Agua, agricultura y el valor de lo irremplazable
Rebelion
07.11.2019
La
especialización del sector primario está muy ligada al recurso agua.
También al recurso suelo y al recurso fitogenético o de
agro-biodiversidad. Y los tres, siendo fundamentales para garantizar la Soberanía Alimentaria de las poblaciones y los territorios, se encuentran, cada día en mayor riesgo.
Sirva de ejemplo el caso del olivar en superintensivo
que ha sido utilizado por los fondos de inversión internacionales para
extraer rentas del mismo. El Estado español sigue siendo el mayor
productor de aceite del mundo, con miles de hectáreas dedicadas al
monocultivo del olivar. En Andalucía, por ejemplo, ocupan dos terceras
partes de su tierra cultivada. En los últimos años, la expansión y la
industrialización del olivar van de la mano de nuevos sistemas de
cultivo, en los que el olivo se planta a modo de seto, con una densidad
mucho mayor y mecanizando buena parte de las tareas, lo que desplaza mano de obra.
Se trata de una progresión en la que un cultivo de secano se ha ido
transformado en un cultivo de regadío, con un uso importante de
fertilizantes y agroquímicos que alteran la fertilidad del suelo y
disminuyen la biodiversidad. En realidad, como dice el profesor Manuel
Delgado Cabeza, catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla,
hoy en día «el olivar funciona al servicio de los intereses del capital
global, que en el territorio andaluz cuenta con una gran plataforma
agroexportadora de la que extraer beneficios, trasladando los costes
hacia el primer eslabón de la cadena, poniendo en jaque la
sostenibilidad social y medioambiental de las zonas productoras».
Para mayor gravedad, normalmente los cultivos que se implantan son en
régimen superintensivo, mucho más rentables para las empresas porque
reducen costes de recolección, pero más agresivos con el medio. En el
caso de los olivos, se implantan los llamados cultivos en seto, que
permiten plantar entre 1.500 y 2.500 plantas por hectárea, con un
consumo de agua de alrededor de 5.000 m3/ha/año. Esto supone un aumento
espectacular de densidad, no ya del olivar tradicional, normalmente de
secano, en el que hay entre 80 y 120 plantas por hectárea, sino del
intensivo, con entre 250 y 400 plantas por hectárea y un consumo de agua
que la Junta de Andalucía estima en 2.500 m3/ha/año (datos de 2017).
A pesar del elevado consumo de agua, los cultivos en seto mantienen a la planta en un estrés hídrico constante
para evitar que crezca demasiado y pueda manejarse la plantación de
forma totalmente mecanizada. Se trata de un cultivo que apenas necesita
mano de obra y con un ciclo de vida de en torno a los quince años;
pasado este tiempo, los olivos se arrancan para volver a comenzar. Y así
hasta el agotamiento total de fuentes de agua, dejando suelos
desertizados y ausencia de cobertura vegetal. Se aplican abonos de
síntesis y herbicidas que alteran la fertilidad y la estructura del
suelo, generando importantes problemas de contaminación hídrica y
erosión.
Y un último problema, no menor, la gran cantidad de
muertes de aves, sobre la cual la Junta de Andalucía ha dictado una
resolución a principios de este mes de octubre que suspende
cautelarmente y de forma temporal la recogida nocturna de la aceituna en
olivares superintensivos mediante cosechadoras cabalgantes mientras
elabora el IFAPA (Instituto de Investigación y Formación Agraria y
Pesquera de Andalucía) estudios que permitan conocer la biología y
ecología del sistema del olivar en seto y las aves que lo habitan, así
como los posibles efectos que la recolección nocturna mecanizada
pudieran tener sobre las aves migratorias. En realidad, no hacen falta
muchos estudios para corroborar que se produce una muy alta mortandad de
aves migratorias, como así denunció Ecologistas en Acción en Córdoba.
Aunque la rentabilidad sea bastante alta, la inversión necesaria para
llevar a cabo una plantación en superintensivo también lo es; no está al
alcance de cualquiera. Son grandes empresas y terratenientes los que
disponen del capital necesario para hacer frente a esta trasformación.
Estas inversiones se están haciendo sin tener en cuenta factores que las
limitan, como el agua disponible, por lo que pueden tener problemas de
viabilidad. El mercado, sin embargo, no es limitante porque al ser más
rentables que las fincas tradicionales o las más pequeñas, suelen tener
menos costes de producción. Esto tiene el riesgo de dejar fuera del
mercado a las personas agricultoras de toda la vida, pues además de
quedarse con su mercado se quedan progresivamente con su agua. En el
mejor de los casos, acabarán convertidas en asalariadas de las grandes
empresas, fenómeno que ya se está produciendo en zonas como Murcia y
País Valencià.
Nos encontramos pues, en la deriva del modelo
agrícola agroexportador, ante un problema bastante generalizado y
peligroso que nadie se atreve a solucionar: las cifras de las
concesiones y los derechos de agua son muy superiores a la
disponibilidad. Además de otros problemas ya esbozados.
En
nuestro país, el agua es un bien público, por lo que es la
Administración quien debe otorgar una concesión para poder usarla. Y la
Administración, inexplicablemente, ha dado más concesiones que recursos
existen. Esto se agrava por la gran cantidad de sondeos, captaciones
ilegales y pozos reprofundizados que extraen un volumen más alto del
autorizado, además de todo un cúmulo de irregularidades que apenas se
controlan. En Andalucía, la Junta no ha inspeccionado las macrofincas de
olivos en el sudeste mas seco de la comunidad, hasta que la situación
se hizo prácticamente insostenible y ocasionó un movimiento social que
exigía soluciones.
Las personas que viven de la agricultura a
pequeña escala, ante la pérdida de rentabilidad de sus explotaciones
tradicionales, se verán obligadas a vender sus terrenos a empresas más
grandes que puedan hacer frente a los costes iniciales, con el impacto
social que esto tiene al incrementar las desigualdades, acabar con el
tejido agrario tradicional, aumentar el despoblamiento, etc. Y la
factura ambiental nunca contabilizada, que se pagará en un futuro cada
vez mas cercano, cuando se haya acabado con los agrosistemas
tradicionales.
Es decir, al ritmo de explotación actual, sin
detener los modelos agrarios intensivos, muchos de los acuíferos en
nuestros territorios, se agotarán irremediablemente, condenando a
quienes habitan la zona.
Y ¿todavía hay quien duda cuáles son los problemas reales a que se enfrenta la #EspañaVaciada?
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