Arranca la COP26 de Glasgow
Cumbre climática a prueba de
fuego
Por Sergio Ferrari
Rebelion
02/11/2021
Fuentes: Rebelión
Clima vs sistema
Aunque el planeta agoniza, los remedios son insuficientes. La comunidad
internacional intenta de nuevo, esta vez en Glasgow, Escocia, lanzar una
terapia. Lamentablemente, casi inofensiva en relación al diagnóstico.
Gran parte del
mundo científico y el movimiento ambientalista consideran este esfuerzo como la
última oportunidad para frenar el ya irreversible aumento de la temperatura
terrestre. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático
(COP26), organizada en esta ocasión por el Reino Unido en colaboración con
Italia, empieza este domingo 31 de octubre y se extiende hasta el 12 de
noviembre.
El ABC de Glasgow
La Conferencia
de las Partes –de ahí la sigla COP– de la Convención Marco de las Naciones
Unidas sobre el Cambio Climático es una cita anual en la cual representantes
gubernamentales de alto nivel discuten y negocian eventuales propuestas para
reducir el calentamiento global.
Esta 26ª sesión
reunirá, según los organizadores, a delegados de casi todos los países que
integran el sistema de Naciones Unidas; entre ellos, un centenar de jefes de
Estado y de Gobierno. También expertas-os en el tema ambiental, dirigentes
empresariales, representantes de Organismos No Gubernamentales (ONG) y de la
sociedad civil en general (https://unfccc.int/es/process-and-meetings/conferences/conferencia-sobre-el-cambio-climatico-en-glasgow).
Todo anticipa
que será un vértice particularmente trascendente ya que, a pesar de los seis
años transcurridos desde la adopción del Acuerdo de París en la COP21, los
esfuerzos implementados hasta ahora para limitar el calentamiento global a 1,5
grados Celsius han resultado insuficientes. (https://unfccc.int/files/essential_background/convention/application/pdf/spanish_paris_agreement.pdf).
Para el mundo científico, esta cifra –1,5 grados Celsius– constituye el umbral
límite o punto de ruptura, superado el cual el cambio climático podría tener
impactos dramáticamente irreversibles tanto para el ser humano como para la
naturaleza. Los recientes incendios, olas de calor, inundaciones y otras
catástrofes naturales cada vez más intensas exigen una acción climática urgente
y mancomunada.
El último
informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, del
9 de agosto del año en curso, es contundente. Afirma que “Muchos de los cambios
observados en el clima no tienen precedentes en miles, sino en cientos de miles
de años, y algunos de los cambios que ya se están produciendo, como el aumento
continuo del nivel del mar, no se podrán revertir hasta dentro de varios siglos
o milenios” (https://www.ipcc.ch/report/ar6/wg1/ ).
En dicho
informe se ofrecen nuevas estimaciones sobre las probabilidades de sobrepasar
el nivel de calentamiento global de 1,5 ºC en las próximas décadas, y se
concluye que, a menos que las emisiones de gases de efecto invernadero se
reduzcan de manera inmediata, rápida y a gran escala, “limitar el calentamiento
a cerca de 1,5 ºC o incluso a 2 ºC será un objetivo inalcanzable”.
Otro tema clave
de la agenda de la COP26 de Glasgow será la financiación climática, es decir,
la ayuda que los países industrializados han prometido proporcionar a aquellos
más afectados por el calentamiento global, casi siempre las naciones en vías de
desarrollo. Todavía se está muy lejos de los 100.000 millones de dólares
anuales anunciados en 2009 en la Conferencia sobre el Cambio Climático de
Copenhague, Dinamarca, para el financiamiento de proyectos de reducción de
emisiones y de adaptación climática en las regiones de menos recursos.
El Acuerdo de París como espejo
¿Es posible que
una eventual “terapia” surgida de la Conferencia de Glasgow ayude a recuperar
el tiempo que se ha desaprovechado en la lucha contra el calentamiento
planetario? ¿O será un mero espejo que se mire en París 21 pero sin superarlo,
con propuestas consensuadas y promesas que no responden a la agonía?
El objetivo
principal del Acuerdo de París del 12 diciembre de 2015 establece que el
aumento de la temperatura terrestre, en este siglo, no supere los 2 grados
centígrados – siempre en relación con los niveles preindustriales. E incluso
propuso que se redoblaran los esfuerzos mundiales para intentar que dicho
incremento sea como máximo de 1,5 grados centígrados.
Esta meta incluye
la necesidad de un salto significativo de cada país para hacer frente a los
efectos del cambio climático, limitar sensiblemente las emisiones de gases de
efecto invernadero (GEI) y lograr el financiamiento necesario para hacerlo
posible. Por otra parte, establece informar periódicamente sobre sus
respectivos niveles de emisión y sus esfuerzos por poner lo acordado en
práctica, además de realizar cada cinco años y en forma conjunta un inventario
mundial para evaluar el progreso colectivo en el cumplimiento de dichos
compromisos.
