«Indignómetro» occidental e
imperialista
Por Renán Vega Cantor
Rebelion
| 19/03/2022
Fuentes: Rebelión
[Imagen: Gaza]
La actual guerra de Ucrania ha servido, más que cientos de discursos y
denuncias, para evidenciar lo que son Europa, Estados Unidos y el capitalismo
realmente existente, del que por supuesto también hacen parte Ucrania y Rusia.
“[…] nosotros
no pertenecemos a la estirpe de los jueces, que absuelven o condenan, sino a la
de los dramaturgos, que tratan de comprender, o al menos entender, los
conflictos, por graves y hasta sangrientos que sean. Pero también es cierto que
nosotros mismos rechazamos (y no sólo a título personal, sino también en
nuestra obra poética) prácticas como la de la tortura policíaca o el
militarismo y el terrorismo de Estado. ¿Qué tiene esto que ver con el oficio de
Eurípides? ¿Pero es que se puede llevar ese oficio hasta el límite de cegar las
fuentes de nuestra indignación ante determinados hechos?”.
Alfonso
Sastre, La batalla de los intelectuales, Clacso, Buenos Aires,
2005, p. 56.
Nuevamente la
guerra llega a Europa y de repente es como si los europeos despertaran y
descubrieran el monstruo de la muerte y la desolación, al cual no le veían la
cara directamente en los últimos 75 años. Las últimas generaciones de europeos
no sabían de la guerra en forma directa, siempre las habían visto por
televisión, en el mejor de los casos, o nunca las habían visto, ni querían
saber de ellas. No sabían o no les importaba saber que muchas de las guerras
que se realizan en el mundo tienen la impronta europea o de su “protector
mayor”, los Estados Unidos. Muchos de esos europeos, con sus teóricos y
pensadores a la cabeza (Jurgen Habermas, Tony Negri, entre otros), incluso para
justificar las masacres, como la del pueblo iraquí o la del pueblo palestino,
hablaban de “guerras justas” y hasta de “guerras humanitarias”, y los
intelectuales pro-sionistas de los que está llena Europa justifican los
crímenes del Estado de Israel con el argumento de que ese país tiene derecho a
defenderse y necesita que se le brinde seguridad.
En Europa se
prepararon brutales agresiones criminales que han destruido países y dejado
millones de muertos, como cuando en Las Azores se reunió el cuarteto de la
muerte (George W. Bush), Reino Unido (Tony Blair), España (José María Aznar) y
Portugal (José Manuel Barroso), se reunió hace veinte años para planear la
destrucción de Irak, que ha dejado millones de heridos, muertos, inválidos,
huérfanos, niños y mujeres bombardeados. Y aunque a esa guerra hubo fuerte
oposición en Europa, sin embargo, rápido se pasó la página y quedó en el
olvido, y eso no remuerde la conciencia europea. Esos mismos europeos son los
que surten de armas a Arabia Saudita que lleva a cabo una horrenda carnicería
en Yemen.
Eso es lo mismo
que sucede con los periódicos ataques de Israel a los Palestinos en la prisión
a suelo abierto más grande del mundo, cuando se destruye todo lo que se
encuentra a su paso y cada nuevo ataque sionista deja centenares de muertos y
heridos. Pero eso no remueve la conciencia europea.
Tampoco removió
la conciencia europea ni la estadounidense el asesinato cobarde de un general
iraní en territorio de Irak, destruido y empobrecido por la civilización
occidental y cristiana. Esa conciencia europea no se conduele, sino que antes
apoya el criminal bloqueo contra Venezuela, participa en el robo de sus
riquezas, como lo ha hecho Inglaterra con el oro del estado venezolano
depositado en su arcas. Esa misma Europa reconoció a un pelele, autodesignado
como presidente de Venezuela, y no se inmutó ni chistó nada con lo que eso
significaba en términos de violación flagrante de cualquier legalidad
internacional.
Ante todo eso y
muchos otros crímenes, impulsados por Estados Unidos y sus vasallos europeos,
ha habido un silencio absoluto y cómplice de los mismos que hoy se rasgan las
vestiduras y sacan a relucir la trasnochada mentira de que Europa es un modelo
de concordia, de paz, de libertad, de justicia, de derechos humanos, de
fraternidad universal… y mil bellezas por el estilo. Todas esas lisonjas
retóricas han quedado hechas añicos en las dos últimas semanas, cuando se ha
generalizado el racismo y la xenofobia.
