Las protestas agrarias en la India contra la nueva legislación neoliberal
Martintxo Mantxo
Martintxo Mantxo
rebelión
18.01.2012
Desde el 26 de noviembre de 2020, la India vive grandes movilizaciones agrarias que se oponen a tres leyes aprobadas en septiembre, aunque son consecuencia de años de hartazgo por las políticas neoliberales contra el sector. Estas leyes favorecerían a las grandes empresas transnacionales en detrimento del pequeño campesinado. Nada más aprobarse, los sindicatos organizaron protestas locales y en noviembre iniciaron el movimiento Dilli Chalo ('Vamos a Delhi'). Cientos de miles de personas marcharon a la capital de la nación y fueron fuertemente reprimidas para impedir su acceso.
En la huelga general del 26 de noviembre participaron
unos 250 millones de personas. El 4 de diciembre el Gobierno y los agricultores
mantuvieron negociaciones, pero el Gobierno no aceptó las demandas por lo que,
cuatro días después, la huelga se extendió por toda la India. Los
transportistas se unieron, amenazaron con no abastecer los mercados y a partir
del 12 de diciembre, los agricultores tomaron los peajes. El Gobierno ofreció
algunas enmiendas a las leyes, pero los sindicatos exigían su derogación total.
Desde entonces hasta el día de hoy (12 de enero), se mantienen las protestas
fuera de Delhi. El saldo de las movilizaciones, de momento, es de al menos 30
agricultores muertos (incluyendo 1 por suicidio, 4 muertes por accidentes, 10
muertes por ataque cardíaco y 1 por frío) y cientos de heridos.
Más poder para las corporaciones
Las nuevas leyes se
presentaron cuando el confinamiento por COVID-19 todavía estaba en vigor, como
parte del paquete de estímulo financiero, cuando lo que el sector agrícola y
los demás necesitaban eran medidas de alivio para superar el período de
restricciones.
Las propuestas de ley rechazadas son:
o
Ley de Anulación del APMC (Comité del Mercado de
Productos Agrícolas): Permite por primera vez el comercio de productos
agrícolas fuera de los mandis (mercados) regulados por el
APMC, y posibilita la proliferación de mandis privados en todo
el país, que podrían controlar los precios y luego el mercado.
o
Ley de Agricultura por Contrato: Es un marco
legislativo que favorece un acuerdo entre el agricultor y el comprador antes de
la siembra a un precio predeterminado. La experiencia muestra que esta práctica
incrementa el endeudamiento y, por tanto, afianza pautas de desigualdad como la
pérdida de tierras y la concentración de la propiedad.
o
Ley de Acaparamiento de Alimentos (libertad para las
empresas): Busca eliminar los límites arbitrarios y periódicos de existencias
de productos agrícolas que el Gobierno impone a los comerciantes. La nueva ley
introduce disparadores de precios que se emplearán solo en
circunstancias excepcionales. Hasta ahora, los límites de existencias pueden
imponerse solo cuando los precios de los productos perecederos aumenten en más
del 100 % y los de los no perecederos en más del 50 %. Estos límites fueron
violados 69 veces en los últimos diez años.
Los proyectos de ley agraria otorgan a las grandes
corporaciones un mayor control del mercado laboral y agrícola que tendrá
consecuencias de gran alcance en los precios de los productos básicos, la
estructura financiera, los salarios, la salud pública y el medio ambiente. El
poder total se concentrará en manos de pocas empresas y dejará a la mayoría de
las personas del campo y trabajadoras en general en una situación de desamparo
inimaginable.
Un tema que no se trata directamente en las leyes y
que para el campesinado es fundamental es el Precio Mínimo de Apoyo (MSP, por
sus siglas en inglés), que se anuncia para 23 cultivos; pero que, en realidad,
solo se aplica al trigo y al arroz en los estados del Punyab y Haryana. Esta
demanda se remonta a las protestas de 2018, cuando se presentó al parlamento
una ley a tal efecto, redactada por el Comité de Coordinación de los Kisan
Sangharsh ('lucha campesina') de toda la India (All India Kisan Sangharsh
Coordination Committee, AIKSCC), sindicato que agrupa a varios cientos de
organizaciones de agricultores de todo el país.
Otra ley polémica es la de Enmienda de la
electricidad, todavía en discusión. Las familias agricultoras de varios estados
se benefician actualmente de tarifas de electricidad subvencionadas que sus
gobiernos pagan a los DISCOM, las empresas de distribución de electricidad. Sin
embargo, los balances de pago están retrasados. Con la nueva ley, las familias
pagarán la totalidad y será el Gobierno estatal quien les transferirá el
subsidio. Se teme que este método no funcione y aumente el endeudamiento del
campo.
