el desorden
global
Entrevista a
Nancy Fraser
“El
feminismo del 99% no es una alternativa a la lucha de clases, es otro frente
dentro de ella”
Rebeca Martínez
En Revista Viento Sur nº 164
Nancy Fraser se muestra muy contundente contra el
feminismo liberal de mujeres como Hillary Clinton que solo buscan escalar
posiciones dentro de las empresas. Frente a este feminismo de las privilegiadas, Fraser apunta la
urgencia de crear un feminismo que esté del lado de la mayoría de las mujeres:
las trabajadoras, las migrantes, las lesbianas y trans, y de sus problemas, que
tienen más que ver con el racismo institucional que soportan y con la
explotación que viven dentro de sus trabajos y de sus casas, donde cargan con
la mayor parte de los cuidados. Es precisamente de esto de lo que habla en el
manifiesto Feminismo para el 99%, que firma junto a Cinzia Arruzza y
Tithi Bhattacharya y que ha sido publicado por la editorial Herder.
Esta profesora de Filosofía en la New School de Nueva
York estuvo en Madrid recientemente, en una visita coordinada por el Grupo de
Estudios Críticos, y habló con viento sur sobre este feminismo para la
mayoría y sobre el ataque que está perpetrando el neoliberalismo contra
aspectos vitales tan importantes como la crianza de los niños y niñas, el
cuidado de nuestros mayores, la sanidad, la educación o la vivienda.
Rebeca Martínez: Sobre el manifiesto Feminismo para el 99% que
has firmado junto a otras mujeres, ¿qué es y por qué se lanza ahora?
Nancy Fraser: Es un ensayo corto que pretendíamos que fuera
popular y que se leyera fácilmente. No es escritura académica, tiene la forma
de un manifiesto. Lo escribí junto a otras dos pensadoras feministas: una es la
italiana Cinzia Arruzza, que ahora vive en Nueva York, y la otra Tithi
Bhattacharya, que es india y enseña en Estados Unidos.
Esta ha sido la primera vez, desde que comencé mi
activismo en los años sesenta o setenta, que he escrito un ensayo como este, de
auténtica agitación política, teniendo en cuenta que soy profesora de
Filosofía. Sin embargo, los tiempos ahora son tan duros, la crisis de la
sociedad y de la política es tan severa, que sentí que tenía que dar el salto y
escribir para una audiencia más amplia.
El manifiesto es un intento de articular una nueva vía
para el movimiento feminista, que durante las dos últimas décadas ha estado
dominado por el feminismo corporativo y liberal representado por Hilary Clinton
en Estados Unidos. Este es el feminismo de mujeres profesionales y de
directivas, de mujeres relativamente privilegiadas, en su mayoría blancas, con
formación y de clase media o media-alta, que intentan meter cabeza en el mundo
de los negocios o en los medios de comunicación. Con este proyecto lo que
pretenden básicamente es escalar en la jerarquía de las empresas para ser
tratadas de la misma forma que los hombres de su misma clase y tener el mismo
salario y el mismo prestigio.
Este no es un feminismo igualitario, es un feminismo
que no tiene mucho que ofrecerle a una vasta mayoría de mujeres que son pobres
o de clase trabajadora y que no tienen esos privilegios: mujeres inmigrantes,
mujeres trans... Este feminismo del 1%, o como mucho del 10%, ha empañado el
nombre del feminismo, asociándolo al liderazgo, al individualismo y la vida
empresarial. Le ha dado al feminismo un mal nombre y lo ha asociado con el
neoliberalismo, la financiarización y la globalización, con políticas que van
contra la clase trabajadora.
Nosotras tres queríamos proponer una alternativa a
esto, y no estamos solas, porque hay otras feministas de izquierdas que también
han intentado hacerlo. Y, en efecto, la alternativa está emergiendo con las
enormes marchas y las manifestaciones del 8 de marzo, que tienen un carácter
anticapitalista y antisistémico, que protestan contra la austeridad y el asalto
a la reproducción social.