En pocas
palabras, se ha puesto a funcionar el indignómetro, hermano siamés del
democracímetro, dos construcciones Made in Usa y reproducidas obedientemente
por la Unión Europea. Ese indignómetro había funcionado antes de manera
ocasional, como cuando se presentó la toma del Capitolio de los Estados Unidos
en enero de 2021. Pero en ningún otro momento ese indignómetro había actuado en
forma tan sincronizada, integral y simultánea, como acontece en estos
instantes. Eso amerita analizar algunos de los elementos de ese indignómetro,
es decir, de esa indignación selectiva, oportunista e hipócrita que hoy invade
al mundo occidental.
Denunciamos las guerras que nos convienen
Toda guerra es cruel, dolorosa, rebaja a la humanidad a su peor condición. Las guerras nos mutilan como seres humanos, nos aplastan, nos aniquilan física y moralmente. Y eso lo puedo atestiguar personalmente yo que vivo en Colombia, un país atravesado por la guerra desde hace 75 años. Guerra que, entre otras cosas, no es noticia en Europa ni en Estados Unidos, ni los conmueve, aunque ellos tengan mucho que ver con su persistencia y hayan condecorado a los terroristas de Estado que dominan este país desde tiempos lejanos. Toda invasión, violación del territorio de otro país debe ser rechazada y condenada, pero cuando decimos todas son todas y no una de ellas. Lo que llama la atención es, precisamente, que en Estados Unidos y en Europa se rechace con indignación lo que sucede entre Rusia y Ucrania, pero ni siquiera se mencione las otras guerras que hay en el mundo, y sobre las que una simple ojeada a un mapa ‒por lo demás parcial e incompleto‒ nos proporciona información sensorial. Si esas guerras existen, con millones de muertos, heridos, lisiados, desplazados, territorios desolados, ciudades destruidas y bombardeadas, niños mutilados, mujeres destrozadas… pero de esas guerras no se dice una palabra, como si sencillamente no existieran.
No obstante, en el imaginario de los europeos comunes y corrientes, la paz que han disfrutado durante 75 años ‒interrumpida lejana y brevemente por la guerra de los Balcanes desde finales de la década de 1980‒ parecería ser universal, como si el resto del mundo no hubiera sido devastado por las guerras frías y calientes desde 1945. Pero la guerra no es una cosa del pasado, es actual, como lo muestra un mapa más amplió que el anterior, y en donde figuran conflictos internos, como el que soportamos en Colombia desde hace décadas y que nunca estremece al indignómetro biempensante de europeos y estadounidenses:
Mapa ampliado de las guerras en el mundo de hoy
Si el mundo es
tan ancho y ajeno como lo diría el escritor peruano Ciro Alegría, por qué ese
súbito y repentino interés por una guerra en particular. Eso llama la atención
y no se necesita mucha ciencia para determinar el por qué se mueve tan velozmente
la aguja imantada del indignómetro: el eurocentrismo hace pensar que Europa no
solo es el centro del mundo, sino el mundo mismo, junto por supuesto con sus
hijos-padres putativos, los Estados Unidos. El resto del planeta,
sencillamente, no existe. O como lo ha dicho el escritor Rob Nixon: “Es una
condición generalizada de los imperios ejercer influencia sobre amplias franjas
del planeta sin que la población del imperio tenga conciencia de ese impacto…,
de hecho, sin tener siquiera conocimiento de la existencia de muchos de
los lugares afectados”.[1]
En conclusión,
los europeos y estadounidenses soportan una generalizada disonancia cognitiva
que los lleva a no ver más allá de sus narices, como si el resto del mundo no
existiese y por eso no saben de las guerras, masacres, dictaduras, invasiones,
saqueo que predomina en gran parte del planeta. Solo les interesamos cuando se
pone en peligro la apropiación que hacen de nuestras riquezas o cuando hay que
venir a visitar sus fincas de veraneo (nuestros países) y vienen de turistas.
Al final, el indignómetro opera solamente cuando se tocan directa y de cerca
sus intereses, de resto jamás se escuchan voces de indignación condenando las
acciones criminales de Europa y los Estados Unidos.
Es bueno
examinar con detalle algunos de los componentes centrales de ese indignómetro
que hoy se ha impuesto en el mundo occidental y en todos sus satélites.
La destrucción de una guerra que mostramos y nos duele, pero no de las
otras
En estos días
en una verdadera orgía de mentiras, culto a la sangre y a la muerte, falsimedia
occidental, sus periodistas, intelectuales y políticos ‒casi sin excepción‒ muestran y reproducen edificios destruidos, carros incendiados, gentes
llorosas que vienen de Ucrania, aunque mucha de esa información sea falsa y
corresponda en verdad a imágenes de la guerra de otros lados. Pero eso no
importa, de lo que se trata es de exaltar las imágenes de destrucción referidas
a Ucrania, entre otras cosas nunca se muestran las de Donestsk y Luhanks,
bombardeadas hasta la saciedad por los nazis ucranianos.
