¿Por qué estudiar la Revolución Rusa?
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por David North º
20 marzo 2017
20 marzo 2017
World Socialist Wed Site
Wsws.org
Publicada por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI)
El surgimiento del “poder dual”
Para la tarde
del lunes 27 de febrero, el régimen dinástico de los Romanov, que había
gobernado Rusia desde 1613, ya había sido derrocado por el movimiento de las
masas de obreros y soldados. La destrucción del antiguo régimen suscitó
inmediatamente la cuestión política de qué reemplazaría a la autocracia. Los
confusos y asustados representantes políticos de la burguesía rusa se reunieron
en el Palacio de Tauride. Establecieron el Comité provisional de la Duma
Estatal que, poco después, se constituyó como Gobierno Provisional. La
principal preocupación de la burguesía, aterrorizada por el movimiento de
masas, fue traer a la revolución bajo control tan pronto como fuera posible,
limitar cualquier daño que pudiese resultar para los intereses materiales de
los ricos y dueños de la propiedad privada y continuar la participación de
Rusia en la guerra imperialista.
Al mismo tiempo
y en el mismo edificio, los representantes electos del pueblo conformaron el
Sóviet de los Diputados de Obreros y Soldados para defender y promover los
intereses de las masas revolucionarias. En la formación de este instrumento de
poder obrero real y potencial, la clase obrera rusa se basó en la experiencia
de la Revolución de 1905. Mientras que en 1905 el Sóviet de San Petersburgo,
presidido por León Trotsky, fue establecido hasta las semanas finales del
movimiento de masas de la clase obrera, el Sóviet de Petrogrado cobró vida en
la primera semana de la Revolución de 1917.
Las divisiones
de clase dentro de la sociedad rusa, aún sin resolver tras el derrocamiento de
la autocracia zarista, se vieron reflejadas en el carácter dual de poder. La
existencia de dos autoridades gubernamentales rivales, representando a fuerzas
de clase irreconciliablemente hostiles, era algo intrínsecamente inestable.
Explicando el significado político de este peculiar fenómeno, Trotsky escribió:
“La separación de la soberanía no augura nada menos que una guerra civil”.[14]
Durante los
siguientes ocho meses, el desarrollo de la revolución siguió las líneas del
conflicto entre el Gobierno Provisional burgués y el Sóviet de los Diputados de
Obreros y Soldados. Si se hubiese podido determinar el resultado con base en
algún tipo de cálculo matemático de las fuerzas en conflicto, no habrían sido
necesarios ocho meses para resolver el asunto.
Desde un
principio, el Gobierno Provisional burgués no tenía esencialmente nada de
poder. Su autoridad política dependía casi enteramente del apoyo que recibió de
dirigentes del Sóviet, principalmente de los mencheviques y
socialrevolucionarios. Ellos insistieron que la revolución era de carácter
exclusivamente burgués y democrático, que un derrocamiento socialista del
capitalismo no estaba en el orden del día y que, por lo tanto, el Sóviet — el
cuerpo representativo de la clase obrera y de los campesinos pobres — no podía
ejercer poder en sus propias manos.
Durante las
primeras semanas que siguieron tras la victoriosa Revolución de Febrero, la
aquiescencia del comité ejecutivo del Sóviet no fue cuestionada. Incluso el
Partido Bolchevique, con Lenin aún fuera de Rusia y su dirección en manos de
Kámenev y Stalin, se doblegó ante el apoyo del comité ejecutivo al Gobierno
Provisional y, por lo tanto, a continuar la participación de Rusia en la
guerra. Esta postura de adaptación política prosiguió hasta que Lenin regresó a
Rusia el 4 de abril.
El regreso de Lenin a Petrogrado
El regreso de
Lenin a Rusia, y su llegada a la estación de Finlandia en Petrogrado, figura
entre los episodios más dramáticos de la historia mundial. El estallido de la
Revolución lo encontró en Suiza, viviendo en un pequeño apartamento de
Spiegelgasse, en el casco antiguo de Zúrich. Las circunstancias del viaje de
Lenin de la Hauptbahnhof o estación central de trenes de Zúrich a
Petrogrado fueron una cuestión política de gran importancia en el transcurso de
la revolución. Bajo condiciones de guerra, la posibilidad de un rápido regreso
a Rusia desde una Suiza sin salida al mar requería que viajara por Alemania.
