Tal día como hoy de 1942, en el penal de Alicante, moría Miguel Hernández, el Poeta del Pueblo, a la edad de 31 años. Lo recordamos con estas cuatro cartas a Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Pablo Neruda y a su esposa Josefina Manresa.
Cuatro cartas
El Viejo Topo
28 marzo, 2022
Estas cartas
del gran poeta alicantino fueron dirigidas a Juan Ramón Jiménez, Federico
García Lorca y Pablo Neruda. En abril de 1939, tras la caída de Madrid,
Hernández intentó huir a través de la frontera con Portugal, pero fue detenido
en Rosal de la Frontera (Huelva). Allí permaneció en prisión hasta el 17 de
septiembre de 1939. Cinco días antes escribió a su esposa, Josefina Manresa, la
cuarta carta que reproducimos. Su suerte no duró mucho. Cuando regresó a
Orihuela para reunirse con su familia, la policía franquista lo detuvo
nuevamente. En enero de 1940, fue condenado a muerte; en junio de 1940, la
sentencia fue conmutada por una pena de treinta años. Tras pasar por cárceles
de Madrid, Palencia, Ocaña y finalmente Alicante, falleció de tuberculosis el
28 de marzo de 1942. A los 31 años.
A Juan Ramón Jiménez
(Orihuela, noviembre 1931)
Venerado poeta:
Sólo conozco a
usted por su Segunda Antología que –créalo– ya he leído
cincuenta veces aprendiéndome algunas de sus composiciones. ¿Sabe usted dónde
he leído tantas veces su libro? Donde son mejores: en la soledad, a plena
naturaleza, y en la silenciosa, misteriosa, llorosa hora del crepúsculo, yendo por
antiguos senderos empolvados y desiertos entre sollozos de esquilas.
No le extrañe
lo que le digo, admirado maestro; es que soy pastor. No mucho poético, como lo
que usted canta, pero sí un poquito poeta. Soy pastor de cabras desde mi niñez.
Y estoy contento con serlo, porque habiendo nacido en casa pobre, pudo mi padre
darme otro oficio y me dio este que fue de dioses paganos y héroes bíblicos.
Como le he
dicho, creo ser un poco poeta. En los prados por que yerro con el cabrío
ostenta natura su mayor grado de belleza y pompa; muchas flores, muchos
ruiseñores y verdores, mucho cielo y muy azul, algunas majestuosas montañas y
unas colinas y lomas tras las cuales rueda la gran era del Mediterráneo.
Por fuerza he
tenido que cantar. Inculto, tosco, sé que escribiendo poesía profano el divino
arte… No tengo culpa de llevar en mi alma una chispa de la hoguera que arde en
la suya…
Usted, tan
refinado, tan exquisito, cuando lea esto, ¿qué pensará? Mire: odio la pobreza
en que he nacido, yo no sé… por muchas cosas… Particularmente por ser causa del
estado inculto en que me hallo, que no me deja expresarme bien ni claro, ni
decir las muchas cosas que pienso. Si son molestas mis confesiones, perdóneme,
y… ya no sé cómo empezar de nuevo. Le decía antes que escribo poesías… Tengo un
millar de versos compuestos, sin publicar. Algunos diarios de la provincia
comenzaron a sacar en sus páginas mis primeros poemas, con elogios… Dejé de
publicar en ellos. En provincia leen pocos los versos y los que los leen no los
entienden. Y heme aquí con un millar de versos que no sé qué hacer con ellos. A
veces me he dicho que quemarlos tal vez fuera lo mejor.
Soñador, como
tantos, quiero ir a Madrid. Abandonaré las cabras –¡oh, esa esquila en la
tarde!- y con el escaso cobre que puedan darme tomaré el tren de aquí a una
quincena de días para la corte. ¿Podría usted, dulcísimo Juan Ramón, recibirme
en su casa y leer lo que le lleve? ¿Podría enviarme unas letras diciéndome lo
que crea mejor? Hágalo por este pastor un poquito poeta, que se lo agradeceré
eternamente.
Miguel
Hernández
A Federico García Lorca
(Orihuela, 10 de abril de 1933)
Admirado poeta
amigo:
Le escribí hace
mucho pidiéndole elogios, aunque ya se los había oído para mi Perito en
lunas. Y aquí me tiene usted esperándolos –entre otras cosas.
