Los conflictos
político-militares se acentúan y se acercan cada vez más a una península que
siempre quiso ser un continente, Europa. ¿Qué está pasando realmente? ¿Se puede
evitar la guerra? ¿Es posible la “Europa Común” con Rusia y no contra ella?
2022: el año que viviremos peligrosamente
El Viejo Topo
24 enero, 2022
A la memoria de Marco Rizzardini, amigo y compañero de sueños.
No salgo de mi
sorpresa. La izquierda, casi toda, nada dice sobre los nuevos y viejos
problemas de la seguridad, de la paz y de la guerra. Cuando digo nada, es nada.
Mientras, los presupuestos militares crecen y crecen; las nuevas tecnologías se
aplican vertiginosamente en la modernización de los arsenales nucleares y
convencionales; aparecen nuevas formas de conflictos político-militares en las
llamadas” zonas grises” donde el uso y abuso de conceptos como “guerras
híbridas” se imponen sin saber con precisión qué significan. A los viejos
términos conocidos como tierra, mar, aire, espacio, se le añaden el
conceptualmente más complejo de ciberespacio; es decir, la red se convierte en
instrumento al servicio de la rivalidad geopolítica.
Asombran la
velocidad, los ritmos endiablados que anudan investigación básica, aplicación y
producción en un continuo que no parece tener fin. No existen desde hacen
muchos años tecnologías de doble uso: todas se aplican directa o indirectamente
en un sistema que integra en un único mecanismo empresa, ciencia, tecnología,
organización y estrategia-político militar. La llamada revolución en asuntos
militares se convierte en permanente. No nos dejemos engañar: las clases
dirigentes conocen con mucha precisión lo que pasa; simplemente que intentan,
como siempre, eludir el debate y convertirlo en algo lejano, accesible solo a
minorías. La llamada política de defensa (o de ataque, depende) es demasiado
importante para que los ciudadanos la entiendan, la definan y la decidan.
Lo más grave es
que los conflictos político-militares se acentúan y, tiene cierta importancia,
se acercan cada vez más una península que siempre quiso ser un continente,
Europa. ¿Qué es lo realmente está pasando? Que estamos viviendo una ruptura
histórica, un cambio de época de grandes dimensiones. Sus características son
básicamente cuatro: la primera, una crisis profunda de la globalización
neoliberal que ha sido, no hay que olvidarlo, la pax americana, el
modo de ejercer la hegemonía unipolar los EEUU; segundo, una gran transición
geopolítica determinada por la crisis del poder norteamericano y la emergencia
de nuevos Estados que cuestionan su dominio indiscutido e indiscutible.
Tercero, una crisis ecológico-social de lo que podríamos llamar el
“capitaloceno”; es decir, la tendencia a la mercantilización del conjunto de
las relaciones sociales por un capitalismo depredador bajo hegemonía
financiera. En cuarto lugar, la más importante, el declive de Occidente y la
(re)emergencia de un Oriente que no acepta y que se revuelve contra el dominio
de una civilización que ha pretendido ser la única y la indispensable.
¿Cuáles son los
grandes problemas de esta transición? Hay que entenderlo bien desde el
principio. Se trata del paso de un mundo unipolar hegemonizado por EEUU -y como
aliado subalterno la Unión Europea- a un mundo multipolar que reconozca a
las nuevas potencias económicas, culturales, políticas y político-militares. El
desafío es enorme porque implica radical redistribución del poder a nivel
mundial, nuevas reglas, nuevas instituciones y nuevas formas de relacionarse
las grandes potencias. La “trampa de Tucídides” es el nombre que se le da a un
viejo problema, a saber, que estos cambios fundamentales implican conflictos
políticos, militares, convencionales o híbridos que, tarde o temprano, llevarán
a la guerra. Estados Unidos, el que manda realmente, no va a aceptar la
organización de un nuevo orden internacional que cuestione su poder y que le
imponga nuevas reglas. Este conflicto existencial definirá los próximos años
del sistema-mundo e implicará cambios sustanciales en las relaciones entre las
grandes potencias y, a no olvidar, determinarán la orientación y el sentido que
se les dé a los grandes problemas globales como las desigualdades, la crisis
climática y energética y una pandemia que se extiende y muta por doquier.
La Unión
Europea, desde el punto de vista político-militar, es un protectorado de los
Estados Unidos cuyo instrumento fundamental es la OTAN. En junio de 2022 tendrá
lugar en Madrid la cumbre de la Organización Atlántica donde se aprobará su
nuevo concepto estratégico y, en paralelo, se definirá por la Unión Europea lo
que pomposamente se llama la “brújula estratégica”, documento donde se
concretarán sus prioridades político-militares. Para entenderlo, la UE va a
alinear su política de defensa y seguridad con los intereses estratégicos de
los EEUU que organizan dos campos de operaciones o áreas de decisión
geopolítica: uno principal dirigido a contener, asediar y someter a China; otro
secundario, dirigido contra Rusia y protagonizado fundamentalmente por la OTAN.
El AUKUS (el tratado entre Australia, Reino Unido y EEUU) será el eje de una
amplia alianza a la que pronto se sumarán los dos protectorados militares en la
zona, Japón y Corea del Sur. India y Pakistán jugarán un papel decisivo en este
“gran juego” que acaba de comenzar, sin olvidar una Indonesia que quiere ser
actor propio.
