), por su contenido:
fotografías, edición, explicaciones, argumentos, novedades... que pedí el
teléfono de José Herrera a Eduard Rodríguez Farré, científico experto en
toxicología del CSIC, para entrevistarlo y publicarlo en la revista El
Viejo Topo. Dada la riqueza del libro, pensé en escribir una entrevista
para cada capítulo y, hablando sobre la actualidad y volviendo al libro, vimos
que podíamos aportar elementos nuevos y permitir que el público desconocedor
del tema se pudiera introducir fácilmente. El resultado, pues, es un libro de
historia del franquismo y postfranquismo que se centra en este caso.
J.H.- Quizás repetimos algunos temas, pero nos vienen bien como
contexto. El primer libro Consecuencias es de referencia y
consulta para periodistas o gente especializada, con citas a pie de página referenciando
todos los documentos, con tablas y análisis económicos para estimar todos los
costes y evitar repetir los mismos datos obsoletos. Este último, en cambio, es
más divulgativo, ameno y de bolsillo.
- ¿Salvador, cómo estructuró este libro?, ¿A medida que conocía la historia,
se fijaba en algunos puntos en los que quería incidir?
S.L.A.- Sí, a partir de la lectura atenta del libro de José,
entrevistas y información adicional adquirí una visión para mirarlo todo desde
la perspectiva de Palomares. El periodo de gestación y de correspondencia con
José duró un año y medio, de 2017 hasta 2019, incluyendo las rectificaciones.
- ¿Este libro añade presión para que se formalice y se inicie la completa
descontaminación de Palomares?, ¿Qué respuesta han recibido?
J.H.- Una de las finalidades del libro es dar a conocer el
accidente, el engaño, la experimentación con la salud y el trato que recibió la
población de Palomares, tanto en la dictadura como en la democracia. Con su
conocimiento y divulgación se lucha contra el olvido y se vindica la
descontaminación pendiente. Pero no hay que pecar de cándidos. Este es sólo un
grano de arena. Del mismo modo que las autoridades relacionadas no se inmutan
si no hay una acción judicial o si no salta a la actualidad ni suenan los
teléfonos, la denuncia de unos pocos ciudadanos, por muy documentada y
justificada que esté, no afecta para nada los poderosos y altos funcionarios.
- José, ¿para iniciarse en el tema de Palomares, con motivo del
documental Operación Flecha rota, como accedió a los documentos y a
las fuentes?
J.H.- Mis inicios se remontan al 13 de enero de 1986 y al viaje con
el fotógrafo Cristóbal Manuel del diario El País para cubrir
una asamblea y movilizaciones de los vecinos de la localidad, antes de
cumplirse el vigésimo aniversario y que se extinguiera el derecho a reclamar
los daños diferidos. Personalmente, aspiraba a preparar un documental sobre
esta historia. Durante años, recopilé todo lo que se publicaba sobre tema
nuclear y empecé a preparar el documental Operación Flecha Rota.
Este documental lo llevé a cabo gracias al colectivo que participó en su
elaboración: personal voluntario, activistas y colaboradores y colaboradoras,
investigadores como la Duquesa de Medina y Eduard Rodríguez Farré, físicos y físicas
nucleares y con la ayuda de un documentalista profesional de Canal Sur
Televisión. Incluso un profesor de universidad me entregó unos dossiers para
formarme en temas relacionados con el plutonio y facilitarme documentos del
Proyecto Indalo, ahora inaccesibles. Paradójicamente, gran parte de la
documentación sensible de origen español está en Estados Unidos y hay que tener
en cuenta que, en aquel tiempo, en 2007, los costes por contactar y comunicarse
con personas de fuera del país eran más elevados. La producción del documental
me sirvió para darme cuenta de que ser investigador y activista es casi
incompatible con el trabajo, más frío y escéptico, del historiador. En mi caso,
me he implicado del todo, hecho que hizo que generase algunos prejuicios que me
limitaban a la hora de analizar de manera rigurosa y equitativa los
acontecimientos. Por este motivo, tuve que reestructurar algunas relaciones. En
primer lugar, para mantener la independencia, no me inscribí en ningún grupo ni
partido; sólo colaboré puntualmente con quien estaba por el trabajo, sin
importarme su ideología. Después, intenté separar las dos actividades. Cuando
me pongo a investigar o publicar, intento dejar en letargo mis convicciones
vindicativas y viceversa.
- En su caso, Salvador, explica que la primera imagen que tuvo del accidente
nuclear de Palomares fue el NODO del año 1966. ¿Cómo fue?
