El papel de Estados Unidos en la guerra Rusia-Ucrania
y el fantasma del holocausto nuclear
Por Noam
Chomsky
Rebelion
| 11/04/2022
Fuentes: Página/12
El lingüista, filósofo, escritor y analista político,
considerado un referente intelectual en todo el mundo, analiza la crisis
desatada en el este europeo y, sobre todo, se pregunta, y responde, qué se puede
y debe hacer para detenerla.
Noam
Chomsky es profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT),
el lingüista vivo más importante del mundo y el intelectual comprometido con su
tiempo más reconocido a nivel internacional. Hace muchos años el centro de sus
preocupaciones sociales está concentrado en el papel que juega su país, Estados
Unidos, en el tablero político internacional. Por eso era tan esperada su voz
alrededor del conflicto entre Rusia y Ucrania.
Chomsky
fue invitado a participar en el «Seminario Internacional sobre Resolución de
Conflictos en el marco del Derecho Internacional ante la invasión de Ucrania»,
organizado por la Universidad Carlos III de Madrid.
En
su conferencia, realizada el 30 de marzo pasado, Chomsky explica los limitados
alcances que tienen la condena a «la violencia criminal, la miseria y la
catástrofe en potencia» o las sanciones internacionales y se concentra en dos
preguntas fundamentales: «¿qué se puede hacer para acabar o al menos mitigar
esos horrores? y ¿cómo surgió la situación, qué podemos aprender de ello?
Con
ese punto de partida, analiza las «reglas» que caracterizan el derecho
internacional, los antecedentes de Estados Unidos en el mundo en general y en
Ucrania en particular y la necesidad de movilizarse para conseguir una salida
diplomática al conflicto, la única posible si se tienen en cuenta los
sufrimientos de los ucranianos y la posible escalada hacia un holocausto
nuclear. Sus posiciones se reproducen completas a continuación:
Noam Chomsky sobre el papel de Estados Unidos en la
guerra Rusia – Ucrania
La
cuestión más importante a la que nos enfrentamos es, por mucho, qué deberíamos
estar haciendo para aliviar la violencia criminal, la miseria y una catástrofe
en potencia. Lo detallaré más adelante, pero antes pueden venir bien unas
aclaraciones.
Un
comentario que debería ser superfluo, pero que desafortunadamente no lo es,
afecta a uno de los principios morales más elementales: habría que centrar la
energía y la atención en lo que más sirve para el hacer bien. Con respecto a
los asuntos internacionales, significaría fijarse en lo que hace tu propio
Estado, sobre todo en sociedades más o menos democráticas en las que los
ciudadanos tienen alguna posibilidad de influir en los resultados finales. Decir
que lo que ocurre no responde a ese principio elemental sería quedarse muy
corto.
Hay
un comentario que se le atribuye a Gandhi cuando le preguntaron lo que pensaba
sobre la civilización occidental. Su respuesta fue que creía que estaría bien.
Lamentablemente, esa respuesta también vale para el derecho internacional.
Estaría bien si le interesara a los estados.
El
estado más importante es, irrefutablemente, Estados Unidos, que lleva dominando
la sociedad mundial desde la Segunda guerra mundial, reemplazando al Reino
Unido y Francia. Como cabe esperar, ha adoptado las políticas de sus
antecesores: desdén absoluto por el derecho internacional, tanto de palabra
como de hecho, combinado con alabanzas a su propia nobleza.
Estados
Unidos tiene una Constitución que se supone que deberíamos venerar todos. El
Artículo VI declara que todos los tratados válidos son la «ley suprema del
país». Aquí se incluye la Carta de Naciones Unidas, pilar del derecho
internacional moderno. La Carta prohíbe la «amenaza o el uso de la fuerza»,
excepto en condiciones que casi nunca se dan. Cada presidente de los EE.UU.
vulnera alegremente la Constitución. Lo he mencionado alguna vez en facultades
de derecho. A nadie le importa.
Moral, derecho y política internacional
A
menudo escuchamos proclamas sobre la santidad del derecho internacional. Sin
embargo, los que hacen las proclamas adoptan el principio creado por Atenas al
enfrentarse a Melos, mucho más débil: ríndete o serás destruido. La moralidad y
el derecho son irrelevantes: «El fuerte hace lo que puede y el débil sufre lo
que debe», como resumió Tucídides en el principio imperante. En la práctica,
eso es el derecho internacional.