He pensado,
ante su silencio, que usted me tomó el pelo a lo andaluz en Murcia –
¿recuerdaaa?-, que para usted fuimos, o fui, lo que recuerdo que nos dijo
cuando le preguntamos quién era uno que le saludó. “Ese –dijo– uno de los de:
¡adiós!, cuando les vemos.” Y luego “me escriben muchas cartas a las que yo no
contesto”. ¿Puedo estar ofendido contigo?
Perdone. Pero
se ha quedado todo: prensa, poetas, amigos, tan silencioso ante mi libro, tan
alabado –no mentirosamente, como dijo– por usted la tarde aquella murciana, que
he maldecido las putas horas y malas en que di a leer un verso a nadie.
Usted sabe bien
que en este libro mío hay cosas que se superan difícilmente y que es un libro
de formas resucitadas, renovadas, que es un primer libro y encierra en sus
entrañas más personalidad, más valentía, más cojones –a pesar de su aire falso
de Góngora– que todos los de casi todos los poetas consagrados, a los que si se
les quitara la firma se les confundiría la voz.
Por otra parte,
aquí, en mi pueblo –¡pueblo mío!–, donde el que me gritaba: Yo te he comprado
un libro creyéndole bueno y me has dado arpillera, yo he leído a Campoamor…
-¡ea!-, decía yo: Ved los periódicos de Madrid pronto, he quedado en ridículo,
porque de toda la prensa madrileña, sólo Informaciones se
desvirgó hablando de mis poemas por el pico de Alfredo Marqueríe, diciendo
cuatro burradas. El tío, antes de decir: ¡Qué burro soy!, dijo: ¡Se ha
extraviado el poeta, se ha oscurecido!
Por otra parte,
en mi casa soy el cristo de los cinco sanpedros: me niegan la mitad del pan; me
niegan, padre y madre y sus hijos, como hijo de aquéllos, como hermano de
éstos; les avergüenza el que haga versos; no quieren darme vestidos nuevos, y
hasta a los pantalones viejos que tengo no les quieren poner remiendos, que
amordacen rotos proclamadores de nalgas mías. Hoy mismo, hoy, me han escondido
la llave del huerto para que no pudiera entrar en él. Y yo he saltado a la
torera la tapia, no la valla, y aquí, en este chiquero de abril, aquí, donde ha
tenido el suyo “Perito en lunas” este estío, bajo esta higuera, que dilataban
hasta sus pámpanos mi carne de acordeón semejante a una palmera degollada, aquí
le escribo esto desesperado, desesperado. Me alegran las noticias que leo –de
prestado– de los triunfos que se suceden, que se suceden. ¡Me alegran! y le
envidio. El otro día he visto en El Sol la crítica de un libro de romances. El
crítico dice que al pronto resuena la voz suya, pero que sólo a primera vista.
Yo, nada más por el ejemplo que pone allí de romance, adivino en ese Félix no
sé qué un plagiador casi.
Federico: no
quiero que me compadezca; quiero que me comprenda.
Aquí, en mi
huerto, en un chiquero, aguardo respuesta feliz suya, y pronto, o respuesta
simplemente; aquí, pegado como un cartel a esta tapia, detrás, de la cual viven
padres pobres, con tantos hijos y tan poca casa, que, para que los niños no
vean los orígenes de su fabricación, el comienzo de sus hermanos, se salen al
callejón a reanudarse las noches más empinadas.
Un abrazo,
Miguel Hernández
G.
A Pablo Neruda
(Orihuela, diciembre de 1934)
Desde Orihuela
–¿Quién le ha dicho que me he venido, querido Pablo?– me despido de usted. Una
carta desperada o mi bolsillo casi acabado me hizo precipitar mi viaje. He
sentido bastante no verle para matrimoniar nuestras manos y divorciarlas con un
adiós te encomiendo. Desde aquí, mi pueblo, mi casa, mi limonero de mi huerto
soleado por un sol inacabable lleno de limones que lo enjoyecen fríamente,
atiendo a su voz, su persona y su amistad poéticas y humanas; aquí espero que
me diga, lo antes posible, qué hay de aquello que me dijo la otra noche –lunes–
en que me invitó a una cena para la otra noche –miércoles–. Gracias. ¿Qué hay,
Pablo? ¿Se queda en Madrid? ¿Se irá –¡dolor!– a Barcelona? ¿Hará la revista? ¿Me
llamará generosamente a su lado?
