La UE bajo la presidencia de Rosita
Rebelion
Blog personal
19.o7.2019
Una UE más fragmentada que la de hace cinco años y con unos responsables más flojos. Con la Comisión aún más controlada por los alemanes y al mismo tiempo con el club un poco más debilitado. Continua la desintegración. |
La llegada a la presidencia de la UE de la alemana Ursula von der Layen (en casa le llaman “Röschen”, Rosita) marca el fin de la época en la que dos fuerzas políticas dominantes, los populares (conservadores) y los socialdemócratas dominaban el Partido Neoliberal Unificado Europeo , la coalición de hecho del establishment que dirige el club. También disminuye el dominio del conjunto por parte de dos países, Alemania y Francia. Ambos, partidos y países, continúan siendo más fuertes que los demás, pero ya no tienen en sus manos el paquete mayoritario de las acciones de la UE.
Populares
y socialdemócratas perdieron la mayoría en las últimas elecciones
europeas. Antes entre los dos tenían 400 diputados, es decir la mayoría
de la cámara de 751. Ahora, tras haber perdido 34 y 30 escaños,
respectivamente, sus 336 diputados no les alcanzan.
La pareja
franco-alemana, tras muchos años de maltrato del macho dominante hacia
la hembra, ha dejado de existir. Ya casi se reconoce que sus intereses
son contradictorios, sus relaciones violencia de género y sus
negociaciones internas cada vez más complicadas.
Ambas cosas son tendencias que las elecciones reflejaron, a pesar de la histeria de la campaña del “¡que viene el lobo !” (los ultras, populistas y euroescépticos de diverso pelaje) lanzada por los llamados “proeuropeos”. Aclaremos el concepto.
Los “proeuropeos” son “ las fuerzas pro UE que tienen por meta fortalecer la Unión Europea a costa de los estados nacionales ”,
que es donde reside la poca democracia y soberanía que tenemos, según
la exacta definición del politólogo alemán Andreas Wehr. Desde esa
posición, los proeuropeos se permiten hablar en nombre de todo
el continente porque los estados de la UE no son capaces de unir sus
fuerzas en un proyecto alternativo.
Tal como se veía venir, el lobo resultó
ser de papel. En el actual Parlamento la extrema derecha está en dos
grupos: Democracia e Identidad, con 73 diputados, y Europeos
Conservadores y Reformadores dominado por los polacos de Zaczynski. Esos
135, más los húngaros del Fidesz de Orban, integrados en las filas del
Parido Popular Europeo, y algunos más, están bien lejos de ser un
peligro en una cámara de 751 diputados. El espantajo de este lobo de
papel no ha podido detener la tendencia fundamental antes referida y
aderezada por la crónica abstención. La coincidencia de las europeas con
otros comicios regionales y municipales en diversos estados europeos,
además del espantajo, logró incrementar un poco la participación en mayo
(se llegó al 50,6% del censo, ocho puntos más que en 2014), pero el
dato sigue siendo que la mitad de los europeos del club UE no votan,
pues con bastante buen criterio consideran que no sirve de gran cosa.
Al
mismo tiempo, los ultras y euroescépticos fueron confirmados en países
como Italia, Hungría y Polonia, mejorando incluso sus posiciones,
mientras en Gran Bretaña el voto no consagró, significativamente, una
mayoría contra el Brexit. El fin del monopolio de la gran coalición de
populares y socialdemócratas evoluciona hacia una UE más parda: pese a
la relativa debilidad y dispersión de los ultras, habrá que hacerles
concesiones.
Este es el cuadro en el que irrumpe nuestra Rosita.
Aclaremos en primer lugar la primera anécdota de este panorama para los amantes de la simpleza del “ miembros y miembras ” y del “ Unidas-podríamos-haber-podido ”:
importa un rábano que Rosita sea mujer. Como dice Jean-Luc Melenchon,
las mujeres, como los hombres, aplican los programas de sus partidos. El
argumento que valora como progreso la presencia de mujeres en las altas
responsabilidades institucionales de un sistema caduco y de tendencias
suicidas, carece de sentido y no tiene nada que ver con liberación. Los
precedentes de Thatcher o Merkel están ahí. Rosita se va a sumar a esa
serie. Pero ¿quién es esta “ Röschen ” que sucede al simpático luxemburgués amigo de los financieros que ha presidido la Comisión desde 2014?