Con todo esto
en mente, lo acordado en París fue como un mandato para que los países
desarrollados siguieran asumiendo una responsabilidad principal mediante
objetivos de reducción absolutos para toda la economía, mientras que los países
en desarrollo continuaran intensificando sus esfuerzos de mitigación.
Dicho Acuerdo
quedó abierto a la firma el 22 de abril de 2016 –Día de la Tierra– en la sede
de las Naciones Unidas, en Nueva York. Meses más tarde, el 4 de noviembre de
2016, entró en vigencia, treinta días después de que se cumpliera con el “doble
criterio”, es decir, su ratificación por 55 países que representan al menos el
55% de las emisiones mundiales. Desde entonces ha sido suscripto por 192
países.
A juzgar por
los resultados alcanzados, ni el Acuerdo de París ni los esfuerzos posteriores
han dado los resultados proyectados. Los análisis retrospectivos sugieren que,
aun si se hubieran cumplido las promesas asumidas en París en 2015-2016, solo
se habría limitado el aumento de la temperatura a menos de 4° C, muy lejos del
tan proclamado aumento máximo de 1.5 grados. Es decir, los compromisos asumidos
por los Estados en ese momento eran ya insuficientes para lograr las metas
planteadas.
Según Alok Sharma, presidente entrante de la COP26, “Ha habido progreso, pero
no lo suficiente. Es por eso que necesitamos, especialmente, que los mayores
emisores, las naciones del G20, presenten compromisos más fuertes para 2030 si
queremos mantener el objetivo del 1,5° C durante esta crítica década».
Promesas (casi) imposibles
Los compromisos
climáticos más recientes de varios países de aquí al año 2030 “no son
suficientemente ambiciosos y ponen al mundo en camino a un aumento de
temperatura este siglo de por lo menos 2,7° C”, señala el último Informe
sobre la Brecha de Emisiones del Programa de Naciones Unidas para el Medio
Ambiente (PNUMA), publicado el 26 de octubre.
Los anuncios a
nivel nacional hechos hasta ahora permitiría una escasísima reducción: tan solo
un 7,5% de las emisiones previstas para 2030 (https://www.unep.org/es/resources/emissions-gap-report-2021).
“Para mantenernos en la ruta hacia el objetivo del 2° C deben asegurarse
reducciones de emisiones del 30%”. Si se pretende alcanzar el objetivo de 1,5%,
se necesitarían reducciones en el orden de un 55%. Nuevamente, de cara a la
COP26, las promesas de las Partes no corresponden con los objetivos acordados.
Se repite así la larga historia de respuestas tibias para salvar un planeta en
llamas.
Al presentar el
informe de PNUMA, algo así como un marco de referencia conceptual para la
Cumbre de Glasgow, Inger Aderson, la directora de dicha organización recordó
que «el cambio climático ya no es un problema del futuro. Es un problema
ahora». PNUMA insiste en que sólo disponemos de ocho años de oportunidad
para limitar el calentamiento global a 1,5° C mediante la reducción a casi la
mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero. Menos de una década para
hacer planes, implementar políticas y, finalmente, presentar resultados
tangibles. “El reloj avanza rápidamente», subraya este organismo internacional.
Al pasado 30 de
septiembre, 120 países, responsables de poco más de la mitad de las emisiones
mundiales de gases de efecto invernadero, habían comunicado nuevas metas,
actualizadas. Adicionalmente, tres miembros del G20 (las 20 naciones más
desarrolladas) anunciaron nuevas promesas de mitigación para 2030. En su
evaluación del informe del 26 de octubre, Alok Sharma, consideró que, si los
países cumplen con sus metas pautadas para 2030 y los compromisos de cero
emisiones anunciados, “estaremos dirigiéndonos hacia aumentos promedio de la
temperatura global de poco más de 2° C”.
Dos visiones en conflicto
La Cumbre de
Glasgow tiene tanto de laberinto como de encrucijada para el clima planetario.
Y mucho más de sofisma, una falacia construida sobre la base de promesas que la
gran mayoría de las naciones sabe que realmente no podrán cumplir.
La COP26
desnuda, además, el choque de dos concepciones confrontadas. La visión de una
“institucionalidad” onusiana, con propuestas a mediano y largo plazo, a pesar
de que el mundo científico viene diagnosticando, desde años, la gravedad
extrema de la enfermedad. Y, enfrente, la visión de una buena parte de la sociedad
civil planetaria –movimientos ambientalistas, ONG de desarrollo, sindicatos,
redes y plataformas–, que se movilizará críticamente en las calles de Glasgow
durante la COP26, que insiste en la “urgencia climática” como clave de
interpretación de una sociedad humana en carrera acelerada hacia su propia
desaparición.
No sorprende, entonces, que una de las principales consignas comunes de los
millones de jóvenes movilizados en los últimos años en torno a la “huelga del
clima” lo describa con elocuencia: “No hay que cambiar el clima, sino el
sistema”.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante
una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para
publicarlo en otras fuentes.
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