Aquí, aquí en
mi pueblo, mi casa, mi huerto, mi limonero y mi problema espero angustiado su
contestación.
Escríbame, que
lo oiga su voz dolorida que duele: alívieme esta soledad de palma sin compaña,
dígame algo aunque no me diga nada de lo que me importa.
Le abraza
siempre.
Miguel
Hernández
¡Ah!: Invite a
Federico a que se interese lo más posible del estreno de mi “El torero más
valiente”. Gracias.
Carta a Josefina Manresa
(12 de septiembre de 1939)
Mi querida
Josefina:
Esta semana,
como las anteriores, llega martes y no ha llegado tu carta. También empiezo a
escribir ésta para que me dé tiempo a echarla después, cuando el correo me
traiga la tuya, que no creo que falte hoy. Estos días me los he pasado
cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que
comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo
de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que
le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros
y desesperarme. Prefiero lo primero y así no hago más que eso, además de lavar
y coser con muchísima seriedad y soltura, como si en toda mi vida no hubiera
hecho otra cosa. También paso mis buenos ratos espulgándome, que familia menuda
no me falta nunca, y a veces la crío robusta y grande como el garbanzo. Todo se
acabará a fuerza de uña y paciencia, o ellos, los piojos, acabarán conmigo.
Pero son demasiada poca cosa para mí, tan valiente como siempre, y aunque
fueran como elefantes esos bichos que quieren llevarse mi sangre, los haría
desaparecer del mapa de mi cuerpo. ¡Pobre cuerpo! Entre sarna, piojos, chinches
y toda clase de animales, sin libertad, sin ti, Josefina, y sin ti, Manolillo
de mi alma, no sabe a ratos qué postura tomar, y al fin toma la de la esperanza
que no se pierde nunca. Así veo pasar un día y otro día, esperanzado y deseoso
de correr a vuestro lado y meterme en nuestra casa y no saber en mucho tiempo
nada del mundo, porque el mundo mejor está entre tus brazos y los de nuestro
hijo. Aún es posible que vaya para el día de mi santo, guapa y paciente
Josefina. Aunque yo, la verdad, creo que estos amigos míos llevan las cosas muy
despacio. Han estado de vacaciones fuera de Madrid y han regresado esta semana
pasada. No han podido venir a verme porque ahora es imposible para todo el
mundo. Es casi seguro que los veré la semana que viene. Me decías en tu
anterior que guardara la ropa cuanto pudiera. No te preocupes, que si no tengo
ropa cuando salga, con ponerme una mano en el occipucio y otra en el
precipicio, arreglado. Así y todo procuro conservarla y uso la más vieja y todo
son cosidos y descosidos y ventanas por todas partes. El pijama se me ha roto y
le he puesto un remiendo que es media camisa, porque se me veía toda la parte
de atrás y era una verdadera vergüenza. Por lo que a mí me pasa, me figuro lo
que os pasará a vosotros y como esto siga así, me veo contigo como Adán y Eva
en el Paraíso. ¡Ay, Josefina mía! No nos queda otro remedio que aguantar todo
lo malo que nos viene y nos puede venir, para el día que nos toque aguantar lo
bueno. ¿Verdad que llegará ese día? Yo nunca he dudado de que llegará y de que
seremos más felices que hasta aquí hemos sido. Esta separación nos obliga a
respetar a nuestro Manolillo más que respetamos al otro. Manolillo del que no
dejo de acordarme nunca. Dentro de un mes hará un año que se nos murió. Eso de
que el tiempo pasa deprisa, para nadie es más verdad hoy como para nosotros y a
mí me cuesta trabajo creer que ha pasado un año desde que cerró nuestro primer
hijo los ojos más hermosos de la tierra. Dios, a quien tú tanto rezas, hará que
el día diecinueve de octubre lo pasemos juntos, si no hace que lo pasemos el
día 29 de este mes. No quisiera pasar ese día lejos de ti. Iremos a dar una
vuelta al campo y si tú eres decidida, visitaremos la tierra donde nos espera.
