Como
resuelve la burguesía el problema de la vivienda (I); Friedrich Engels, 1872
DIARIO
OCTUBRE / julio 13, 2019
«En la parte consagrada a la solución proudhoniana del
problema de la vivienda hemos mostrado cuán directamente interesada está la
pequeña burguesía en esta cuestión. Pero la gran burguesía también está muy
interesada en ella, aunque de una manera indirecta. Las ciencias naturales
modernas han demostrado que los llamados «barrios insalubres», donde están
hacinados los obreros, constituyen los focos de origen de las epidemias que
invaden nuestras ciudades de cuando en cuando. El cólera, el tifus, la fiebre
tifoidea, la viruela y otras enfermedades devastadoras esparcen sus gérmenes en
el aire pestilente y en las aguas contaminadas de estos barrios obreros. Aquí
no desaparecen casi nunca y se desarrollan en forma de grandes epidemias cada
vez que las circunstancias les son propicias. Estas epidemias se extienden
entonces a los otros barrios más aireados y más sanos en que habitan los
señores capitalistas. La clase capitalista dominante no puede permitirse
impunemente el placer de favorecer las enfermedades epidémicas en el seno de la
clase obrera, pues sufriría ella misma las consecuencias, ya que el ángel
exterminador es tan implacable con los capitalistas como con los obreros.
Desde el momento en que eso quedó científicamente
establecido, los burgueses humanitarios se encendieron en noble emulación por
ver quién se preocupaba más por la salud de sus obreros. Para acabar con los
focos de epidemias, que no cesan de reanudarse, fundaron sociedades, publicaron
libros, proyectaron planes, discutieron y promulgaron leyes. Se investigaron
las condiciones de habitación de los obreros y se hicieron intentos para
remediar los males más escandalosos. Principalmente en Inglaterra, donde había
mayor número de ciudades importantes y donde, por tanto, los grandes burgueses
corrían el mayor peligro, se desarrolló una poderosa actividad; fueron
designadas comisiones gubernamentales para estudiar las condiciones sanitarias
de las clases trabajadoras; sus informes, que, por su exactitud, amplitud e
imparcialidad, superaban a todos los del continente, sirvieron de base a nuevas
leyes más o menos radicales. Por imperfectas que estas leyes hayan sido,
sobrepasaron infinitamente cuanto hasta ahora se hizo en el continente en este
sentido. Y a pesar de esto, el régimen social capitalista sigue reproduciendo
[345] las plagas que se trata de curar, con tal inevitabilidad que, incluso en
Inglalerra, la curación apenas ha podido avanzar un solo paso.
Alemania necesitó, como de costumbre, un tiempo mucho
mayor para que los focos de epidemias que existían en estado crónico
adquirieran la agudeza necesaria para despertar a la gran burguesía
somnolienta. Pero, quien anda despacio, llega lejos, y, por fin, se creó
también entre nosotros toda una literatura burguesa sobre la sanidad pública y
sobre la cuestión de la vivienda: un extracto insípido de los precursores
extranjeros, sobre todo ingleses, al cual se dio la apariencia engañosa de una
concepción más elevada con ayuda de frases sonoras y solemnes. A esta
literatura pertenece el libro del Dr. Emil Sax: «Las condiciones de vivienda de
las clases trabajadoras y su reforma», Viena, 1869 [19].
He escogido este libro para exponer la concepción
burguesa de la cuestión de la vivienda, únicamente porque en él se intenta
resumir en lo posib]e toda la literatura burguesa sobre este tema. Pero,
¡bonita literatura la que utiliza nuestro autor como «fuente»! De los informes
parlamentarios ingleses, verdaderas fuentes principales, se limita a citar los
títulos de tres de los más viejos; todo el libro demuestra que el autor jamás a
hojeado uno solo de estos informes. Cita, en cambio, toda una serie de escritos
llenos de banalidades burguesas, de buenas intenciones pequeñoburguesas y de
hipocresías filantrópicas: Ducpétiaux, Roberts, Hole, Huber, las actas del
Congreso inglés de ciencias sociales (de absurdos sociales, mejor dicho), la
revista de la Asociación Protectora de las Clases Trabajadoras de Prusia, el
informe oficial austriaco sobre la Exposición Universal de París, los informes
oficiales bonapartistas sobre esta misma exposición, el «Ilustrated London
News» [20], «Ueber Land und Meer» [21] y, finalmente, una «autoridad
reconocida», un hombre de «agudo sentido práctico» y de «palabra penetrante y
convincente»: ¡Julius Faucher! En esta lista de fuentes informativas no faltan
más que el «Gartenlaube» [22], el «Kladderadatsch» [23] y el fusilero Kutschke
[24].