Por último, una de las promesas del actual presidente,
Narendra Modi, fue reconocer a más de 400 millones de trabajadores informales y
ha incumplido su palabra en los cuatro códigos laborales aprobados
recientemente.
El peso de la agricultura en la economía india
India forma parte del BRIC, el bloque de países
emergentes que tras la debacle financiera de EE. UU. en 2008 se presentaban
como nuevas potencias económicas a escala mundial: Brasil, Rusia, India, China,
y a las que se añadió Sudáfrica (BRICS). En 2018 India se convirtió en la
quinta economía del planeta por delante del Reino Unido. Sin embargo,
ateniéndonos al PIB per cápita, se encuentra en 124.ª posición, lo que dice
mucho del reparto de su riqueza.
Como todo país en el mundo, ha continuado siendo
blanco del neoliberalismo. Aquella capacidad de llegar a ser una potencia que
proyectaron los economistas dio como resultado esta ambición por privatizar,
industrializar y venderse aún más al mercado transnacional. Pese a su
patrimonio espiritual, India es un territorio de conflicto estructural, con un
modelo más desigual y procapitalista, continuación de la colonización y de ese
sistema de castas que impera en su sociedad. Algunas publicaciones recientes
muestran que el imperio británico extrajo de India riquezas equivalentes a casi
37 millones de billones de euros (3.329 billones de rupias).
El expolio continúa en manos del Bharatiya Janata
(BJP), o Partido Popular Indio, nacionalista y de derechas, que actualmente
regenta Narendra Modi. Modi representa el hinduismo fundamentalista y el
neoliberalismo en términos de privatización, favoritismo de la élite,
concentración económica y desigualdad. También defiende un fuerte militarismo y
la represión de la oposición y las minorías; en especial, contra la
población dalit, la casta más baja, conocida como los intocables.
Utiliza la descalificación de antinacional para deslegitimar y
justificar la represión contra organizaciones de derechos humanos y
ambientales.
Como todo gran nacionalismo, máxime siendo de
derechas, evoca a la nación en su totalidad, pero prioriza a su élite y utiliza
al pueblo para su beneficio. En la India ha emergido una élite en
los últimos años que guarda una conexión estrecha con el actual gobierno de
Modi, ya que todos sus miembros son del estado de Gujarat. En su cúspide se
sitúan Mukesh Ambani y Gautam Adani, la primera y segunda personas más ricas de
la India, respectivamente. Adani, que ha aumentado su patrimonio en un 230 %
(más de 26.000 millones de dólares) desde que Modi está en el gobierno, es
propietario de empresas de minería, gas, puertos, aeropuertos... Además
de las combatidas térmicas de carbón, una de sus líneas de mayor beneficio es
su empresa de renovables, Adani Green Energy,
que proyecta centrales solares de 8 GW. Cuando Modi ganó las elecciones voló de
Gujarat a Nueva Delhi, en el jet privado de Adani.
Los logros de Modi en materia económica y social en la
anterior legislatura explican también la actual situación de revuelta agraria,
con un alza del desempleo y una deuda superior en un 50 % a la del anterior
gobierno. En su tercer año de mandato (2016), llevó a cabo una
desmonetarización que provocó pérdidas de 29.000 millones de euros y golpeó
especialmente al sector agrícola. Supuso el impago para 150 millones de
jornaleros, ocasionó la muerte a un centenar de personas y provocó numerosas
protestas y huelgas.
Una lucha constante contra el extractivismo
En la India, y en especial en Punyab, las protestas
agrarias se remontan a hace 120 años, cuando fueron centrales en la oposición
al dominio británico; igualmente lo han sido durante estos años de gobierno de
Modi. En junio 2017 hubo protestas
durante varios días por el incumplimiento de su promesa de la
campaña de 2014 de obtener un beneficio del 50 % sobre los costos de
producción. Meses más tarde, en diciembre, los precios agrícolas se derrumbaron
por segundo año consecutivo y las protestas se exacerbaron tras la muerte de 6
agricultores y un cómputo de más de 20 heridos por balas de la policía. En 2018, se extendieron por
todo el país para reclamar precios remuneradores para sus productos y la
exención de la deuda. Como ahora, 50.000 personas se unieron a la larga marcha
de Kisan a Mumbai (180 km), el 12 de octubre. En diciembre, otra marcha llegó
al parlamento en Delhi, consiguió el acuerdo con el gobierno de Maharashtra,
pero, al no materializarse, dio lugar a la larga marcha de Kisan del 27 de
febrero de 2019.