Eso
no quiere decir que debamos ignorar la moralidad y el derecho como Atenas y sus
imitadores contemporáneos. La moralidad y el derecho pueden ser útiles con
fines educativos y como directrices para contribuir a un mundo mejor, un mundo
bastante distinto de este mundo.
Fijémonos
en este mundo. Lamentablemente es demasiado fácil hacer un inventario de historias
horribles. En cada caso, la pregunta crucial es ¿qué se puede hacer para acabar
o al menos mitigar esos horrores? Otra pregunta sería ¿cómo surgió la
situación, qué podemos aprender de ello?
Los casos de Afganistán, Yemen y Gaza
Un
ejemplo verdaderamente aterrador es Afganistán. Millones de personas
literalmente se enfrentan a la inanición, una tragedia colosal. Hay comida en
los mercados, pero con todos sus fondos bloqueados en los bancos
internacionales, la gente con poco dinero tiene que ver cómo sus hijos mueren
de hambre.
¿Qué
podemos hacer? No es ningún secreto: Presionar al gobierno de los EE.UU. para
que libere los fondos de Afganistán, custodiados en bancos de Nueva York para
castigar a los pobres afganos por osar resistirse a los 20 años de guerra de
Washington. La excusa oficial es aún más vergonzosa: los EE.UU. deben retener
los fondos de los afganos hambrientos por si los estadounidenses quieren
resarcirse por los crímenes del 11-S de los que los afganos no son
responsables.
Recuerdo
aquí que los talibanes ofrecieron su total rendición, lo que habría implicado
entregar a los sospechosos de al-Qaeda, pero los EE.UU. respondieron
rotundamente que «no negociamos rendiciones». Fue el secretario de defensa,
Donald Rumsfeld, principal artífice de la guerra, secundado por George W. Bush.
Podemos
hacer muchas cosas y aprender muchas lecciones si logramos despojarnos de los
poderosos sistemas de propaganda occidentales y mirar a los hechos como son.
Pasemos
a otro caso. Lo que la ONU describe como la peor crisis humanitaria del mundo:
Yemen. El número oficial de víctimas alcanzó el año pasado las 370.000
personas. El número real no se conoce. El país, destrozado, se enfrenta a la
hambruna generalizada. Arabia Saudita, la principal culpable, ha ido
intensificando el bloqueo al único puerto que se usa para la importación de
alimentos y combustible. La ONU está emitiendo advertencias extremas de que
cientos de miles de niños se enfrentan a una inanición inminente. Esto viene
secundado por especialistas estadounidenses, entre los que destacan Bruce
Riedel de la Brooklings Institution, antiguo analista principal de la CIA para
Oriente Medio durante cuatro presidencias, quien sostiene que las ofensivas
saudíes se deberían investigar como crímenes de guerra.
¿Podemos
hacer algo? Sí. Todo. Las fuerzas aéreas saudíes y emiratíes no pueden
funcionar sin aviones, formación, inteligencia o repuestos estadounidenses. Eso
se puede acabar. Una orden de los EE.UU., salvaría cientos de miles de niños de
una muerte de hambre inminente. El Reino Unido y otras potencias occidentales
también participan del crimen, pero los EE.UU. están muy adelante.
Por
tanto, podemos salvar a la población de un sufrimiento indescriptible y podemos
aprender algo, sí así lo queremos. Pero en lugar de ello, preferimos
declaraciones grandilocuentes sobre crímenes y enemigos, lo que resulta mucho
más fácil y práctico. Nada nuevo. No lo ha inventado los EE.UU., pero como
poder hegemónico mundial, EE.UU. está al frente de la desgracia.
No
es difícil encontrar más ejemplos. Veamos la mayor prisión a cielo abierto del
mundo, Gaza, donde dos millones de personas, la mitad de ellos niños, viven «a
dieta», como lo llaman sus carceleros: suficiente para sobrevivir, porque un
genocidio en masa no quedaría bonito, pero poco más. Tienen poca agua potable.
Se han destrozado el alcantarillado y las centrales eléctricas con repetidos
ataques de los que no se libran hospitales, residencias, población civil en
general y todo sin un pretexto creíble. El despliegue cotidiano de violencia
sirve para advertir a los súbditos para que no se rebelen. Las autoridades
internacionales predicen que pronto la prisión será literalmente inhabitable.