La destrucción
y el dolor que generan la guerra siempre ponen en cuestión nuestra humanidad, y
a veces nos hacen dudar de nuestro pretendido carácter de homo sapiens. Eso es
aplicable y extendido a cualquier guerra -como la colombiana, en donde
periódicamente son bombardeados y masacrados jóvenes y niños (solo hace quince
días fueron masacrados de esa forma 50 colombianos y en los últimos dos años se
han asesinado de esa manera 26 niños)-, pero lo que genera muchas dudas es que
el indignómetro solo funciones ahora, cuando la guerra llega a la esquina este
de Europa.
Esa indignación no se presenta cuando los criminales sionistas bombardean y destruyen a mansalva las casas de los palestinos y con la gente adentro. El indignómetro no funciona al momento de contemplar la masacre de los yemeníes, de los iraquíes, de los afganos, con sus ciudades destruidas, sus escuelas, hospitales, centrales eléctricas, canales de radio y televisión, destruidos por las bombas inteligentes Made in Usa o Made in Europa.
Ataque de la coalición liderada por Arabia Saudí en Yemen
¿Por qué un
horror tan selectivo? ¿Por qué tanta conmoción ahora, pero tan absoluta
indiferencia y pasividad con el dolor y sufrimiento de los condenados de la
tierra, que están al otro lado del mundo, aunque ese otro lado esté tan cerca,
como en Palestina?
Nos duelen los migrantes blancos, rubios y de ojos celestes, (mejor que no
sean pobres). pero no los negros ni los otros de razas inferiores
Millones de
personas huyen de la guerra, de todas, pero no solo de una, de la de Ucrania. Y
otros millones huyen de las otras guerras, nunca reconocidas como tal, entre
las que se encuentran los bloqueos económicos, el libre comercio, los planes de
ajuste estructural. A diario circulan por el mundo, dentro de sus países, y
hacia otros países, millones de niños, hombres y mujeres, que dejan atrás sus
hogares, sus familias, sus tradiciones, sus territorios. Pero eso no importa,
porque son negros, amarillos, musulmanes, pobres… Están ahí a diario, muriendo
de hambre, de frio, de sed, abandonados a su propia suerte. Padecen al
atravesar la frontera que separa a Estados Unidos y México, donde son tratados
peor que animales y encerrados en jaulas. Mueren en la fosa a cielo abierto más
grande del planeta, en el mediterráneo, en la que se hunden a diario las
pateras desvencijadas con africanos pobres. Pero eso nunca indigna a los
Europeos, muchos de los cuales devuelven al mar los cadáveres de los migrantes
ahogados, como en Italia, donde incluso se bañan en la playa, junto a los
cadáveres de los “extranjeros indeseables”.
Y ahora, como
por arte de magia y en forma milagrosa, esos mismos que desprecian a los
migrantes y que, como lo dijo Donald Tusk, Presidente del Consejo Europeo, les
recomendaba en 2016: “No vengan ustedes a Europa. No arriesguen su vida ni su
dinero. No merece la pena”[2]. De repente, esos mismos europeos les dicen a los
ucranianos, arriesguen su vida y vengan al mundo civilizado, que acá los
recibimos con los brazos abiertos, pero con la condición de que sean
blanquitos, rubios y de ojos azules. El racismo de este indignómetro de
pacotilla no puede ser más descarado: en la frontera de Polonia los guardias
fronterizos esperan a los que vienen de Ucrania, pero no los reciben ni acogen
a todos, puesto que a los que tienen piel blanca los llevan de inmediato a un
albergue, les dan comida caliente y atención médica y sanitaria, y a los que
tienen otro color de piel (negra, por ejemplo) no se les deja entrar, se les
acosa, insulta, persigue y se les deja morir de frio y de hambre. Incluso, en
el colmo del cinismo, se persigue a las personas negras, aunque tengan
nacionalidad de algún país de Europa, como le sucedió a dos jóvenes estudiantes
de medicina en Ucrania, oriundos de Portugal, cuyo color de piel es negro, y
que fueron acosados e injuriados en la frontera, por los guardias ucranianos y
polacos. Los primeros no quieren que los negros y asiáticos se vayan de
Ucrania, los obligan a permanecer para quedarse a pelear, les dicen “Te
quedarás aquí, tú que huyes de la guerra. Te quedarás aquí y lucharás con
nosotros. No os vais a ir, sobre todo los negros«, como lo aseguró
Jean-Jacques Kabea, estudiante congoleño. Y en Polonia, donde el racismo cunde,
los guardias reciben con los brazos abiertos a los ucranianos blancos y sacan a
patadas a aquellos que tienen la desgracia de tener una piel de otro color.[3]
Esta hipocresía organizada del indignómetro occidental lo que muestra es que allá la vida se cotiza por el color de la piel: entre más blanco eres más vales, en la medida que tu piel se oscurece tu vida no vale un comino. Para estos últimos se aplica el estribillo, que gritaban en las islas Canarias, propio de una canción del Gran Combo de Puerto Rico, No hay cama pa’tanta gente. Y se les muele a palos y se les deja morir en el mediterráneo. Al mismo tiempo y en forma súbita se habla de acoger a cuatro millones de ucranianos, porque son europeos y por su color de piel.
