La crisis de la democracia en Occidente en el espejo de la guerra contra Venezuela
DAYA NIK / REBELIÓN
08.06.2019
Con una socialdemocracia en crisis después de
75 años de hegemonía bipartidista y el auge del populismo de derecha
representado en partidos y políticos que podrían calificarse como Fascismo del S.XX I (en contraposición del llamado Socialismo del S.XXI
), Occidente se enfrenta a desafíos que están afectando incluso a su
entendimiento y concepción de la Democracia (representativa liberal). En
consecuencia, la Democracia o poliarquía, como más acertadamente ha
llamado Robert Dahl a nuestro sistema de gobierno, se encuentra más
devaluado que nunca ante las transformaciones geopolíticas actuales
donde se disputa por primera vez en más de 500 años el liderazgo de
Occidente.
En esta coyuntura, llevan resonando desde algún
tiempo tambores de guerra y de intervención extranjera en Venezuela. La
retórica oficial, ha convertido al gobierno actual (el de Nicolás
Maduro) en un chivo expiatorio al que se debe sacrificar en aras de
proteger derechos humanos y la Libertad. Occidente, con EEUU a la cabeza
y secundada por la Unión Europea (salvo las honrosas excepciones de
Italia y Grecia) e importantes países latinoamericanos reunidos en torno
al llamado Grupo de Lima, han realizado un despliegue de propaganda
internacional pocas veces visto anteriormente, ungiendo como legítimo a
un presidente inventado sin asidero jurídico ni votación alguna (Juan
Guaidó). Y como los intentos por deshacerse del Gobierno de Nicolás
Maduro han terminado en saco roto una y otra vez, para cada fracaso se
refuerza la opción militar como única alternativa para que Occidente
cumpla su objetivo en Venezuela.
En el caso de concretarse la
amenaza de guerra que se cierne sobre Venezuela, estaríamos ante un
escenario inédito con nefastas consecuencias para la región con
repercusiones a nivel global. Al menos desde el término de la Segunda
Guerra Mundial y la creación de las Naciones Unidas no hay constancia de
una intervención armada en América Latina, en un país de la envergadura
de Venezuela. Pero además, pese a que se está tratando de justificar la
injerencia alegando que se acabaría con una tiranía, lo cierto es que
Venezuela pertenece a la misma órbita de los países occidentales, aun
peor durante las décadas de las dictaduras en la segunda mitad del siglo
XX que asolaron América Latina, solamente Costa Rica y Venezuela se
mantuvieron en el ámbito de lo considerado como una democracia liberal.
En consecuencia, en caso de decidir Occidente hacerle la guerra a
Venezuela sería hacérsela a uno de los suyos, algo muy distinto a
invadir o guerrear con países como Irak, Somalia, Vietnam, Korea del
Norte, Siria, Libia, Granada...
Pero ¿Qué se esconde detrás de bastidores y qué se está decidiendo realmente junto a la suerte de Venezuela?
Ciertos factores que explicaremos a continuación indican que Occidente
(especialmente EE.UU.) necesita desesperadamente una intervención armada
para poner orden en su zona de influencia, pero al mismo tiempo
acelerar el desmantelamiento de la institucionalidad y la democracia
representativa liberal como ha sido entendida hasta ahora. La salida a
la crisis definitiva de la socialdemocracia instaurada tras la Segunda
Guerra Mundial requiere adaptar a los nuevos tiempos a la democracia,
que ha devenido en un sistema inviable y obsoleto. Derechos,
participación y bienestar son insostenibles y las tensiones se han
traducido en una paulatina derechización general de la política
auspiciada por unos grupos económicos cada vez más concentrados tras
gracias a la financiarización.
Uno de los tantos ejemplos que
exponen la crisis de la socialdemocracia, pudimos verlo el pasado mes de
mayo de 2019 en los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo,
donde por primera vez el Partido Popular Europeo y los Socialistas
Europeos, ni juntos llegaron a tener mayoría absoluta y la fragmentación
del espacio político dejado por el otrora bipartidismo ya han surgido
tres grupos de ultraderecha nacionalista. Este mismo proceso con mayor o
menor rapidez se ve igualmente reflejado en los parlamentos nacionales
europeos, en muchos de los cuales la ultraderecha ya forma parte del
gobierno, como ocurre con el Partido del Progreso en Noruega, la Liga en
Italia o el Partido de los Finlandeses en Finlandia. Fuera del contexto
de Europa, también observamos el populismo de derecha en alza con Jair
Bolsonaro en Brasil, Iván Duque en Colombia, y -por supuesto- Donald
Trump en EE.UU.