Ursula
von der Layen pertenece a una familia gran burguesa alemana. Es hija de
Ernst Albrech, ex presidente regional alemán. Más que por mérito
propio, fueron sus excelentes conexiones familiares las que le
permitieron abrirse paso en la familia conservadora alemana. No fue
candidata en las elecciones europeas, ni participó en la campaña. Carece
de experiencia europea y llega a la presidencia por una ambigua
carambola activada por el presidente francés, Emmanuel Macron, quien por
un lado logra poner a una compatriota, Christine Lagarde al frente del
BCE -evitando al jovencito talibán de Merkel, Jens Weidman- mientras que
por el otro sitúa a una alemana al frente del cargo más importante de
un club que ya estaba excesivamente dominado por alemanes, bien en los
cargos clave, bien en los inmediatamente siguientes en el escalafón. Y
no es una alemana cualquiera.
En materia de seguridad europea,
hay diferentes alemanes. En los años sesenta y setenta, fueron alemanes
como Willy Brandt y Egon Bahr quienes le pusieron valiosas cataplasmas a
la guerra fría mediante el diálogo con el Este que aplacó no pocas
tensiones. Hoy aquella generación ha desaparecido. Desde la
reunificación de Alemania (1990) y al calor de su retomado nacionalismo,
se han acabado los complejos de culpa por las guerras del pasado. En
esa tendencia general, Ursula von der Layen representa, como el
reaccionario ex Presidente federal Joachim Gauck, al ala más vehemente.
Von
der Layen es una abogada de la «contención», es decir del espíritu de
la guerra fría contra ese “kremlin que no perdona ninguna debilidad” y
obliga a que “Europa tenga que actuar desde una posición de fuerza”. Una
persona que se jacta de la vergonzosa (para cualquiera con memoria
histórica) presencia militar alemana en las repúblicas bálticas (“somos
la única potencia continental europea que mantiene una presencia
destacada en el área báltica protegiendo a nuestros amigos bálticos”), y
de la absurda y mortífera presencia militar en países lejanos (“somos
el segundo mayor suministrador de tropas en Afganistán”).
Lo más probable es que Rosita sea una presidenta de la Comisión que nos retroceda a épocas anteriores a la Ostpolitik
y la distensión, es decir a todo aquello que los socialdemócratas como
Willy Brandt, Bruno Kreisky y Olof Palme introdujeron en el continente
en los inicios históricos de cierta autonomía europea después de De
Gaulle: la idea de que la seguridad europea debe ser una cuestión conjunta y negociada, y no el resultado de la preponderancia militar de un bloque.
Al
mismo tiempo, von der Layen no es una gran figura de la derecha. Es más
bien un peso ligero. Fue una pésima ministra de defensa en Alemania,
que fue claramente sobrepasada por su función de ministra, promotora del
incipiente intervencionismo militar alemán que tanto cuesta imponer a
una sociedad todavía alérgica al militarismo. También ha sido, bajo la
batuta de Merkel, artífice del horizonte del gasto alemán del 2% del PIB
en defensa, tal como pide Trump y de los desfiles militares en el
Báltico.
La nueva presidenta es también una ex ministra con
sospecha de escándalos sobre corrupción y pagos desmesurados a
“consejeros” en materia de modernización del ejército alemán, en la
renovación del buque escuela de la marina Gorch Fock y otros.
La prensa alemana, y detrás de ella la europea, no ha hecho cuestión de
ello. Tengan la sustancia que tengan estos escándalos, la indulgencia
que ha merecido von der Layen sería inimaginable si la candidata hubiera
sido, italiana, francesa, o meridional en general.
¿Quién gana
con su presidencia? Si hay algún ganador son los Estados Unidos “y con
ellos sus ayudantes en Europa, es decir Macron, Merkel, los gobiernos de
Polonia y las repúblicas bálticas, así como toda una serie de otros
gobiernos de la UE”, dice Albrecht Müller, un socialdemócrata que fue
consejero de Willy Brandt.
En resumen: La UE ha puesto en su
presidencia a una partidaria acérrima de la militarización, abogada del
complejo militar-industrial y decidida atlantista. En el BCE, una
gestora que viene del FMI, más abogada que economista que irradia menos
confianza que su antecesor, Draghi. Esta nueva dirección más floja,
diluirá, seguramente, la buena noticia del relevo: la de Josep Borrel al
frente de la política exterior. Borrell es uno de los raros políticos
españoles con sentido de Estado y solvente en materia de relaciones
internacionales. Demasiado bueno para nuestro PSOE, pero claramente
limitado por el contexto: un club más fragmentado y debilitado que el de
hace cinco años, que complicará, aun más, la formulación de una
inexistente política exterior autónoma y unificada en materia de lo más
urgente: Oriente Medio, belicismo, Rusia y China.
(Publicado en Ctxt)
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