Tengo ganas de hablar contigo. La otra noche soñé a Manolillo ya con cinco o
seis años de edad. Cuídalo mucho, Josefina, que crezca fuerte y defendido
contra toda enfermedad. Cuando te sea posible come mucha fruta y mucho vegetal,
principalmente patatas. Es lo que más conviene a tu salud y a la de nuestro
sinvergüencilla. No me dices muchas cosas suyas. Supongo que ya hablará más que
un loro. Si supieras qué ganas tengo de oír su voz: se me ríen los huesos sólo
de imaginarla, con que mira lo que me voy a reír el día que la oiga de verdad.
Dime el peso que tiene, que no lo has pesado hace mucho tiempo. Estoy enfadado
con Manolo y con las Marianas, a ninguno de los cuatro se les ocurre escribirme
unas letras. No se acuerdan de mí, que no los olvido. Dime también algo de la
abuela y la tía, que tampoco me han mandado una sola letra (…).
Bueno. Voy a
dejar el lápiz y a esperar tu carta, a ver qué me trae de bueno. Nada. Hoy no
recibo carta tuya. No me gusta que te retrases en escribirme. Vaya plantón que
me he llevado al pie del que vocea el correo. No hay derecho. Espero que me
digas algo de nuestra familia de Orihuela, de mi madre especialmente y de la de
Pepito. Anteayer he recibido una carta de un amigo de la huerta, Trinitario
Ferrer, muy amigo de mi hermano y me dice que se ve con él todos los días. Di a
Vicente que le diga que por ahora no puedo contestarle, pero que me alegra
mucho saber de él. Voy a terminar mi carta diciéndote que seas menos perezosa
conmigo o de lo contrario no te voy a escribir en un mes. Y nada más porque no
parezca larga ésta a la censura y porque hagan todo lo posible para que llegue
a tus manos.
Manolillo:
adiós, un beso ¡pum! Otro beso ¡pum! Otro, otro, otro, ¡pum, pum, pum!
Manolo:
escribe, dejando a un lado por un rato las barbas y las perezas.
Marianas: a ser
buenas y a pelearos una vez a la semana solamente.
Josefina:
recibe para ti y para nuestro hijo y para nuestros hijos mayores el cariño
encerrado y empiojado y… perdido de tu preso.
Miguel
¡Adiós!’
Fuente: «Revista El Viejo Topo nº 242, marzo de 2008.
Españas, Hemeroteca, Literatura
El Viejo Topo
28 marzo, 2022
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Estas cartas
del gran poeta alicantino fueron dirigidas a Juan Ramón Jiménez, Federico
García Lorca y Pablo Neruda. En abril de 1939, tras la caída de Madrid,
Hernández intentó huir a través de la frontera con Portugal, pero fue detenido
en Rosal de la Frontera (Huelva). Allí permaneció en prisión hasta el 17 de
septiembre de 1939. Cinco días antes escribió a su esposa, Josefina Manresa, la
cuarta carta que reproducimos. Su suerte no duró mucho. Cuando regresó a
Orihuela para reunirse con su familia, la policía franquista lo detuvo
nuevamente. En enero de 1940, fue condenado a muerte; en junio de 1940, la
sentencia fue conmutada por una pena de treinta años. Tras pasar por cárceles
de Madrid, Palencia, Ocaña y finalmente Alicante, falleció de tuberculosis el
28 de marzo de 1942. A los 31 años.
A Juan Ramón Jiménez
(Orihuela, noviembre 1931)
Venerado poeta:
Sólo conozco a
usted por su Segunda Antología que –créalo– ya he leído
cincuenta veces aprendiéndome algunas de sus composiciones. ¿Sabe usted dónde
he leído tantas veces su libro? Donde son mejores: en la soledad, a plena
naturaleza, y en la silenciosa, misteriosa, llorosa hora del crepúsculo, yendo por
antiguos senderos empolvados y desiertos entre sollozos de esquilas.
No le extrañe
lo que le digo, admirado maestro; es que soy pastor. No mucho poético, como lo
que usted canta, pero sí un poquito poeta. Soy pastor de cabras desde mi niñez.
Y estoy contento con serlo, porque habiendo nacido en casa pobre, pudo mi padre
darme otro oficio y me dio este que fue de dioses paganos y héroes bíblicos.