Pensamos que era un buen momento para dar el salto e
intentar crear un feminismo que sea realmente antisistema, anticapitalista y
que se referencie en las mujeres de clase trabajadora y pobres para mejorar sus
vidas. Lo interesante es que es un movimiento que debe centrarse en temáticas
tradicionales, como el derecho al aborto y otras, que sin duda son
fundamentales, pero que tiene que pensar también más allá, en la gran crisis de
la sociedad, para articular políticas y programas que beneficien a todo el
mundo. Por eso, el feminismo del 99% no significa solo el 99% de las mujeres,
significa el 99% de los seres humanos sobre el planeta. Esta es la idea general
del manifiesto.
R.M.: Desde 2017 se han organizado tres huelgas feministas
internacionales en muchos países, incluida España. Y no solo eso. Aquí, las
protestas laborales de los últimos años están protagonizadas sobre todo por
mujeres: las trabajadoras del hogar, las limpiadoras de hoteles, de residencias
de mayores, entre otras. ¿Estamos ante una nueva ola feminista? Si es así, ¿a
qué momento del capitalismo neoliberal responde?
N.F.: Creo que sí estamos ante una nueva ola, o que al
menos hay potencial para que así sea, si hacemos una ruptura real con este
feminismo liberal corporativo.
El neoliberalismo ha perpetrado un asalto brutal
contra lo que llamamos la reproducción social, contra todas las actividades
destinadas al mantenimiento y la reproducción de personas: la crianza de los
niños, la educación, el cuidado de la gente mayor, cosas como la educación
pública, la sanidad, el transporte, las pensiones o la vivienda. Porque todo
esto forma parte de la reproducción social y no solo el cuidado de los niños,
los mayores y otras actividades realizadas dentro del hogar.
El neoliberalismo ha aplastado todo esto. Hoy día, las
mujeres tienen que estar a tiempo completo en el trabajo asalariado, en un
momento en que el Estado necesita recortar en gasto social, como parte de su
política de austeridad y de la financiarización. Así que, por un lado, tenemos
el recorte en el suministro público de estas áreas y, por otro, la insistencia
en que las mujeres dediquen su tiempo a producir ganancias para el capital.
Esto significa que hay una auténtica crisis de los cuidados o una crisis de la
reproducción social y es precisamente lo que está dando lugar a las huelgas que
mencionabas.
En la crisis de los años treinta, el centro de las
revueltas activistas era el trabajo industrial: las luchas por la sindicación,
por los derechos laborales, etcétera. Hoy la situación es otra. En parte debido
a la desindustrialización y la relocalización de la producción en el sur
global; ahora el centro es la reproducción social.
Tú has mencionado antes huelgas de mujeres muy
significativas, a las que yo añadiría la huelga de las maestras en Estados
Unidos. Las profesoras tienen salarios tan bajos que muchas de ellas tienen que
realizar segundos trabajos por la tarde para poder mantenerse, a sí mismas y a
sus familias. Estas mujeres hacen huelga no solo para conseguir mejores
salarios, también piden más recursos para la educación, para mejorar las escuelas
y están teniendo mucho apoyo. Son ejemplos que ponen la esfera de la
reproducción social como un eje amplio de lucha. Y, por lo que sé, las enormes
huelgas del 8M en España también protestan por los recortes en todas estas
áreas.
Diría que hoy día las luchas por la reproducción
social son la vanguardia de la izquierda anticapitalista y antisistema. Las
mujeres están en el frente y eso significa formar parte de la centralidad, de
una nueva forma de pensar lo que es la política feminista.
R.M.: Sobre las luchas por la reproducción social, ¿cómo
se relacionan con la lucha de clases, el movimiento antirracista y el LGTBIQ?
