Los (supuestos) límites del capitalismo
El Viejo Topo
3 enero, 2022
Durante mucho
tiempo una parte de los marxistas aseguraron que el capitalismo
tiene límites estructurales y económicos, fincados en leyes que
harían inevitable su (auto) destrucción. Esas leyes son inmanentes al sistema y
se relacionan con aspectos centrales del funcionamiento de la economía, como la
ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, analizada por Marx
en El capital.
Esta tesis dio
pie a que algunos intelectuales hablaran del derrumbe del sistema,
siempre como consecuencia de sus propias contradicciones.
Más
recientemente, no pocos pensadores sostienen que el capitalismo
tiene límites ambientales que lo llevarían a destruirse o por lo
menos a cambiar sus aspectos más depredadores, cuando en realidad lo que tiene
límites es la propia vida en el planeta y, muy en particular, la de la mitad
pobre y humillada de su población.
Hoy sabemos que
el capitalismo no tiene límites. Ni siquiera las revoluciones han podido
erradicar este sistema ya que, una y otra vez, en el seno de las sociedades
posrevolucionarias se expanden relaciones sociales capitalistas y desde dentro
del Estado resurge la clase burguesa encargada de hacerlas prosperar.
La expropiación
de los medios de producción y de cambio fue, y seguirá siendo, un paso central
para destruir el sistema, pero, a más de un siglo de la revolución rusa,
sabemos que es insuficiente, si no existe un control comunitario de esos medios
y del poder político encargado de gestionarlos.
También sabemos
que la acción colectiva organizada (lucha de clases, de géneros y de colores de
piel, contra las opresiones y los opresores) es decisiva para destruir el
sistema, pero esta formulación también resulta parcial e insuficiente, aunque
verdadera.
La
actualización del pensamiento sobre el fin del capitalismo, no puede sino ir de
la mano de las resistencias y construcciones de los pueblos, de modo muy
particular de zapatistas y kurdos de Rojava, de los pueblos originarios de
diversos territorios de nuestra América, pero también de los pueblos negros y
campesinos, y en algunos casos de lo que hacemos en las periferias urbanas.
Algunos puntos
parecen centrales para superar este desafío.
El primero es
que el capitalismo es un sistema global, que abarca todo el planeta y debe
expandirse permanentemente para no colapsar. Como nos enseña Fernand Braudel,
la escala fue importante en la implantación del capitalismo, de ahí la
importancia de la conquista de América, ya que le permitió, a un sistema
embrionario, desplegar sus alas.
Las luchas y
resistencias locales son importantes, pueden incluso doblegar al capitalismo a
esa escala, pero para acabar con el sistema es imprescindible la
alianza/coordinación con movimientos en todos los continentes. De ahí la
tremenda importancia de la Gira por la Vida que estos días realiza el EZLN en
Europa.
El segundo es
que no se destruye el sistema de una vez para siempre, como debatimos durante
el seminario El pensamiento crítico frente a la Hidra capitalista,
en mayo de 2015. Pero aquí hay un aspecto que nos desafía profundamente: sólo
la lucha constante y permanente, puede asfixiar el capitalismo. No se lo corta
de un tajo, como las cabezas de la Hidra, sino de otro modo.
En rigor,
debemos decir que no sabemos exactamente cómo terminar con el capitalismo,
porque nunca se ha logrado. Pero vamos intuyendo que las condiciones para su
continuidad y/o resurgimiento deben acotarse, someterse a control estricto, no
por un partido o un Estado, sino por las comunidades y pueblos organizados.
El tercer punto
es que no se puede derrotar el capitalismo si a la vez no se construye otro
mundo, otras relaciones sociales. Ese mundo otro o nuevo, no es un lugar de
llegada, sino un modo de vivir que en su cotidianidad impide la continuidad del
capitalismo. Las formas de vida, las relaciones sociales, los espacios que
seamos capaces de crear, deben existir de tal modo que estén en lucha
permanente contra el capitalismo.
El cuarto es
que, mientras exista Estado, habrá chance de que el capitalismo vuelva a
expandirse. En contra de lo que pregona cierto pensamiento, digamos progresista
o de izquierda, el Estado no es una herramienta neutra. Los poderes de abajo,
que son poderes no estatales y autónomos, nacen y existen para evitar que se
expandan las relaciones capitalistas. Son, por tanto, poderes por y para la
lucha anticapitalista.
Finalmente, el
mundo nuevo posterior al capitalismo no es un lugar de llegada, no es un
paraíso donde se practica el buen vivir, sino un espacio de lucha en el
que, probablemente, los pueblos, las mujeres, las disidencias y las personas de
abajo en general, estaremos en mejores condiciones para seguir construyendo
mundos diversos y heterogéneos.
Creo que si
dejamos de luchar y de construir lo nuevo, el capitalismo renace, incluso en el
mundo otro. El relato del Viejo Antonio que dice que la lucha es como un
círculo, que empieza un día pero nunca termina, tiene enorme actualidad.
Artículo publicado originalmente en La Jornada.
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