Lenin comprendía muy bien que los chauvinistas reaccionarios protestarían su
decisión de viajar por un país que estaba en guerra con Rusia. Pero el tiempo
era vital. En su ausencia, el Partido Bolchevique estaba siendo arrastrado a la
órbita de los dirigentes mencheviques del Sóviet, cuya postura era de
compromiso con el Gobierno Provisional. Lenin negoció los términos de su viaje,
atravesando Alemania en un “tren sellado”, que excluyera toda posibilidad de
cualquier contacto entre él y los representantes del Estado alemán.
Desde el
momento en que Lenin recibió noticias del estallido de la revolución en Rusia,
comenzó a formular una política de irreconciliable oposición revolucionaria al
Gobierno Provisional. Su respuesta inicial a la revolución quedó registrada en
una serie de comentarios detallados conocidos como las Cartas desde lejos.
Las políticas
que Lenin propuso en los primeros días de la revolución se basaron en su
análisis de la guerra imperialista y daban continuidad al programa
revolucionario antibélico por el que había combatido en la Conferencia de
Zimmerwald, en septiembre de 1915. Allí, Lenin insistió en que la guerra
imperialista conduciría a la revolución socialista. La consigna que avanzó,
“¡Transformar la guerra imperialista en una guerra civil!”, fue una
concretización programática de esta perspectiva. Lenin vio la expulsión de la
autocracia zarista como una confirmación de su análisis. La Revolución en Rusia
no fue un evento nacional autónomo, sino la primera etapa del levantamiento de
la clase obrera europea contra la guerra imperialista y, por lo tanto, el
comienzo de la revolución socialista mundial.
El análisis
hecho por Lenin utilizando el marco internacional de la guerra mundial lo
posicionó en conflicto, no solo con los líderes mencheviques del Sóviet, sino
con importantes secciones de la dirección bolchevique en Petrogrado. Los
líderes mencheviques sostuvieron que, al derrocar al Zar, el carácter político
de la participación de Rusia en la guerra había cambiado. Se había convertido,
según alegaban, en una guerra legítima de defensa nacional.
La respuesta
inicial del Partido Bolchevique, formulada por los dirigentes de más bajo nivel
en Petrogrado, fue reafirmar la postura intransigente contra la guerra por la
que Lenin había luchado en Zimmerwald, reiterando su llamado a convertir la
guerra imperialista en una guerra civil. Sin embargo, conforme líderes viejos
llegaban de su exilio en Siberia a Petrogrado, la línea política del partido
fue cambiando.
La llegada de
Kámenev y Stalin a Petrogrado a mediados de marzo produjo casi inmediatamente
un cambio dramático en las políticas del partido. Adoptando una posición
defensista que justificaba la continuación de la guerra, Kámenev, con el apoyo
de Stalin, publicó una declaración en el periódico bolchevique, Pravda,
el 15 de marzo, donde manifestó: “Cuando un ejército se enfrenta a otro, sería
la medida más ciega llamar a uno de ellos a dejar sus armas e irse a casa… Un
pueblo libre se mantendrá en su puesto firmemente, respondiendo bala por
bala”.[15]
“Las tesis de abril”
Sujánov dejó
escrita una vívida descripción del regreso de Lenin a Rusia. El Partido
Bolchevique le organizó una bienvenida emotiva. Los líderes del Sóviet, al
reconocer que tantos años de actividad de Lenin le habían adquirido un inmenso
prestigio entre los trabajadores más conscientes de Petrogrado, se vieron
obligados a participar. Lenin se bajó del tren y recibió un espléndido ramo de
rosas rojas, las cuales contrastaron de forma extraña con su atuendo
convencional. Claramente encantado de haber llegado a la capital de la
revolución, Lenin se dirigió rápidamente a la sala de espera de la estación de
Finlandia. Allí encontró una melancólica delegación de líderes del Sóviet,
dirigidos por su presidente menchevique, Nikolái Chjeídze. Con una sonrisa
nerviosa, la bienvenida oficial del presidente consistió en apelar a Lenin para
que no destruyera la unidad de la izquierda. Lenin, según Sujánov, si acaso le
prestó atención al discurso del presidente del Sóviet de Petrogrado, como si no
tuviese nada que ver con él. Lenin volvía a ver al techo, buscaba en la
audiencia a alguien conocido y arreglaba las flores de su ramo que todavía conservaba
en sus manos. Tan pronto como Chjeídze concluyó su sombría intervención, Lenin