Población
huyendo de Ucrania que es devuelta a patadas por los civilizados europeos de
Polonia
Pero este
indignometro oculta que hay otra migración aceptaba, tolerada y convertida en
un gran negocio capitalista: el de la trata y comercio de jóvenes mujeres de
color blanco y de ojos azules, en el mercado de la prostitución europea y en el
negocio de vientres de alquiler. Que Ucrania se convirtió en el país campeón
mundial de las madres sustitutas nunca escandalizó a los que hoy agitan el
indignómetro. Ni tampoco que españoles, italianos, franceses y cualquier
europeo adinerado compre esposas ucranianas o esclavas sexuales.
Porque incluso
la hipocresía de acoger a los blancos y blancas es mentirosa, porque si eres
pobre, aunque seas blanco te va a ir mal, en la civilizada Europa, donde
esperan a las mujeres, y entre más pobres y bellas peor para ellas, para que
alquilen su útero, en el mejor de los casos, o para que terminen en un
prostíbulo de cualquier país europeo.[4]
Los que agitan el indignómetro nunca nos dicen que Europa occidental convirtió a las mujeres ucranianas en sus esclavas sexuales y en el principal abastecedor de los prostíbulos de Europa. Un riesgo que se incrementa ahora con los migrantes de la guerra, puesto que los traficantes de mujeres están al acecho para llevarlas y venderlas en Alemania que es hoy por hoy el prostíbulo más grande de Europa.
Cartel para
alquilar vientres de alquiler en Ucrania
Somos demócratas y liberales, pero cuando hay que apoyar nazis lo hacemos
sin titubeos
Cuando se habla
del nazismo, del fascismo o del neonazismo se están utilizando nombres que, por
lo general, son etéreos e imprecisos, porque en muchos casos son apelativos que
se emplean para referirse a las formaciones europeas o estadounidenses o de
otros lugares del mundo de extrema derecha. A esa derecha dicen los europeos y
estadounidenses bien pensantes que se oponen y rechazan, como sucedió con
Donald Trump. Pero en el caso de Ucrania sucede algo raro: el nazismo no es una
denominación peyorativa o algo por el estilo, sino que es un criterio político
de identidad de sectores ligados a las clases dominantes y a las fuerzas
armadas de Ucrania, hasta el punto de que se han convertido en héroes
nacionales a criminales ucranianos pronazis, como Sthepen Bandera, consagrado
como héroe de Ucrania en 2010. Lo significativo es que hasta en los papeles de
los servicios secretos de los Estados Unidos, antecesores de la CIA, se informa
que este criminal era un agente de Hitler. En efecto, un documento
desclasificado se señala:
«El 30 de junio
de 1941 el fascista ucraniano y agente profesional de Hitler, Stepán Bandera
[apodo del agente Cónsul 2] proclamó en Leópolis la reconstrucción del Estado
de Ucrania Occidental». Agrega que
«10.000 judíos
fueron aniquilados durante una sola operación en la frontera con la
Transcarpatia ucraniana. Los gendarmes húngaros los transportaron desde el
territorio ocupado por Hungría y Alemania. En la frontera fueron entregados a
los representantes de los destacamentos armados de Bandera, quienes los
llevaron a una dirección desconocida. […] Solo durante cinco semanas de
existencia del ‘Estado’ de Bandera fueron asesinados 5.000 ucranianos, 15.000
judíos y varios miles de polacos»[5].
Claro, los que
agitan el indignómetro, europeos y estadounidenses, pueden aducir que esta es
una cuestión histórica, vieja y que no tiene importancia ni proyección hacia el
presente. Afirmación discutible, porque ese criminal ha devenido héroe del
régimen ucraniano actual. Pero el asunto va más allá, porque hoy en Ucrania
existe el Batallón Azov, una formación paramilitar integrada a la Guardia
Nacional de Ucrania que se declara abiertamente nazi, por su concepción
política, por sus afinidades ideológicas con Hitler y por la simbología que
emplea.
Además, un
grupo nazi es responsable del asesinato de 44 personas en Odesa el 2 de mayo de
2014 y de herir a otros 88. Eso sucedió en la casa de los sindicatos de Odesa.
Significativamente, quien comandó ese crimen fue condecorado por el actual
presidente de Ucrania con la orden Héroe de Ucrania en diciembre del año
anterior.