Sí, la India es escenario de grandes luchas contra el
modelo extractivista, contra el modelo exportador vendepatrias,
contra grandes proyectos mineros, energéticos o de producción agroforestal y
contra el expolio pesquero de las transnacionales; también contra los grandes
monocultivos que se imponen en el sur para ser exportados y consumidos en el
norte, y que pasan como un rodillo por tierras campesinas y ecosistemas. La
India es el sexto importador mundial de alimentos. Las grandes instituciones
financieras imponen sus políticas y los gobiernos nacionales e instituciones
locales las asumen como forma rápida de ingresar dinero. A la larga, estas
apuestas son nefastas porque suponen perder soberanía alimentaria, patrimonio
ecológico, calidad de alimentos y una cultura milenaria. Pero, sobre todo,
contradicen los planteamientos actuales de cambio relacionados con la
emergencia climática: producir y consumir local y de forma ecológica para así
evitar emisiones. El extractivismo impone un modelo industrializado en el que
la mano de obra sobra y todo se puede hacer con más máquinas, energía y
tecnología. El campesinado se convierte en algo desechable.
Igualmente, la crisis del coronavirus ha tenido un impacto enorme. Todavía recordamos las imágenes de la represión al principio del confinamiento en la India, porque, como en tantos otros lugares, un gran porcentaje de la población vive fuera de la economía regulada (unos 450 millones de personas). Se estima que hay 800 millones de personas pobres y es en la India donde se encuentra un tercio de la población infantil desnutrida del mundo. El gobierno de Modi, después del confinamiento, optó por retirar la intervención del Estado y desregularizar el mercado en la agricultura para dejar a la gente en completo abandono.
Las mujeres en
las protestas
Pese a que han participado muchas mujeres (en
ocasiones de forma exclusiva), las manifestaciones han sido protagonizadas
sobre todo por hombres. El motivo es de sobra conocido: ellas se encargan de
cuidar a la familia, un trabajo aún más importante en una situación de
movilización. Su papel está siendo reconocido y esto
hace que esta movilización sirva también para empoderarlas. El Samyunkta Kisan
Morcha, organismo que agrupa a los sindicatos de agricultores, publicó una nota
de prensa en enero en la que se decía: «Durante la audiencia de la Corte
Suprema se dijo: “¿Por qué las mujeres están en esta huelga? ¿Por qué se
mantiene a las mujeres y a los ancianos en esta huelga? Hay que pedirles que se
vayan a casa”. El Samyukta Kisan Morcha condena tales declaraciones. La
contribución de las mujeres a la agricultura es incomparable y este movimiento
es también un movimiento de mujeres».
El Consejo Nacional de Investigación Económica
Aplicada destacó la brecha de género en la propiedad de la tierra en 2018: «Las
mujeres representan más del 42 % de la mano de obra agrícola del país, lo que
significa una creciente feminización de la agricultura y, sin embargo, son
propietarias de menos del 2 % de las tierras». Otras fuentes, como el Archivo
Popular de la India Rural (PARI), determinan que casi dos tercios de la fuerza
de trabajo femenina se dedican a la agricultura. Durante la gran marcha de
agricultores desde Nasik hasta Mumbai en 2018, el PARI recogió una historia
sobre las agricultoras, titulada «Ellas dirigen la granja, ellas hicieron la
marcha».
El pasado 4 de enero se organizó una jornada de capacitación en conducción de tractores para las jóvenes campesinas, ya que planean una nueva demostración de fuerza para el 26 de enero, con motivo de la celebración del Día de la República. El objetivo es manifestar que todas y todos están contra esas leyes, que las mujeres también se ven afectadas y se oponen a ellas.
Un pueblo campesino
La India es el país del mundo con mayor superficie
agrícola y ganadera, seguido de China y los EE. UU. Su agricultura se divide en
3 apartados: cultivos alimentarios, comerciales y de plantación. En el primero,
se incluyen todos los cultivos de la gastronomía india: trigo, arroz, maíz,
mijo, legumbres..., que difieren de una región a otra, porque el país alberga
una gran variedad de climas.[1] La mayoría de los cultivos
comerciales y de plantación van destinados a la exportación y desempeñan un
papel muy importante tanto en la alimentación como en la economía mundial.
Entre los comerciales, se incluye la caña de azúcar (empleada en gran parte
para bioetanol, como combustible), el tabaco, el algodón y las semillas de
aceite, como el cacahuete, la colza o la mostaza. Y en los de plantación,
destacan el té, el café, el coco o el caucho.
En el sistema laboral indio se debe tener en cuenta el
fenómeno de las cooperativas agrícolas, impulsadas en el marco de la reforma
agraria, un punto en el que coincidían Gandhi, Nerhu, los socialistas y los
comunistas. Algunas crecieron convirtiéndose en lo que se denominan falsas
cooperativas, que funcionan bajo el control de una o pocas personas, o incluso
de otras empresas. Otras son subvencionadas por el Estado, y en muchas
ocasiones, son contrarias al interés social y ambiental. En algunos casos,
prácticamente han adquirido tamaño de monopolios, como la cooperativa Amul, que
es propiedad de 3,6 millones de productores de leche. Debido a su peso
económico, sus lazos con el mundo político son también muy fuertes. En la mayor
zona de producción de azúcar, el estado de Maharashtra, se crearon más de
25.000 cooperativas agrícolas en la década de 1990.