Como le he
dicho, creo ser un poco poeta. En los prados por que yerro con el cabrío
ostenta natura su mayor grado de belleza y pompa; muchas flores, muchos
ruiseñores y verdores, mucho cielo y muy azul, algunas majestuosas montañas y
unas colinas y lomas tras las cuales rueda la gran era del Mediterráneo.
Por fuerza he
tenido que cantar. Inculto, tosco, sé que escribiendo poesía profano el divino
arte… No tengo culpa de llevar en mi alma una chispa de la hoguera que arde en
la suya…
Usted, tan
refinado, tan exquisito, cuando lea esto, ¿qué pensará? Mire: odio la pobreza
en que he nacido, yo no sé… por muchas cosas… Particularmente por ser causa del
estado inculto en que me hallo, que no me deja expresarme bien ni claro, ni
decir las muchas cosas que pienso. Si son molestas mis confesiones, perdóneme,
y… ya no sé cómo empezar de nuevo. Le decía antes que escribo poesías… Tengo un
millar de versos compuestos, sin publicar. Algunos diarios de la provincia
comenzaron a sacar en sus páginas mis primeros poemas, con elogios… Dejé de
publicar en ellos. En provincia leen pocos los versos y los que los leen no los
entienden. Y heme aquí con un millar de versos que no sé qué hacer con ellos. A
veces me he dicho que quemarlos tal vez fuera lo mejor.
Soñador, como
tantos, quiero ir a Madrid. Abandonaré las cabras –¡oh, esa esquila en la
tarde!- y con el escaso cobre que puedan darme tomaré el tren de aquí a una
quincena de días para la corte. ¿Podría usted, dulcísimo Juan Ramón, recibirme
en su casa y leer lo que le lleve? ¿Podría enviarme unas letras diciéndome lo
que crea mejor? Hágalo por este pastor un poquito poeta, que se lo agradeceré
eternamente.
Miguel
Hernández
A Federico García Lorca
(Orihuela, 10 de abril de 1933)
Admirado poeta
amigo:
Le escribí hace
mucho pidiéndole elogios, aunque ya se los había oído para mi Perito en
lunas. Y aquí me tiene usted esperándolos –entre otras cosas.
He pensado,
ante su silencio, que usted me tomó el pelo a lo andaluz en Murcia –
¿recuerdaaa?-, que para usted fuimos, o fui, lo que recuerdo que nos dijo
cuando le preguntamos quién era uno que le saludó. “Ese –dijo– uno de los de:
¡adiós!, cuando les vemos.” Y luego “me escriben muchas cartas a las que yo no
contesto”. ¿Puedo estar ofendido contigo?
Perdone. Pero
se ha quedado todo: prensa, poetas, amigos, tan silencioso ante mi libro, tan
alabado –no mentirosamente, como dijo– por usted la tarde aquella murciana, que
he maldecido las putas horas y malas en que di a leer un verso a nadie.
Usted sabe bien
que en este libro mío hay cosas que se superan difícilmente y que es un libro
de formas resucitadas, renovadas, que es un primer libro y encierra en sus
entrañas más personalidad, más valentía, más cojones –a pesar de su aire falso
de Góngora– que todos los de casi todos los poetas consagrados, a los que si se
les quitara la firma se les confundiría la voz.
Por otra parte,
aquí, en mi pueblo –¡pueblo mío!–, donde el que me gritaba: Yo te he comprado
un libro creyéndole bueno y me has dado arpillera, yo he leído a Campoamor…
-¡ea!-, decía yo: Ved los periódicos de Madrid pronto, he quedado en ridículo,
porque de toda la prensa madrileña, sólo Informaciones se
desvirgó hablando de mis poemas por el pico de Alfredo Marqueríe, diciendo
cuatro burradas. El tío, antes de decir: ¡Qué burro soy!, dijo: ¡Se ha
extraviado el poeta, se ha oscurecido!