Pero hay más,
en el Ejército de Ucrania se han visto a hombres y mujeres que portan en su
uniforme militar símbolos nazis.
La influencia
nazi en Ucrania alcanza tal dimensión que, en 2019, The Nation decía:
“Hoy, cada vez más noticias acerca de la violencia de extrema derecha, del
ultranacionalismo y de la erosión de las libertades básicas desmienten la
euforia inicial de Occidente. Hay pogromos neonazis contra los gitanos, ataques
desenfrenados contra grupos feministas y LGBT, se prohíben libros y se
glorifica, con el patrocinio del Estado, a colaboradores nazis”[6].
Somos los campeones de la libertad de prensa, pero si hay que acallar a la
prensa que no nos gusta lo hacemos a nombre de la libertad.
Uno de los preceptos que más se repiten en Europa y los Estados Unidos es que ellos son los defensores incondicionales de la libertad de prensa y opinión. Por ese principio, Europa a condenado y perseguido países desde hace décadas. No importa que Julián Assange se haya convertido en una espina que recuerda que eso no es cierto, pero eso poco importa porque supuestamente es un caso aislado y esa persecución opera contra un “enemigo del mundo libre”. Basándose en ese supuesto, Europa y Estados Unidos se rasgan las vestiduras cuando se toca un periódico privado en cualquier lugar del mundo y eso se repite hasta la saciedad, como ha acontecido con Venezuela. En ese momento, suenan los gritos estridentes de rechazo, de condena, de denuncia que esos que se atrevieron a tocar un periódico o un canal de televisión ligado a los poderes corporativos, son enemigos declarados de la libertad de prensa y son regímenes dictatoriales…
Pues bien,
ahora se ha impuesto una brutal censura a periódicos, periodistas y personas
que defiendan una postura distinta a la que se ha convertido en la verdad
oficial propalada por la OTAN y los medios de desinformación europea. El
pensamiento único se ha implantado y no es solo un dicho, puesto que solamente
se acepta que se diga que en esta guerra hay malos y buenos, y estos son los
que defienden al mundo occidental. Quien se oponga o diga lo contrario es
censurado de una forma implacable, como ha ocurrido con RT, Sputnik, señalados
como medios de propaganda del gobierno de Putin. También se han acallado las voces
que den una opinión que salga de las falsas verdades establecidas en cualquier
medio de difusión, incluyendo internet y las redes sociales, en las cuales o se
bloquean las páginas o se les coloca el aviso de que son medios prorrusos. Así
se han acallado a todo tipo de personas, críticas e independientes.
Claro, este
indignómetro informativo jamás funciona para Estados Unidos, Israel o la Unión
Europea cuando atacan brutalmente a un país, bombardean y masacran. En esos
casos no se censura ni se controla la propaganda oficial de los “reporteros en
uniforme” que acompañan a los agresores y que va en sus aviones o en sus
tanques de guerra. Jamás existe indignación cuando se bombardean estaciones de
televisión, cadenas de radio, sede de periódicos por parte de Estado Unidos,
tal y como sucedió en Yugoslavia en 1999 o en Irak, en 2002-2003, cuando el
hotel en que se encontraban los periodistas fue convertido en un objetivo
militar y fue asesinado el periodista José Couso.
El argumento
para acallar a canales como RT es que son medios de propaganda rusos y que no
ofrecen información seria, creíble y de calidad. Y eso se dice agitando el
indignómetro, al tiempo que se apoya a CNN, la BBC, Fox News y medios similares
que son el colmo de la mentira, la manipulación y la desinformación.
El indignómetro
apoya incluso que se censure internet y que Google, Facebook y compañía
bloqueen cuentas a su acomodo y según sus intereses. Con esto, entre otras
cosas, queda hecha añicos la falacia construida hace treinta años con respecto
al carácter democratizador de Internet y además sostenía que este no podía
controlarse de ninguna manera, ni por el Estado ni por los particulares, con lo
que se demostraba el fin de la soberanía de los Estados por la imposibilidad de
impedir que la libre información circulara más allá de esta o aquella frontera.
Eso se ha demostrado falso, porque ahora el control y la censura lo ejercen los
grandes conglomerados privados, todos de origen estadounidense, y eso se acepta
como valido y legitimo y, además en el colmo del cinismo, a nombre de la
libertad de prensa.
