Estallaron
las tormentas. Del drama de la guerra en Ucrania al
sainete local de la crisis del PP. Putin ha decidido guerra con un cálculo
político que siempre suele subvalorar la complejidad de las respuestas. Y el
papel de la Unión Europea, penoso.
Maelstrom
EL Viejo Topo
7 marzo, 2022
Febrero caliente
En pleno
anticiclón climático estallan las tormentas. Se venían larvando desde hacía
tiempo y se han concentrado al final de febrero. En el plano nacional e
internacional. Se trata de fenómenos inconexos, que obedecen a dinámicas
específicas. Pero bajo estas historias independientes, desiguales en su
dramatismo y consecuencias, subyace un contexto común, el de la crisis de un
fin de período. Y aunque en ambos casos exigen también que la gente de
izquierdas se plantee su papel, entienda como le conciernen cosas tan dispares
como la crisis del principal partido de derechas y una guerra en un territorio
lejano.
Del drama oriental…
Cuando escribo
esta nota la guerra es ya una realidad. Y la ha declarado Putin. Y, sabemos por
experiencia, que una vez se declara la guerra la información se trastoca en
propaganda. Putin nos ha facilitado la información, con su insostenible
justificación. Como hoy mismo ha explicado Rafael Poch, estamos ante un
conflicto entre dos potencias decadentes que no pueden abandonar ni sus sueños
de grandeza ni sus viejos hábitos militaristas. Y una vez más observamos que
cuando se empieza una escalada verbal al final aparecen las armas. Y las
muertes y los destrozos de vidas e infraestructuras. Y la proliferación de la
cultura del amigo-enemigo. Solo nos queda esperar que el otro bando sea más
sensato y no tome el órdago como una invitación a la respuesta brutal. Muchas
de las grandes guerras empezaron así. Y muchos grandes fiascos han empezado con
ideas equivocadas de la propia fuerza. He leído algo sobre guerras y una
característica de todas ellas es que quién la lanza está convencido de su
superioridad estratégica y de que la victoria es pan comido. No podemos influir
en Putin, pero si en nuestros gobiernos para impedir que el conflicto vaya a
más y se consiga frenar la acción militar. Putin es sin duda el primer
responsable, pero llevamos meses con un bombardeo informativo que más bien
parecía que había interés en que adoptara esta decisión que en ofrecer una
salida pacífica.
La guerra es siempre
un desastre. En primer lugar, para la población de Ucrania y en menor medida la
de Rusia. Muertes, desplazamientos de población, desabastecimiento, ruptura de
redes sociales, brutalidad son siempre efectos directos de las acciones
bélicas. La gravedad de estos efectos depende de la extensión y duración del
conflicto. Si, en lugar de la contención, Estados Unidos y sus aliados optaran
por la respuesta bélica, aunque sea de “baja intensidad”, los impactos serían
incalculables. Queda incluso la incógnita de ver si la guerra con armas se
trastoca en una guerra cibernética que puede desestabilizar sociedades
dependientes de unas tecnologías tan vulnerables. Y son seguros los efectos
económicos directos (aumentos de precios de materias primas, caída del comercio
internacional) e indirectos (adopción de políticas económicas
antiinflacionarias, aumento del gasto bélico en detrimento del gasto civil,
etc.).
Putin ha
decidido guerra con un cálculo político que siempre suele minusvalorar la
complejidad de las respuestas. No parece que en el plano militar se aprenda
nunca. Hitler no entendió el peligro de invadir Ucrania. Los norteamericanos
llevan una larga experiencia de guerras que han salido mal, y los mismos rusos
olvidan el fracaso de Afganistán. El uso de la fuerza bruta y la autoconfianza
de los altos mandos siguen llenando el planeta de desastres a cual más atroz.
No se puede
perder de vista que más allá de la responsabilidad de la élite dirigente rusa
se ha llegado a esta situación por un cúmulo de trayectorias e inercias
históricas que vale la pena subrayar. Empezando por la larga tradición
autocrática de la Rusia zarista, de la que Putin se siente heredero (y que los
bolcheviques no supieron liquidar), y siguiendo por todo el desastre generado
por la forma como se liquidó el régimen soviético con la clara intervención de
las instituciones occidentales. El modelo de implantación de una economía de
mercado de manual, lejos de facilitar una transición hacia un capitalismo
regulado con instituciones de bienestar, devino en un saqueo privado y la
implantación de una economía oligárquica centrada en la producción de materias
primas. También la agresiva expansión de la OTAN, y la aceptación como
democráticos de regímenes que negaban la nacionalidad a la población de origen
ruso, han contribuido a reforzar los fantasmas paranoicos que atenazan a Putin.
Ni se cerró el clima de enfrentamiento (que hubiera exigido disolver la OTAN y
crear un nuevo espacio europeo de Cooperación y Seguridad) ni se propició la
creación de economías en la búsqueda del bienestar.
El papel de la
Unión Europea en toda esta historia ha sido penoso. Incapaz de tener una
propuesta propia, siempre a remolque de Estados Unidos. Dando por buena la
extensión de occidente sin miramientos ni reflexión. No es casualidad que
alguno de los mayores problemas internos de la propia UE provengan de países
como Polonia y Hungría, con gobiernos claramente autoritarios. Ni que, al menos
a corto plazo, vayan a ser los países europeos los damnificados directos en aspectos
económicos de la propia guerra. Estamos emparedados entre los restos de dos
imperios declinantes (pero que conservan una enorme capacidad letal) y tenemos
unos gobernantes incapaces de desarrollar una política que garantice de verdad
paz, bienestar y democracia.