A fin de que no pueda caber ninguna incomprensión
acerca de sus puntos de vista, el Sr. Sax declara en la pág. 22:
«Entendemos por economía social la doctrina de la
economía nacional aplicada a las cuestiones sociales; más exactamente, el
conjunto de los caminos y medios, que nos ofrece esta ciencia para, sobre la
base de sus «férreas» leyes y en el marco del orden social que hoy predomina,
elevar a las pretendidas (!) clases desposeídas al nivel de las clases
poseyentes». (Sr. Sax; Las condiciones de vivienda de las clases trabajadoras y su reforma, 1869)
No insistiremos sobre esta concepción confusa de que
la «doctrina de la economía nacional» o Economía política puede, en general,
ocuparse de cuestiones que no sean «sociales». [346] Examinaremos inmediatamente
el punto principal. El Dr. Sax exige que las «férreas leyes» de la economía
burguesa, «el marco del orden social que hoy predomina», o, en otras palabras,
que el modo de producción capitalista permanezca invariable y que, sin embargo,
«las pretendidas clases desposeídas» sean elevadas «al nivel de las clases
poseyentes». De hecho, una premisa absolutamente indispensable del modo de
producción capitalista es la existencia de una verdadera y no pretendida clase
desposeída, una clase que no tenga otra cosa que vender sino su fuerza de
trabajo y que, por consecuencia, esté obligada a vender esta fuerza de trabajo
a los capitalistas industriales. La tarea asignada a la «economía social», esa
nueva ciencia inventada por el Sr. Sax, consiste, pues, en hallar los caminos y
medios, en un estado social fundado sobre la oposición entre los capitalistas,
propietarios de todas las materias primas, de todos los medios de producción y
de existencia, de una parte, y, de la otra, los obreros asalariados, sin
propiedad, que no poseen nada más que su fuerza de trabajo; hallar, pues, los
caminos y medios, en el marco de este estado social, para que todos los
trabajadores asalariados puedan ser transformados en capitalistas sin dejar de
ser asalariados. El Sr. Sax cree haber resuelto la cuestión. Pero, ¿tendría la
bondad de indicarnos cómo se podría transformar en mariscales de campo a todos
los soldados del ejército francés —cada uno de los cuales, desde Napoleón el
viejo, lleva el bastón de mariscal en su mochila— sin que dejasen por esto de
ser simples soldados? O bien, ¿cómo se podría hacer un emperador alemán de cada
uno de los cuarenta millones de súbditos del Imperio germánico?
La característica esencial del socialismo burgués es
que pretende conservar la base de todos los males de la sociedad presente,
queriendo al mismo tiempo poner fin a estos males. Los socialistas burgueses
quieren, como ya dice el «Manifiesto Comunista» de 1848:
«Remediar los males sociales con el fin de consolidar
la sociedad burguesa», quieren la «burguesía sin el proletariado». (Karl Marx y
Friedrich Engels; Manifiesto Comunista, 1848)
Hemos visto que es así exactamente como el señor Sax
plantea el problema. Y ve la solución en la solución del problema de la
vivienda. Opina que:
«Mediante el mejoramiento de las viviendas de las
clases laboriosas se podría remediar con éxito la miseria física y espiritual
que hemos descrito y así —mediante el considerable mejoramiento de las solas
condiciones de vivienda— podría sacarse a la mayor parte de estas clases del
marasmo de su existencia, a menudo apenas humana, y elevarla a las límpidas
alturas del bienestar material y espiritual». (pág. 14)
Hagamos notar, de pasada, que interesa a la burguesía
ocultar la existencia del proletariado, fruto de las relaciones burguesas [347]
de producción y condición de su ulterior existencia. Por esto el Sr. Sax nos
dice en la pág. 21 que por clases laboriosas hay que entender todas las «clases
de la sociedad desprovistas de medios», la «gente modesta en general, tales como
los artesanos, las viudas, los pensionistas (!), los funcionarios subalternos,
etc.», al lado de los obreros propiamente dichos. El socialismo burgués tiende
la mano al socialismo pequeñoburgués.
Pero, ¿de dónde procede la penuria de la vivienda?
¿Cómo ha nacido? Como buen burgués, el Sr. Sax debe ignorar que es un producto
necesario del régimen social burgués; que no podría existir sin penuria de la
vivienda una sociedad en la cual la gran masa trabajadora no puede contar más
que con un salario y, por tanto, exclusivamente con la suma de medios
indispensables para su existencia y para la reproducción de su especie; una
sociedad donde los perfeccionamientos de la maquinaria, etc., privan
continuamente de trabajo a masas de obreros; donde el retorno regular de
violentas fluctuaciones industriales condiciona, por un lado, la existencia de
un gran ejército de reserva de obreros desocupados y, por otro lado, echa a la
calle periódicamente a grandes masas de obreros sin trabajo; donde los
trabajadores se amontonan en las grandes ciudades y de hecho mucho más de prisa
de lo que, en las circunstancias presentes, se edifica para ellos, de suerte
que pueden siempre encontrarse arrendatarios para la más infecta de las
pocilgas; en fin, una sociedad en la cual el propietario de una casa tiene, en
su calidad de capitalista, no solamente el derecho, sino también, en cierta
medida y a causa de la concurrencia, hasta el deber de exigir sin consideración
los alquileres más elevados. En semejante sociedad, la penuria de la vivienda
no es en modo alguno producto del azar; es una institución necesaria que no
podrá desaparecer, con sus repercusiones sobre la salud, etc., más que cuando
todo el orden social que la ha hecho nacer sea transformado de raíz. Pero esto
no tiene por qué saberlo el socialismo burgués. No se atreve en modo alguno a
explicar la penuria de la vivienda por razón de las condiciones actuales. No le
queda, pues, otra manera de explicarla que por medio de sermones sobre la
maldad de los hombres, o por decirlo así, por medio del pecado original.