Para volverse hegemónica, la derecha de nuevo
cuño debe, por un lado, acabar definitivamente con la socialdemocracia,
pero también impedir que se repitan situaciones que puedan perjudicar al
neoliberalismo, como ocurrió en la mayoría de los países de Sudamérica
hasta años recientes y sigue ocurriendo en la Venezuela de la Revolución
Bolivariana de los últimos 20 años. El valor simbólico de Venezuela es
alto pues fue a partir del triunfo de Hugo Chávez que otros gobiernos
postneoliberales se fueron expandiendo por la región como una enfermedad
del capitalismo. Deshacerse de una vez por todas de Venezuela y su
Revolución sería un buen golpe con un efecto ejemplarizante para
cualquier otro aspirante que pretenda plantarle cara al liberalismo
económico.
Durante el S.XX los procesos revolucionarios
solamente llegaron al poder por el uso de las armas, tenemos el ejemplo
de la Revolución Cubana y Sandinista, procesos armados contra las
sangrientas dictaduras de Batista y Somoza. Pero en la mayoría de los
casos triunfaron dictaduras de derecha que derrocaron gobiernos
democráticos progresistas de acuerdo a los intereses de las élites, como
ocurrió con Arbenz en Guatemala o Allende en Chile.
Posteriormente y una vez que la democracia se vio como el mecanismo más
adecuado y menos costoso para la dominación, se iniciaría en muchos
países en el mundo y especialmente en América Latina lo que Huntington
bautizó como la tercera ola democratizadora , que se consolidó
tras la caída de la Unión Soviética en la última década del siglo y que
la narrativa de la izquierda denominó la década perdida . Es con
la entrada del nuevo mileno que surgen en América Latina una serie de
gobiernos que llegan al poder utilizando el mismo sistema democrático
liberal para instaurar gobiernos posneoliberales, proceso regional del
que Venezuela fue la punta de lanza y que alcanza su cenit en el año
2009, cuando los gobiernos de corte izquierda fueron claramente
hegemónicos.
Como consecuencia, el imperio perdió en su patio
trasero un gran terreno, tanto en lo político como en lo económico. La
respuesta fue la vieja fórmula golpista pero adaptada a los nuevos
escenarios políticos. Aunque golpes clásicos siguieron utilizándose como
en el caso de Manuel Zelaya en Honduras, aparece el lawfare como
mecanismo de persecución de los contrincantes políticos, y así se
fraguó el golpe a Dilma Rousseff, la cárcel de Lula y los procesos
judiciales contra Cristina Fernández y Rafael Correa, por mencionar
solamente algunos.
Eliminada, o al menos neutralizada, la
amenaza progresista (descrita como castrocomunista y chavista para
infundir miedo en la opinión pública) en la mayoría de los países de la
región, sigue en pie, pese a las dificultades y el asedio, Venezuela.
Así que bajo el lema “muerto el perro muerta la rabia” se redoblan los
ataques contra el gobierno de Nicolás Maduro. Aunque esta arremetida no
es nueva, Venezuela desde el inicio de la andadura de la Revolución
Bolivariana ha estado bajo el asedio de Occidente, basta recordar el
fallido golpe de Estado del año 2002.
La nueva derecha debe
acabar con la Revolución Bolivariana, lo que es percibido como el campo
de batalla inmediato que sirva para agilizar los cambios estructurales
que se buscan en el sistema democrático occidental. Y si el proceso se
realiza por medio de una guerra mejor, ya que en periodos de conflictos
bélicos es más fácil justificar la restricción de derechos. Estos
cambios estructurales irían orientados en la siguiente dirección:
-
La recomposición de la hegemonía de la nueva derecha necesita
desmantelar libertades y derechos para que el sistema subsista, frente a
las amenazas se debe soltar lastre, es decir ser más competitivos y
flexibles, y para ello se debe impedir de manera indefinida el posible
ejercicio del poder de gobiernos de izquierda.
- La
judicialización de la política y la politización de la justicia
constituyen precedentes que pueden asentar unas doctrinas
irreversibles. El uso interesado de la corrupción y la persecución a
ciertos grupos políticos de manera impune está socavando los pilares
del Estado de Derecho y revirtiendo logros que se tenían por sentido
común.
- América Latina es un territorio en disputa
y frente al multilarealismo de los últimos años el imperialismo
occidental amenazado debe afianzar su garra, y si no puede eliminar al
resto de competidores, por lo menos debe minimizar drásticamente la
influencia de otros en su región.
Parafraseando a
Naomi Klein, se necesita aplicar un nuevo shock para eliminar o someter a
quienes ponen en tela de juicio la democracia liberal y la economía de
libre mercado, al mismo tiempo que introducir las transformaciones
necesarias en la estructura democrática para que Occidente siga
ostentando la hegemonía del libre mercado. Para ello, la destrucción de
la Revolución Bolivariana a sangre y fuego presenta la oportunidad
perfecta.
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