N.F.: Primero de todo, creo que tenemos que repensar qué
entendemos por lucha de clases. Esa imagen de los años treinta de los obreros
industriales organizados en sindicatos es una parte de lo que es la lucha de
clases, pero diría que la lucha por la reproducción social también es lucha de
clases, porque no hay producción ni trabajo industrial si no tienes a alguien
que realice el trabajo de producir a los trabajadores y de reponerlos, que
cuide de la próxima generación que les va a reemplazar. Por eso, la
reproducción social es central para la producción capitalista y el trabajo que
produce a toda esta gente y que constituye su sociabilidad supone mucho
trabajo, tanto como el trabajo en las fábricas.
Lo que constituye una clase no es solo la relación de
la producción en la fábrica, también la relación de la reproducción social que
produce a las y los trabajadores. Todo esto es parte de la lucha de clases. La
idea de la lucha de clases en el pasado era bastante estrecha. No creo que el
feminismo del 99% sea una alternativa a la lucha de clases, no creo que esté en
competición con la lucha de clases, creo que se ha constituido otro frente en la
lucha de clases, que debería aliarse con el movimiento obrero más clásico y ser
un aliado también de lo que mencionaste, de la lucha antirracista, la lucha por
los derechos de las personas migrantes, y la lucha por los derechos de las
personas LGTBIQ.
La conexión con la raza y la etnicidad es muy fuerte,
porque lo que ocurre ahora es que tenemos una nueva división de clase
racializada entre las mujeres. Las mujeres empresarias, de clase media-alta y
con formación, luchan por superar la discriminación y escalar a los puestos más
altos. Lo que hacen para poder trabajar sesenta horas a la semana en trabajos
que exigen mucho es contratar a mujeres, a menudo inmigrantes y muy mal
pagadas, para que realicen el trabajo de cuidados: cuidado de los niños, la
limpieza de la casa, la cocina, el cuidado de sus padres dependientes y demás.
Estas mujeres del llamado feminismo liberal se apoyan en todo este trabajo de
las mujeres racializadas, que son las mujeres más vulnerables porque no tienen
derechos laborales, se les paga muy poco y están expuestas a agresiones y
abusos. Por todo esto, necesitamos poner en el centro del feminismo la
dimensión de clase y raza. El feminismo para el 99% tiene que ser un movimiento
antirracista, tiene que hacer suyas las problemáticas de las mujeres pobres y
racializadas, que son la mayoría de mujeres, y poner sus necesidades en el
frente, no las necesidades de las empresarias y sus demandas para romper el
techo de cristal. Y esto también es así para la lucha LGTBIQ.
Aquí ocurre también algo interesante, porque diría que
en este movimiento [LGTBIQ] también hay un ala liberal que es hegemónica y un
sector más amplio de gente cuyas necesidades y problemas son marginalizados.
Hay una lucha similar en el seno del movimiento LGTBIQ y me gustaría que
nuestro feminismo del 99% hablara también por las mujeres trans, queer y
lesbianas, que el movimiento LGTBIQ para el 99% fuese el aliado natural del
feminismo del 99%.
R.M.: Hablamos de las luchas por la reproducción social,
que pueden constituir un bloque contra las dinámicas del neoliberalismo, pero
¿qué hay de las relaciones patriarcales? ¿Podemos combatir las violencias
machistas desde la lucha por la reproducción?
N.F.: Es una buena pregunta. Me gustaría empezar haciendo
alusión al movimiento #MeToo. Como sabes, la idea más extendida de lo
que es este movimiento se centra en Hollywood, en actrices muy bien pagadas y
en artistas que tienen visibilidad en los medios de comunicación. Pero el
sector compuesto por mujeres mucho menos privilegiadas es más vulnerable a las
agresiones sexuales y al acoso en el trabajo. Pensemos, por ejemplo, en las
jornaleras. Muchas de ellas no tienen ni papeles, y, al tener menos poder y
recursos, son mucho más vulnerables a las demandas de los jefes. Y lo mismo
ocurre con las trabajadoras de hoteles, por ejemplo, recordemos el caso de
Dominique Strauss-Kahn, o quienes trabajan limpiando casas privadas, las
trabajadoras domésticas, que son víctimas de agresiones sexuales muy a menudo.