«Y aquí tenemos que reconocer —y, por tanto, no
podemos negar» [¡audaz deducción! – Nota de Engels]— «que una parte de la
culpa… recae sobre los obreros mismos, los cuales piden viviendas, y la otra,
mucho más grande, sobre los que asumen la obligación de satisfacer esa
necesidad, o sobre los que, aún teniendo los medios precisos, ni siquiera
asumen esa obligación: sobre las clases poseedoras o superiores de la sociedad.
La culpa de esos últimos… consiste en que no hacen nada por procurar una oferta
suficiente de buenas viviendas». [348]
Del mismo modo como Proudhon nos remite de la Economía
al Derecho, así nuestro socialista burgués nos remite aquí de la Economía a la
moral. Nada más lógico. Quien pretende que el modo de producción capitalista,
las «férreas leyes» de la sociedad burguesa de hoy sean intangibles, y, sin
embargo, quiere abolir sus consecuencias desagradables pero necesarias, no
puede hacer otra cosa más que predicar moral a los capitalistas. El efecto
sentimental de estas prédicas se evapora inmediatamente bajo la acción del
interés privado y, si es necesario, de la concurrencia. Se parecen a los
sermones que la gallina lanza desde la orilla del estanque a los patitos que
acaba de empollar y que nadan alegremente. Se lanzan al agua aunque no haya
terreno firme, y los capitalistas se precipitan sobre el beneficio aunque no
tenga entrañas. «En cuestiones de dinero sobran los sentimientos», como ya
decía el viejo Hansemann, que de estas cosas entendía más que el Sr. Sax.
«Las buenas viviendas son tan caras que la mayor parte
de los obreros está absolutamente imposibilitada de utilizarlas. El gran
capital… evita cauteloso construir viviendas para las clases trabajadoras. Y
así éstas, llevadas por la necesidad de encontrar vivienda, acaban en su mayor
parte cayendo en manos de la especulación».
¡Abominable especulación! ¡El gran capital,
naturalmente, no especula nunca! Pero no es la mala voluntad, sino solamente la
ignorancia, lo que impide al gran capital especular con las viviendas obreras.
«Los propietarios ignoran totalmente el enorme e
importante papel… que juega la satisfacción normal de la necesidad de
habitación; no saben lo que hacen a la gente cuando con tanta irresponsabilidad
le ofrecen, por regla general, viviendas malas e insalubres; no saben, en fin,
cuánto daño se hacen con esto a sí mismos» (pág. 27).
Pero, para que pueda darse la penuria de la vivienda,
la ignorancia de los capitalistas necesita el complemento de la ignorancia de
los obreros. Después de haber convenido en que las «capas inferiores» de los
obreros, «para no quedarse sin refugio, se ven obligadas (!) a buscar
constantemente, de un modo o de otro y dondequiera que sea, un asilo para la
noche, y que en este aspecto se encuentran absolutamente sin ayuda ni defensa»,
el Sr. Sax nos cuenta que:
«Es un hecho reconocido por todos que muchos de ellos»
(los obreros) «por despreocupación, pero sobre todo por ignorancia, privan a
sus organismos —podríamos decir que con virtuosismo— de las condiciones de un
desarrollo físico normal y de una existencia sana, por el hecho de que no
tienen la menor idea de una higiene racional y principalmente de la enorme
importancia que en este aspecto tiene la vivienda» (pág. 27). [349]
Aquí aparecen las orejas de burro del burgués.
Mientras que la «culpa» de los capitalistas se reducía a la ignorancia, la
ignorancia de los obreros es la propia causa de su culpa. Escuchad:
«De aquí resulta» [de la ignorancia] «que, con tal de
economizar algo en el alquiler, habitan viviendas sombrías, húmedas,
insuficientes, que constituyen, en una palabra, un verdadero escarnio a todas
las exigencias de la higiene…, que con frecuencia varias familias alquilan
conjuntamente una misma vivienda o incluso una misma habitación, todo esto para
gastar lo menos posible en alquiler, mientras que derrochan sus ingresos de una
manera verdaderamente pecaminosa en beber y en toda suerte de placeres
frívolos».
