Migraciones
y refugio
Europa y las
personas refugiadas
Iosu Perales
Ventosur
31/10/2019
Lo que el
corazón te diga
I Parte
Los siempre
sospechosos de todo, los que han sobrevivido a las pateras, y a las mafias, los
que nunca sabe nadie de que aldea son, los mejores artesanos de la madera, los
descendientes de aquellos que fueron esclavos en las minas de reyes y empresas
europeas, los que mueren de paludismo y de malaria y del ébola y de las picadas
de escorpión, los reyes del hambre, los que trapichean para mal vivir, los
perseguidos en su propio país, los indocumentados en el nuestro, los manteros
para poder pagar la leche de sus niños, los hacelotodo, los vendelotodo, los
comelotodo, que diría el poeta Roque Dalton, los que nacieron medio muertos y
sobrevivieron medio vivos a las sequías, a la hambruna y la malnutrición, a las
epidemias, al espanto, los tristes más tristes del mundo, nuestros hermanos.
Ser africano, eso que se mueve, es la mitad de la vida que les dejaron.
Todo empezó
cuando Europa se apoderó de África en la conferencia de Berlín, que abrió el
canciller Bismarck a las 14 horas del 15 de noviembre de 1884, y mostró a los
presentes el gran mapa de Kieper. No había en la sala ni una sola persona
africana, ningún representante del continente a repartir, todos eran europeos,
con hambre de colonialismo exacerbado, armados de regla y cartabón, dispuestos
a despedazar el mapa allí mismo: Francia y Reino Unido se llevaron la mayor
parte, Alemania, Bélgica, Italia y Portugal, se reservaron lo suyo, y España
que ya declinaba en Cuba y no andaba sobrada de fuerzas se quedó con Guinea
Ecuatorial, Sahara Occidental y una parte de Marruecos. Las metrópolis fueron a
por todas: implantaron administraciones, se apoderaron de los recursos
naturales, impusieron sus lenguas como las oficiales, forzaron cuanto pudieron
la hegemonía de sus costumbres, trataron de bautizar y civilizar a los que
pudieron, pusieron a trabajar a los nativos en condiciones de esclavitud a la
búsqueda de diamantes, rebuscando en los lechos de los ríos. África un
continente fabuloso para esquilmar, explotar y dominar. Los participantes en el
reparto trazaron fronteras con tiralíneas (latitud y longitud, cursos de los
ríos…) Pero no todo fue armonía. Los imperialismos chocaron, Italia contra Francia,
Reino Unido contra Francia, Alemania contra Reino Unido, el Congo es disputado
a mordiscos y el rey belga Leopoldo II proclama que la mayor parte de ese país
queda como propiedad privada de la Asociación Internacional del Congo que él
había creado. ¡Un país posesión personal de Leopoldo II!
Los
colonizadores podían dictar las leyes que les pareciera, dado su abrumador
poderío armamentístico, y configuraron países artificiales sin tener en cuenta
las realidades étnicas y tribales, a las metrópolis les daba igual que las
rayas fronterizas trazadas fueran en el futuro fuente de conflictos y de
terribles guerras cronificadas. Su afán pasaba por el negocio, el comercio, y
el deseo de mostrar poder y prestigio. Para todo lo cual engañaron a los jefes
de las tribus con promesas que nunca cumplieron. Con lo que robaron las
metrópolis levantaron ciudades de edificios y palacios monumentales y avenidas
grandiosas. ¡Quién no admira París! ¡Ah Londres!
La conexión
entre el reparto de África por potencias europeas y las migraciones a nuestros
países ¿en que nos concierne? En que las colonizaciones arrasaron países hasta
hace poco más de cincuenta años y nosotros, como conjunto de sociedad, somos
los beneficiarios.
Los procesos
de descolonización tuvieron lugar a mediados del siglo XX, como quien dice
ayer. En 1955 África no contaba nada más que con un puñado de Estados
independientes, Liberia, Egipto, Etiopía y la República Sudafricana con su
apartheid. El Magreb se puso en pie y Burguiba, líder tunecino impuso a Francia
la independencia en 1956. El mismo año el sultán que pronto sería el rey
Mohamed V la logró para Marruecos. En Argelia la batalla fue a sangre y fuego.
Pero De Gaulle tuvo que claudicar. Luego vendrían las independencias del África
negra. En unos casos por vía pacífica, en otros como en Mozambique y Angola por
las armas. Nació la Organización para la Unidad Africana en 1963 y parecía que
el continente abría las puertas al desarrollo. Fue un espejismo.