… al sainete local
Comparado con
lo de Ucrania, la crisis del PP es un juego de niños. Pero, localmente, ha sido
un espectáculo que nadie esperaba. Ha puesto en evidencia varias cuestiones.
Que el PP sigue siendo un nido de corrupción y su opción prioritaria tratar de
esconderla. Que tenían un liderazgo inepto, que le venía grande a Casado y a
sus colegas, los cuales fueron incapaces de adoptar una línea coherente ni de
aunar voluntades cuando saltó el escándalo. Que Ayuso y los suyos son este
espécimen de personas tóxicas que están dispuestas a todo con tal de imponer
sus intereses. Por desgracia este tipo de personas los encontramos también en
otros muchos espacios: no son patrimonio exclusivo de la derecha. En el partido
el único pegamento firme es la posibilidad de mantener o pillar cargo y la
mayoría de decisiones se adoptan en función de esto. Que el deterioro orgánico
del PP es importante y está relacionado con la pérdida de monopolio del espacio
de la derecha y de la frustración por la existencia de mayorías alternativas en
el país. El error de Casero cuando les había salido bien la maniobra de la
reforma laboral puede haber ahondado esta frustración. La crisis del PP abre
nuevas incógnitas sobre el liderato de la derecha y el crecimiento de Vox
genera nuevas dudas sobre su línea política.
Se trata de una
historia local, muy diferente a la anterior. Aunque, al igual que la crisis
internacional, su situación se enmarca en una dinámica relacionada con toda la
evolución social nacida de la globalización, el final del capitalismo
keynesiano. La mayor parte de la derecha europea que primero rompió el
capitalismo regulado de postguerra, se asoció al neoliberalismo y la
globalización ha entrado en crisis por la propia dinámica que esta opción ha
desvelado. La misma corrupción que ha salpicado en muchos países (aunque en el
caso del PP ya venía de marca) es en parte producto del enfoque ultraliberal,
depredador, que han propugnado los ideólogos neoliberales. Aprovecharon a lo
bestia la crisis de 2008-2010 y a cambio generaron nuevos problemas y
contradicciones. Ello se ha traducido en la emergencia de una nueva derecha
antiliberal, antidemocrática, identitaria, que quizás no tiene la capacidad de
ofrecer una alternativa creíble, pero si la de desestabilizar no sólo a la
derecha sino al conjunto de la sociedad. Por esto, tras habernos reído y
avergonzado de las trifulcas peperas de los últimos días, debemos preocuparnos
de hacia dónde nos va a llevar su crisis. Los buenos deseos de la gente de orden
es que vuelva un partido de orden que ayude al PSOE a “centrar la política”, a
domesticar un poco el capitalismo más insensato a un precio módico. Pero el
lastre de la corrupción endémica, las dudas ante Vox, los propios tics
derechistas y el desconcierto ante un gobierno de coalición que no se rompe a
la primera no garantizan ni que se pueda dar una recomposición pacífica ni que
la próxima vez el terremoto no nos afecte. Lo que pueda pasar en los procesos
electorales de otros países, por ejemplo Francia, puede también decantar
dinámicas aquí.
Mirando a la izquierda
Se trata de dos
conflictos ajenos al enfrentamiento izquierda-derecha. Nadie considera a Putin
defensor de otros intereses que no sean los de su oligarquía (aunque no se
pueden descartar despistados de los que siempre necesitan apuntarse a uno de
los dos mandos en pelea). Y, por tanto, esta es una guerra en la que sólo
tenemos que tomar partido en contra de ella misma y sus promotores (como ya lo
hicimos antes en todas esas guerras que vienen sucediéndose desde el inicio del
período neoliberal). Por esto ahora cuando nos insultan nos tratan de ingenuos,
de indocumentados. Y por esto hay que saber dar respuestas en una sociedad
europea que va a vivir traumatizada la invasión de Ucrania, como antes vivió
traumatizada los atentados yihadistas. El «No a la guerra» necesita reforzarse
con ideas claras acerca de cómo evitar la violencia, la carrera armamentística
y los intentos de convertir a los países ricos en ciudadelas con muros
reforzados.
La pelea del PP
es cosa de los otros. Pero en una sociedad donde los bloques políticos están
consolidados sus escándalos no van a provocar grandes movimientos sociales. Es
posible incluso que acaben reforzando las tendencias más inciviles,
reaccionarias, de la derecha. El desconcierto ante los efectos de la
globalización, sobre el impacto de la crisis ecológica, sobre movimientos
migratorios de origen diverso (refugiados bélicos y climáticos, efecto llamada
de la crisis demográfica, etc.), o sobre la crisis del patriarcado constituyen
las bases sobre las que esta nueva derecha construye su fuerza. Y tiene una
nueva oportunidad de reforzar su predicamento. Por esto mejor que después de
pasar un buen rato con las desventuras del club de Génova, empecemos a
preocuparnos por encontrar líneas de propuesta, de acción, de formación, de
iniciativa para conseguir que no se produzca una reacción social que empeore
aún más la situación.
La sequía ha
derivado en tormenta tropical. Urge desarrollar las respuestas para que no
acabe en desastre. Se acabó el espectáculo. Porque los peligros y los problemas
que han generado estas explosiones siguen presentes y amenazantes.
Fuente: Mientrastanto.org.
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