El dinero que el obrero «malgasta en vino y en tabaco»
(pág. 28), «vida de taberna con todas sus lamentables consecuencias, y que como
una plomada, hunde más y más en el fango a la clase obrera», todo esto hace que
el Sr. Sax sienta como si él tuviese la plomada en el estómago. El Sr. Sax debe
ignorar naturalmente, que entre los obreros la afición a la bebida es, en las
circunstancias actuales, un producto necesario de sus condiciones de vida, tan
necesario como el tifus, el crimen, los parásitos, el alguacil y las otras
enfermedades sociales; tan necesario que se puede calcular por anticipado el
término medio de borrachos. Por lo demás, mi viejo maestro, en la escuela
pública, nos enseñaba ya que «la gente vulgar va a la taberna y la gente de
bien, al club». Y como yo he ido a los dos sitios, puedo confirmar que esto es
verdad.
Toda esta palabrería sobre la «ignorancia» de las dos
partes se reduce a las viejas peroraciones sobre la armonía entre los intereses
del capital y del trabajo. Si los capitalistas conocieran su verdadero interés,
ofrecerían a los obreros buenas viviendas y mejorarían en general su situación.
Y si los obreros comprendieran su verdadero interés, no harían huelgas, no se
sentirían empujados hacia la socialdemocracia, no se mezclarían en política,
sino que seguirían obedientemente a sus superiores, los capitalistas. Por
desgracia, ambas partes encuentran su interés en cualquier lugar menos en las
prédicas del Sr. Sax y de sus innumerables precursores. El evangelio de la
armonía entre el capital y el trabajo lleva ya predicándose cerca de cincuenta
años; la filantropía burguesa ha realizado enormes dispendios para demostrar
esta armonía mediante instituciones modelo. Pero, como veremos a continuación,
no hemos adelantado nada en estos cincuenta años.
Nuestro autor aborda ahora la solución práctica del
problema. El carácter poco revolucionario de la solución preconizada por
Proudhon, quien quería hacer de los obreros propietarios de su vivienda, se
manifiesta ya en el hecho de que el [350] socialismo burgués, aún antes que él,
había intentado, e intenta todavía, realizar prácticamente esta proposición. El
Sr. Sax también declara que la cuestión de la vivienda sólo puede ser
enteramente resuelta mediante la transferencia de la propiedad de la vivienda a
los obreros (págs. 58-59). Más aún, se sume en un éxtasis poético ante esta
idea y da libre curso a sus sentimientos en esta parrafada llena de
inspiración:
«Hay algo peculiar en esa nostalgia de la propiedad de
la tierra que es inherente al hombre, en ese afán que ni siquiera ha conseguido
debilitar la moderna vida de negocios de pulso febril. Es el centimiento
inconsciente de la importancia de la conquista económica que representa la
propiedad de la tierra. Gracias a ella, el hombre alcanza una posición segura,
echa raíces sólidas en la tierra, por decirlo así, y toda economía (!)
encuentra en ella su base más firme. Pero la fuerza bendita de la propiedad de
la tierra se extiende mucho más allá de estas ventajas materiales. Quien tiene
la felicidad de poder designar como suya una parcela de tierra, ha alcanzado el
más alto grado de independencia económica que pueda imaginarse; posee un
territorio sobre el cual puede gobernar con poder soberano, es su propio dueño,
goza de un cierto poder y dispone de un refugio seguro para los días adversos;
su conciencia de sí mismo se eleva, y con ella su fuerza moral. De ahí, la
profunda significación de la propiedad en la cuestión presente… El obrero
expuesto sin defensa a las variaciones de la coyuntura, en continua dependencia
del patrono, estaría de este modo, y en cierta medida, asegurado contra esta
situación precaria; se transformaría en capitalista y estaría asegurado contra
los peligros del paro o de la incapacidad de trabajo, gracias al crédito
hipotecario que tendría siempre abierto. Sería elevado de este modo de la clase
de los no poseyentes a la de los poseedores». (pág. 63)
El Sr. Sax parece suponer que el hombre es
esencialmente campesino; de lo contrario, no atribuiría al obrero de nuestras
grandes ciudades una nostalgia de la tierra propia que nadie había descubierto
en ellos. Para nuestros obreros de las grandes ciudades la libertad de
movimiento es la primera condición vital, y la propiedad de la tierra no puede
resultarles más que una cadena. Proporcionadles casas que les pertenezcan en
propiedad, encadenadlos de nuevo a la tierra, y romperéis su fuerza de
resistencia a la baja de los salarios por los fabricantes. Un obrero aislado
puede, llegado el caso, vender su casita; pero en una huelga seria o una crisis
industrial general, todas las casas pertenecientes a los obreros afectados
habrían de presentarse en el mercado para ser vendidas, y, por consiguiente, no
encontrarían comprador, o, en todo caso, tendrían que venderse a un precio muy
inferior a su precio de coste. E incluso si todas ellas encontraran comprador,