En las
metrópolis se impuso el pragmatismo y la retirada de los contingentes militares
se hizo sellando lazos de cooperación que aseguraran la presencia de las
compañías europeas. En general, los gobiernos autóctonos surgidos pronto
demostraron vocaciones poco democráticas: los partidos únicos y las autocracias
sustituyeron a los colonizadores, y los pueblos siguieron estando sometidos: al
poder de unos pocos, a la corrupción, al robo, a la extorsión e incluso a los
asesinatos de Estado. Los gobiernos nativos que llegaron al poder como
movimientos de liberación se tornaron en mucho casos en gobiernos contra el
pueblo. La tragedia del hambre y de la muerte en las selvas y en los desiertos
siguió avanzando hasta el día de hoy. Europa y sus metrópolis hicieron alianzas
con los nuevos gobiernos para asegurarse su influencia y la de los capitales
europeos.
Así es que
las mujeres y los hombres africanos, abandonados a su suerte, tienen una manía:
se han creído el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos
y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente
los unos con los otros”. Y de ahí que se creen con derecho a vivir mejor, y al
desarrollo, y piensan que deben ser tratados con respeto por los descendientes
de quienes les colonizaron. Y se han atrevido a venir. No sabían que aquí les
esperaba un muro de concertinas, y la ley de extranjería para los que han
tenido un poco más de suerte, y algunos políticos que se dedican a dedicarles
infundios y amenazas, y mucha xenofobia y racismo a la vista y mucha más
escondida en cada pliegue de nuestra sociedad. ¡Qué provocación creerse con
derecho a mejorar sus vidas! dicen algunas o muchas voces; venir a molestar a
los que durante décadas fuimos sus amos, y no necesitábamos permisos ni papeles
para ocupar sus países porque estábamos investidos de una misión
civilizadora... y del poder del dinero y de las armas.
Esto es lo
que está pasando: los colonizadores de ayer, los que dejaron el continente
esquilmado, son los mismos países que hoy levantan muros para evitar la llegada
de los nietos, bisnietos y tataranietos de aquellos que fueron expropiados,
robados, asesinados, en nombre del progreso. Y para colmo, algunos seres
abyectos, personas sin humanidad, que desconocen la palabra solidaridad,
políticos que a la caza del voto alimentan las bajas pasiones y la lucha de
pobres contra pobres, y se permiten afirmar que vienen a cobrar ilegalmente la
RGI, que vienen a engañarnos a nosotros que decimos ser el no va más de la
generosidad, cuando en realidad son nuestros países los que hicieron el saqueo
de África y nuestras sociedades de hoy son las beneficiarias de los avances
tecnológicos, productivos, económicos y sociales que procuró la colonización.
Nosotros lo beneficiarios deberíamos pedirles perdón a los tripulantes de las
pateras, a los que yacen en las fosas del Estrecho, a los que deambulan
vendiendo cualquier cosa, a los que piden ayuda en una esquina, y una manera de
hacerlo es hacer frente a esos políticos sin alma, tipos peligrosos para la
convivencia, seguramente de misa de domingo y que merecen ser excomulgados al
menos socialmente.
Unámonos
contra la infamia de algunos políticos y tendamos la mano a los tristes más
tristes del mundo, a nuestros hermanos africanos. Unámonos contra la
manipulación que nos quiere arrebatar todo gesto solidario y hagamos lo que el
corazón nos diga.
Europa
naufraga en el Mediterráneo
II Parte
El
politólogo Sami Naïr (Tlemcen, Argelia, 1946) es un europeísta desencantado con
la actual Europa, un defensor de los derechos humanos que denuncia su
vulneración y no para de dar ideas para cambiar la vida de los pueblos. En su
último libro Refugiados, publicado por Editorial Crítica, aborda con
vehemencia un problema que está poniendo en tela de juicio los principios y
valores fundacionales de la Unión Europea. Denuncia su carácter estrictamente
economicista, su desunión, la ausencia de una política común para manejar el
euro, y la necesidad urgente de una política común de fronteras frente a los
fenómenos migratorios de nuestro tiempo, desde la aceptación de valores comunes
que tengan en cuenta a los refugiados y a la demanda de solidaridad
internacional.
Sami Naïr se
muestra pesimista al afirmar que vamos por el camino contrario. Por eso reclama
desde hace ya tiempo un gran debate sobre qué Europa queremos. Plantea la
disyuntiva de actuar con los refugiados de manera civilizada o no civilizada
como el dilema en que se juega el ser o no ser de Europa. Siguiendo a Naïr creo
que en realidad este es un problema mundial, más allá de Europa, en la medida
en que el último informe de ACNUR sobre Tendencias Globales nos asegura que a
finales de 2015 un número de 65,3 millones de personas se encontraban
desplazadas, en comparación con los 59,5 millones de doce meses antes.
