lunes, 11 de noviembre de 2019

POR QUÉ ESTUDIAR LA REVOLUCIÓN RUSA? (3/4)



¿Por qué estudiar la Revolución Rusa?
3/4
por David North º
20 marzo 2017
World Socialist Wed Site
Wsws.org

Publicada por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI)




El surgimiento del “poder dual”

Para la tarde del lunes 27 de febrero, el régimen dinástico de los Romanov, que había gobernado Rusia desde 1613, ya había sido derrocado por el movimiento de las masas de obreros y soldados. La destrucción del antiguo régimen suscitó inmediatamente la cuestión política de qué reemplazaría a la autocracia. Los confusos y asustados representantes políticos de la burguesía rusa se reunieron en el Palacio de Tauride. Establecieron el Comité provisional de la Duma Estatal que, poco después, se constituyó como Gobierno Provisional. La principal preocupación de la burguesía, aterrorizada por el movimiento de masas, fue traer a la revolución bajo control tan pronto como fuera posible, limitar cualquier daño que pudiese resultar para los intereses materiales de los ricos y dueños de la propiedad privada y continuar la participación de Rusia en la guerra imperialista.

Al mismo tiempo y en el mismo edificio, los representantes electos del pueblo conformaron el Sóviet de los Diputados de Obreros y Soldados para defender y promover los intereses de las masas revolucionarias. En la formación de este instrumento de poder obrero real y potencial, la clase obrera rusa se basó en la experiencia de la Revolución de 1905. Mientras que en 1905 el Sóviet de San Petersburgo, presidido por León Trotsky, fue establecido hasta las semanas finales del movimiento de masas de la clase obrera, el Sóviet de Petrogrado cobró vida en la primera semana de la Revolución de 1917.

Las divisiones de clase dentro de la sociedad rusa, aún sin resolver tras el derrocamiento de la autocracia zarista, se vieron reflejadas en el carácter dual de poder. La existencia de dos autoridades gubernamentales rivales, representando a fuerzas de clase irreconciliablemente hostiles, era algo intrínsecamente inestable. Explicando el significado político de este peculiar fenómeno, Trotsky escribió: “La separación de la soberanía no augura nada menos que una guerra civil”.[14]

Durante los siguientes ocho meses, el desarrollo de la revolución siguió las líneas del conflicto entre el Gobierno Provisional burgués y el Sóviet de los Diputados de Obreros y Soldados. Si se hubiese podido determinar el resultado con base en algún tipo de cálculo matemático de las fuerzas en conflicto, no habrían sido necesarios ocho meses para resolver el asunto.

Desde un principio, el Gobierno Provisional burgués no tenía esencialmente nada de poder. Su autoridad política dependía casi enteramente del apoyo que recibió de dirigentes del Sóviet, principalmente de los mencheviques y socialrevolucionarios. Ellos insistieron que la revolución era de carácter exclusivamente burgués y democrático, que un derrocamiento socialista del capitalismo no estaba en el orden del día y que, por lo tanto, el Sóviet — el cuerpo representativo de la clase obrera y de los campesinos pobres — no podía ejercer poder en sus propias manos.

Durante las primeras semanas que siguieron tras la victoriosa Revolución de Febrero, la aquiescencia del comité ejecutivo del Sóviet no fue cuestionada. Incluso el Partido Bolchevique, con Lenin aún fuera de Rusia y su dirección en manos de Kámenev y Stalin, se doblegó ante el apoyo del comité ejecutivo al Gobierno Provisional y, por lo tanto, a continuar la participación de Rusia en la guerra. Esta postura de adaptación política prosiguió hasta que Lenin regresó a Rusia el 4 de abril.

El regreso de Lenin a Petrogrado

El regreso de Lenin a Rusia, y su llegada a la estación de Finlandia en Petrogrado, figura entre los episodios más dramáticos de la historia mundial. El estallido de la Revolución lo encontró en Suiza, viviendo en un pequeño apartamento de Spiegelgasse, en el casco antiguo de Zúrich. Las circunstancias del viaje de Lenin de la Hauptbahnhof o estación central de trenes de Zúrich a Petrogrado fueron una cuestión política de gran importancia en el transcurso de la revolución. Bajo condiciones de guerra, la posibilidad de un rápido regreso a Rusia desde una Suiza sin salida al mar requería que viajara por Alemania. Lenin comprendía muy bien que los chauvinistas reaccionarios protestarían su decisión de viajar por un país que estaba en guerra con Rusia. Pero el tiempo era vital. En su ausencia, el Partido Bolchevique estaba siendo arrastrado a la órbita de los dirigentes mencheviques del Sóviet, cuya postura era de compromiso con el Gobierno Provisional. Lenin negoció los términos de su viaje, atravesando Alemania en un “tren sellado”, que excluyera toda posibilidad de cualquier contacto entre él y los representantes del Estado alemán.

