domingo, 17 de mayo de 2020

Hay que ver, don Julio (que es equivalente a programa, programa, programa, o sea, a saber, saber, saber, sobre cosas concretas para que de ese saber surja la conciencia de cosas concretas y no quede el saber más que en una postura metafísica: lo bueno, lo malo: lo justo lo injusto) y el poquito caso que se le hacia en vida, y los muchos embistes que le hacian los de la otra orilla, y los más oportunistas, los que hacian creer que estaban en una de ellas cuando en realidad estaban en la otra) y las muchas alabanzas que recibe una vez muerto. Hay un "peazo" homenaje que se le podría hacer y que podría ir mucho más allá de la hojarasca de la palabra huera, en un marco sin igual para ello, como es el confinamiento originado por la aparación del coronavirus: Peor pero mucho me temo viendo el percal que hay, por la carencia de conciencia, conciencia, conciencia, de clase, de clase, de clase, en la mayoría de sus seguidores formales no se a producir. El miedo a perder el trabajo, el miedo a no encontra trabajo, al lso que ahora se une el miedo a perder la vida, crea una determianda sensación y de percepción de la reailidad que parte del no saber profundo de esa misma realidad. De esta falta de conocimiento, es decir, de esta falta de programa, programa, programa, programa vital de tipo personal, surge el miedo, de cuyo miedo surge la sensación amarga y frustrante de la impotencia, y de esta la resignación que minusvalora y empequeñece al ser humano, y la aceptación de la realidad social en la que se está como algo inamovible porque se desconocen sus elementos básicos de funcionamiento, de donde resulta un ser humano vunerable y manejable, que acaba por convertirse en una marioneta sin alma, con lo cualquiera con conocimiento del guiñol político puede someterlo. Por ejemplo, con los Nuevos Pactos de la Moncloa que se anuncian, caso de ser aceptados socialmente, en los que para no empeorar la realidad, aceptando sus contenidos quedaría establecido anticipadamente, en el presente, lo que se declara querer evitar en el futuro: el empeoramiento de las condiciones de vida. En empezar a romper este miedo consistiría la materializacíon de su homenaje, que las Agrupaciones Locales de IU fueron pensadas para algo, ¿o no?, don Julio.



Julio Anguita



Toni Valero / Coordinador general de IU Andalucía
Diario de Sevilla
16 Mayo, 2020 

Recuerdo, siendo adolescente, ir caminando a media tarde por el barrio y quedarme detenido delante de un bar impactado por el silencio atronador del interior. Todos los parroquianos en la barra girados hacia el televisor, en silencio y con atención máxima: estaba hablando Julio Anguita desde el estrado del Congreso. Julio era respetado por afines y muchos ajenos, pero, sobre todo, era un orgullo de clase. Su nombre era citado con alarde en las conversaciones de las familias trabajadoras, en la barra del bar, en el centro de trabajo. Era y siguió siendo la impertinencia del pueblo frente a los poderosos. Lo hacía con pedagogía, derrochando cultura y con un glosario inalcanzable, en muchas ocasiones, para sus oponentes de debate. La satisfacción íntima de tantas personas sencillas cuando le veían desnudar con la palabra la hipocresía de los mandarines del poder era la muestra de cuánto elevaba la conciencia y la mirada de los humildes, del pueblo sencillo del que formaba parte.
Era carismático hasta en el perfil caricaturesco labrado por editoriales y medios incómodos con su protagonismo, porque era imposible ocultar su brillantez intelectual, sus nobles convicciones, su ejemplaridad moral y su incansable compromiso con la justicia social.

De su dilatada trayectoria se pueden extraer innumerables enseñanzas y aciertos (muchos, por desgracia, descubiertos por muchos demasiado a posteriori) en una vida militante hasta el final. Como decía un amigo, “la militancia es un motivo exultante de vida”. Julio fue un ejemplo de ello.

Quizá una de sus mayores cualidades era su clarividencia política. Sabía, como nadie, leer correctamente el momento histórico e interpretar el estado de la lucha de clases. Por eso sus opiniones eran una indicación ineludible ante cualquier rubicón.

Deja una caja de herramientas para quienes quieren transformar la sociedad de la que destacaría algunas de ellas. La primera es su apelación constante a la verdad. Decía la verdad, aunque fuera incómoda o escociese a quienes pretendía convencer. Era un aldabonazo ético en nuestras conciencias cargado de voluntad de acción. Tenía muy presentes las palabras de Gramsci: “decir la verdad es siempre revolucionario”.La segunda es su apelación a la unidad de los de abajo y de sus organizaciones sobre la base de un programa político. Siempre alentó, desde su lucha antifranquista hasta el momento presente la unidad popular, con confluencias sólidas en tanto estuvieran articuladas sobre un programa político claro y alternativo. Programa, programa, programa. Para confluir, para acordar y para transformar.

La tercera es su llamada a la organización popular. Siempre le preocupó la atomización de la sociedad neoliberal y el extremo individualismo que hace creer que ante problemas colectivos hay soluciones individuales. No en vano, persistentemente aportó al colectivo, hizo de puente, vertebró ideas entre personas distintas y militó en el partido. Siempre sin sectarismo.

La cuarta es su ejemplaridad moral. Instaba a ser coherentes entre lo que se dice y lo que se hace y con su ejercicio enervaba a sus detractores. Solo por eso debiéramos seguir su ejemplo con ahínco y hacer valer la austeridad como principio revolucionario.

Su impronta en tanta gente de bien y en personas comprometidas con la justicia social lo convierten en una figura histórica indiscutible. Se ha ido un gigante a cuyos hombros se han subido los humildes para trazar horizonte.

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