Hablamos de
Europa; es decir, de un teatro de operaciones secundario controlado por los
intereses de unos EEUU que esperan que la Rusia de Putin sea derrotada a manos
de una OTAN cada vez más fuerte y con mayor proyección política. La partida
hace tiempo que comenzó. Se puede decir que, con mayor o menor implicación, las
instituciones europeas y la mayoría de los gobiernos de los Estados comparten
esta política y se preparan para un conflicto que, si no se para pronto,
terminará de nuevo llevando a Europa a una guerra de grandes proporciones. La
opinión pública está siendo trabajada durante años bajo la idea de que Rusia es
culpable y pone en peligro la paz en una Europa siempre democrática, dialogante
y de natural pacífico. Bastaría mirar el mapa con cierta atención para saber
que a la propuesta de una “Casa Común Europea” de Gorbachov se le respondió con
la ampliación de la OTAN hacia el este, con el preciso objetivo de impedir la
recuperación de una Rusia en declive. Como suele ocurrir, el poder siempre
aspira a más poder. En una alianza plena de complicidades, EEUU y la UE
intervinieron abierta y sistemáticamente en las antiguas repúblicas soviéticas
para desestabilizar a los gobiernos que ellos consideraban no suficientemente
alejados de Moscú, propiciando todo tipo de conflictos civiles, étnicos y, al
final, militares. Antes Estados fallidos que aliados de una Rusia convertida,
de nuevo, en el “El imperio del mal”.
Ante tanta
geopolítica, anta tanto rearme y propaganda de guerra parecería que las
poblaciones solo les queda mirar hacia arriba, hacia los que mandan y esperar
que los conflictos no vayan a más y que, de llegar, nos les pille. Hay que
actuar y pronto. El “partido de la guerra” puede ser derrotado y la
conflagración militar, evitada. Depende de los ciudadanos y de las ciudadanas,
de las clases trabajadoras y de los intelectuales críticos. Una idea central: la
dinámica del conflicto, el rearme y eventualmente la guerra nada tienen que ver
con los derechos humanos, la democracia o la libertad de los pueblos. La clave
es otra: que Occidente, liderado por los Estados Unidos, mantenga su hegemonía
política, económica y militar; para ello deben impedir, cueste lo que cueste,
el surgimiento y desarrollo de nuevas potencias que cuestionen su dominio y
acaben imponiendo un nuevo orden internacional contrario a sus intereses y
privilegios.
Para comprender
la etapa que viene hay que entender bien dos asuntos fundamentales: 1) los
Estados Unidos tienen una superioridad económica, política y militar clara,
nítida; 2) la concepción de estratégica del Pentágono es preventiva, de
conflicto político-militar prolongado en el espacio- tiempo. El objetivo es
frenar y bloquear el despliegue del eje China/Rusia que incluye: a) guerra
económica, comercial y financiera en el marco de un desacople planificado de
las redes de valor y de suministro que tienen su centro en China; b) los conflictos
indirectos y no convencionales llamados de “zona gris” donde los
“híbridos” son una variante bien estudiada y aplicada con provecho; c) el
ciberespacio como territorio privilegiado de competencia y lucha entre grandes
potencias; d) la tecnología en general y su ciclo industrial-militar acelerado
como variante clave de unas fuerzas operativas en despliegue multifuncional,
complejo, y fuertemente autónomo ; e) la democracia y los derechos humanos como
ideología que justifique la guerra y legitime los conflictos
políticos–militares.
La propuesta
que debería defender una Europa realmente europea no es la que hace la OTAN o
la que pretende articular la UE; es decir, prepararse para la guerra, impedir
el desarrollo de China o bloquear la transición a un orden multipolar más
representativo, plural e igualitario. Este no es el camino. Para Europa, una
nueva guerra en su suelo sería un desastre de proporciones bíblicas, el
apocalipsis terminal de una cultura, de una civilización. Las preguntas de una
Europa verdaderamente autónoma, soberana, como afirma Macron, deberían ser:
¿cómo evitar la guerra?, ¿cómo crear las condiciones económicas, políticas y
político-militares para una paz duradera y ecológicamente sostenible? La
“trampa de Tucídides” se puede eludir; la guerra se puede evitar. La paz
europea no tiene alternativa. Los intereses de nuestras poblaciones, de
nuestros pueblos y Estados no coinciden con los de EEUU que lucha descarada y
abiertamente por su hegemonía sobre nuestro planeta.
Hay que usar de
nuevo tres palabras, tres conceptos: diplomacia, desarme y seguridad mutua.
Diplomacia, como tarea centralmente política que organice un acuerdo de paz,
cooperación económica y ecológico social con Rusia. No será fácil, pero se debe
trabajar para ello con tenacidad e inteligencia. En un marco más amplio se
podrían encontrar caminos imaginativos para solucionar conflictos como los de
Ucrania. Los intereses geoeconómicos, comerciales y energéticos de Rusia y
Europa son convergentes y tienden a complementarse en el tiempo. Desarme,
con objetivos claros y verificables. En su centro, una Europa
desnuclearizada. Seguridad mutua, que permita a Rusia y a Europa
diseñar políticas que fomenten la colaboración, defensa de bienes públicos
comunes y disminuyan planificadamente los riesgos.
La “Europa Común” con Rusia y no contra ella. Un gran pacto Euroasiático que ponga fin a la definición-trampa del viejo Mackinder; dicho de otro modo, dar por terminada la ocupación y el control que EEUU ejerce sobre nuestro continente común. Esta sería la auténtica autonomía estratégica de Europa transformada en sujeto soberano y actor singular de un mundo que transita hacia un orden más plural, más representativo, más igualitario. ¿Utopía? Es posible. ¿El problema? que no tiene otra alternativa que no sea la guerra.
Fuente: Nortes.
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