La invasión rusa a Ucrania no es una nueva edición de la guerra fría. Es
una lucha geopolítica muy particular del siglo XXI, con el objetivo de obtener
una ventaja en un tablero de ajedrez global muy competido.
Una guerra fría podría ser la
mejor noticia (1)
El Viejo Tópico
20 marzo, 2022
La invasión
rusa a Ucrania ha sido ampliamente descrita como el principio de una
nueva guerra fría, muy semejante a la anterior, tanto en los
personajes que la interpretan como en su naturaleza ideológica. En el
concurso entre la democracia y la autocracia, entre la soberanía y la
subyugación, no se equivoquen, la libertad prevalecerá, aseguró el presidente
Biden en un discurso a la nación televisado el mismo día que los tanques rusos
ingresaron a Ucrania.
Pero mientras
Rusia y Occidente están en desacuerdo en muchos temas de principio, esto no es
una nueva edición de la guerra fría, es una lucha geopolítica muy
particular del siglo XXI con el objetivo de obtener una ventaja en un tablero
de ajedrez global muy competido.
Si hablamos en
términos comparativos, pensemos en este momento como algo más semejante a la
situación en Europa anterior a la Primera Guerra Mundial, que en lo que ocurrió
como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial.
Geopolítica
La lucha
denodada por el control sobre territorios extranjeros, puertos, ciudades,
minas, vías férreas, campos petroleros y otros recursos materiales y militares
ha gobernado el comportamiento de las más grandes potencias por siglos. Por
ejemplo, Gibraltar, Pearl Harbor, las minas de diamantes de África, los campos
petroleros en Medio Oriente. Los ambiciosos poderes mundiales, desde el Imperio
Romano hasta la fecha, siempre han partido del principio de que adquirir el
máximo control sobre esos lugares –por la fuerza, de ser necesario– es el
camino más seguro hacia la grandeza.
Durante la
Primera Guerra Mundial era considerado grosero entre los círculos gobernantes
expresar de manera abierta sus motivos descaradamente utilitarios. En cambio,
las partes fabricaban elevadas justificaciones ideológicas para explicar su
intensa rivalidad. Incluso entonces, las consideraciones geopolíticas
prevalecían. Por ejemplo, en la Doctrina Truman, ese temprano ejemplo de la
ferocidad ideológica de la guerra fría, fue creado con la
finalidad de justificar los esfuerzos de Washington para repeler las
incursiones soviéticas en Medio Oriente, que entonces era la principal fuente
de petróleo para Europa (y una fuente de ganancias para las petroleras
estadunidenses).
Hoy día, las
apelaciones ideológicas siguen siendo ostentadas por funcionarios del más alto
nivel para justificar sus movimientos militares predatorios, pero se vuelve
cada vez más difícil disfrazar la intención geopolítica de mucha de esta
conducta internacional. El asalto ruso a Ucrania es el más implacable y
ostensible ejemplo reciente, pero dista de ser el único.
Durante años,
Estados Unidos ha buscado contrarrestar el ascenso de China con el incremento
de las fuerzas militares estadunidenses en todo el Pacífico occidental, lo que
ha provocado una serie de respuestas de Pekín. Otras potencias, incluidas India
y Turquía, también han tratado de extender su alcance geopolítico. No es de
extrañar que, en estas circunstancias, aumente el riesgo de que estallen
guerras en este tablero de ajedrez global, y eso implica que entender la
geopolítica contemporánea se ha vuelto aún más importante.
Comencemos con
Rusia y su afán por lograr una amplia ventaja militar.
Luchando en el campo de batalla europeo
Sí, el
presidente ruso Vladimir Putin ha justificado su invasión en términos
ideológicos al afirmar que Ucrania es un Estado artificial que se separó
injustificadamente de Rusia. También ha denigrado al gobierno ucranio al
afirmar que está infiltrado por neonazis que aún buscan revertir la victoria de
la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial.
Estas
consideraciones, al parecer se volvieron aún más extendidas en la mente de
Putin mientras preparaba a sus fuerzas para un ataque a Ucrania. Sin embargo,
dichas consideraciones deben verse como una acumulación de agravios
sobrepuestos a una serie de acérrimos cálculos geopolíticos.