Bloqueamos, y boicoteamos de acuerdo con nuestra conveniencia
Una de las
manifestaciones más apabullantes del indignómetro occidental es el de la
imposición del bloqueo, el boicot y la persecución a todo lo que sea ruso o
huela a ruso. Nunca en ningún otro momento se había presentado tanto
unanimidad, coordinación y ejecución inmediata del bloqueo económico, el boicot
y el accionar de instancias burocráticas paquidérmicas que no sirven para nada
como la ONU, o el Tribunal Internacional de Justicia. Tampoco nunca se había
presentado tal rapidez para que el Comité Olímpico Internacional cumpliendo las
ordenes de Estados Unidos decidiera expulsar a todos los equipos y deportistas
rusos de cualquier competencia individual o por equipos. Incluso, la FIFA que
presume de estar al margen de la política y tiene como uno de sus principios
demagógicos el sostener que cucando un Estado que cuando un Estado interviene
en los asuntos del futbol eso supone la sanción de su selección nacional. Eso
se ha demostrado falaz en estos momentos, porque la FIFA ha sido de las
primeros en acatar la orden de expulsar a Rusia del mundial de futbol y a los
equipos rusos de cualquier competencia internacional. Lo mismo ha sucedido en
todos los deportes y ahora asistimos al espectáculo bochornoso e inquisitorial
que si los tenistas rusos quieren participar en el torneo de Wimbledon deben
condenar a Putin y aceptar que no pueden escuchar el himno de su país.
Se expulsa a
los directores de orquesta de origen ruso por negarse a condenar la guerra y a
Putin. Se expulsa hasta los gatos y perros de las exhibiciones internacionales.
Se expulsa a los estudiantes rusos matriculados en universidades europeas y
estadounidenses. Se rompe con los acuerdos de ciencia e investigación que se
habían establecido con universidades e instituciones de Rusia. Se persigue las
cátedras de pensamiento ruso, de historia o de crítica literaria que tenga que
ver con ese país, y hasta se censuran cursos sobre Dostoievski y se impide que
se escuchen las sonatas de Chaicoskski. El indignómetro alcanza tales niveles
de fanatismo que hasta se cambia el lenguaje y ya no se puede hablar de
ensalada rusa o ensalada tártara.
Con todo esto
se ha generalizado una rusofobia que no tiene nada que envidiarle a lo hecho
por los nazis para perseguir al pueblo judío durante la segunda guerra mundial,
cuando les colocaba una estrella de David de color amarillo.
La economía
rusa ha sido bloqueada en todos los niveles y Rusia ha superado el récord
mundial de sanciones, con 5700 decretos en su contra.
Lo que adquiere importancia en esta muestra de indignación selectiva radica en que jamás se ha aplicado algo parecido para bloquear a Estados Unidos, el campeón mundial e indiscutido de invasiones, ocupaciones, bombardeos, masacres. Tampoco se ha aceptado que algo así se le aplique al Estado terrorista y sionista de Israel, tan experto en masacrar mujeres, niños, jóvenes y ancianos durante más de 70 años. Los que agitan el indignómetro hoy, antes han dicho que es imposible, inaceptable y propia de una lógica antisemita intentar boicotear los productos de Israel o romper acuerdos comerciales o académicos con los miembros del Estado de Israel. Esos mismos que hoy expulsan a los rusos del festival de la canción de Eurovisión, son los que hace tres años avalaron que Israel realizara ese mismo festival en su suelo ‒algo extraño, por lo demás, porque Israel no queda en tierra europea‒ y eso se hizo mientras las fuerzas armadas de ese país masacraban palestinos. En ese festival, Madonna se ganó un millón de dólares por cantar durante diez minutos y avalar los crímenes y las masacres de ese estado sionista. Nunca se ha impedido que un equipo deportivo de Israel no participe en una competencia, si antes por el contrario se le avala y se le permite que participe en los campeonatos europeos. Y cuando algún futbolista se atreve a denunciar los crímenes de Israel es sancionado de inmediato a nombre de la tolerancia, como le aconteció al futbolista Fréderik Kanouté, quien exhibió una camiseta con apoyo a Palestina en un partido en España, con la camiseta del Sevilla, después de un brutal bombardeo en Gaza. Quien dijo miedo, y los maestros actuales de la indignación selectiva no dijeron esta boca es mía en ese momento. La FIFA si sancionó a ese futbolista de inmediato con una multa de 3000 euros por haber emitido un mensaje político. Y los indignados de hoy no solo callaron, sino que aplaudieron esa medida porque sostenían que no puede aceptarse el antisemitismo.
Respetamos los derechos humanos, entre ellos el de vivir, pero llamamos a
matar rusos.
El indignómetro
alcanza las cotas más altas de intensidad en estos momentos, hasta el punto de
que, en público, por todos los medios, se difunde la rusofobia ideológica y
cultural, y en forma abierta y sin ocultarlo se hacen llamados a matar rusos.
Eso se hace a
través de la televisión, en los programa de máxima audiencia y a través de las
redes antisociales. Así, el indignómetro lo sacan a relucir personajes, como
los presentadores de televisión, que tradicionalmente lo único que los indigna
es que pierda su equipo de futbol favorito, pero nada más. Y ahora en vivo y en
directo llevan a criminales a que den cursos intensivos de asesinato de rusos.
