El Real Madrid y los negocios del fútbol
Así construyó Florentino Pérez
su imperio del mal
Por Eoghan Gilmartin
Rebelion
21/08/2021
Fuentes: Jacobin
[Foto: Cristiano Ronaldo recibiendo su cuarto trofeo Bota de Oro en 2015 de
manos de Florentino Pérez en Madrid (Gonzalo Arroyo Moreno / Getty Images)
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
El presidente del Real Madrid Florentino Pérez no es solo uno de los
principales promotores del chapucero intento frustrado de Superliga Europea,
también es un capitalista salvaje que se ha aprovechado de la externalización y
la privatización a costa del público español
Florentino
Pérez no está acostumbrado a perder, a no ser que el gobierno acuda a su
rescate para suavizar la caída. El multimillonario presidente del Real Madrid
ha sido la principal fuerza impulsora del chapucero intento frustrado por crear
la Superliga Europea de fútbol. Asociado a la Agencia de Valores española Key
Capital Partners, pensaba negociar con JP Morgan Chase los 5.000 millones de
euros necesarios para financiar la iniciativa y asegurar la participación
inicial de otros 14 clubs de élite de España, Inglaterra e Italia.
“El fútbol debe
evolucionar, como todo en la vida”, afirmó Pérez a principios de este año en
una de las escasas entrevistas que concede –justificando su poder sin
precedente al señalar la caída de audiencia de las retransmisiones televisivas
y la creciente deuda de los clubs, que en el caso del Real Madrid y del
Barcelona CF asciende a 900 millones de euros.
“Esto es una
pirámide, porque si los grandes clubs tienen dinero hay dinero para
todos”, continuó diciendo Pérez desplegando su trillado discurso neoliberal del
efecto goteo en economía. Pero no tuvo en cuenta la magnitud de la revuelta que
provocaría en los aficionados de toda Europa, que obligó a los “seis grandes”
clubs de primera división a anunciar su retirada del proyecto de Superliga tan
solo tres días después de su anuncio, dejando al Real Madrid y al Barcelona
solos en la iniciativa y haciendo pedazos el viejo sueño de Florentino.
La reacción
ante el cínico negocio, cuyo objetivo era concentrar aún más los ingresos por
la retrasmisión de partidos y la publicidad en manos de un puñado de clubs de
élite, fue mucho más apagada en España que en cualquier otro lugar, lo que en
parte muestra el grado de influencia de Florentino entre las élites políticas y
mediáticas nacionales.
Dentro de los
periódicos españoles, solo El País publicó un editorial en el
que condenaba en tono moderado la iniciativa. El primer ministro del PSOE,
Pedro Sánchez, evitó hacer comentarios públicos, aunque su gobierno emitió un
comunicado rechazando la propuesta. No obstante, poco después
#FlorentinoDimision era tendencia en las redes sociales españolas, mientras los
sondeos mostraban la oposición de una considerable mayoría de los aficionados
del Real Madrid a los planes de su presidente.
Si la
controversia desatada por la Superliga ha situado a Florentino Pérez en el foco
internacional, en España su nombre lleva tiempo asociado a un incontrolado
poder económico. Pocas personas encarnan mejor que él el régimen capitalista de
amiguetes del Estado español: un oligarca que cuenta con los favores del
Estado, cuyo imperio de la construcción ha sido posible gracias al acceso a
gigantescos contratos públicos y a la externalización de los servicios
sociales, todo ello al tiempo que se implementaba una política fiscal y una
solidaridad cívica que beneficia a los ricos. Más allá del fútbol, su legado
duradero es haber desempeñado un papel de vanguardia en la reconstrucción de la
economía y del Estado español aprovechando tres decenios de neoliberalización
salvaje.
El dominio de la construcción
Florentino
Pérez ha dirigido la constructora española ACS desde su fundación en 1997 –con
el apoyo financiero inicial de los Albertos y
de la familia March (ambos
grupos con estrechos vínculos con el franquismo, en especial esta última, que
fue clave en la financiación del golpe de Estado de Franco en 1936). En las
décadas posteriores, ACS se convirtió en uno de los conglomerados empresariales
más importantes del mundo, el mayor en términos de ingresos internacionales
generados fuera del territorio original de la compañía.
Como otras
empresas españolas de construcción e infraestructuras, ACS se transformó en un
actor global gracias a la generosidad del Estado en los años del boom urbanístico
en España, anteriores a la crisis de 2008. Cuando fue elegido primer ministro
en 1996, José María Aznar inició una reordenación del capitalismo español
mediante una ola de privatizaciones, la ampliación de los mercados de capital
nacionales y la configuración de un nuevo motor de crecimiento para la economía
basado en las finanzas y la construcción.
Pero, como
explica el sociólogo Rubén Juste en su libro IBEX 35,
no se trató tan solo de poner en marcha una agenda reformista favorable al
mercado. La ambición de Aznar era asegurar una hegemonía permanente para su
proyecto de Estado, que continuara “a largo plazo, más allá de su presencia
física en el gobierno”.
Con dicho
objetivo, siguió una doble estrategia: por un lado buscó generar un amplio
consenso social en torno a un modelo que prometía viviendas en propiedad y
prosperidad individual para todos al tiempo que organizaba un nuevo bloque
dirigente dentro de la clase capitalista, que estaría centrado y dependería del
patrocinio del Partido Popular (PP). Para los conglomerados de la construcción,
en concreto, este clientelismo suponía el acceso a dos recursos esenciales: los
contratos públicos y la disponibilidad de crédito (mediante las cajas de ahorro
regionales controladas
por los políticos).
En el caso de
Florentino Pérez, los grandes proyectos de obras públicas (autopistas,
aeropuertos y red de ferrocarril de alta velocidad) emprendidos por el PP
fueron una fuente de ingresos clave para ACS. Al mismo tiempo Caja Madrid (bajo
la dirección del lugarteniente de Aznar, Miguel Blesa) financiaba todo, desde
la compra de millones de acciones de ACS (convirtiéndose en el principal
accionista de la compañía) hasta los fichajes estrella del Real Madrid,
incluyendo el controvertido préstamo de 76 millones de euros al club en el auge
de la crisis financiera en 2009 para comprar a Cristiano Ronaldo. En aquel momento
los créditos estaban congelados para la mayor parte de las pequeñas y medianas
empresas.
Ninguna otra
compañía se ha beneficiado más de la externalización y mercantilización
de los servicios en España en las últimas tres décadas que la empresa Clece, la
división de servicios de ACS. Con los años, Clece se ha apoderado de la gestión
de guarderías públicas, limpieza de hospitales y servicios de cáterin, refugios
para indigentes y mujeres maltratadas, limpieza de calles y recolección de
basuras, centros de día para discapacitados, residencias de ancianos, así como
el empleo de miles de cuidadores en su gestión de los servicios municipales de
ayuda a domicilio de ciudades como Madrid y Barcelona. Su modelo de negocio es
evidente: sacrificar las condiciones de trabajo –de los empleados
predominantemente femeninos– y la calidad de los servicios públicos básicos
para conseguir los máximos beneficios.
El Real Madrid como arma
En 2003, cuando
Aznar encaraba su último año como presidente de gobierno, cinco de cada diez
empresas constructoras con la máxima capitalización bursátil en Europa eran
españolas, y ACS lideraba el conjunto. En una economía cada vez más
desindustrializada, la construcción era un campo en el cual España podía
proyectar internacionalmente su poder, al igual que el fútbol. Y con
Florentino, una y otro estaban
interconectados hasta formar una fuerza irresistible y
el palco presidencial del estadio Bernabéu se convirtió en uno de los centros
de poder e influencia de Madrid.
“El Real Madrid
es una marca de España que está por encima del gobierno [nacional]”, se comenta
que Florentino dijo a la política socialista Matilde Fernández, una máxima que
podría generalizarse a la vista de cómo considera su propia posición en la
cúspide de la clase dirigente del país. En teoría, el Real Madrid es un club
controlado por los aficionados, propiedad de más de 80.000 socios, pero una
cláusula estipula que cualquier candidato a la presidencia debe
depositar un fondo de garantía por valor del 15 por ciento del presupuesto del
club, lo que ha permitido a Florentino dominar sobre este los últimos veinte
años.
En ocasiones es
difícil distinguir el interés de sus negocios personales y el del club. Según
investigaciones de un buen número de periodistas y economistas, la marca Real
Madrid parece haber desempeñado un papel importante a la hora de asegurar
contratos públicos para ACS en el extranjero; algunos de los principales
fichajes internacionales del club, como el colombiano James Rodríguez, el
mexicano Javier Hernández o el portero costarricense Keylor Navas, han
coincidido con el periodo en que ACS ganaba contratos de construcción por valor
de cientos de millones de dólares de sus respectivos gobiernos nacionales.