toda la gran reforma del Sr. Sax se reduciría a la nada y tendría que volver a
empezar desde el principio. Por lo demás, los poetas viven en un mundo
imaginario lo mismo que el Sr. Sax, el cual imagina que el propietario rural
«ha alcanzado el más alto grado de independencia económica», que posee «un
refugio seguro», que «se transformaría en capitalista y estaría [351]
garantizado contra los peligros del paro o de la incapacidad de trabajo,
gracias al crédito hipotecario que tendría siempre abierto», etc. Pero observe
el Sr. Sax a los pequeños campesinos franceses y a nuestros propios pequeños
campesinos renanos: sus casas y sus campos están gravados con hipotecas a más
no poder; sus cosechas pertenecen a sus acreedores aún antes de la siega, y
sobre su «territorio» no son ellos quienes gobiernan con poder soberano, sino
el usurero, el abogado y el alguacil. Es este, en efecto, el más alto grado de
independencia económica que puede imaginarse, para el usurero. Y para que los
obreros coloquen lo antes posible sus casitas bajo esa misma soberanía del
usurero, el bien intencionado Sr. Sax les indica, previsor, el crédito
hipotecario que tendría siempre asegurado en época de paro o cuando fuesen
incapaces para el trabajo, en vez de vivir a costa de la Asistencia Pública.
De todos modos, el Sr. Sax ha resuelto, pues, la
cuestión planteada al principio: el obrero «se transformaría en capitalista»
mediante la adquisición de una casita en propiedad.
El capital es el dominio sobre el trabajo ajeno no pagado.
La casita del obrero no será capital más que cuando la haya alquilado a un
tercero y se apropie, en forma de alquiler, una parte del producto del trabajo
de este tercero. Por el hecho de habitarla él mismo, impide precisamente que la
casa se convierta en capital, por lo mismo que el traje deja de ser capital
desde el instante en que lo he comprado en casa del sastre y me lo he puesto.
El obrero que posee una casita de un valor de mil táleros no es ya,
ciertamente, un proletario, pero hay que ser el Sr. Sax para llamarle
capitalista.
El carácter capitalista de nuestro obrero tiene,
además, otro aspecto. Supongamos que en una región industrial determinada sea
normal que cada obrero posea su propia casita. En este caso la clase obrera de
esta región está alojada gratuitamente; los gastos de vivienda ya no entran en
el valor de su fuerza de trabajo. Pero toda disminución de los gastos de
producción de la fuerza de trabajo, es decir, toda reducción por largo tiempo
de los precios de los medios de subsistencia del obrero equivale, «en virtud de
las férreas leyes de la doctrina de la economía nacional», a una baja del valor
de la fuerza de trabajo y lleva, en fin de cuentas, a una baja correspondiente
del salario. El salario descendería así, por término medio, en una cantidad
igual a la economía realizada sobre el alquiler corriente, es decir, que el
obrero pagaría el alquiler de su propia casa, no como antes en dinero al
propietario, sino bajo la forma de trabajo no pagado que iría al fabricante
para el cual trabaja. De esta manera, las economías invertidas por el obrero en
la casita se convertirían, [352] efectivamente y en cierta medida, en capital,
pero no para él, sino para el capitalista de quien es asalariado.
El Sr. Sax no ha conseguido, pues, ni siquiera sobre
el papel, transformar a su obrero en capitalista.
Anotemos de pasada que lo que acaba de decirse vale
para todas las reformas llamadas sociales que pueden reducirse a una economía o
a un abaratamiento de los medios de subsistencia del obrero. O bien estas
reformas se generalizan y van seguidas de la correspondiente disminución de
salarios, o bien no son más que experimentos aislados, y entonces su existencia
a título de excepción demuestra simplemente que su realización en gran escala
es incompatible con el actual modo de producción capitalista. Supongamos que se
ha conseguido en cierta zona, gracias a la implantación general de cooperativas
de consumo, hacer más baratos en un 20 por 100 los medios de subsistencia del
obrero. El salario habría de descender a la larga alrededor de un 20 por 100,
es decir, en la misma medida en que esos medios de subsistencia entran en el
presupuesto del obrero. Si los obreros emplean, por ejemplo, las tres cuartas
partes de su salario semanal en la compra de estos medios de subsistencia, el
salario descenderá finalmente en tres cuartas partes del 20 por 100, o sea en
un 15 por 100. En una palabra, desde el momento en que una reforma ahorrativa
se generaliza, el obrero recibe un salario mermado en la misma proporción en
que este ahorro le permite vivir más barato. Dad a cada obrero un ahorro de
cincuenta y dos táleros y su salario semanal acabará finalmente por descender
en un tálero. Así, cuanto más economiza, menos salario recibe. No economiza,
pues, en su propio interés, sino en interés del capitalista. ¿Qué más hace
falta para:
«Despertar poderosamente en él… la primera virtud
económica, el sentido del ahorro?». (pág. 64).