Las
cosas no van mejor en la otra parte de los territorios ocupados, donde colonos
y ejército no solo someten a los palestinos a un terror diario, sino que
también les expulsan de sus aldeas destrozadas para hacer sitio a más
asentamientos ilegales. Ya ni se habla de la anexión de los Altos del Golán o
la gran ampliación de Jerusalén, que vulneran las estrictas órdenes del Consejo
de Seguridad, pero fueron reconocidos oficialmente por la administración Trump,
que también autorizó la ocupación del Sahara Occidental por Marruecos,
quebrantando órdenes del Consejo de Seguridad y la Corte Internacional de
Justicia. Así que es totalmente normal que, al día de hoy se festeje una
reunión entre Israel, Marruecos y las dictaduras asesinas árabes como un
maravilloso paso hacia la paz y la justicia gracias a la benevolencia estadounidense.
¿Podemos
hacer algo? No hay más que decir. ¿Podemos aprender algo? No es difícil.
La invasión de Ucrania
Podríamos
seguir tranquilamente, pero vamos a dejar la lista de historias de terror para
concentrarnos en el tema actualmente candente, y con razón: la invasión rusa de
Ucrania que, por su carácter, aunque no por su escala, se sitúa junto a otros
grandes crímenes de guerra como la invasión de Irak por parte de EEUU y Reino
Unido, la invasión de Polonia por Hitler y Stalin y otros sombríos episodios de
la historia moderna.
La tarea inmediata es acabar con los crímenes que
están devastando Ucrania. Si le
preocupase en lo más mínimo el destino de las víctimas ucranianas, lo que
EE.UU. debería hacer es acceder a participar en los esfuerzos diplomáticos para
poner fin al ataque y plantear un programa constructivo para facilitar este
resultado. Y se le debe presionar para que lo haga.
Es
bien sabido cómo sería un programa constructivo. Su elemento principal es la
neutralidad de Ucrania: sin adhesión a alianzas militares hostiles, ni albergar
armas que apunten a Rusia, ni ejecutar maniobras con fuerzas militares
hostiles. Un estatus bastante parecido al de México y, de hecho, de todo el
hemisferio occidental que no puede entrar en una alianza militar dirigida por
China, instalar armamento chino apuntado a los EE.UU. en la frontera ni
ejecutar maniobras con el Ejército de Liberación Popular chino.
En
resumen, un programa constructivo sería lo contrario a la política
oficial actual de EE.UU. formalizada en una declaración conjunta sobre
la alianza estratégica EE.UU.-Ucrania firmada en la Casa Blanca el 1 de
septiembre de 2021. Este documento, críticamente importante, suprimido en
EE.UU. y supongo que en todos lados, declaraba que Ucrania debía ser libre de
adherirse a la OTAN. Para justificarlo, Washington utilizaba la teoría sobre la
santidad de la soberanía que ruboriza a los círculos civilizados,
particularmente del Sur Global, que saben bien por amarga experiencia que
EE.UU. es el abanderado del desprecio a la soberanía.
Sigamos
con la Declaración conjunta. La cito: «se ha construido un marco estratégico de
defensa que sienta los cimientos para intensificar la cooperación estratégica
de defensa y seguridad entre EE.UU. y Ucrania», ofreciendo a Ucrania armas avanzadas
antitanques, entre otras, junto con un «sólido programa de formación y
entrenamiento para mantener el estatus de Ucrania como socio de la OTAN». Esto
es de septiembre pasado.
Este
sorprendente documento, que no es público (sí es público, pero no está
registrado), incrementa el desdeñoso desprecio de Washington por las
preocupaciones rusas desde que Clinton quebrantara en 1998 la firme promesa de
George H. W. Bush de no ampliar la OTAN hacia el Este, una decisión que desató
las advertencias de diplomáticos de alto nivel como George Kennan, Henry
Kissinger, el embajador Jack Matlock, el director de la CIA William Burns y
muchos otros; e hizo que el secretario de defensa William Perry casi dimitiera
como protesta. Esto se suma por supuesto a las medidas agresivas de Clinton y
sus sucesores que afectaron directamente a intereses rusos (Serbia, Irak, Libia
y otros crímenes menores), realizadas para que se maximizara la humillación.