El movimiento #MeToo, si lo pensamos de una
manera más amplia, es una lucha obrera. Es la lucha por un entorno de trabajo
seguro, donde no puedas ser víctima de abusos. El hecho de que los medios se
centren solo en los casos de personas conocidas, desafortunadamente, hace que
no parezca una lucha de clases, pero es otra forma de lucha de clases en
realidad.
La cuestión de la reproducción social tiene mucho que
hacer para cambiar la relación entre la producción y la reproducción y, por lo
tanto, para cambiar el equilibrio del poder dentro de las casas. El trabajo de
la reproducción social no debería estar generizado, ser una cosa solo de
mujeres. Es un trabajo importante para toda la sociedad, algunos aspectos del
mismo son incluso placenteros y creativos, así que los hombres también deberían
tener acceso a él, sentir la responsabilidad de hacer la parte que les
corresponde. Esto va de cambiar la dinámica dentro de los hogares y, por
supuesto, el feminismo del 99% está en contra de todo tipo de violencia: contra
las mujeres, contra las personas trans, contra las personas no cis y contra las
racializadas.
El del patriarcado es un concepto que, personalmente,
no me gusta usar porque sugiere una imagen del poder diádica: tienes al amo y a
sus sirvientes sometidos. Algo de eso existe todavía, sin duda alguna, pero la
forma central del poder en nuestra sociedad hoy día opera de una manera más
impersonal, más estructural, lo que restringe las opciones para la gente pobre
y trabajadora. Creo que es importante tener una imagen del poder diferente que
viene de los bancos, el FMI, las organizaciones de las finanzas y la industria,
a través de la construcción del mercado de trabajo, el mercado de trabajo
generizado, racializado. Esto es lo que determina quién tiene acceso a los
recursos y puede reivindicar sus reclamaciones, quién puede funcionar como
igual, incluso dentro de las familias y las relaciones personales.
R.M.: Cuando en tus trabajos hablas de justicia social,
distingues tres niveles: el económico (redistribución), el cultural
(reconocimiento) y el político (representación). ¿Hasta qué punto están
presentes los tres en el nuevo ciclo de huelgas feministas?
N.F.: Creo que hay una preocupación por todos estos
aspectos y que están estrechamente relacionados. No puedes cambiar la esfera
económica, redistribuir las relaciones de producción, si no cambias esas otras
cosas que están interconectadas. Lo que importa en el ámbito político es a
menudo definido en términos de lo que importa en el ámbito económico, aunque
las fuerzas capitalistas insistan en que lo que ocurre en el lugar de trabajo
debe ser decidido por el mercado y por los jefes, como si eso no fuera una
cuestión política y de democracia.
Hay todo un debate sobre dónde está la línea que separa
aquello que decide el mercado y las fuerzas privadas del capitalismo y aquello
que decidimos una mayoría democrática. Y todo esto tiene mucho que ver con la
cultura, con los lenguajes que están a nuestra disposición y que nos ayudan a
entender la situación.
Tenemos conceptos como el de acoso sexual, el de
degradar, tenemos la terminología para decir lo que está mal en la sociedad, y
esto tiene que ver con cómo traducimos la experiencia propia para expresar una
demanda. El feminismo ha afrontado un gran desafío y ha creado un lenguaje
nuevo que cambia la cultura, que cambia la concepción que tiene la gente sobre
sus derechos, sobre lo que no tienen que aguantar, lo que está mal, aquello por
lo que pueden protestar. Esto amplía la esfera del discurso político, la esfera
de lo que son decisiones democráticas y no privadas de la familia o la empresa.
Hoy en día estamos avanzando mucho en el ámbito cultural y esto repercute en un
cambio institucional en las dos esferas: la política y la económica. Pero de lo
que se trata siempre es de la interrelación entre estos tres niveles.