Por lo demás, el Sr. Sax nos dice a continuación que
los obreros deben hacerse propietarios de casas, no tanto por su propio interés
como por el de los capitalistas:
«No solamente el estamento obrero, sino el conjunto de
la sociedad tiene el mayor interés en que el número más elevado de sus miembros
quede atado» (!) «a la tierra» (quisiera ver por una vez al Sr. Sax en esta
postura)… «La propiedad de la tierra… reduce el número de los que luchan contra
el dominio de la clase poseedora. Todas las fuerzas secretas que inflaman el
volcán que arde bajo nuestros pies y que se llama cuestión social: la exasperación
del proletariado, el odio…, las peligrosas confusiones de ideas…, todas deben
disiparse, como la niebla al salir el sol, cuando… los propios obreros entren
de esta manera en la clase de los poseedores». (pág. 65)
En otros términos: el Sr. Sax espera que, mediante un
cambio de su posición proletaria, como el que produciría la adquisición de una
casa, los obreros perderán igualmente su carácter proletario [353] y volverán a
ser los siervos sumisos que eran sus antepasados, asimismo propietarios de sus
casas. ¡Convendría que los proudhonianos lo tuviesen presente!
El Sr. Sax cree haber resuelto de este modo la
cuestión social:
«Un reparto más equitativo de los bienes, el enigma de
la esfinge, que tanto se ha intentado solucionar en vano, ¿no se halla ahora
ante nosotros, como un hecho tangible, no ha sido así arrancado a las esferas
del ideal y no ha entrado en los dominios de la realidad? Y cuando se haya
realizado ¿no habremos logrado una de las finalidades supremas que incluso los
socialistas más extremistas presentan como punto culminante de sus teorías?».
(pág. 66)
Es verdaderamente una felicidad el que hayamos llegado
a este punto. Este grito de triunfo representa, efectivamente, el «punto
culminante» del libro del Sr. Sax, y a partir de este pasaje volvemos a
descender suavemente de las «esferas del ideal» a la lisa y llana realidad. Y
cuando lleguemos abajo advertiremos que durante nuestra ausencia no ha cambiado
nada, absolutamente nada.
Nuestro guía nos hace dar el primer paso hacia el
descenso informándonos de que hay dos clases de viviendas obreras: el sistema
del cottage, en que cada familia obrera posee su casita, si es posible con un
jardincillo, como en Inglaterra; y el sistema cuartelero, que comprende enormes
edificios, en los cuales hay numerosas viviendas obreras, como en París, Viena,
etc. Entre ambos existe el sistema practicado en el Norte de Alemania. Cierto
que el sistema del cottage sería el único indicado y el único en que cada
obrero podría adquirir la propiedad de su casa; el sistema cuartelero
presentaría, además, grandes desventajas en cuanto a la salud, a la moralidad y
a la paz doméstica, pero, desgraciadamente, el sistema del cottage sería
irrealizable en los centros de penuria de la vivienda, en las grandes ciudades,
a consecuencia del encarecimiento de los terrenos. Y aún podríamos darnos por
satisfechos si se construyen, en vez de grandes cuarteles, casas de cuatro a
seis viviendas, o bien si se remedian los principales defectos del sistema de
los cuarteles mediante toda clase de artificios de construcción (págs. 71 a 92)
El descenso es sensible, ¿no es cierto? La
transformación del obrero en capitalista, la solución de la cuestión social, la
casa propia para cada obrero, todo esto se ha quedado allá arriba, en la
«esfera del ideal». De lo único que tenemos que preocuparnos es de introducir
el sistema del cottage en el campo y organizar en las ciudades los cuarteles
obreros de la manera que sea más soportable.
Es evidente que la solución burguesa de la cuestión de
la vivienda se ha ido a pique al chocar con la oposición entre la ciudad y el
campo. Y llegamos aquí al nervio mismo del problema. La cuestión [354] de la
vivienda no podrá resolverse hasta que la sociedad esté lo suficientemente
transformada para emprender la supresión de la oposición que existe entre la
ciudad y el campo, oposición que ha llegado al extremo en la sociedad
capitalista de hoy. Lejos de poder remediar esta oposición la sociedad
capitalista tiene que aumentarla cada día más. Los primeros socialistas utópicos
modernos, Owen y Fourier, ya lo habían comprendido muy bien. En sus
organizaciones modelo, la oposición entre la ciudad y el campo ya no existe.