Ya
que ha habido mucho encubrimiento y disimulo sobre las promesas de Bush y Baker
a Gorbachov, tal vez convenga citar literalmente al Archivo de Seguridad
Nacional:
«El
secretario de estado, James Baker, concuerda con la declaración de Gorbachov en
respuesta a la declaración de que «la expansión de la OTAN es inaceptable».
Barker aseguró a Gorbachov que «ni el Presidente ni yo tenemos la intención de
sacar rédito unilateral de los acontecimientos» y que los estadounidenses han
comprendido que «no solo es importante para la Unión Soviética, sino también
para otros países europeos, que se garantice que si los EE.UU. mantienen su
presencia en Alemania en el marco de la OTAN, la jurisdicción militar actual de
la OTAN no se extenderá al este ni una pulgada más».
Sin
reservas, sin ambigüedades, directo y claro.
Volviendo
a la Declaración conjunta de Septiembre de 2021 fue, por supuesto, muy
incendiaria. Es muy posible que haya influido en la decisión de Putin de
intensificar la movilización anual de fuerzas en la frontera ucraniana para
atraer la atención sobre los intereses de seguridad rusos, llegando en este
caso a una agresión criminal directa.
Por qué Estados Unidos no apoya la salida diplomática
Un
elemento central en un programa constructivo es la neutralidad, que de hecho ya
ofreció Zelensky y no respaldó EE.UU. Es sabido que no se puede saber si
funcionará la diplomacia si no se la intenta. Por ahora los EE.UU., con el
apoyo de sus aliados, se niegan a hacerlo condenando a los ucranianos
condenándolos a un destino sombrío.
Solo
se puede especular sobre los motivos para ello, pero es importante reconocer
que Putin le ha dado a Washington un regalo maravilloso. Metió a Europa hasta
el fondo del bolsillo de Washington. Y este ha sido un tema de primer orden en
los asuntos globales desde la Segunda Guerra mundial.
A
lo largo de la Guerra Fría, Europa tuvo una opción. ¿Debería estar subordinada
a los EE.UU. en el marco OTAN-Atlantista? ¿O debería perseguir la visión de un
«hogar común europeo» del Atlántico a los Urales o incluso de Lisboa a
Vladivostok, sin alianzas militares, que se convertiría en una «tercera
potencia», un actor independiente en asuntos mundiales? Esta es la propuesta
que hizo Charles de Gaulle, estaba implícita en la Ostpolitik de Willy Brandt y
Gorbachov la dejó muy clara cuando se derrumbó la Unión Soviética.
Por
supuesto, EE.UU. se opuso frontalmente, a menudo de forma muy esclarecedora. Se
dio un caso hace 50 años cuando los EE.UU. preparaban el golpe militar que
derrocaría la democracia parlamentaria en Chile e instauró el despiadado
régimen de Pinochet. El artífice del crimen, Henry Kissinger, lo explicó así:
el «virus» de la reforma social democrática de Allende podría «contagiarse» a
otros sitios y llegar a España o Italia amenazadas por iniciativas reformistas
de izquierdas. Dichas consideraciones han sido un principio rector para la
política exterior estadounidense, igual que para la de sus predecesores
imperialistas. De hecho, volviendo a Atenas, su ultimatum a Melos tenía
motivaciones similares: que su «neutralidad» no se extendiera a otras islas
griegas. Este es un principio fundamental en asuntos mundiales
Por
ahora, las iniciativas de Putin sirvieron para descartar la perspectiva de una
Europa independiente. Eso es un regalo inconmensurable para la política
imperial de EE.UU. Puede que Washington esté muy satisfecho con cómo se están
desarrollando los crímenes en Ucrania. Tal vez, como ha sugerido recientemente
Hillary Clinton, se dé la posibilidad de apoyar una insurgencia como la de
Afganistán, que devastó el país mientras bloqueaba los intentos rusos de retirarse
(como intentaban hacer desde un principio según queda claro en los archivos
rusos liberados), y que también contribuyó al hundimiento de la Unión
Soviética.
Nunca
se atribuyó el mérito por haber instigado a Rusia a invadir Afganistán, pero el
asesor de Seguridad Nacional de Carter, Zbigniew Brzezinski, un célebre
analista estratégico, explicó que el destino de millones de afganos apenas se
puede comparar con la caída de la economía mundial o con el destino de millones
de ucranianos.