En todo caso,
probablemente la transacción más controvertida en la que participó Florentino
como presidente fuera la venta en 2001 del campo de entrenamiento del Real
Madrid para levantar en sus terrenos el nuevo distrito financiero de Madrid.
Para Florentino fue un negocio lleno de ventajas: a él le permitiría liquidar
la creciente deuda del club con los 500 millones de euros que sacó del trato
mientras que ACS se quedaría con buena parte de los enormes contratos de
construcción del proyecto.
Pero esta
operación transformaría radicalmente la ciudad al profundizar las desigualdades
geográficas existentes en la capital entre el norte rico y el sur proletario.
Además fue necesario recalificar una inmensa zona recreativa cercana al centro
de la ciudad (que había sido cedida al club por la dictadura franquista) para
permitir su uso empresarial.
Aunque varias
administraciones habían resistido la presión ejercida por el club durante
decenios, los estrechos lazos de Florentino con los gobiernos regional y local
del PP le ayudaron a forzar la recalificación del suelo en cuestión de meses,
tras hacerse cargo de la presidencia del club en 2000, lo que le proporcionó un
dinero caído del cielo que le permitiría financiar a sus grandes fichajes, o
“galácticos”.
“No se puede
transformar la ciudad solo para pagar las deudas [de un club de fútbol]”,
insistía Matilde Fernández cuando era portavoz del Partido Socialista en la
Comunidad Autónoma de Madrid. “Estamos hablando de una figura muy poderosa que
pretende saltarse la planificación urbana negociada democráticamente para
beneficiar sus intereses particulares”. El veterano periodista deportivo José María
García va aún más lejos al describir la operación como “el
mayor escándalo deportivo desde el regreso de la democracia”, al tiempo que
señalaba que los terrenos públicos habían sido transferidos al club sobre la
base de que serían utilizados para “fines no comerciales”.
El centro de
negocios sin alma dominado por cuatro gigantescos rascacielos, que están entre
los mayores edificios de Europa, ha alterado radicalmente el tejido urbano de
la ciudad.
Los conspiradores
Antes incluso
de que el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008 hiciera añicos las bases
populares del modelo de crecimiento anterior al crac financiero en España, las
formas de corrupción y nepotismo que dicha burbuja había generado estaban
erosionando las instituciones públicas del Estado. El escritor y parlamentario
por Podemos Manolo Monereo calificó memorablemente el tipo de gobernanza de
amiguetes típico de España como la trama, analizando cómo, además
de la corrupción descarada, una amplia red de favores políticos, puertas
giratorias y lealtades de clase compartidas vinculan estrechamente al PP y al
PSOE con los agentes económicos estratégicos como los magnates de la
construcción.
Un régimen
económico como el descrito coloca a oligarcas como Florentino Pérez en una
posición casi intocable. “Florentino nunca pierde”, puede leerse en un titular
sobre el veredicto que el Tribunal Supremo dictó en noviembre pasado
responsabilizando al Estado de la deuda de 1.300 millones de euros a los bancos
españoles por el fallido proyecto de gas Castor, una enorme asociación
público-privada con ACS.
Algo similar
ocurrió con un informe publicado por el Ayuntamiento de Madrid, cuando Manuela
Carmena era su alcaldesa, que destapó miles de millones de euros pagados
innecesariamente por el sobrecoste de contratos públicos con las principales
compañías constructoras. En relación con la remodelación de la autovía de
circunvalación de Madrid, la M-30, de la cual ACS era una de las tres
principales constructoras, el informe descubrió “sobrecostes carentes de
certificado o cualquier documento que los justificara y el pago de millones de
euros en infraestructuras y servicios de mantenimiento inexistentes o que nunca
fueron completados”. Con un presupuesto inicial de 2.500 millones de euros, el coste
final duplicó con creces la cantidad prevista, situándose en 6.500 millones.
La saga de la
Superliga ha desencadenado un interesante debate internacional sobre el
desmesurado poder del deporte ajeno al control democrático, y su fracaso ha
asestado un importante golpe al hipercomercializado modelo del fútbol de clubs
impulsado por sus multimillonarios propietarios. En España, no obstante,
Florentino Pérez y el afianzado bloque de poder económico que representa siguen
estando por encima del control democrático.
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