tomó el escenario y comenzó a lanzar sus rayos:
Queridos
camaradas, soldados, marineros y obreros, estoy feliz de saludar en ustedes a
la victoriosa revolución rusa, y los saludo como la vanguardia del ejército
proletario mundial… La piratesca guerra imperialista es el comienzo de la
guerra civil en Europa. La hora está cerca cuando nuestro camarada, Karl
Liebknecht, llame a los pueblos a voltear sus armas contra sus propios
explotadores capitalistas... La revolución socialista mundial acaba de
comenzar... Alemania está hirviendo... Cualquier día, el capitalismo europeo se
hundirá. La revolución rusa, efectuada por ustedes, ha preparado el camino y
dado inicio a una nueva era. ¡Qué viva la revolución socialista mundial![16]
Sujánov
describió el impresionante impacto que tuvieron las palabras de Lenin:
¡Todo fue muy
interesante! De repente, ante los ojos de todos, completamente absorbidos por
el rutinario trabajo de la revolución, se nos presentó una luz deslumbrante y
exótica que borró todo “por lo que vivíamos”. La voz de Lenin, escuchada
directamente desde el tren, fue una “voz desde afuera”. Tocó dentro de nosotros
en la revolución una nota que no fue, para dejar claro, una contradicción, pero
que sí fue novedosa, dura y algo ensordecedora.[17]
Recordando su
propia reacción a las palabras de Lenin, Sujánov reconoció que “Lenin tenía
muchísima razón... al reconocer el comienzo de la revolución socialista mundial
y establecer una conexión inquebrantable entre la guerra mundial y el desplome
del sistema imperialista…”. Pero Sujánov, personificando una ambivalencia
política que caracterizó hasta a los más izquierdistas de los mencheviques, no
pudo ver la posibilidad de convertir la perspectiva de Lenin, aunque fuese
correcta, en acciones revolucionarias prácticas.
Después de la
recepción en la estación de Finlandia, Lenin procedió a una breve cena con sus
antiguos camaradas y luego a una reunión en la que dio un reporte informal de
dos horas, donde esbozó lo que ampliaría luego y entraría en la historia como
“Las tesis de abril”. Lenin explicó que la revolución democrática sólo podía
ser defendida y completada a partir de una revolución socialista que repudiara
la guerra imperialista, derrocara al Gobierno Provisional burgués y les
transfiriera el poder estatal a los sóviets.
Sujánov, quien
logró ingresar a la reunión a pesar de no ser miembro del partido, describió el
informe:
No creo que
Lenin, apenas saliendo de un tren sellado, tenía planeado exponer en su
respuesta su credo entero y todo su programa y sus tácticas para la revolución
socialista mundial. Este discurso probablemente fue en gran parte una
improvisación, y, por lo tanto, careció de cualquier densidad especial o plan elaborado.
Sin embargo, logró perfeccionar cada parte individual de su discurso, cada
elemento, cada idea; fue claro que estas ideas lo habían tenido ocupado por
mucho tiempo y que las había defendido varias veces. Esto quedó demostrado por
la asombrosa riqueza de su vocabulario, toda la deslumbrante cascada de
definiciones, matices e ideas paralelas (explicativas), que sólo pueden ser
producto de un trabajo mental fundamentado.
Lenin comenzó,
por supuesto, con la revolución socialista mundial que estaba lista para
estallar como resultado de la guerra mundial. La crisis del imperialismo, la
cual se reflejaba en la guerra, sólo podía llegar a ser resuelta por el
socialismo. La guerra imperialista... no tenía otro curso posible más que el de
una guerra civil y sólo podía ser terminada por una guerra civil, por una
revolución socialista mundial.[19]
El programa
político de Lenin, donde alineó su estrategia con la teoría de la revolución
permanente de Trotsky, no se basó primordialmente en medir las circunstancias y
oportunidades determinadas nacionalmente y como existían en Rusia. La cuestión
esencial a la que se enfrentaba la clase trabajadora no era si Rusia, como
Estado nacional, había alcanzado un nivel suficiente o no de desarrollo
capitalista que le permitiera una transición al socialismo. Más bien, la clase
obrera rusa se enfrentó a una situación histórica cuyo destino estaba
inextricablemente unido a la lucha de la clase obrera europea en oposición a la
guerra imperialista y al sistema capitalista del cual surgió la guerra.
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