Qué se puede hacer
Volviendo
a las preguntas principales ¿Podemos hacer algo para evitar la masacre?
¿Podemos aprender algo? Parece obvio que la respuesta a ambas preguntas es un
«sí» rotundo.
Aparte
de los horrores que se muestran cada día en las portadas y que se visibilizan
bien cuando el enemigo es el responsable, hay sucesos en camino mucho más
macabros. Algunos ya están ocurriendo, otros están demasiado cerca para que
estemos tranquilos.
Ya
se siente el agudo retroceso en los intentos de reducir el uso de combustibles
fósiles, lo que constituye prácticamente una sentencia de muerte. La
euforia en las sedes de las petroleras es incluso mayor que la alegría desatada
en las oficinas de los fabricantes de armas. Las petroleras exigen que se
les reconozca como salvadores de la civilización mientras se los autoriza a
dedicar cada vez más esfuerzos en destruir el futuro de la vida humana en la
Tierra. Por no hablar de la ingente cantidad de especies que estamos
destrozando desenfrenadamente.
Esto
está ocurriendo mientras nos llega el análisis más acuciante hasta ahora del
IPCC, la agencia internacional que vifila la evolución del clima. En su
presentación de agosto, advierte que tenemos que reducir de inmediato el uso de
combustible fósil, y luego avanzar sustancialmente cada año, si queremos evitar
puntos de no retorno que ya no quedan muy lejos. Ni un demonio perverso habría
elucubrado una situación como la actual: por un lado, intentos enormes de
aumentar el uso de combustibles fósiles «para salvar la civilización» y por el
otro el reconocimiento de que hay que reducirlo sin demora para evitar una
catástrofe inimaginable.
El fantasma de la guerra nuclear
Esa
es la situación actual. Y eso no es todo. La crisis de Ucrania amenaza
con una guerra nuclear; lo que significa una guerra terminal. No se escapa
nada. El país que lance el primer ataque quedará destrozado hasta tal punto que
los afortunados serán los que mueran rápido. Y eso no es una perspectiva
remota. Putin ya eimitió una alerta nuclear, probablemente simbólica, pero no
sabemos dónde podría acabar.
Rusia
tiene un sistema de alerta muy débil. Depende del radar, que solo llega al
horizonte, a diferencia de EE.UU. que usa detección por satélite y advierte a
la primera señal de ataque inminente. Rusia apenas tiene alertas de ataque y,
por lo tanto, podría hacer un ataque devastador incluso en caso de accidente,
como los que han ocurrido muchas veces y en los que la intervención humana ha
evitado la destrucción total.
La
amenaza empeoró mucho cuando Trump desmanteló el Tratado INF entre Reagan y
Gorbachov, dejando a Moscú a pocos minutos de misiles nucleares colocados cerca
de sus fronteras. Tras la expansión de la OTAN realizada por Clinton y sus
sucesores, el desmantelamiento del tratado ABM que hizo George W. Bush tuvo
consecuencias similares.
Según
las encuestas, más de un tercio de los estadounidenses están a favor de
«tomar medidas militares (en Ucrania) aunque esté en juego la guerra nuclear
con Rusia». Eso significa que más de un tercio de los estadounidenses
obviamente no tienen la menor idea de lo que significa un conflicto nuclear y
escuchan proclamas heroicas en el Congreso y los medios sobre crear una zona de
exclusión aérea, algo que hasta ahora está evitando el Pentágono porque
entiende que eso requeriría destruir instalaciones antiaéreas en Rusia y,
probablemente, pasar a una guerra nuclear.
Dejando
de lado esta locura, resulta obvio para cualquiera que tenga un cerebro
funcionando que, nos guste o no, habrá que ofrecer a Putin algún tipo de
salida, al menos si nos preocupa algo el destino de los ucranianos y del mundo.
Desafortunadamente, parece que los atrevidos y descerebrados imitadores de
Winston Churchill son más atractivos que preocuparse por las víctimas de
Ucrania y más allá.
¿Qué
podemos hacer? La única opción es trabajar con fuerzo educando, organizando y
realizando acciones que consigan comunicar las amenazas que enfrentamos y
movilizar al conjunto. No es una tarea sencilla. Pero es necesaria para
sobrevivir.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/414083-noam-chomsky-el-papel-de-estados-unidos-en-la-guerra-rusia-u
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