Por otra parte,
en mi casa soy el cristo de los cinco sanpedros: me niegan la mitad del pan; me
niegan, padre y madre y sus hijos, como hijo de aquéllos, como hermano de
éstos; les avergüenza el que haga versos; no quieren darme vestidos nuevos, y
hasta a los pantalones viejos que tengo no les quieren poner remiendos, que
amordacen rotos proclamadores de nalgas mías. Hoy mismo, hoy, me han escondido
la llave del huerto para que no pudiera entrar en él. Y yo he saltado a la
torera la tapia, no la valla, y aquí, en este chiquero de abril, aquí, donde ha
tenido el suyo “Perito en lunas” este estío, bajo esta higuera, que dilataban
hasta sus pámpanos mi carne de acordeón semejante a una palmera degollada, aquí
le escribo esto desesperado, desesperado. Me alegran las noticias que leo –de
prestado– de los triunfos que se suceden, que se suceden. ¡Me alegran! y le
envidio. El otro día he visto en El Sol la crítica de un libro de romances. El
crítico dice que al pronto resuena la voz suya, pero que sólo a primera vista.
Yo, nada más por el ejemplo que pone allí de romance, adivino en ese Félix no
sé qué un plagiador casi.
Federico: no
quiero que me compadezca; quiero que me comprenda.
Aquí, en mi
huerto, en un chiquero, aguardo respuesta feliz suya, y pronto, o respuesta
simplemente; aquí, pegado como un cartel a esta tapia, detrás, de la cual viven
padres pobres, con tantos hijos y tan poca casa, que, para que los niños no
vean los orígenes de su fabricación, el comienzo de sus hermanos, se salen al
callejón a reanudarse las noches más empinadas.
Un abrazo,
Miguel Hernández
G.
A Pablo Neruda
(Orihuela, diciembre de 1934)
Desde Orihuela
–¿Quién le ha dicho que me he venido, querido Pablo?– me despido de usted. Una
carta desperada o mi bolsillo casi acabado me hizo precipitar mi viaje. He
sentido bastante no verle para matrimoniar nuestras manos y divorciarlas con un
adiós te encomiendo. Desde aquí, mi pueblo, mi casa, mi limonero de mi huerto
soleado por un sol inacabable lleno de limones que lo enjoyecen fríamente,
atiendo a su voz, su persona y su amistad poéticas y humanas; aquí espero que
me diga, lo antes posible, qué hay de aquello que me dijo la otra noche –lunes–
en que me invitó a una cena para la otra noche –miércoles–. Gracias. ¿Qué hay,
Pablo? ¿Se queda en Madrid? ¿Se irá –¡dolor!– a Barcelona? ¿Hará la revista? ¿Me
llamará generosamente a su lado?
Aquí, aquí en
mi pueblo, mi casa, mi huerto, mi limonero y mi problema espero angustiado su
contestación.
Escríbame, que
lo oiga su voz dolorida que duele: alívieme esta soledad de palma sin compaña,
dígame algo aunque no me diga nada de lo que me importa.
Le abraza
siempre.
Miguel
Hernández
¡Ah!: Invite a
Federico a que se interese lo más posible del estreno de mi “El torero más
valiente”. Gracias.
Carta a Josefina Manresa
(12 de septiembre de 1939)
Mi querida
Josefina:
Esta semana,
como las anteriores, llega martes y no ha llegado tu carta. También empiezo a
escribir ésta para que me dé tiempo a echarla después, cuando el correo me
traiga la tuya, que no creo que falte hoy. Estos días me los he pasado
cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que
comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo
de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que
le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros
y desesperarme. Prefiero lo primero y así no hago más que eso, además de lavar
y coser con muchísima seriedad y soltura, como si en toda mi vida no hubiera
hecho otra cosa. También paso mis buenos ratos espulgándome, que familia menuda
no me falta nunca, y a veces la crío robusta y grande como el garbanzo. Todo se
acabará a fuerza de uña y paciencia, o ellos, los piojos, acabarán conmigo.
