La pandemia y
la ausencia de cooperación internacional
Por Isaac Enríquez Pérez
Rebelión
16/11/2020
Fuentes: Rebelión
El
pasado 24 de octubre la Organización de las Naciones Unidas (ONU) cumplió su 75
aniversario, y lo hizo en medio de la vorágine de la crisis pandémica y del
cambio de ciclo histórico (https://bit.ly/2Nqyc6X) acelerado con
esta crisis sistémica y ecosocietal (https://bit.ly/3lBM9hE)
que apunta a cambiar las formas de organización social.
En
tanto red de sistemas complejos (https://bit.ly/2IUdYDQ),
la pandemia desnudó una de las contradicciones contemporáneas del sistema
mundial: la ausencia de cooperación internacional y la atomización de la acción
de los Estados para hacer frente a un hecho social total (https://bit.ly/34O4vpW)
que, en principio, es epidemiológico y que conforme se profundiza muestra
múltiples ramificaciones que, con mucho, desbordan a las instituciones
nacionales. Dichos Estados se estancaron en una inoperancia y postración (https://bit.ly/2BZBegv),
así como en una crisis de legitimidad (https://bit.ly/3dOo9oJ)
de amplias magnitudes que no solo socava la credibilidad de sus instituiones,
sino también sus funciones estratégicas.
La
cooperación internacional supone valores como la solidaridad, la unidad, la
reciprocidad, la asociación, entre otros, que no son observados en un mundo
fragmentado y carente de cohesión; movido por intereses creados y prejuicios
ideológicos. Lejos de observar y concebir a la pandemia como sistemas complejos
entreverados e intrincados, los Estados se muestran titubeantes y atónitos en
sus funciones y acciones. Las élites políticas no solo focalizan las
intervenciones estatales, sino que son incapaces de imaginar y concebir los
alcances sistémicos de la crisis sanitaria, en tanto acelerador de otros
procesos históricos de mayor alcance.
Particularmente,
la ONU –en el contexto de la pandemia– no opera como un foro capaz de trazar
mínimas estrategias rectoras que brinden luz a los Estados miembros en sus
esfuerzos por atemperar la crisis epidemiológica global. Esta red
de organismos internacionales funge más como una serie de centros de
investigación que ofrecen diagnósticos coyunturales sobre las implicaciones de
la enfermedad Covid-19. No es tarea menor y estéril la del diagnóstico
sistemático y razonado, pero la ONU está obligada a ir más allá al trazar
directrices consensuadas de política pública de acuerdo al carácter específico
que adopta la pandemia en las múltiples regiones y países. Es necesario que se
erija en un foro articulador de negociaciones, esfuerzos y acciones concretas.
La construcción
mediática del coronavirus (https://bit.ly/2VOOQSu) perfiló un consenso
pandémico sostenido en supuestos infundados sobre un agente patógeno
inédito y sobre las implicaciones de una enfermedad aún desconocida. Los mismos
Estados fueron y son parte de la industria mediática de la mentira al
instaurar en el imaginario social noticias falsas (fake news). Los
organismos internacionales –entre ellos la Organización Mundial de la Salud
(OMS)–, no solo fueron incapaces de frenar esta desinfodemia (https://bit.ly/3exTeN6)
–cuyos funcionarios mal denominan como infodemia–, sino que encubren los
alcances y contradicciones de ese fenómeno en la era de la post-verdad.
La
ausencia de cooperación internacional y la inoperancia de la red de organismos
internacionales se relaciona también con las luchas geopolíticas y
geoeconómicas por la hegemonía del sistema mundial. Las relaciones políticas y
económicas internacionales de la era post-pandemia estarán
signadas por una especie de triunvirato o hegemonía compartida entre
China, Estados Unidos y Rusia. Vista la pandemia –de manera errónea– por las
élites plutocráticas y políticas como una guerra, la salida de esa vorágine
discursiva y estratégica supondrá la reconfiguración de las relaciones de poder
y la misma reestructuración del capitalismo. De ahí la importancia crucial de
la elección presidencial del próximo 3 de noviembre en los Estados Unidos. En
esa elección se definirá el tipo de hegemonía que desea implantar esa potencia
en las próximas décadas, así como el tipo de relación que tendrá con otras
potencias y con los organismos internacionales.