Desde la
perspectiva de Putin, los orígenes del conflicto en Ucrania comenzaron
inmediatamente después del fin de la guerra fría, cuando la OTAN
comenzó a aprovecharse de la debilidad de Rusia en ese momento y comenzó a
expandirse sin tregua hacia el este. En 1999, tres países que habían sido
aliados soviéticos –Hungría, Polonia y República Checa–, todos antiguos
miembros del Pacto de Varsovia (la versión moscovita de la OTAN), se
incorporaron a la alianza. En 2004, Bulgaria, Rumania y Eslovaquia fueron
agregados junto con tres estados que habían sido parte de la Unión Soviética
(Estonia, Letonia y Lituania). Para la OTAN, este impresionante escalamiento
trasladó su frente de defensa mucho más allá de los campos industriales a lo
largo de las costas del Atlántico y el Mediterráneo. Mientras tanto, el frente
ruso se redujo en miles de kilómetros hacia sus propias fronteras, colocando en
posición de gran riesgo a su feudo, lo que generó profunda ansiedad entre los
más altos funcionarios de Moscú que no aceptaban estar rodeados de fuerzas
hostiles.
Creo que es
obvio que la expansión de la OTAN no tiene relación alguna con la modernización
en sí de la alianza ni con garantizar la seguridad de Europa, declaró Putin en
la Conferencia de Seguridad de Múnich en 2007. Por el contrario,
representa una seria provocación que reduce el nivel de confianza mutua. Y tenemos
el derecho de preguntar: ¿contra quién es esta expansión?, señaló.
Fue, sin
embargo, la decisión de la OTAN de 2008 de ofrecer membresías a las ex
repúblicas soviéticas de Georgia y Ucrania lo que enardeció las preocupaciones
de seguridad de Moscú. Después de todo, Ucrania comparte una frontera de más de
965 kilómetros con Rusia, muy cercana a gran parte de su centro industrial. Los
estrategas rusos temían que si Ucrania se unía a la OTAN, Occidente podría
desplegar armamento poderoso; incluidos misilies balísticos, justo en su
frontera.
Occidente ha
explorado el territorio de Ucrania como un teatro futurista, con un campo de
batalla que algún día estaría dirigido contra Rusia, declaró Putin en un
acalorado mensaje el 21 de febrero, justo antes de que los tanques rusos
cruzaran la frontera con Ucrania. Si Ucrania se une a la OTAN, sería una
amenaza directa a la seguridad de Rusia.
Para Putin y
sus principales asesores de seguridad, la intención principal de la invasión
era eliminar esa posibilidad a futuro, y permitir que el frente ruso pudiera
trasladarse más allá de su núcleo vulnerable, así como mejorar sus ventajas
estratégicas en el espacio de batalla europeo.
Al parecer,
subestimaron el poder de las fuerzas que se alinearon en su contra, tanto en lo
referente a la determinación de los ucranios comunes de repeler al ejército
ruso, como en la unidad que mostró Occidente en su disposición a imponer duras
sanciones económicas, por lo que, con toda probabilidad, Moscú saldrá de esta
batalla en una posición de desventaja. Pero una incursión de esa magnitud
implica estos riesgos draconianos.
Mackinder, Mahan y la estrategia de EU
Washington se
ha manejado a sangre fría en sus consideraciones geopolíticas durante más de un
siglo, y al igual que Rusia, con frecuencia se ha topado con resistencia. Como
una potencia comercial que depende significativamente de su acceso a los
mercados extranjeros y a materias primas, Estados Unidos ha buscado tener
control estratégico sobre una serie de islas, incluidas Cuba, Hawai y
Filipinas, usando la fuerza cuando ha sido necesario. Esa consigna continúa
hasta hoy, y la administración Biden busca preservar o expandir el acceso de
Estados Unidos a bases militares en Okinawa, Singapur y Australia.
En esos
esfuerzos, los estrategas estadunidenses están influenciados por dos vertientes
principales del pensamiento geopolítico. Uno es el que fue nutrido por el
geógrafo inglés Sir Halford Mackinder (1861-1947), quien sostenía que la
combinación del continente Euroasiático poseía gran parte de la riqueza global,
recursos y población, al grado de que cualquier nación capaz de controlar esa
región estaría en condiciones de controlar el mundo de manera funcional. De ahí
surgió el argumento de que los estados insulares como Gran Bretaña y,
metafóricamente, Estados Unidos, tenían que mantener una presencia
significativa en Euroasia, e intervenir en la zona, de ser necesario, para
impedir que alguna potencia de la región ganara el control de los otros
estados.
El oficial
naval estadunidense Alfred Thayer Mahan (1849-1914), de manera similar,
sostenía que en el mundo en proceso de globalización, donde el acceso al
comercio internacional era esencial para la supervivencia de una
nación, el control de los mares era aún más crítico que el control de
Euroasia. Un ferviente estudioso de la historia naval británica, Mahan, quien
fue presidente del Colegio Naval de Guerra en Newport, Rhode Island, de 1886 a
1893, concluyó que, como Gran Bretaña, su país debía contar con una poderosa
marina y numerosas bases en todos los mares para beneficio de su supremacía
comercial global.
Artículo publicado originalmente en La Jornada.
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