Eso se ha visto, por ejemplo, en España, pero no es ni mucho menos un caso
único o asilado. En uno de esos programas en la televisión española, llevaron a
un individuo, con pinta de rufián de barrio, con una «una amplia experiencia en
balística y armas de fuego», quien dijo: «Soy optimista pero de una manera nada
más, de matar más rusos; es decir, tienen que causar bastantes más
bajas todavía. Esto es importante que lo hagan». Adicionalmente, este matón
llevaba un arma en sus manos que exhibió como gran cosa en el programa y
explicó cómo se debería llevar a cabo la matanza: «Esos buques que estaban abajo
en Odesa tienen que esperar a que entren y cuando entren hay que minar
toda la zona y hay que acabar con un par de ellos por lo menos, con dos por lo
menos». E insistió: «hay que matar más, hay que matar más rusos», porque, según
él, «el pueblo ucraniano lo necesita para poder llegar a una buena
negociación»[7].
Google,
Facebook y otras redes sociales dicen que por esta vez y de manera excepcional
se permite que circulen los mensajes de odio contra los rusos, entre ellos los
llamados a matarlos. «Como resultado de la guerra rusa en Ucrania hemos
permitido temporalmente expresiones políticas que normalmente violarían nuestra
política de lenguaje violento, permitiendo expresiones como ‘muerte a los
invasores rusos’. Todavía no permitiremos llamamientos violentos contra
ciudadanos rusos». Esa misma Meta Platforms, empresa propietaria
de Facebook, Instagram y WhatsApp, fomenta el apoyo al conocido
destacamento nazi, el Batallón de Azov: «Estamos haciendo una pequeña excepción
para elogiar al Regimiento Azov estrictamente en el contexto de la defensa de
Ucrania, o en su papel como parte de la Guardia Nacional de Ucrania»[8]. Como
quien dice, el indignómetro occidental justifica el apoyo a los nazis de
Ucrania en su loable propósito de matar rusos, pero jamás, ni más faltaba, lo
va a aceptar cuando se hable de enfrentar a los agresores judíos en Palestina,
o a los invasores estadounidenses en Irak, Afganistán, Somalia, Libia y un
interminable etcétera.
Por supuesto,
que estas incitaciones de odio, legalizadas y oficializadas por los dueños de
Internet y las redes antisociales, de inmediato se amplifican y legitiman las
voces criminales, típicamente nazis para los que dudan de ese calificativo,
como las de un presentador de la televisión de Ucrania, una verdadera pieza
antológica de odio y muerte, que no tiene nada que envidiarle a Goebbels y
compañía. Citemos esta pieza nazi, antológica del odio y la xenofobia, que es
compartida por los que agitan el indignómetro occidental:
“Ya que en Rusia nos llaman nazis, fascistas, etcétera, me gustaría citar a Adolf Eichmann, quien propuso que para destruir una nación es necesario, ante todo, matar a los niños. Porque si se mata a sus padres, los hijos crecerán y, definitivamente, se vengarán. Matando a los niños, nunca crecerán y la nación desaparecerá […]. Yo no soy de las fuerzas armadas de Ucrania. Y cuando tenga la oportunidad de eliminar a los rusos, definitivamente lo haré. Ya que me llaman nazi, me adhiero a la doctrina de Adolfo Eichmann, y haré todo lo que esté en mi mano para que tanto ustedes como sus hijos no vivan nunca en esta tierra. […] Necesitamos la victoria. Y si tenemos que masacrar a todas sus familias (rusas) para hacerlo, seré uno de los primeros en ejecutarlo. “Espero que cada uno contribuya con su aporte y mate al menos a un moskal (insulto étnico a los rusos usado principalmente en otras naciones eslavas)”.[9]
Fakhrudin Sharafmal, presentador del canal ucranio 24,
llama a la exterminación de niños rusos y a masacrar a todas las familias de
ese país.
Adicionalmente,
en momentos en que se necesita la mesura y la reflexión para detener rápido la
guerra en Ucrania, hay quienes piden armar a los ucranianos para repeler el
ataque de Rusia, e incluso lo justifican diciendo que esto debe hacerse para
impedir que se imponga la barbarie si llegan a triunfar el ejército ruso.
Claro, denles armas a los nazis y esperen que venga lo que sucedió con los
muyahidines y yihadistas armados en Afganistán en la década de 1980, que luego
eso se les va a convertir en un bumerán criminal en sus propios territorios.