Las
luchas en torno a la hegemonía mundial atraviesan también por erosionar la
noción misma de cooperación internacional. El gobierno de los Estados Unidos,
por su lado, reconociendo los intereses privados que despliegan su poder en
ciertos organismos internacionales reduce o retira el financiamiento público a
estas entidades. En tanto que China ofrece, en medio del huracán de la
pandemia, ayuda oficial de manera individual o bilateral con la finalidad de
impulsar una geoestrategia que le permita posicionar sus inversiones y
aprovechar el acceso a los recursos naturales, mercados e infraestructuras de
múltiples naciones. El rumbo de la ONU y de la red de organismos
internacionales que le es consustancial, estará en función de las decisiones
que tome China para desplegar su hegemonía y no es claro del todo si su poder
se desplegará para controlar estas agencias.
La ausencia
de cooperación internacional es parte consustancial del colapso
civilizatorio (https://bit.ly/3oUtPCV) que le da forma a la
pandemia. Sin un ejercicio de la acción colectiva global, se debilitan o erosionan
los mecanismos de regulación del capitalismo, la gestión de los bienes públicos
globales, y la resolución de múltiples problemas públicos. La pandemia precisa
de esa acción colectiva y no de la atomización de los Estados. Solo
los foros internacionales lograrán revertir el carácter faccioso del
tratamiento de la crisis sanitaria y la gestión de un tema delicado como el de
la vacuna. El proceso que le circunda a ésta adoptó costuras geopolíticas y se
engarzó con las luchas por la hegemonía, y ello deja en la indefensión a los
Estados subdesarrollados y débiles que no cuentan con los presupuestos públicos
para dotar a sus poblaciones del antiviral, ni con la capacidad de negociación
ante el big pharma. Estas naciones no solo no cuentan con el
potencial para emprender la investigación básica que nutre a una eventual
vacuna, sino que no cuentan con la suficiente y sólida institucionalidad para
hacer valer el derecho a la salud entre sus poblaciones.
La
lucha por el control de la vacuna cruza por tres facciones del complejo
del big pharma: la alianza anglófona entre Estados Unidos y Reino
Unido; Rusia y su vacuna Sputnik V, y los esfuerzos Chinos (a través de
Sinopharm, CanSino y Sinovac). En ello no priva la cooperación internacional,
sino la fragmentación de esfuerzos sujetos a la premura por inventar el
antiviral que domestique al SARS-CoV-2. El hecho incontrovertible es que un
solo complejo farmacéutico no logrará proveer más de 7 500 millones de dosis;
por lo que la asociaicon es fundamental. Fuera de foco queda la vocación
preventiva de la vacuna, tras predominar una visión paliativa e inmunizadora de
la misma.
Ni que
decir de la ausencia de la cooperación internacional y de los organismos
internacionales en ámbitos como la crisis de hiperdesempleo profundizada
con las decisiones que le dieron forma al confinamiento global y
con la cultura del descarte. La atención a los múltiples náufragos
o víctimas de la pandemia (https://bit.ly/3h34gv7) es otro gran tema
pendiente en el tratamiento de las relaciones internacionales. Las Naciones
Unidas, desde su óptica, logran verbalizar en cierta medida y de manera parcial
estos problemas públicos mundiales, pero no son capaces de coordinar las
acciones ni de moderar a los poderes fácticos que con sus decisiones y las
estructuras de poder y riqueza que conforman drenan millones de excluidos a
escala planetaria.
Las relaciones internacionales, aunque tienen su dinámica propia, están en función de la correlación de fuerzas en las escalas nacionales. Si ésta no es influida por el interés popular, continuará dislocada de la vida nacional en cuanto al perfil de sus decisiones, intervenciones y acciones intergubernamentales. Si las comunidades y poblaciones de los países miembros del Sistema de las Naciones Unidas y demás organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional no inciden en su curso y decisiones, estas tecnocracias transnacionales continuarán dando la espalda a las necesidades y problemáticas de la humanidad. Solo así logrará revertirse el consenso pandémico entronizado, entre otras entidades, por la ONU y la OMS. Una ciudadanía informada de manera fiable y dotada de una cultura política sólida a escala mundial es fundamental para ello.
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