Un triángulo encierra la economía española en una encrucijada que va a ser de difícil salida: desplome del PIB, y de la renta, estallido de la tasa de desempleo, y ascenso estratosférico del stock de endeudamiento público.
Realidad y representación en la economía española
El Viejo Topo
8 abril, 2021
Desde los
tiempos de Platón han sido mucho los pensadores que han mantenido una visión
dualista del ente. De una u otra manera, han distinguido entre un mundo ideal,
de la representación, y otro de lo contingente, de los hechos, de la realidad;
aunque una gran parte de ellos, comenzando por el propio Platón, han
considerado que el verdaderamente real es el de la representación.
Casi todos los
políticos, especialmente cuando están en el gobierno, caen en ese dualismo.
Frente al mundo real, construyen otro ficticio, ilusorio, basado en la
publicidad y en la propaganda. Pero pocos como Pedro Sánchez han empleado con
tanta intensidad esta táctica. Su objetivo número uno es crear un relato
imaginario, fabulado, con el que ocultar la realidad que él mismo va construyendo,
pero que apesta en el aspecto político, y que en el económico presenta todo
tipo de agujeros, lacras y paredes tambaleantes. Necesita, por lo tanto, pintar
un escenario diferente, una meta realidad que pueda hacer pasar por la
verdadera.
Pedro Sánchez
huye de las malas noticias. Solo aparece para dar buenas nuevas o lo que él
considera tales o que puede hacer creer a la gente que lo son. Cuenta a su
favor con la sociedad de los tuits y de los titulares en la que nada se
profundiza y todo puede distorsionarse. No esperemos, por tanto, que él y sus
ministros hablen claro del estado de la economía, más bien intentarán ocultar
la realidad y pintar un escenario rosa, halagüeño, casi idílico, muy distinto
de los hechos y de los datos. Por ello, para conocer la verdadera situación es
preciso transcender la representación, desprenderse del escenario y centrarse
exclusivamente en las cifras. Estas son mostrencas y difíciles de ocultar, por
mucho empeño que se ponga en distorsionarlas.
Me temo que
este artículo va a ser aburrido, tedioso, lleno de porcentajes y de números,
pero es la única manera de perforar la cubierta de ilusión con la que quieren
recubrir los hechos. Con toda seguridad este año tendremos que escuchar
reiteradamente que España es el país miembro de la Eurozona que más está
creciendo y que al final de 2021 presentará un incremento del PIB de los más
altos de Europa. Es muy posible que vaya a ser así, pero para no engañarse hay
que añadir inmediatamente que todo incremento está referido a un punto de
partida. Si España va a crecer en 2021 más que el resto de los países, es
porque en 2020 la economía española ha sido la que más se ha desplomado de toda
la Eurozona (un 11%), más incluso que la de Grecia (10%) y la de Portugal
(7,6%).
Y no solo de la
Eurozona, sino que nuestro país está a la cabeza de los 37 estados miembros de
la OCDE en el triste récord, según las proyecciones macroeconómicas que ha
publicado hace unos días esta institución, de haber padecido en el 2020 la tasa
más negativa del PIB. Pocos datos tan adversos como este, por ello hay que
ocultar la realidad con la representación. De ahí que el Gobierno y los medios
de comunicación sanchistas, seguidos con cierta ingenuidad por casi todo el
resto, en lugar de resaltar lo que era la verdadera noticia, se hayan fijado
exclusivamente en que la OCDE elevaba para 2021 la previsión de crecimiento de
la economía de nuestro país en unas cuantas décimas.
Es bien sabido
que esta crisis es atípica. No obedece en principio ni a una caída autónoma de
la oferta ni de la demanda. Es una crisis forzada por decisiones
administrativas, tomadas en función de la evolución de una epidemia, y sometida
en cierta forma a los vaivenes de esta. La actividad económica se suspende o se
limita administrativamente según la marcha de los contagios y la gravedad de la
situación. Ello puede producir oscilaciones en las tasas trimestrales de
crecimiento que no obedecen a ninguna razón económica, sino a las distintas
olas que se están produciendo en la pandemia y en las decisiones políticas que
se adoptan para combatirlas.
Sí parece -y
esperemos que sea así- que, considerando periodicidades anuales, el hundimiento
profundo de la economía se ha producido en todos los países en 2020.
Ciertamente en unos más y en otros menos, pero en casi todos se han dado tasas
de decremento del PIB como no se habían conocido desde hacía muchísimos años.
El PIB de la Eurozona en su conjunto se redujo un 6,8%. Hay que confiar por
tanto en que en los próximos años todas las economías crezcan, y tanto más
cuanto mayor haya sido el hundimiento de 2020.
Lo
verdaderamente importante es saber cuándo retornará cada país al mismo nivel de
renta que disfrutaba a finales de 2019. Según las estimaciones de la Comisión,
solo Irlanda, Polonia y Luxemburgo alcanzarán a finales de 2021 un PIB similar
o superior al que tenían en 2019. España, por supuesto, seguirá muy lejos de
alcanzar ese objetivo, por mucho que su tasa de crecimiento vaya a ser este año
de las más altas. De hecho, según la Comisión, el PIB no llegará ni al 94% del
valor que tenía en 2019, uno de los porcentajes más bajos de la Eurozona. Es en
este dato donde se encuentra la realidad; la representación, en considerar tan
solo la tasa de crecimiento de 2021.
Será ya en 2022
cuando en la mayoría de los Estados se pueda hablar de recuperación. Solo el
PIB de tres países, Italia, Grecia y España, se situará aún por debajo de la
cuantía de 2019. A nuestro país le cabrá, en consecuencia, el dudoso honor de
ser la economía que más ha caído en 2020, y uno de los que más tarde van a
retornar a los niveles de renta que tenían en el 2019. Ciertamente no es para
lanzar cohetes y pintar un panorama azul pastel. Hablar de recuperación es
desde luego mucho decir porque, en el mejor de los casos, se habrán perdido más
de tres años.
Pero es que,
aunque se trate de un dato importante, no todo se reduce al PIB. Hay que
considerar otras variables que van a quedar tremendamente dañadas incluso
después de que la renta se recupere aparentemente, y que a su vez se convertirán
en un enorme lastre para la economía. En concreto, el endeudamiento público.
Según el BCE, España va a ser el país de la Eurozona cuya deuda pública
experimentará un mayor incremento entre 2019 y 2022, un 28,4%; pasando de un
95% a un 124% del PIB. Cifras que a todas luces pueden ser mayores según cuál
sea la evolución de la pandemia y cómo se comporten otras variables, como las
garantías públicas concedidas a las empresas (14% del PIB), muchas de ellas
pueden resultar fallidas, o las propias morosidades que pudieran generarse en
los bancos.
La situación de
la hacienda pública de nuestro país es realmente crítica y solo se mantiene
gracias al respaldo que le concede el BCE, que adquirió en 2020 deuda española
por importe del 38% del PIB. La pregunta es hasta cuándo estará dispuesto el
BCE a mantener esta política, o incluso hasta cuándo podrá mantenerla. Existe
un mantra generalizado acerca de que las circunstancias han cambiado con
respecto a la crisis de 2008. Ciertamente existen muchos elementos distintos.
El más importante, sin duda, la actuación del BCE, que no comenzó a intervenir
hasta 2012. Pero en lo que quizás no haya tanta diferencia, al contrario de lo
que se dice, es en el comportamiento fiscal de la Unión Europea.
Se afirma que
en la presente crisis se ha impuesto barra libre en las ayudas a las empresas y
se ha permitido e incluso aconsejado a los gobiernos que no escatimen en el
gasto, por contraposición a la anterior en la que se fijó una política de
austeridad generalizada. Las cosas sin embargo no son tan claras. En la
anterior crisis la política de austeridad no comenzó hasta el 2010, mientras
que en los dos años anteriores lo que primó fueron las políticas expansivas del
gasto, incluso aconsejadas por los propios organismos internacionales. Después
vino el llanto y el crujir de dientes. No estoy nada seguro de que la actual
crisis no tenga una segunda parte y que, después de tanta generosidad respecto
a las empresas, Bruselas -más bien Frankfurt- no imponga restricciones y una
política de austeridad que sin duda incidirá sobre los de siempre.