Aparte de ese antecedente histórico, el asunto más de fondo es el siguiente,
que cuestiona el indignómetro: ¿cuándo se les han dado armas a los palestinos
para defenderse del Estado terrorista de Israel?; ¿cuándo se ha considerado la
posibilidad de proporcionarles armas a los yemeníes para enfrentar la agresión
criminal de Arabia Saudita, apoyada por Europa y los Estados Unidos? Y así
hasta el infinito. Tenemos, entonces, que en términos militares el indignómetro
es cruelmente selectivo: las armas son buenas y sirven cuando están en manos de
nuestros amigos, pero son terribles y peligrosas al llegar a manos de todos los
que consideramos como enemigos del mundo occidental. Y por esa misma razón, el
indignómetro condena las armas artesanales y hechizas que usen los palestinos
contra los tanques y aviones de Israel. Y el mejor expositor de esa lógica es
el propio Zelensky, exaltado en esta ocasión como el campeón de la liberación
nacional de Ucrania, quien, en una entrevista concedida después de los brutales
bombardeos de Israel en la franja de Gaza en marzo de 2021, dijo que los únicos
que sufrían eran los sionistas que atacaban y bombardeaban a los
palestinos.[10]
Por último, en
este indignómetro que dice defender los derechos humanos resulta cruelmente
hipócrita si se recuerda que nada parecido a lo que sucede hoy frente a la
hipócrita solidaridad de Europa occidental con el pueblo ucraniano se ha
expresado con otros pueblos del mundo que soportan el terrorismo de Estado. Y
al respecto recordar un ejemplo reciente. Hace unas cuantas semanas fue recibido
con alfombra roja y como gran demócrata el subpresidente de Colombia Iván
Duque, que es el responsable de un genocidio en marcha en nuestro país, y es el
responsable directo del baño de sangre que continúa asolando a este rincón de
Sudamérica. Pues, el Parlamento Europeo acogió y recibió a este egregio
defensor de los derechos humanos, luego del Paro Nacional del año anterior,
cuando las fuerzas represivas del Estado colombiano masacraron a 80 personas y
hoy aparecen los cadáveres desmembrados de participantes en ese paro en ríos y
caños del territorio colombiano. Esa es una clara muestra de la manera cómo
funciona el indignómetro cuando se habla de derechos humanos, que no es otra
cosa sino un pretexto que se usa cuando se trata de denunciar a los adversarios
que resultan incómodos a Estados Unidos y Europa.
Conclusión: Más allá del indignómetro
La actual
guerra de Ucrania ha servido, más que cientos de discursos y denuncias, para
evidenciar lo que son Europa, Estados Unidos y el capitalismo realmente
existente, del que por supuesto también hacen parte Ucrania y Rusia. Ese
capitalismo, violento y criminal, ha ensangrentado el mundo (hasta ahora eso se
hacía bastante lejos de Europa), pero en todas las ocasiones anteriores a lo de
Ucrania, Europa occidental y Estados Unidos, copartícipes de múltiples
crímenes, ocupaciones, invasiones, apoyo a dictaduras, expulsión y despojo de
pueblos enteros… no han mostrado nada ni remotamente parecido a la indignación
que hoy dicen expresar.
Por esta razón,
esa indignación es sospechosa, de dudosa credibilidad, oportunista y ocasional,
a la que bien se le puede aplicar el precepto de Darío Fo, cuando dijo:
Caminamos erguidos, no por dignidad, sino porque tenemos la mierda hasta el
cuello.
En contravía,
la autoridad moral la determina el rechazo y la denuncia, sin indignómetros ni
democracímetros de ocasión, a la injusticia, la guerra, la muerte donde quiera
que se presente, porque como lo dijo el Che Guevara: “No creo que seamos
parientes muy cercanos, pero si usted es capaz de temblar de indignación cada
vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es más
importante”.
Notas
[1]. Rob
Nixon, Slow Violence and the Environmentalism of the Poor, citado
en Stephan Lessenich, La Sociedad de la externalización, Herder,
Barcelona, 2019, p. 9.
[2]. Citado
en Ibid., p. 135
[4]. https://www.elperiodicodearagon.com/tags/vientres-de-alquiler/
[5]. Citado
en https://mundo.sputniknews.com/20200124/la-cia-revela-como-el-heroe-de-ucrania-trabajaba-para-hitler-1090233642.html
[6]. Citado en
Ilan Pappe, “Cuatro lecciones desde Ucrania”, Rebelión, marzo 5 de 2022.
Disponible en: https://rebelion.org/cuatro-lecciones-desde-ucrania/
[9]. La
Jornada, marzo 17 de 2022. Disponible: https://www.xataka.com/legislacion-y-derechos/muerte-a-rusos-invasores-facebook-permitira-mensajes-odio-contexto-guerra-ucrania
[10]. I.
Pappe, loc. cit.
I. Pappe, op.
cit.,
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario