El penúltimo
error
Hay un dicho en el ajedrez: el ganador es el que
comete el penúltimo error. La partida se está jugando en Bielorrusia y lo que
parecía un cómodo paseo de las blancas (el blanco es el color de los
pro-occidentales) se ha tornado en casi una posición de jaque contra ellas.
Se las prometían muy felices, y aún siguen soñando
con ello gracias al apoyo occidental, pero la cosa no la tienen tan fácil como
hace diez días, ni mucho menos. El tahúr, el mago, el viejo zorro (utilizad el
calificativo que queráis) de Lukashenko se está reponiendo rápidamente, tanto
que ahora quienes están desaparecidos son los pro-occidentales y solo se
atreverán a intentar volver a ser visibles este fin de semana, sin duda. Pero
entre semana, la calle ha sido de Lukashenko. Todos los días de esta semana,
todos, ha habido manifestaciones en la práctica totalidad de las ciudades en
favor no tanto suyo como del Estado y de lo que significa: un estado social.
Esta semana los pro-occidentales han
cometido errores garrafales, como publicar su progama en el que el
neoliberalismo, es decir, la destrucción del sistema público en beneficio del
privado, es el eje de todas y cada una de sus propuestas. Y eso en un
Estado social como Bielorrusia está comenzando a ser determinante para que se
vaya deshinchando poco a poco el globo de colorines. Tanto que ahora dicen que
ese programa es una manipulación de Lukashenko. Como suena. Todos los errores cometidos por Lukashenko se están
quedando pequeños ante los planes de los «demócratas». Y claro, la gente los
ve. Y reacciona.
Eso y la constitución de un Consejo de
Coordinación de la Oposición en el que están rusófobos históricos como
Svetlana Aleksievich, premio Nobel de literatura en 2015 (y por eso se lo
dieron) que siempre ha defendido que el pueblo de Bielorrusia no es ruso sino
polaco. Nunca entenderé a los mal llamados progres que hicieron de esta tipa
uno de sus iconos a partir de ese premio. Ya lo decía una consigna anarquista
en la guerra civil española: «la ignorancia es la antesala del fascismo». Y qué
razón encierran esas palabras.
El caso de la Aleksievich es paradigmático de lo
que está pasando y del papel de Polonia, sobre todo, en este asunto. Tanto que el
ministro de Relaciones Exteriores de Polonia ha reconocido formalmente que se
ha creado un fondo polaco-estadounidense para el apoyo financiero y legal de la
sociedad civil bielorrusa.
Así que nada, a seguir creyendo en las hadas, en
los cuentos esos de «lucha por la libertad», «no injerencia externa» y demás
simplezas. Lo más gracioso es que se sabe que Merkel habló con Putin en nombre
de la Unión Europea diciendo que no intervenga en Bielorrusia. Los rusos, que
ya se sabe son malos malísimos, no pueden hacerlo; Occidente, que ya se sabe
que son buenos buenísimos, sí.
Y luego están las fábricas, donde los
pro-occidentales intentan desesperadamente lograr lo que están perdiendo. En
realidad, la fuerza laboral del país a nivel industrial se concentra en
cinco grandes fábricas de las que depende gran parte del presupuesto estatal y
donde se está siguiendo con toda claridad el modelo polaco que lideró Walesa
con el sindicato Solidaridad en Polonia. Es una empresa de potasas, otra de
tractores y camiones, dos petroleras y una de automóviles. La batalla se está
librando ahora en la de potasas, puesto que esa empresa es la mayor productora
de fertilizantes del mundo, y en la de tractores. Aquí está la élite laboral,
los trabajadores mejor pagados del país y los que pueden estar haciendo el
caldo gordo a los directores que pretenden beneficiarse de la privatización segura si cae
Lukashenko. Ya os comenté lo que ocurrió en la URSS, y ahora añado
que muchos trabajadores sucumbieron a los cantos de sirena diciendo que se
convertirían en accionistas de las empresas privatizadas si apoyaban a Yeltsin.
Algunos lo lograron, muy pocos; la inmensa mayoría fue despedida porque se
implantó la reducción de plantillas cuando no, simple y llanamente, el cierre
de la empresa.
Los pro-occidentales llevan días
desgañitándose con llamamientos a la huelga general que no está siendo seguida ni por el forro. Si hay que hacer caso a los
datos oficiales, en la empresa de potasas de 17.000 trabajadores hicieron
huelga 360. Puede que los datos no sean reales, pero lo que es cierto es que
hoy por hoy las huelgas son muy pequeñas y sin repercusión. Y han
transcurrido ya 12 días y los pro-occidentales claramente están perdiendo
fuelle y apoyos dentro de Bielorrusia, que no fuera.
En cualquier caso, la partida está embrollada y
blancas y negras siguen cometiendo errores. Por ejemplo, Lukashenko sigue
manteniendo a su ministro de Exteriores, el artífice del suicida acercamiento a
Occidente; he leído por ahí que presentó su dimisión y no fue aceptada. Pero no
lo he podido confirmar porque hay mucha basura publicándose. Si ese fuese el
caso, significaría que Lukashenko se sigue aferrando a la suicida pretensión de
buenas relaciones con Occidente intentando mantener su política oficial de
«equilibrio» cuando Occidente le está intentando arrojar al abismo.
Y para intentar desenredar el embrollo hay que
hacer dos anotaciones: la primera, que los hilos que está moviendo Rusia ya se
están viendo y que Lukashenko está planteando una transición por etapas. El
anuncio de cambios constitucionales que anunció en su discurso del domingo
pasado se produce después de sus al menos tres charlas con Putin. Es muy
probable que estemos asistiendo al último mandato de Lukashenko como
presidente, pero todavía tiene por delante cuatro años para consolidar a su
sustituto.
La segunda, que el factor pro-Rusia por
excelencia, el Ejército, acaba de decir bien alto y bien claro que las
elecciones fueron ganadas por Lukashenko sin la menor duda y que ante este
hecho «hubo intentos contundentes de tomar el poder, coordinados desde el
exterior». El dato es relevante, pero aún más el calificativo que el
Ejército hace de los pro-occidentales, a quienes llama «fuerzas
destructivas». Habla del programa de los pro-occidentales, neoliberal,
y dice que hay que hacer pedagogía con él para explicar al país los verdaderos
objetivos que se plantean y que «los resultados de este trabajo deben
considerarse como el criterio más importante para evaluar la competencia
profesional de los responsables de la implementación de la política del
Estado».
Y dice algo que parece sacado de Venezuela: «Hasta
que el Ejército no se ponga del lado de los manifestantes, el Estado no puede
ser destruido. No estamos desmoralizados y debemos luchar, si es necesario, con
armas. Porque hay estatutos que están escritos con sangre».
Por lo tanto, ya que la cosa va de ejércitos, se
puede decir eso de alea jacta est para los pro-occidentales.
El Lince
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