La virtud y la pureza de las mujeres según la Iglesia
Por Pilar Aguilar / KAOSENLARED / 18.07.2019
Observen: si violan a una mujer, ella
pierde SU virtud y SU castidad. No las pierde porque
decida: “Voy a enrollarme con quien me dé la gana y siempre me dé la gana”.
Para que una mujer pierda SU castidad y SU virtud no se
requiere su propia iniciativa, basta con que no se oponga con suficiente
determinación a la iniciativa de otros.
Nací en una época en la que, en España, el poder de la
Iglesia católica era considerablemente mayor del que tiene hoy (con ser
escandalosos los privilegios de los que aún goza).
El ideal de la Iglesia (el ideal de todas las religiones) es
el estado teocrático, aquel donde sus creencias sean leyes y sus pecados,
delitos.
En Occidente llevamos siglos poniendo coto a tan desenfrenado
despotismo. Por librar esa batalla muchas personas han sido torturadas,
encarceladas, asesinadas.
Aunque ahora la sociedad civil ha conseguido limitar el
control de la iglesia, esta no ceja y mantiene sus constantes exigencias
respecto a la enseñanza del catecismo, la prohibición del aborto, del divorcio
o de la eutanasia (como estamos viendo estos días), etc. etc.
Si bien sus prédicas siniestras (la glorificación del
sufrimiento, por ejemplo) interpelan a todos, la dureza y el rigor los reserva
para las mujeres. Con los varones, siempre ha aplicado una cierta “manga ancha”
y ha perdonado las “debilidades de su naturaleza”. Así, por ejemplo, comprende
paternalmente que acudan a prostíbulos, tengan barraganas -como tantos curas- e
incluso abusen de menores (que sí, que eso está feo, pero, con regañarles un
poco y cambiarlos de parroquia o de colegio ya cumplen)…
Así, preguntémonos ¿qué ha hecho y hace la iglesia ante casos
notorios de maridos maltratadores? ¿excomulgar al torturador? ¿avergonzarlo y
condenarlo desde los púlpitos? ¿pedir a los vecinos, amigos y familiares que
censuren su conducta, que exijan otra? Pues no, claro. Predica “paciencia y
resignación” a las mujeres, asegurándoles (los muy cínicos) que, gracias a su
sufrimiento, alcanzarán el paraíso (tener un sádico en casa resulta casi una
bendición divina).
Desde que abrí los ojos, la iglesia intentó por todos los
medios triturar mi vida, hacer de ella “un valle de lágrimas”. Fui educada (sin
elección posible) en su doctrina. Por eso la conozco y, en consecuencia, pienso
mal de ella. Pero, con todo, siempre termina asombrándome.
Hoy los pelos se me ponen como escarpias y la indignación me
atraganta leyendo las alegaciones del arzobispado de Burgos ante el Vaticano
pediendo que beatifiquen a Marta Obregón.
Recordemos que Marta fue violada y asesinada en 1992 por
Pedro Luis Gallego. Según el parte médico, su cadáver presentaba erosiones,
hematomas y 14 puñaladas.
Digamos en un inciso que Pedro Luis Gallego terminó siendo
condenado por 18 violaciones y dos asesinatos a más de 200 años de cárcel de
los que cumplió veinte. Salió en libertad en 2014. Ahora está otra vez detenido
por dos nuevas violaciones (más las que se ignoran). Este es, pues, un caso muy
ilustrativo de la conveniencia –o no- de aplicar idénticos parámetros a estos
delitos y a los delitos de robo, por ejemplo. Cierto, no todos los violadores
son reincidentes pero, aquellos que lo son ¿deben quedar libres una vez que
cumplen condena si sabemos que volverán a agredir e incluso asesinar a otras
mujeres?
Volviendo a las alegaciones de beatificación que presenta el
arzobispado de Burgos. En ellas se alaba “en especial, la grandeza de la
castidad, como se hace visible cuando [Marta Obregón] resiste y lucha hasta
morir asesinada por defenderla”.
¿Han leído detenidamente? Hagan el favor de volver a leer:
está pidiendo que las mujeres defiendan SU castidad hasta la
muerte. Y remacha: «el imputado del crimen había sido juzgado ya en cuatro
ocasiones por abusos y violaciones, pero sin llegar al homicidio, al ceder sus
víctimas a sus pretensiones». Las víctimas “cedieron a sus pretensiones”… O sea,
fueron, como poco, débiles y blandengues y, con mayor probabilidad, fueron unos
putones que eligieron vivir antes que defender SU castidad.
No como Marta Obregón que «dejó un hermoso ejemplo, tanto en
su vida agradecida al amor y misericordia de Dios, como en el testimonio de su
valerosa muerte por defender la virtud».
Observen: si violan a una mujer, ella pierde SU virtud
y SU castidad. No las pierde porque decida: “Voy a enrollarme
con quien me dé la gana y siempre me dé la gana”. Para que una mujer
pierda SU castidad y SU virtud no se requiere
su propia iniciativa, basta con que no se oponga con suficiente determinación a
la iniciativa de otros.
Si para violarla no han tenido que asesinarla es que no se
defendió suficientemente. En consecuencia, ha cedido a las pretensiones de
violador (“pretensiones”, así lo llaman) y por eso ya no tiene castidad ni
virtud, se las ha dejado arrebatar.
Mujeres violadas que seguís pisando la tierra (y no estáis
debajo de ella) avisadas quedáis: no tenéis principios, no valéis ni un duro.
Cosa distinta, por supuesto, es la consideración que merecen
los violadores. Así, José Diego Yllanes -liberado nueve años y ocho meses
después de violar y asesinar a Nagore Laffage- fue piadosamente contratado por
el Opus para que ejerciera la medicina.
Es lo que decíamos antes: la iglesia, respecto a los hombres,
comprende que un “desliz”, una “pretensión” los tiene cualquiera.
Pero, las mujeres… Ah, las mujeres… todas –a no ser que
mueran mártires- hijas de Eva. Eva por quien llegó el pecado al mundo, no lo
olvidemos…
Pilar Aguilar. Analista de ficción audiovisual y crítica de cine.
Licenciada en Ciencias Cinematográficas y Audiovisuales por la Universidad
Denis Diderot de París.
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