Atención, es la primera vez que se supera el umbral de 60 millones de personas
obligadas a sobrevivir en refugios. ¿Qué hacer frente a semejante drama?
Sami Naïr
propone una medida de urgencia: nos recuerda que tras la primera guerra
mundial, en 1920, se dotó a los refugiados de un documento de tránsito, el
Pasaporte Nansen, para poder circular libremente en busca de asilo. No es la
gran solución, pero es una buena idea. Lo que no puede ser es mantener a los
refugiados en campos de concentración a cielo abierto en las actuales
condiciones infernales que padecen. Claro que ello supondría contar con una
Europa abierta a la inter-solidaridad. Si con 512 millones de habitantes no
podemos dar refugio a cinco millones es que algo va muy mal.
Hoy, tenemos
a nuestras puertas a 4,9 millones de sirios de los que tres millones se
encuentran en Turquía en condiciones durísimas, por las condiciones de la
logística y la dureza del Gobierno autoritario de Erdogan. Además, Siria cuenta
con otros 6,6 millones de desplazados internos. Irak, Somalia, Afganistán, son
países que expulsan a ingentes cantidades de personas. Evito citar cifras
mareantes que cualquiera puede encontrar en la web oficial de ACNUR. Pero hay
que destacar que mientras países poderosos miran para otro lado, el pequeño
Líbano acoge el mayor número de refugiados, un millón cien mil, en proporción a
su pequeña población de 4,5 millones de habitantes.
La Europa
que ahora protesta por el muro que pretende Trump para parar la emigración procedente
de México, ha levantado siete alambradas por varios países, con una longitud
actual de 1.200 kilómetros. Si la caída del Muro de Berlín fue acompañada de
críticas a lo que había supuesto contra la libertad y dignidad de las personas,
ahora, en pleno siglo XXI, los nuevos muros de alambre con púas ponen en
entredicho las libertades en la Unión. Cuando se impide el ingreso a nuestro
territorio de personas que huyen de guerras y de persecuciones se abren grietas
anchas y profundas en los principios que decimos que importan. En Grecia,
Macedonia, Eslovenia, Hungría, Croacia, Ceuta, Melilla y por supuesto en
Turquía, se está enterrando los ideales de nuestra civilización. Europa
enfrenta al fenómeno de los refugiados como si de una guerra se tratara.
Lo grave es
que Europa no hace nada útil para dar respuesta a este problema a medio plazo.
¿Por qué no se esfuerza en una cooperación de desarrollo real en los países de
origen? Proyectos que creen empleo y den estabilidad a poblaciones. ¿Por qué no
implementa programas de formación profesional de jóvenes africanos que incluyan
apoyos a emprendedores? Programas que incluyan a jóvenes ilegales a los que se
les garantice que puedan volver sus países y regresar a Europa para proseguir
su formación. Sami Naïr se hace estas y otras preguntas y advierte de un tipo
de migración que presenta tintes dramáticos: se refiere a la migración
ecológica que pronto será más importante que la económica y que tiene que ver
con la escasez del agua que está matando masivamente en el África Subsahariana.
El pensador
europeísta, al afirmar que en los últimos veinte años la política ha sido
destruida por la economía que ha pasado el poder a grandes polos
macroeconómicos, advierte de un modo pesimista, es decir realista, que los
políticos que tenemos ahora, salvo excepciones, no son capaces de pensar de
modo distinto al economicismo imperante. Tal vez por eso espera que más pronto
que tarde se produzca un choque eléctrico que ponga fin a la inercia dominante
del eje franco-alemán y que en Francia o en Alemania llegue un gobierno que
diga ¡Basta!
Hay que
habilitar una nueva legalidad solidaria. La UE ha querido sustituir la
acogida regulada y suficiente por políticas de contención que están fracasando.
El continente africano no tiene que perder y seguirá empujando migraciones.
Europa es en buena parte causante del drama llamado África. La esquilmamos, la
explotamos, la matamos, y ahora tenemos ante nuestras puertas a millones de
medio muertos o medio vivos que luchan por sobrevivir. Hay que flexibilizar las
entradas de quienes huyen del hambre; hay que hacer políticas de visados más
democráticas; la UE debe establecer políticas de codesarrollo con un aumento
notable de las ayudas a los países africanos. Nuestro continente es rico y
desarrollado y debe implementar relaciones cooperativas y solidarias con los
países mediterráneos y subsaharianos.