Desde el bando
neoliberal y conservador de la política o de los medios, se vocea de forma
reiterada que España es uno de los países que menos ayudas han concedido a las
empresas y hacen, a continuación, la comparación con Alemania; pero la
situación de este país es muy diferente y su endeudamiento, también. Cuando
desde Europa se pretenda aplicar de nuevo la normativa sobre la estabilidad
presupuestaria la situación de España puede ser muy crítica. Para llegar a
medio plazo a un nivel de deuda del 60%, se precisaría mantener durante
bastantes años unos superávits primarios (antes de pagar intereses) de
alrededor del 7%; lo que resulta totalmente imposible, a menos que se implanten
ajustes y recortes durísimos, que irán en la misma línea que adopta siempre
Bruselas, incremento de impuestos indirectos y recortes sociales. Por eso
resulta tan extraño que Podemos continúe insistiendo en aumentar las ayudas
directas a las empresas.
En este
escenario existe una incógnita de cara al futuro. Una mayor inflación tendría
un efecto beneficioso sobre el stock de la deuda, siempre que poseyésemos una
moneda propia, pero el euro es una divisa que no controlamos. Estamos en manos
del BCE. Y es de suponer que esta institución no permitirá tasas elevadas de
inflación, que originarían una depreciación del euro, aun cuando, sin duda,
sería muy beneficiosa para los países del sur. Es más, parece bastante probable
que en cuanto los precios se acerquen a los niveles que los países del norte
consideren excesivos, el BCE se verá obligado a cambiar de política. Solo hay
un factor que en este tema de la deuda puede ser positivo para España. Que no
está sola, sino que la acompañan Grecia, Portugal, Italia e incluso Francia. El
problema, se quiera o no, afectará a toda la Eurozona y es difícil pronosticar
cuál será su solución final.
Nuestro país
tiene una dificultad añadida que complica y agrava la situación económica, la
enorme tasa de paro, el 16%, solo comparable con la de Grecia, y el doble que
la media de la Eurozona; y a ello hay que añadir los 900.000 trabajadores que
están actualmente en ERTE y los 500.000 autónomos que se encuentran en cese de
actividad, y que no están comprendidos en la cifra anterior, pero que, al menos
parte de ellos, se pueden convertir en parados. Ambos mecanismos, que deberían
haber tenido una dimensión temporal, corren el peligro de transformarse en
crónicos o permanentes.
En este mundo
globalizado las crisis suelen ser también globales. La actual, cuyo origen es
además una pandemia, no podía por menos que extenderse por todos los países;
todos han sufrido las consecuencias, pero no todos en la misma medida. Las
circunstancias de cada país y la gestión de los gobiernos tanto en el ámbito
sanitario como en el económico han sido factores fundamentales a la hora de
determinar el grado y la intensidad de los efectos negativos de la crisis. El
mundo de la representación y el relato sanchista pretenden hacernos creer que
todo depende de la pandemia y de la consiguiente crisis económica, intentan
convencernos de que las consecuencias han sido iguales en todos los países, y
de que los gobiernos carecen de toda responsabilidad.
Un triángulo encierra la economía española en una encrucijada que va a ser de difícil salida: desplome del PIB, y de la renta, estallido de la tasa de desempleo, y ascenso estratosférico del stock de endeudamiento público. Conjugando esas tres variables la crisis va a afectar a España en mayor medida que a la mayoría de los países de la Unión Europea y se encontrará en una situación bastante peor. En economía, los resultados nunca son inmediatos, pero antes o después el Gobierno se dará de bruces con la realidad.
Artículo
publicado originalmente en Contrapunto.
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