Es, pues, lo contrario de lo que afirma el Sr. Sax: no es la solución de la
cuestión de la vivienda lo que resuelve al mismo tiempo la cuestión social,
sino que es la solución de la cuestión social, es decir, la abolición del modo
de producción capitalista, lo que hace posible la solución del problema de la
vivienda. Querer resolver la cuestión de la vivienda manteniendo las grandes
ciudades modernas, es un contrasentido. Estas grandes ciudades modernas podrán
ser suprimidas sólo con la abolición del modo de producción capitalista, y
cuando esta abolición esté en marcha, ya no se tratará de procurar a cada obrero
una casita que le pertenezca en propiedad, sino de cosas bien diferentes.
Sin embargo, toda revolución social deberá comenzar
tomando las cosas tal como son y tratando de remediar los males más destacados
con los medios existentes. Hemos visto ya a este propósito que se puede
remediar inmediatamente la penuria de la vivienda mediante la expropiación de
una parte de las casas de lujo que pertenecen a las clases poseedoras, y
obligando a poblar la otra parte.
Pero el Sr. Sax tampoco consigue cambiar nada cuando,
después, deja de nuevo las grandes ciudades y perora por todo lo alto sobre las
colonias obreras que han de ser construidas cerca de las ciudades, cuando nos
describe todas las hermosuras de estas colonias con sus instalaciones de uso
común: «canalizaciones de agua, alumbrado de gas, calefacción central con agua
o vapor, lavaderos, secaderos, baños, etc.», con «casas-cuna, escuelas,
oratorios (!), salas de lectura, bibliotecas…, cantinas y cervecerías, salones
de baile y de música muy respetables», con la fuerza de vapor conducida a todas
las casas «de manera que, en cierta medida, la producción podrá ser transferida
otra vez de las fábricas al taller familiar». Esta colonia, tal como aparece
descrita aquí, el Sr. Huber la tomó directamente de los socialistas Owen y
Fourier, aburguesándola por completo al quitarle todo carácter socialista. Y es
precisamente esto lo que la convierte en algo totalmente utópico. Ningún
capitalista tiene el menor interés en construir tales colonias que, por lo
demás, no existen en ningún lugar del mundo, fuera de Guise, en Francia. Y la
colonia de [355] Guise fue construida… por un fourierista, no con vista a un
negocio de especulación, sino como experimento socialista [*] [25] El Sr. Sax
hubiera podido citar lo mismo en favor de su arbitrismo burgués la colonia
comunista «Harmony Hall» [26], fundada por Owen a principios de
la década del cuarenta en Hampshire y que desapareció hace ya mucho tiempo.
Así pues, toda esta palabrería sobre la colonización
no es más que un pobre intento de ascender otra vez a «las esferas del ideal»,
pero que tiene que ser rápida y nuevamente abandonado. Volvemos a emprender,
pues, nuestro descenso a toda velocidad. La solución más simple es ahora que
«los patronos, los dueños de las fábricas, ayuden a
los obreros a obtener viviendas adecuadas, ya sea construyéndolas ellos mismos,
ya estimulando y ayudando a los obreros a dedicarse a la construcción,
proporcionándoles terrenos, anticipándoles capitales para construir, etc».
(pág. 106)
Estamos una vez más fuera de las grandes ciudades,
donde no cabe ni hablar de un intento semejante, y nos trasladamos de nuevo al
campo. El Sr. Sax demuestra ahora que los propios fabricantes están interesados
en ayudar a sus obreros a tener habitaciones soportables, pues esto, por una
parte, es una buena manera de colocar su capital, y, por otra, originará
infaliblemente
«Un mejoramiento de la situación de los obreros… un
aumento de su fuerza física e intelectual de trabajo… lo que, naturalmente… no
es menos… ventajoso para los patronos. De este modo, tenemos un punto de vista
acertado sobre la participación de estos últimos en la solución del problema de
la vivienda. Esta participación dimana de la asociación latente, de la
preocupación de los patronos por el bienestar físico y económico, espiritual y
moral de sus obreros, preocupación disimulada en la mayoría de los casos bajo
la apariencia de esfuerzos humanitarios y que encuentra por sí misma su
compensación pecuniaria en el resultado obtenido, en la recluta y conservación
de trabajadores capaces, hábiles, diligentes, contentos y fieles». (pág. 108)
Esta frase sobre la «asociación latente» [27], con la
cual Huber intenta dar un «sentido elevado» a su palabrería de
burgués-filántropo, no modifica en nada las cosas. Incluso sin esta frase, los
grandes fabricantes rurales, especialmente en Inglaterra, han comprendido,
desde hace mucho tiempo, que la construcción de viviendas obreras no solamente
es una necesidad y una parte de la fábrica, sino que es, además, muy rentable.
