lunes, 11 de noviembre de 2019

LA DEMOCRACIA DE LOS IDIOTAS



La democracia de los idiotas (idiotés): lo común y lo propio

 Una vaca pastando 

En este nuevo artículo de la serie 'Disruptiva', la filósofa reflexiona sobre por qué no hay democracia si no vela por lo común y sin participación de la ciudadanía.

lamarea
09 noviembre 2019

A menudo olvidamos que las palabras que empleamos tienen su propia historia. “Idiota” es una y “democracia” es otra. Para empezar “idiota”, del griego idiotés, significaba en el contexto en el que comenzó a ser utilizada, la Grecia clásica, aquel que se desentiende de los asuntos de la comunidad bien porque no participa de la política o bien porque, desinteresado, vela por sus propios intereses. De ahí, de lo “propio” y “particular” asociado a la raíz “idios”, procede “idioma” (medio para expresar lo “propio”) o “idiosincrasia” (“temperamento propio”), es decir idiota es únicamente aquel que se centra en su particularidad y piensa que los asuntos de la comunidad no le afectan. Este es el sentido que quiero recuperar. 

Es interesante hacer notar que el uso de ese concepto coincide con el nacimiento de la democracia porque, aunque bien sabemos que la democracia clásica poco tiene que ver con la nuestra, si hay algo que se comparte y se defiende en esta época, la Grecia del siglo V a.c., es que la comunidad, como bien dijera Aristóteles, nos constituye de un modo mucho más profundo de lo que pudiéramos pensar. “El hombre por naturaleza -leemos en la Política– es un animal social” y lo es, entre otras cosas porque tiene palabra para manifestar lo justo y lo injusto “y la participación comunitaria de esas cosas constituye la casa y la ciudad” (1253a). De ahí, en un texto precioso que encontramos en la Ética a Nicómaco a propósito de la amistad leemos: “He aquí lo que se produce cuando se convive y se intercambian palabras y pensamientos, porque así podría definirse la sociedad humana, y no, como la del ganado, por el hecho de pacer en el mismo prado” (1170b11). 

En su contexto sociohistórico, no estar apartado de los asuntos públicos es clave porque estas discusiones y toma de decisiones afectan a la vida de cada ciudadano en tanto en cuanto de ese intercambio e interacción en comunidad se construye (en griego polizo) la ciudad (polis) y surge un modelo de sociedad. Ser un idiota por tanto es no participar de esa construcción. Hannah Arendt aplica esta distinción para dar cuenta de cómo los verdaderos ciudadanos de la Grecia clásica son aquellos cuya voz es visible en el ámbito público mientras que aquellas voces que están recluidas en el ámbito de la casa (oikós) -nosotras, mujeres-  no tendríamos derecho a ser escuchadas y, por tanto, no podríamos participar en decisiones que nos afectan. Serían idiotés: no porque no quisieran, sino porque no eran consideradas ciudadanas. La connotación negativa de “idiota” viene a posteriori. 

El idiota nada tiene que ver con el imbécil que, por cierto, se emplea para calificar a aquel que carece de bastón porque, al ser muy joven, no lo necesita. Por extensión el imbécil es el que aún no tiene fundamento ni autoridad porque no ha tenido tiempo para madurar. El sentido negativo llegó mucho después, como sucede en el caso de “idiota”. Velar por lo propio o estar en lo propio no deja margen al diálogo. En Grecia literalmente es imposible. Hoy en día hablaríamos de incomunicación: cuando uno habla “su propio idioma”. No deja de ser curioso que lo común (koinós), aluda inicialmente, no al idioma, sino a la lengua común con la que todos pueden entenderse y dialogar. 

De ahí que una democracia no funcione sin participación: si todos se apartan se disuelve la democracia, que solo alcanza su sentido desde el intercambio de palabras y pareceres en un discurso que, en su diversidad y pluralidad, contiene y construye el marco en el que ha de vivirse. Una democracia de los idiotas, desde esta perspectiva, describe entonces una comunidad en la que sus miembros no se dan cuenta de su pertenencia, que puede ser a su pesar, a una sociedad en el que unos sujetos se afectan a otros y que precisamente por ello es intersubjetiva. Dicho de otro modo: lo que usted, lector o lectora haga, me afecta a mí. Su decisión aunque sea suya tiene un impacto directo en el nosotros, porque sí: somos en un nosotros por mucho que la primera persona del singular aparezca siempre en primer plano. Esta es la vuelta de tuerca: que si la comunidad nos constituye, en realidad “lo propio” o “lo nuestro” no existe como algo aislado o independiente, ajeno al resto. 

“Lo propio” no sólo afecta a lo “propio” de los demás, sino que lo propio sólo alcanza su sentido en el seno de una comunidad que se construye desde el nosotros. Del yo al nosotros, por decirlo con Hegel, pero también al revés: del nosotros al yo. Idiotés es, desde el sentido griego, quien vela por lo propio, es decir, aplicado a nuestra democracia, quien vota sin pensar en las consecuencias para la comunidad al centrarse en sus propios intereses, aunque estos generen injusticia social o dolor y sufrimiento personal a otros que forman parte de nuestro nosotros, lo queramos o no. Idiotés es, también, el que no participa porque le es indiferente. Esto es clave. Indiferencia no es abstención. 

Hay varias formas de construir comunidad como puede ser expresar el desacuerdo con las políticas y las propuestas de los políticos. La abstención puede ser una opción política válida y respetable en tanto en cuanto expresa una disconformidad con el sistema, pero la indiferencia es algo muy distinta. Nadie dirá que es reprobable reaccionar con indiferencia ante aquello que carece de importancia, pero sí lo será si la situación afecta decisivamente al otro –afecte o no directamente a nuestras vidas- porque en este caso el indiferente separa tajante y egoístamente su mundo del otro. No “siente” el nosotros y se centra en “su yo”. 

Quien se abstiene, sin embargo, no es por desafección, no porque le de igual, sino porque quiere, de algún modo, mostrar la disconformidad con el sistema, es decir que se visibilice. Una forma poética, como me argumentaba D.H. por redes sociales, de hacer visible otro camino frente a las alternativas que se presentan. Una forma de no-hacer que implica por tanto un “hacer”: el intento de hacer visible una grieta en el sistema para generar otras posibilidades. Quien se abstiene, se aparta de las opciones posibles de construcción porque intenta reivindicar otra. Por eso no es un idiotés porque busca otro camino para la comunidad. Y sin embargo, los efectos son los mismos a nivel democrático: decidir no elegir entra dentro de las opciones de un sistema -que ciertamente hay que repensar y mucho-, pero que equipara finalmente a nivel de voto la indiferencia con la abstención. Las consecuencias son las mismas: quedar fuera de la construcción de lo común y dejar a ésta en manos de otros que quizá sean realmente idiotas (idiotés) porque votan y gobiernan únicamente para sus “propios” intereses. 

No ha de olvidarse que la política democrática debería consistir en construir dialécticamente para todos. Es decir, construir comunidad en la diferencia y no en la uniformidad. Cuántas cosas hemos normalizado. En realidad una democracia que no vela por lo común, sino tan solo por lo propio, no es democracia, que es lo mismo que decir que la democracia de los idiotas no es democracia, sino pacer en un mismo prado y pelearnos por la hierba. Y eso (parece) que ni las vacas lo hacen.  

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