Desde el momento en que Lenin recibió noticias del estallido de la revolución en Rusia, comenzó a formular una política de irreconciliable oposición revolucionaria al Gobierno Provisional. Su respuesta inicial a la revolución quedó registrada en una serie de comentarios detallados conocidos como las Cartas desde lejos.

Las políticas que Lenin propuso en los primeros días de la revolución se basaron en su análisis de la guerra imperialista y daban continuidad al programa revolucionario antibélico por el que había combatido en la Conferencia de Zimmerwald, en septiembre de 1915. Allí, Lenin insistió en que la guerra imperialista conduciría a la revolución socialista. La consigna que avanzó, “¡Transformar la guerra imperialista en una guerra civil!”, fue una concretización programática de esta perspectiva. Lenin vio la expulsión de la autocracia zarista como una confirmación de su análisis. La Revolución en Rusia no fue un evento nacional autónomo, sino la primera etapa del levantamiento de la clase obrera europea contra la guerra imperialista y, por lo tanto, el comienzo de la revolución socialista mundial.
El análisis hecho por Lenin utilizando el marco internacional de la guerra mundial lo posicionó en conflicto, no solo con los líderes mencheviques del Sóviet, sino con importantes secciones de la dirección bolchevique en Petrogrado. Los líderes mencheviques sostuvieron que, al derrocar al Zar, el carácter político de la participación de Rusia en la guerra había cambiado. Se había convertido, según alegaban, en una guerra legítima de defensa nacional.

La respuesta inicial del Partido Bolchevique, formulada por los dirigentes de más bajo nivel en Petrogrado, fue reafirmar la postura intransigente contra la guerra por la que Lenin había luchado en Zimmerwald, reiterando su llamado a convertir la guerra imperialista en una guerra civil. Sin embargo, conforme líderes viejos llegaban de su exilio en Siberia a Petrogrado, la línea política del partido fue cambiando.

La llegada de Kámenev y Stalin a Petrogrado a mediados de marzo produjo casi inmediatamente un cambio dramático en las políticas del partido. Adoptando una posición defensista que justificaba la continuación de la guerra, Kámenev, con el apoyo de Stalin, publicó una declaración en el periódico bolchevique, Pravda, el 15 de marzo, donde manifestó: “Cuando un ejército se enfrenta a otro, sería la medida más ciega llamar a uno de ellos a dejar sus armas e irse a casa… Un pueblo libre se mantendrá en su puesto firmemente, respondiendo bala por bala”.[15]

“Las tesis de abril”

Sujánov dejó escrita una vívida descripción del regreso de Lenin a Rusia. El Partido Bolchevique le organizó una bienvenida emotiva. Los líderes del Sóviet, al reconocer que tantos años de actividad de Lenin le habían adquirido un inmenso prestigio entre los trabajadores más conscientes de Petrogrado, se vieron obligados a participar. Lenin se bajó del tren y recibió un espléndido ramo de rosas rojas, las cuales contrastaron de forma extraña con su atuendo convencional. Claramente encantado de haber llegado a la capital de la revolución, Lenin se dirigió rápidamente a la sala de espera de la estación de Finlandia. Allí encontró una melancólica delegación de líderes del Sóviet, dirigidos por su presidente menchevique, Nikolái Chjeídze. Con una sonrisa nerviosa, la bienvenida oficial del presidente consistió en apelar a Lenin para que no destruyera la unidad de la izquierda. Lenin, según Sujánov, si acaso le prestó atención al discurso del presidente del Sóviet de Petrogrado, como si no tuviese nada que ver con él. Lenin volvía a ver al techo, buscaba en la audiencia a alguien conocido y arreglaba las flores de su ramo que todavía conservaba en sus manos. Tan pronto como Chjeídze concluyó su sombría intervención, Lenin tomó el escenario y comenzó a lanzar sus rayos:

Queridos camaradas, soldados, marineros y obreros, estoy feliz de saludar en ustedes a la victoriosa revolución rusa, y los saludo como la vanguardia del ejército proletario mundial… La piratesca guerra imperialista es el comienzo de la guerra civil en Europa. La hora está cerca cuando nuestro camarada, Karl Liebknecht, llame a los pueblos a voltear sus armas contra sus propios explotadores capitalistas... La revolución socialista mundial acaba de comenzar... Alemania está hirviendo... Cualquier día, el capitalismo europeo se hundirá. La revolución rusa, efectuada por ustedes, ha preparado el camino y dado inicio a una nueva era. ¡Qué viva la revolución socialista mundial![16]

Sujánov describió el impresionante impacto que tuvieron las palabras de Lenin:

¡Todo fue muy interesante! De repente, ante los ojos de todos, completamente absorbidos por el rutinario trabajo de la revolución, se nos presentó una luz deslumbrante y exótica que borró todo “por lo que vivíamos”. La voz de Lenin, escuchada directamente desde el tren, fue una “voz desde afuera”. Tocó dentro de nosotros en la revolución una nota que no fue, para dejar claro, una contradicción, pero que sí fue novedosa, dura y algo ensordecedora.[17]

Recordando su propia reacción a las palabras de Lenin, Sujánov reconoció que “Lenin tenía muchísima razón... al reconocer el comienzo de la revolución socialista mundial y establecer una conexión inquebrantable entre la guerra mundial y el desplome del sistema imperialista…”. Pero Sujánov, personificando una ambivalencia política que caracterizó hasta a los más izquierdistas de los mencheviques, no pudo ver la posibilidad de convertir la perspectiva de Lenin, aunque fuese correcta, en acciones revolucionarias prácticas.

Después de la recepción en la estación de Finlandia, Lenin procedió a una breve cena con sus antiguos camaradas y luego a una reunión en la que dio un reporte informal de dos horas, donde esbozó lo que ampliaría luego y entraría en la historia como “Las tesis de abril”. Lenin explicó que la revolución democrática sólo podía ser defendida y completada a partir de una revolución socialista que repudiara la guerra imperialista, derrocara al Gobierno Provisional burgués y les transfiriera el poder estatal a los sóviets.

Sujánov, quien logró ingresar a la reunión a pesar de no ser miembro del partido, describió el informe:

No creo que Lenin, apenas saliendo de un tren sellado, tenía planeado exponer en su respuesta su credo entero y todo su programa y sus tácticas para la revolución socialista mundial. Este discurso probablemente fue en gran parte una improvisación, y, por lo tanto, careció de cualquier densidad especial o plan elaborado. Sin embargo, logró perfeccionar cada parte individual de su discurso, cada elemento, cada idea; fue claro que estas ideas lo habían tenido ocupado por mucho tiempo y que las había defendido varias veces. Esto quedó demostrado por la asombrosa riqueza de su vocabulario, toda la deslumbrante cascada de definiciones, matices e ideas paralelas (explicativas), que sólo pueden ser producto de un trabajo mental fundamentado.

Lenin comenzó, por supuesto, con la revolución socialista mundial que estaba lista para estallar como resultado de la guerra mundial. La crisis del imperialismo, la cual se reflejaba en la guerra, sólo podía llegar a ser resuelta por el socialismo. La guerra imperialista... no tenía otro curso posible más que el de una guerra civil y sólo podía ser terminada por una guerra civil, por una revolución socialista mundial.[19]

El programa político de Lenin, donde alineó su estrategia con la teoría de la revolución permanente de Trotsky, no se basó primordialmente en medir las circunstancias y oportunidades determinadas nacionalmente y como existían en Rusia. La cuestión esencial a la que se enfrentaba la clase trabajadora no era si Rusia, como Estado nacional, había alcanzado un nivel suficiente o no de desarrollo capitalista que le permitiera una transición al socialismo. Más bien, la clase obrera rusa se enfrentó a una situación histórica cuyo destino estaba inextricablemente unido a la lucha de la clase obrera europea en oposición a la guerra imperialista y al sistema capitalista del cual surgió la guerra.

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