Más pronto
que tarde hay que formular nuevas vías legales para la solicitud de asilo y
residencia. Europa envejece y necesita de la migración para su propia
existencia. Nuestro egoísmo y nuestros miedos pueden ser la tumba de un ideal
llamado Europa. Que se activen de forma flexible los visados humanitarios. Que
se flexibilicen los visados de tránsito para quienes proceden de países en
conflicto. Toda Europa, incluidos los países que no son parte de la UE,
deberían reunirse en una cumbre para tomar medidas dignas, eficaces y
suficientes. El reparto de cuotas de acogida debe ser la expresión de un
compromiso real, no como hasta ahora una medida cosmética sin recorrido alguno.
Europa, raptada por poderes obscenos, el primero de todos el dinero, debe
volver la vista a sus orígenes humanistas, es su única oportunidad.
Mientras
llega una nueva oportunidad para redimir Europa, se muere en el Mediterráneo.
Desde 2014 ya son unos 10.000 los ahogados. Solamente en 2016, aún habiéndose
multiplicado los salvamentos, ya fueron 3.800 los que perdieron la vida.
Consintiendo semejante tragedia, Sami Naïr teme la caída de un proyecto que fue
fundado no sólo para preservar la paz sino que también para avanzar hacia una
civilización nueva, democrática, tolerante, inclusiva y solidaria. Dice: “Si
seguimos en este camino Europa va a desaparecer. Eso lo tengo totalmente
seguro, la globalización se va a tragar a Europa”. Sin embargo hace un guiño al
optimismo cuando añade: “Europa es muy viva políticamente. Avanzamos a base de
crisis. Tendremos cada vez que plantearnos la cuestión de elegir civilización o
barbarie, como sucede con los refugiados”. No cabe duda que Europa está a la
espera de nuevos liderazgos. Los actuales son muy mediocres.
Ellos
también son nosotros
III Parte
Miles de
mujeres y hombres africanos, de todas las edades, yacen en el fondo del Mar
Mediterráneo, el mismo que canta Serrat y que ha perdido toda su mitología
melancólica para convertirse en una fosa común que inspira horror y huele a
muerte. Los últimos 850 ahogados el día 18 de abril de este año han impactado
en las conciencias de media Europa, pero nada comparable a si los muertos
hubieran sido europeos. Hay muertos y muertos. De entre las varias categorías
las muertes de africanas y africanos pertenecen a la última de todas. Después
no hay más.
La respuesta
europea no puede ser más decepcionante. Los jefes de gobierno reunidos en
Bruselas han centrado sus decisiones en un esquema de seguridad que poco o nada
ayuda a resolver el problema. Aumentar los esfuerzos en controles policiales de
las costas mediterráneas, la posibilidad de bombardear barcos piratas atracados
en Libia y acentuar la devolución de migrantes ilegales a sus países de origen,
son los grandes acuerdos, más de lo mismo. Al menos también han decidido ser
más eficaces en el rescate de migrantes náufragos y de barcos a la deriva.
Pobre política que lejos de abordar el fondo del drama africano lo agudiza al
negar lo evidente: las migraciones africanas proseguirán imparables.
La realidad
es que en África se juntan 34 de los 48 países con menor nivel de vida del
planeta. Más de 300 millones de personas sobreviven milagrosamente con menos de
un dólar al día. Treinta millones de niñas y niños menores de cinco años sufren
desnutrición y el 43% no tiene acceso al agua potable. En Etiopía y Burundi la
renta per cápita es de menos de 90 dólares. La pobreza ha empeorado en los
últimos 25 años según reconoce el Banco Mundial. La esperanza de vida se ha
rebajado de 49 a 46 años. Las sequías, las hambrunas y las enfermedades
representan un drama crónico, al que se suman las guerras en Siria, Eritrea,
Libia, Sudán, Yemen, Irak, Chad, de las que huyen cientos de miles buscando
asilo y refugio. Hoy día la mayor parte de migrantes provienen de países en
guerra. Buscan salvar la vida y piden asilo.
Es tal el
estado de desesperación de millones de seres humanos azotados por la pobreza o
por las guerras que no hay ni habrá muros, alambradas o despliegues militares
que impidan la continuidad de movimientos migratorios hacia Europa. Frente a
ello la reacción de Europa, de sus instituciones es insolidaria, cicatera,
excluyente, represiva. En realidad África retrata a Europa y desmonta ese
discurso tan gastado que publicita valores morales muchos de ellos ya perdidos.