Otra característica relevante de la India es su
multiculturalidad (se hablan 22 idiomas). La mayoría de los agricultores que encabezan
las protestas son de religión sij, porque la fuerza de la protesta se concentra
en el Punyab, su hogar tradicional, aunque ahora también se ha extendido a
Haryana, Uttar Pradesh y Rajastán. El Punyab es una zona
próspera, puesto que produce la mayoría del trigo del país, por lo que es
conocido como «el granero de la India». Debido a esa prosperidad, la comunidad
sij es, a su vez, una de las más informadas del país y de las más avanzadas
social y políticamente. El sijismo es un importante movimiento de reforma del
hinduismo en el que los principios y la moralidad son de extrema importancia.
El Estado de Punyab limita con Nueva Delhi, la capital, por lo que es
imprescindible para su abastecimiento, pero también está relativamente cerca
para sostener protestas a largo plazo. Los huelguistas pueden proveerse de
alimentos, combustible y personas o incluso tractores para bloquear las
carreteras, y hasta pueden volver a casa para refrescarse.
El pasado 12 de enero, Dilli Chalo cumplió su día 48, por lo que puede considerarse una de las mayores protestas de la reciente historia india. Una participante se refería a ella como «la segunda batalla de la Independencia». La protesta se enfrenta al coronavirus, pero también al frío (16 °C de día, 5 °C de noche), que ya ha causado la muerte de algunos manifestantes. La marcha es remarcable también por su compromiso demostrado y fue aplaudida por la Coalición Popular por la Soberanía Alimentaria (PCFS) en su mensaje solidario emitido el 11 de enero de 2021: «Delhi Chalo es un testimonio del poder de los pueblos rurales para afirmar la soberanía alimentaria y resistir las políticas estatales antipopulares. Es la energía que necesitamos para afrontar los numerosos desafíos de este año, con el agravamiento de la crisis debido a la pandemia en curso, así como la próxima Cumbre de las Naciones Unidas sobre los sistemas alimentarios». Quizá esta «determinación inquebrantable de los manifestantes y la amplia unidad que se ha generado» puedan ser fuente de inspiración para todos los pueblos campesinos que sufren y resisten políticas similares.
Agricultura
industrial, agricultura suicida
En la década de 1960, tras la independencia, en la
India se implantó la llamada 'revolución verde', que supuso una devoción
desmesurada por el productivismo hacia el modelo exportador que conocemos.
Estas prácticas no sostenibles acarrearon la pérdida de las variedades
autóctonas y los nutrientes del suelo, que se volvió improductivo, así como el
aumento de residuos químicos en los alimentos y el medio ambiente, y graves
problemas sociales como la concentración de la propiedad de la tierra y de la
producción. La mayoría de las familias campesinas debían industrializarse para
competir, pero ante la falta de medios económicos solo les quedaba endeudarse y
vender sus fincas a agricultores mayores que iban concentrando tierra,
producción y poder. La inflación de los alimentos, la crisis económica y los
grandes proyectos e infraestructuras provocaron, y provocan constantemente, la
expulsión de familias del campo, que van a parar a las ciudades y terminan
incorporándose a los sectores de pobreza. El suicidio de campesinos es un
fenómeno triste y desgraciadamente muy extendido en la India. En 2019, por lo
menos 10.281 personas que trabajaban en el sector agrícola terminaron con sus
vidas, unas 28 al día, lo que supone un aumento del
3,4 % con respecto a 2018. De ellas, el 86% corresponde a los agricultores con
tierra. Este fenómeno es un indicador de las dificultades por las que pasa este
sector en India. Cuando el país se independizó en 1947, el 90 % de su población
vivía de la agricultura. Actualmente, según la FAO, el 70 % depende
de la agricultura para su subsistencia, la gran mayoría son agricultores
pequeños y marginales.
[1] De acuerdo con el clima y la
época, en India los cultivos se dividen en kharif, rabi y zaid.
La cosecha kharif es la de verano o la cosecha del monzón,
sembrada con las primeras lluvias en julio: mijo, algodón, soja, caña de
azúcar, cúrcuma, arroz, maíz, legumbres, cacahuete, chiles, etc. Los
cultivos rabi se siembran en invierno y se cosechan en
primavera: trigo, cebada, mostaza, sésamo, guisantes, etc. El cultivo zaid son
las verduras como sandías, calabazas, pepino, etc.
Martintxo Mantxo
Gracias a Jai Sen, administrador de la lista WSM
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Este artículo cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa
Luxemburgo