Pero son demasiada poca cosa para mí, tan valiente como siempre, y aunque
fueran como elefantes esos bichos que quieren llevarse mi sangre, los haría
desaparecer del mapa de mi cuerpo. ¡Pobre cuerpo! Entre sarna, piojos, chinches
y toda clase de animales, sin libertad, sin ti, Josefina, y sin ti, Manolillo
de mi alma, no sabe a ratos qué postura tomar, y al fin toma la de la esperanza
que no se pierde nunca. Así veo pasar un día y otro día, esperanzado y deseoso
de correr a vuestro lado y meterme en nuestra casa y no saber en mucho tiempo
nada del mundo, porque el mundo mejor está entre tus brazos y los de nuestro
hijo. Aún es posible que vaya para el día de mi santo, guapa y paciente
Josefina. Aunque yo, la verdad, creo que estos amigos míos llevan las cosas muy
despacio. Han estado de vacaciones fuera de Madrid y han regresado esta semana
pasada. No han podido venir a verme porque ahora es imposible para todo el
mundo. Es casi seguro que los veré la semana que viene. Me decías en tu
anterior que guardara la ropa cuanto pudiera. No te preocupes, que si no tengo
ropa cuando salga, con ponerme una mano en el occipucio y otra en el
precipicio, arreglado. Así y todo procuro conservarla y uso la más vieja y todo
son cosidos y descosidos y ventanas por todas partes. El pijama se me ha roto y
le he puesto un remiendo que es media camisa, porque se me veía toda la parte
de atrás y era una verdadera vergüenza. Por lo que a mí me pasa, me figuro lo
que os pasará a vosotros y como esto siga así, me veo contigo como Adán y Eva
en el Paraíso. ¡Ay, Josefina mía! No nos queda otro remedio que aguantar todo
lo malo que nos viene y nos puede venir, para el día que nos toque aguantar lo
bueno. ¿Verdad que llegará ese día? Yo nunca he dudado de que llegará y de que
seremos más felices que hasta aquí hemos sido. Esta separación nos obliga a
respetar a nuestro Manolillo más que respetamos al otro. Manolillo del que no
dejo de acordarme nunca. Dentro de un mes hará un año que se nos murió. Eso de
que el tiempo pasa deprisa, para nadie es más verdad hoy como para nosotros y a
mí me cuesta trabajo creer que ha pasado un año desde que cerró nuestro primer
hijo los ojos más hermosos de la tierra. Dios, a quien tú tanto rezas, hará que
el día diecinueve de octubre lo pasemos juntos, si no hace que lo pasemos el
día 29 de este mes. No quisiera pasar ese día lejos de ti. Iremos a dar una
vuelta al campo y si tú eres decidida, visitaremos la tierra donde nos espera.
Tengo ganas de hablar contigo. La otra noche soñé a Manolillo ya con cinco o
seis años de edad. Cuídalo mucho, Josefina, que crezca fuerte y defendido
contra toda enfermedad. Cuando te sea posible come mucha fruta y mucho vegetal,
principalmente patatas. Es lo que más conviene a tu salud y a la de nuestro
sinvergüencilla. No me dices muchas cosas suyas. Supongo que ya hablará más que
un loro. Si supieras qué ganas tengo de oír su voz: se me ríen los huesos sólo
de imaginarla, con que mira lo que me voy a reír el día que la oiga de verdad.
Dime el peso que tiene, que no lo has pesado hace mucho tiempo. Estoy enfadado
con Manolo y con las Marianas, a ninguno de los cuatro se les ocurre escribirme
unas letras. No se acuerdan de mí, que no los olvido. Dime también algo de la
abuela y la tía, que tampoco me han mandado una sola letra (…).
Bueno. Voy a
dejar el lápiz y a esperar tu carta, a ver qué me trae de bueno. Nada. Hoy no
recibo carta tuya. No me gusta que te retrases en escribirme. Vaya plantón que
me he llevado al pie del que vocea el correo. No hay derecho. Espero que me
digas algo de nuestra familia de Orihuela, de mi madre especialmente y de la de
Pepito. Anteayer he recibido una carta de un amigo de la huerta, Trinitario
Ferrer, muy amigo de mi hermano y me dice que se ve con él todos los días. Di a
Vicente que le diga que por ahora no puedo contestarle, pero que me alegra
mucho saber de él. Voy a terminar mi carta diciéndote que seas menos perezosa
conmigo o de lo contrario no te voy a escribir en un mes. Y nada más porque no
parezca larga ésta a la censura y porque hagan todo lo posible para que llegue
a tus manos.
Manolillo:
adiós, un beso ¡pum! Otro beso ¡pum! Otro, otro, otro, ¡pum, pum, pum!
Manolo:
escribe, dejando a un lado por un rato las barbas y las perezas.
Marianas: a ser
buenas y a pelearos una vez a la semana solamente.
Josefina:
recibe para ti y para nuestro hijo y para nuestros hijos mayores el cariño
encerrado y empiojado y… perdido de tu preso.
Miguel
¡Adiós!’
Fuente: «Revista El Viejo Topo nº 242, marzo de 2008.
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