En Inglaterra, pueblos enteros surgieron de esta manera y algunos de ellos, más
tarde, se convirtieron en ciudades. En cuanto a los obreros, en vez de estar
agradecidos a los capitalistas filántropos, no dejaron, en todos los tiempos,
de hacer importantes objeciones a este «sistema del cottage», pues no sólo han
de pagar un precio de [356] monopolio por estas casas, puesto que el fabricante
no tiene competidores, sino que en cada huelga se encuentran sin casa, ya que
el fabricante los expulsa sin más ni más y hace de este modo mucho más difícil
toda resistencia. Se encontrarán más detalles en mi libro «La situación de la
clase obrera en Inglaterra» de 1845 (págs. 224 y 228).
El Sr. Sax piensa, sin embargo, que tales argumentos:
«Apenas merecen una refutación». (pág. 111)
Pero, ¿no quiere asegurar a cada obrero la propiedad
de su casita? Sin duda, mas como:
«El patrono ha de poder disponer siempre de esta
habitación, en el caso de licenciar a un obrero, para tener una vivienda libre
para su sustituto». (pág. 111)
Sería, pues necesario:
«Para estos casos, convenir, mediante contrato, que la
propiedad es revocable» [*] [28] (pág. 113).
Esta vez, el descenso se ha efectuado mucho más de
prisa de lo que esperábamos. Se había dicho primero: el obrero ha de ser dueño
de su casita; luego nos hemos enterado de que esto no era posible en las
ciudades, sino sólo en el campo. Ahora se nos explica que esta propiedad,
incluso en el campo, tiene que ser «¡revocable! por contrato». Con esta nueva
especie de propiedad descubierta por el Sr. Sax para los obreros, con su
transformación en capitalistas «revocables por contrato», llegamos felizmente
otra vez a tierra firme. Tendremos, pues, que buscar ahora lo que los
capitalistas y otros filántropos han hecho verdaderamente para resolver la
cuestión de la vivienda». (Friedrich Engels; Contribución al problema de la
vivienda, 1873)
Anotaciones de la edición:
[*] Véase la
presente edición, t. 1, pág. 135. (N. de la Edit.) [**] Y también ésta se ha
convertido finalmente en un simple lugar de explotación de los obreros. Véase
el «Socialiste» de París, año 1886 {260}. (Nota de Engels a la edición de
1887.) [***] También en esto los capitalistas ingleses, no solamente han
satisfecho desde hace tiempo los más profundos anhelos del Sr. Sax, sino que
han ido mucho más allá. El lunes, 14 de octubre de 1872, en Morpeth, el
Tribunal que había de pronunciarse sobre el establecimiento de las listas de
electores del parlamento, hubo de resolver sobre la demanda de dos mil mineros
que pedían su inscripción en el censo electoral. Resultó que la mayor parte de
ellos, según el reglamento de la mina en que trabajaban, debían ser
considerados no como arrendatarios de las casitas en que habitaban, sino
únicamente como habitantes tolerados que podían ser expulsados en cualquier
momento sin previo aviso. (El propietario de las minas y el de las casas era,
naturalmente, una sola y misma persona.) El juez decidió que tales gentes no
eran arrendatarios, sino domésticos y que, dada esta condición, no tenían
ningún derecho a ser incluidos en las listas electorales. («Daily News», 15 de
octubre de 1872) [19] E. Sax. «Die Wohnungszustände der arbeitenden Classen un
ihre Reform» («Las condiciones de vivienda de las clases trabajadoras y su
reforma»). Wien, 1869. [20] «Illustrated London News» («Novedades ilustradas de
Londres»), revista semanal inglesa, se publica desde 1842. [21] «Ueber Land und
Meer» («Por tierra y mar»), revista ilustrada semanal alemana, se publicó en
Stuttgart de 1858 a 1923. [22] «Gartenlaube» («Cenador»), revista semanal
literaria alemana de orientación pequeñoburguesa, se publicó de 1853 a 1903 en
Leipzig y de 1903 a 1943 en Berlín. [23] «Kladderadatsch», revista satírica
ilustrada semanal, se publicó en Berlín desde 1848. [24] El fusilero August
Kutschke, seudónimo del poeta alemán Gotthelf Hoffmann, autor de una canción
nacionalista de soldados en la época de la guerra franco-prusiana de los años
1870-1871. [25] «Le Socialiste» («El Socialista»), hebdomadario francés, órgano
del Partido Obrero de 1885 a 1902, del Partido Socialista de Francia, de 1902 a
1905 y, desde 1905, del Partido Socialista Francés; en el periódico colaboró
Engels. Véanse los artículos sobre la colonia de Guise en el periódico del 3 y
del 24 de julio de 1886. [26] 261. «Harmony Hall», colonia comunista fundada
por los socialistas utópicos ingleses encabezados por Robert Owen a fines de
1839; existió hasta 1845. [27] 262. Véase V. A. Huber. «Sociale Fragen. IV. Die
Latente Association» («Problemas sociales. IV. La asociación latente»).
Nordhausen, 1866. [28] 198. «The Daily News» («Noticias diarias»), diario
liberal inglés, órgano de la burguesía industrial, se publicó con este título
en Londres de 1846 a 1930.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario