Treinta años
sin la Unión Soviética
Por
Rebelion
04/01/2022
Fuentes: Mundo Obrero
Se han cumplido ahora
treinta años de la destrucción de la Unión Soviética.
Violando el referéndum de
marzo de 1991, donde la gran mayoría de la población de las repúblicas
soviéticas votó por la conservación de la URSS, los tres conspiradores (el
presidente ruso, Yeltsin; el ucraniano Kravchuk y el bielorruso Shushkévich)
que se reunieron a espaldas de Gorbachov en el bosque de Białowieża el 8 de
diciembre de 1991, junto a la frontera polaca, disolvieron la Unión
protagonizando un golpe de Estado que recibió el inmediato apoyo de todos los
poderes occidentales. Los tres de Białowieża se revelarían después como unos
corruptos y ladrones. Yeltsin era un demagogo que supo engañar a la población
rusa: se hizo elegir como defensor de Lenin y giró en unos meses a imponer el
capitalismo de bandidos.
La operación contó con la
complicidad de Estados Unidos, que conocía las intenciones de los conjurados y
abonaba la partición del país. En el trasfondo había una desmedida ambición de
poder del turbio y borracho Yeltsin: quería todo el poder del Kremlin y para
ello debía expulsar a Gorbachov, y la forma de conseguirlo era disolver la
Unión Soviética.
Cuando Gorbachov fue
informado por Shushkévich del acuerdo de disolución de la URSS, el pusilánime
presidente se sintió incapaz de oponerse a la conjura, debilitado por el fuego
cruzado de quienes encabezaron con el vicepresidente Yanáyev la intentona
fracasada de agosto de 1991 para apartarlo del poder y quienes como Yeltsin y
los dirigentes nacionalistas conspiraban en el desorden creado por la perestroika. Gorbachov podía
haber resistido, ejerciendo su poder como presidente de la URSS, pero fue un
funesto gobernante: abandonó y dejó el campo libre a Yeltsin. Si el proyecto de
Gorbachov era la renovación del socialismo y del país, se rodeó de los peores
dirigentes para hacerlo, como Yakovlev o Shevardnadze. Yakolev
admitiría después que en los años de la perestroika trabajaba
para liquidar el Partido Comunista. Además, las decisiones de Gorbachov
desorganizaron la economía y crearon un creciente caos que aprovecharon los
enemigos del socialismo.
Sigue asombrando cómo
personajes de la calaña de los tres de Białowieża pudieron llegar a puestos tan
relevantes en el PCUS: los comunistas rusos explican hoy que una parte de la
organización había degenerado. Los Yeltsin, Kravchuk, Shushkévich, el kazajo Nazarbáiev,
el uzbeko Karímov, el azerí Mutallibov y otros, vieron la ocasión propicia para
apoderarse de la riqueza del país: todos ellos disolvieron el partido comunista
en sus repúblicas y acabaron organizando partidos derechistas: empezaba el
tiempo de los ladrones, que aún no ha terminado. También asombra que muchos
intelectuales creyeran a un sujeto como Yeltsin, un corrupto, hipócrita y
borracho que, dos años después, en 1993, bombardearía el parlamento ruso
causando una matanza en Moscú.
Ahora, con ocasión del
treinta aniversario de la disolución, Kravchuk fue entrevistado en la
televisión rusa y siguió con sus armas de tramposo: «Si Białowieża fue un golpe
de Estado, ¿por qué nadie se rebeló?», dijo. Ocultó que Gorbachov había
dimitido como secretario general y hecho un llamamiento para disolver el
partido ya en agosto de 1991, y que el día 29 de ese mismo mes el Partido
Comunista fue prohibido en toda la Unión Soviética, y sus locales incautados, y
que en las repúblicas gobernaban oportunistas como el uzbeko Karímov que pasó
de apoyar la intentona de Yanáyev a prohibir el Partido Comunista en
Uzbekistán. Los millones de comunistas soviéticos carecían de dirección, y
todas las organizaciones del partido estaban prohibidas: también comenzaba la
persecución.
En el tránsito al
capitalismo murieron millones de personas. La traición llegó tan lejos que
había agentes de la CIA en el gobierno de Yeltsin e incluso en las
instalaciones nucleares, que diseñaron la privatización y el robo de la
propiedad pública. Los golpistas de Białowieża sabían que la mera persistencia
de la Unión Soviética era un impedimento para sus objetivos de gángsters. Sin
embargo, pese a la represión, el comunismo no ha desaparecido: el partido
comunista ruso, reorganizado, continúa siendo la principal fuerza política del
país, aunque le roben las elecciones, como ocurrió en 1996 con Yeltsin o en los
recientes comicios a la Duma.
La destrucción de la Unión
Soviética dio inicio a un nuevo ciclo de explotación y latrocinio en el mundo y
estimuló la voracidad imperialista de Estados Unidos, que quiso someter al
planeta sin temor a la oposición soviética, aunque fracasó, y después llegó
China. Pero esa es otra historia, aunque sea la misma.
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