La UE ni siquiera cumple el mandato internacional en materia de acogida de
refugiados. Es más que evidente que las actuales políticas europeas han
fracasado, no sirven para impedir la llegada de migrantes y producen miles de
muertos. ¿Por qué mantenerlas?
Lo que hace
falta es una política integral que combine al menos tres elementos: a) una
política de apertura a la entrada legal y escalonada de migrantes, que son
verdaderos refugiados políticos unos, económicos otros; en particular los
gobiernos europeos deben cumplir la legislación internacional y las nacionales
dando acogida a quienes provienen de países en conflicto y solicitan asilo; b)
una política decidida de co-responsabilidad en políticas reales de desarrollo a
fin de que los países africanos combatan eficazmente la pobreza, alcancen los
Objetivos del Milenio e impulsen procesos productivos y económicos endógenos;
c) la puesta en marcha de todos los medios necesarios para rescatar a quienes
corren peligro en la mar. Hasta el momento la operación de rescate Triton de
Frontex para salvar vidas ha resultado ser un fracaso, pudiéndose calificar de
operación maquillaje de la Unión Europea con resultados criminales.
La otra
medida que debe activarse de manera inflexible es la prohibición de venta y
tráfico de armas al continente africano. El 95% de las armas y municiones que
se utilizan en conflictos africanos no provienen de África. ¿Qué países son los
grandes mercaderes d la muerte? Estados Unidos, Rusia, China, Alemania, India,
también España. Como es sabido no hay guerra sin armas, y hoy puede decirse que
los conflictos armados africanos son un gran mercado para los fabricantes que
constituyen lobbies poderosos que venden guerras. Los peces gordos de la
exportación de armas procuran infiltrarse en las instituciones políticas para
asegurar mejor el futuro de su negocio: la paz no lo es. Así por ejemplo el
ministro de defensa del gobierno español Pedro Morenés fue consejero de la
empresa Instalaza S.A. fabricante de bombas de racimo, cargo que dejó
temporalmente para ser investido de ministro. Ha sido asimismo director
ejecutivo en España de la empresa MBDA que diseña, fabrica y vende misiles.
Escapando de
la muerte casi 50.000 inmigrantes tratan cada año de cruzar el desierto de
Teneré –un desierto dentro del desierto, perteneciente a Níger- para acceder a
Marruecos, Argelia o Libia. Salen de Agadez, pasando por Dirkou, bajo un calor
insoportable, que supone una dura prueba de supervivencia en la que muchas
personas pierden la vida. Los que llegan a las alambradas de Ceuta y Melilla, o
a las costas de Argelia y Libia, son los afortunados a los que les espera el
rechazo europeo. ¿Podemos dejarlos morir? ¿En nombre acaso de preservar nuestro
estatus de vida? Entre el año 2000 y el año 2013, fueron 23.000 los migrantes
muertos en el intento de llegar a Europa. Sé perfectamente cuál es la respuesta
recurrente de mucha gente, incluso de la buena gente: “Pero, es que todos no
cabemos”. Pero sí cabemos, y para empezar se debe abordar el drama humanitario
de las bolsas de migrantes que permanecen en las fronteras mediterráneas del
continente africano a la espera de una oportunidad. La elección es: o abrirles
las puertas legalmente, o dejarles morir.
Por otra
parte en la Unión Europea somos 510 millones de personas repartidas en 28
países. Una política coordinada y gradual en el tiempo que redistribuya la
migración puede canalizar el ingreso de manera ordenada y legal a cientos de
miles de africanos sin desestabilizar significativamente el equilibrio
demográfico (España lleva dos años de saldo migratorio negativo). En realidad,
según expertos en el conjunto de la UE podríamos llegar a un 2% más de la
población que ya somos sin mayores trastornos. No sé si ese porcentaje es
adecuado pero es el caso que todas las proyecciones estadísticas indican que la
UE va a necesitar millones de migrantes en los próximos años (Alemania en
primer lugar) Una política de apertura combinada en el tiempo con esfuerzos de
desarrollo en países de origen y de pacificación de conflictos podría dar lugar
a un escenario presidido por la aplicación de los Derechos Humanos.
Lo que no
cabe en ningún caso es focalizar este enorme desafío humanitario, cada vez más
imparable, como si fuera básicamente un problema de seguridad. Al contrario,
debemos tratar a los migrantes como seres humanos con dignidad y derechos:
ellos también son nosotros.
31/10/2019
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