R.M.: Has apuntado muchas veces que el neoliberalismo se
apropió del potencial crítico y de las demandas de la segunda ola del feminismo
y los incorporó en su propio beneficio. ¿Podría ocurrir otra vez con esta
incipiente ola? ¿Puede evitarse de alguna manera?
N.F.: Creo que el feminismo liberal, junto al antirracismo
liberal, al movimiento LGTBIQ liberal y a lo que llamamos capitalismo verde,
todos estos movimientos que fueron hegemónicos, fueron incorporados al bloque
hegemónico de poder que en EE UU constituyó el neoliberalismo progresista.
Estos movimientos prestaron su carisma y su ideología para crear la ilusión de
que esta política horrible de la financiarización, la precarización del
trabajo, la reducción de salarios, etc., podía ser progresista, progay,
promujeres y todo eso.
Esto ocurrió así y por eso es tan importante que la
nueva ola feminista rompa con ese tipo de feminismo y abra un nuevo camino.
Siempre es posible ser hegemonizado y apropiado por fuerzas que son más
poderosas, existe siempre esa posibilidad y es importante que los movimientos
emancipatorios estén alerta.
Hoy en día, nos han dicho que tenemos dos opciones
para elegir: el populismo autoritario de derechas, que es racista, xenófobo y
bastante desagradable, o volver a la protección liberal, al neoliberalismo
progresista, que podría ser antirracista y todo lo demás. Pero esta es una
elección falsa. Tenemos que rechazar las dos opciones, no solo el populismo
racista y supremacista, también el neoliberalismo progresista. Vivimos un
momento de crisis monumental en el que tenemos la oportunidad de tomar un nuevo
camino para crear un movimiento antisistema para el 99%, en el que el feminismo
del 99% esté conectado con los otros movimientos para el 99%: el obrero, el que
lucha por el clima, el de las y los migrantes, etc.
R.M.: Para terminar, una pregunta más teórica. En tus
obras apuntas que el Estado-nación (lo que se conoce como marco
westfaliano-keynesiano) entró en crisis con el neoliberalismo y que sus
fronteras son ahora más difusas, menos claras. Llamas a este proceso la
política del desenmarque. Pero, ¿cuál es el papel del Estado-nación ahora?
¿Podemos decir que ha desaparecido por completo?
N.F.: No, no ha desaparecido. Históricamente, la fuerza
principal que ha suministrado cualquier nivel de protección y seguridad a la
gente trabajadora frente al capital ha sido el Estado-nación y el Estado-nación
aún sigue siendo el principal destinatario de las demandas. Cuando queremos
protección o apoyo social, ¿a quién se lo pedimos? Pedimos a nuestros gobiernos
que se responsabilicen. Entendemos que la política está organizada aún sobre
las bases de la nación, por eso las campañas electorales son nacionales, las
principales actividades políticas se realizan a escala nacional. Pero, en
última instancia, esto no es del todo correcto y podemos verlo cuando atendemos
la inmigración, que es un enorme punto de conflicto y crisis.
Hay gente de todo el mundo que no tiene un Estado que los
proteja, que pueda darle algo de lo que nosotros le pedimos a nuestro Estado en
los países desarrollados. Viven en campos de refugiados, están forzados a vivir
violencia política y persecuciones religiosas por el hecho de que han invadido
su país y lo han destruido todo, por crisis climáticas, por las características
de esta crisis global que vivimos.
Esta gente viene huyendo y el movimiento populista de
derechas dobla el nacionalismo y la exclusión. ¿Cuál es el eslogan de Trump? Make
America great again (Haz que América vuelva a ser grande), como era antes
de que toda esta gente apareciera y arruinara nuestro país. Esa es la ideología
de este populismo y supongo que pasará lo mismo con algunos partidos aquí
también. Necesitamos pensar de una manera más transnacional y global cómo
podemos asegurar derechos sociales para todas las personas del mundo, para que
nadie tenga que meterse en un bote y arriesgar su vida para buscar una
oportunidad en la otra parte del planeta.
Rebeca Martínez es investigadora en comunicación
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