S.L.A.- Lo primero que conocí sobre el caso fueron las imágenes del
baño del exministro Manuel Fraga, que vi en un cine de barrio. Llegué a casa y lo
comenté a mis padres, pero no sabían mucho más. Años después, retomé el tema de
Palomares gracias al profesor de filosofía que impartía clases de Metodología
de la Ciencia y de Historia de la Ciencia en la Facultad de Económicas, Manuel
Sacristán, y luego con el científico del CSIC, Eduard Rodríguez Farré. Ahora
bien, mi formación en este asunto ha sido posible con la ayuda y el trabajo de
José Herrera.
- ¿Por qué se interesó por la energía nuclear?
S.L.A.- Por las mismas razones que muchos jóvenes españoles de
finales de los años 70 estuvieron muy pendientes de la nuclearización del país.
En mi caso, estuve muy cerca del Comité Antinuclear de Cataluña (CANC), asistí
a la mayoría de las manifestaciones realizadas y me formé en la revista
antinuclear Mientras Tanto que se empezó a editar en 1979,
dirigida por Manuel Sacristán. Uno de los miembros del consejo editorial era
Eduard Rodríguez Farré, con quien he redactado tres libros sobre nuestra
posición antinuclear.
- ¿Qué sabía la población española sobre la radiactividad en el momento del
accidente de Palomares?
S.L.A.- Desconocía qué era la radiactividad, porque vivíamos un
momento en que no había centrales nucleares ni movimientos de resistencia
antinuclear que divulgaran ideas o argumentos.
J.H.- Sin embargo, ya se estaba construyendo la central nuclear
José Cabrera "Zorita" por la empresa General Electric y estaba en
marcha el Plan de Desarrollo de Centrales Nucleares. Las nucleares, asociadas
entonces a las bombas de destrucción masiva, supusieron una propaganda muy mala
en el marco del pacto Átomos para la paz con el presidente de
Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower. El día del accidente de Palomares, la
gente, viendo toneladas de material ardiente cayendo del cielo, creyó que era
el fin del mundo. Los americanos dijeron que la catástrofe no tenía una
relación causa-efecto, pero en la población, sí que se produjeron trastornos
psicológicos. Por ejemplo, el enfermero Pedro Sánchez Gea era de los únicos que
conocía las consecuencias de Hiroshima y de Nagasaki, la esposa del cual sufrió
un ataque de pánico al ver las restas corporales y los cadáveres trozeados de
los cuatro tripulantes del avión nodriza KC-135 y tres de los siete tripulantes
del bombardero estratégico norteamericano B-52.
Días después del accidente de Palomares, aunque se intentara desinformar
"para el bien público y para no crear alarma social", la gente,
desconfiando de sus propias autoridades, conoció que era la radiactividad
escuchando Radio España Independiente, llamada también la Pirenaica, y la radio
del Partido Comunista que se emitía desde Bucarest y que transmitía información
oculta, muchas veces interceptada en España. La BBC también tenía un boletín
español, así como radio Moscú, las cuales contrarrestaban la burbuja informativa
de la dictadura para que la gente pudiera entender su realidad inmediata. Los
hechos se produjeron el día 17 de enero y el 21 ya hablaban de ello muchos
diarios del mundo.
- En los años siguientes al accidente, se organizaron, en España, congresos
y simposios sobre protección radiológica en catástrofes nucleares. ¿Los
resultados no llegaron a la sociedad?
J.H.- Mientras estábamos en la dictadura, estos resultados se
mantenían en secreto. El régimen se comportaba coherentemente con sus
principios. La excusa de manual (como en los casos de Hanford Site, Chernóbil y
Fukushima) era "no alarmar a la población". Con Palomares, además,
había otros intereses en juego, como el turismo nacional, la economía local y
el incipiente desarrollo del programa de centrales nucleares; todos ajenos a la
salud y al bienestar de los afectados y que tuvieron consecuencias sobre la
descontaminación, sólo parcial, de la zona. Pero lo que se ocultaba aquí, se
mostraba fuera. Muchos documentos se han mantenido ocultos en la presunta
democracia que vivimos y, si los hemos conseguido, ha sido gracias a los
archivos de los Estados Unidos.
Es cierto que con los años y la presencia de la radiactividad en los medios de
comunicación, por los accidentes de Chernóbil y Fukushima, los vecinos se
fueron familiarizando con el tema. Por supuesto, la actitud de los gobiernos en
estos accidentes y en los de origen militar, a través de sus órganos
reguladores, fue la misma que en todos los anteriores: ocultación de
información a los ciudadanos, minimización de las consecuencias y los riesgos y
secuelas en la salud para proteger la industria privada y las instituciones de
las acciones legales a las que se podrían enfrentar.
- ¿Con Palomares es clara la imbricación entre ciencia, política, economía y
sociedad?
J.H.- Detrás de todo está el materialismo histórico, los intereses
económicos y el negocio que mueve los hilos y que permite comprender de forma
lógica el que no se acababa de entender.
- ¿El pueblo de Palomares fue estigmatizado?
J. H.- Sí, el problema radiológico tenía connotaciones de estigma
social. La dictadura obró como tal: secuestró los periódicos y no permitió el
contacto de los habitantes del pueblo con fotógrafos y periodistas. Ni siquiera
con el ganado. La transición con la expectante democracia fue nula para
Palomares, porque la historia oficial que el accidente nuclear no fue
importante se ha mantenido hasta hoy.
- ¿El hecho de que Fraga se bañara en el mar y la gente del pueblo comiera
tomates locales contrasta con el miedo de la población por la afectación de la
tierra y del agua que relata la escritora y Premio Nobel Svetlana Alexievich en
la obra Voces de Chernóbil: Crónica del futuro?, ¿Este sería uno de
los motivos por los que se rebajó la alarma social en Palomares?
J.H.- Cuando se produjo el accidente nuclear en Palomares, la
población no tenía el conocimiento sobre la radiactividad que más tarde tendría
en producirse el caso de Chernóbil. En un inicio, las autoridades prohibieron
comer tomates y el mercado rechazó los productos de Palomares, pero el ejército
de Estados Unidos compró la cosecha y se la comió, actuación que hoy en día
reconoce como una negligencia porque eso hizo que la población local los
imitara. Hay que aclarar que como en el accidente de Palomares se desprendieron
partículas alfa derivadas del plutonio y del americio, no había ningún problema
si se limpiaban bien los alimentos, salvo que se inhalaran las partículas; a
diferencia de la radiación gamma del cesio y del estroncio que penetra en toda
la cadena trófica, como sucedió en Chernóbil.
- ¿Qué papel desempeña la tradición oral para luchar contra el olvido en el
caso de Palomares?
J.H.- La tradición oral es muy importante y antes aún lo era más en
todos los ambientes: en la familia y en las diferentes etnias y estratos
socioculturales. Las nuevas generaciones lo explican y se remiten a Palomares
con la expresión "El año de las bombas". Por este motivo, he titulado
el nuevo libro que se está editando como El año de las bombas:
historias de Palomares. En este volumen he recogido todos los
testimonios del documental que dirigí en 2007 y he añadido otras entrevistas
realizadas posteriormente. El libro da voz a 24 personas que vivieron los
hechos directamente. La intención es aportar diversidad sobre la percepción que
se tenía hasta ahora de Palomares.
S.L.A.- Sin embargo, la tradición oral es casi inexistente en otros
lugares del país, como en Cataluña. Si preguntáramos a la población que nos
hablara sobre Palomares, el resultado sería catastrófico, ya que es uno de los
hechos más ocultados de la historia del Franquismo.
- ¿Cuál es actualmente la situación a nivel medioambiental?
J.H.- Cuando finalizaron con la evaluación de la "Zona
0", comenzaron las rebajas y los sesgos. Los estadounidenses hablaban de
un total de 255 hectáreas (ha). Los de la Junta de Energía Nuclear (JEN)
curiosamente sostenían un número menor, 226 ha, pero el mapa radiométrico a
escala confeccionado por los estadounidenses con la ayuda española daba un
total de 435 ha. Con los años, los agentes climáticos, especialmente los
vientos frecuentes, han reducido la contaminación en cuatro parcelas; tres de
estas se encuentran fuera del casco urbano y una dentro al pueblo. En 2003, el
Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT)
reconoció que había más contaminación de la esperada, aunque se sabía desde la
década de los 80.
Actualmente, nos encontramos en retroceso y seguimos con 41 ha contaminadas,
cuando ésta ya debería ser una historia cerrada. Junto al cementerio hay dos
contenedores de basura radiactiva, apartados a 800 metros del casco urbano,
pero dentro de este hay una casa con 600 kg de varios millones de bequereles.
Aún queda mucho camino para luchar y divulgar sobre Palomares. Para limpiar su
suelo y su nombre, de una vez por todas.
Meritxell Farreny Solé
Área de comunicación y promoción
Universidad Autónoma de Barcelona
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