El 21 de agosto de 1940 León Trotsky era asesinado en su domicilio de Coyoacán, en Ciudad de México, por el agente a las órdenes de Stalin Ramón Mercader. Lo recordamos con este texto suyo escrito en marzo de 1939.
Una vez más sobre “la crisis del marxismo.
El Viejo Topo
21 agosto, 2021
En los buenos
viejos tiempos, cuando alguien se refería a la crisis del marxismo, tenía en
mente alguna proposición específica de Marx que supuestamente no había
resistido la prueba de los hechos: a saber, la teoría de la agudización de la
lucha de clases, la llamada “teoría del empobrecimiento” y la del “colapso
catastrófico” del capitalismo. Estos tres puntos principales sirvieron de
blanco a la burguesía y a la crítica reformista. Hoy en día es simplemente
imposible entrar en controversia sobre estos temas. ¿Quién intentará demostrar
que las contradicciones sociales no se están agudizando sino suavizando? En
Estados Unidos, el señor Ickes, secretario del interior, y otros altos
dignatarios están obligados a referirse francamente en sus discursos al hecho
de que las “Sesenta Familias” controlan la vida económica de la nación.[1] Por
otra parte, el número de desocupados oscila entre los diez millones en épocas
de “prosperidad” y los veinte millones en épocas de crisis. Esas líneas
de El capital en las que Marx habla de la polarización de la
sociedad capitalista, la acumulación de riqueza en uno de los polos y de
pobreza en el otro, esas líneas que han sido tachadas de “demagógicas”,
demuestran ahora ser simplemente una pintura de la realidad.
La vieja
concepción liberal-democrática de un crecimiento gradual y universal de la
prosperidad, la cultura, la paz y la libertad ha sufrido una quiebra decisiva e
irreparable. Ha arrastrado tras de sí la quiebra de la concepción
social-reformista que en esencia representaba sólo una adaptación de las ideas
del liberalismo a las condiciones que soporta actualmente la clase obrera.
Todas estas teorías y métodos se remontan a la época del capitalismo
industrial, la época del libre comercio y la libre competencia, es decir, al
pasado que está más allá de la evocación, una época en la que el capitalismo
era aún un sistema relativamente progresivo. El capitalismo hoy es
reaccionario. No se lo puede curar. Hay que eliminarlo.
No queda ni un
solo estúpido que crea seriamente –tampoco los Blums lo creen,[2] mienten–
que la monstruosa agudización de las contradicciones sociales puede ser
superada por medio de una legislación parlamentaría. Marx ha demostrado que
eran correctos todos –¡sí, todos!– los elementos de su análisis, incluidos sus
pronósticos “catastróficos”. ¿En qué consiste entonces la crisis del marxismo?
Los críticos actuales no se molestan siquiera por articular ordenadamente la
cuestión.
En los anales
de la historia figurará que el capitalismo, antes de hundirse en la tumba, hizo
un tremendo esfuerzo de auto-presentación durante un prolongado período
histórico. La burguesía no quiere morir. Ha transformado toda la energía
heredada del pasado en una violenta convulsión reaccionaria. Este es,
precisamente, el período que nos toca vivir.
La fuerza no
sólo conquista sino, a su modo, “convence”. La embestida de la reacción no sólo
destruye físicamente a los partidos; también corrompe moralmente a la gente.
Muchos caballeros radicales tienen el corazón en la boca. Traducen a un
lenguaje inmaterial y a una crítica universal su temor ante la reacción. “¡Algo
debe andar mal en las viejas teorías y métodos!” “Marx estaba equivocado…”
“Lenin no previó…” Algunos incluso llegan más lejos. “El método revolucionario
ha demostrado estar en quiebra.” “La Revolución de Octubre condujo a la más
viciosa dictadura de la burocracia.” Pero la Gran Revolución Francesa también terminó
restaurando la monarquía. Hablando en general, el universo está mal hecho: la
juventud lleva a la vejez, el nacimiento a la muerte; todas las cosas que nacen
deben perecer”.
Estos
caballeros olvidan con notoria facilidad que el hombre ha ido recorriendo su
camino, desde la condición de semisimio hasta llegar a una armoniosa sociedad,
sin ninguna guía; que la tarea es difícil; que a uno o dos pasos adelante le
siguen medio, uno y a veces dos pasos hacia atrás. Olvidan que el sendero está
sembrado con las mayores dificultades y que nadie inventó ni pudo haber
inventado un método secreto que asegure un ininterrumpido ascenso en la
escalera de la historia. Triste es decirlo, los señores racionalistas no fueron
consultados cuando el hombre se encontraba en su proceso de creación y cuando
las condiciones de su desarrollo tomaban forma por primera vez. Pero hablando
en general, esta cuestión ya no tiene arreglo…
Siguiendo ese
argumento, concedamos que toda la historia revolucionaria previa y, si ustedes
quieren, toda la historia en general no es sino una cadena de errores. Pero,
¿qué hay que hacer con la realidad actual? ¿Qué pasa con el colosal ejército de
desocupados permanentes, con los campesinos empobrecidos, con la declinación
general de los niveles económicos, con la guerra que se avecina? Los escépticos
sabihondos nos prometen que en algún momento del futuro catalogarán todas las
cáscaras de banana en las que han resbalado en el pasado los grandes
movimientos revolucionarios. Pero, ¿nos dirán estos caballeros qué debemos
hacer hoy, ahora?
En vano
esperaríamos la respuesta. Los aterrorizados racionalistas se están desarmando
en presencia de la reacción, renunciando al pensamiento social científico,
abandonando no sólo las posiciones materiales sino también las morales y
despojándose de cualquier reclamo de venganza revolucionaria para el futuro.
Sin embargo, las condiciones que prepararon la actual ola de reacción son
extremadamente inestables, contradictorias y efímeras, y preparan el terreno
para una nueva ofensiva del proletariado. La conducción de esta ofensiva
pertenecerá justamente a aquellos a quienes los racionalistas llaman dogmáticos
y sectarios. Porque los “dogmáticos” y “sectarios” se niegan a renunciar al
método científico ya que nadie, absolutamente nadie, propuso otro superior.
Notas:
[1] Harold Ickes (1874-1952): fue secretario de interior de
Estados Unidos desde 1933 hasta 1946, en la administración Roosevelt-Truman. La
expresión sesenta familias está tomada del libro de Ferdinand
Lundberg America’s Sixty Families [Las sesenta familias de
Norteamérica], (1937). El libro, que causó sensación cuando apareció, documenta
la existencia de una oligarquía económica norteamericana encabezada por sesenta
familias de inmensa riqueza. El autor puso al día su trabajo en l968 con The
Rich and the Super -Rich [Los ricos y los super-ricos].
[2] León Blum (1872-1950): presidente del Partido Socialista
Francés en la década del 30 y premier del primer gobierno del Frente Popular en
1936.
Fuente: Marxists.org.
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