Lo que va de un ‘trifachito’ a otro
Diario Octubre
mayo 1, 2019
Algún graciosillo ha inventado la expresión
“trifachito” para denominar a la troika de partidos de la reacción Vox,
Ciudadanos y PP. Ha sido una manera de intimidar a los electores y llevarlos a
las urnas el 28 de abril cogidos de la oreja para votar por el otro costado, o
sea, para recaudar votos en favor de quienes alardean de no ser “fachas”: la
“izquierda domesticada”. No parece importar -en absoluto- que ese aumento de
votos se haya producido “con la pinza en la nariz”. Lo importante es que han
votado para “librarnos del fascismo”.
Es la doctrina cristiana del “mal menor”: los unos
apestan pero los otros son peores. Es también la opción de aquellos suyo
compromiso contra el fascismo no va más allá de votar cada cierto tiempo, hasta
el siguiente desengaño.
En el voto del miedo por el “auge de la ultraderecha”
está pesando que ahora parece que hay tres partidos “fachas” donde antes sólo
había uno, lo cual es otra quiebra de la memoria histórica: esta troika hereda
a la de Fuerza Nueva, Alianza Popular y UCD de los tiempos de la transición. En
consecuencia, no hay ahora más grupos “fachas” que antes y lo que queda es
averiguar es si hay más votantes fachas que antes, con lo cual corremos el
riesgo de confundir a los electores con los elegidos o, en otras palabras, a
los “fachas” con quienes les votan.
Pues bien, al analizar las elecciones lo más corriente
es incurrir en dos reduccionismos sucesivos, propios de la consideración de un
aspecto puramente cuantitativo del fenómeno, esto, es, de equiparar la política
a las elecciones.
El primero es medir el auge de uno u otro partido
político en votos, lo que significar creer que quienes votan al PSOE, por
ejemplo, “son” del PSOE. Del mismo modo, quienes votan al trifachito “son”
fachas. Este tipo de concepciones son erróneas por muchas razones, sobre todo
porque la mayor parte de los votantes lo hacen “con la pinza en la nariz”. No
se identifican con su voto sino todo lo contrario.
El segundo reduccionismo es confundir las elecciones
con los escaños, la causa con el efecto, hasta el punto de que en tal caso la
“fuerza” de un partido la miden por el número de escaños obtenidos. Desde este
punto de vista engañoso, lo realmente importante en unas elecciones no es el
voto sino dos factores distintos. El primero y más importante es siempre la
abstención. El segundo es el reparto de los votos y, en el caso del
“trifachito”, el reparto de los votos entre Vox, Ciudadanos y PP.
Si tenemos en cuenta todos esos matices, las
conclusiones son harto evidentes: el auge de la ultraderecha es un mito. Ni el
PP ni ningún partido de las diferentes troikas han alcanzado nunca los
resultados electorales del PSOE. Ni siquiera en sus mejores momentos ha llegado
a recaudar 11 millones de votos, como logró en tiempos de Zapatero. Ni en
solitario ni en coalición.
La explicación es que el PSOE es pura mercadotecnia
electoral, una fábrica de pucherazos. Su gran salto electoral ocurrió en 1982,
cuando dobló el número de votos con la consigna “OTAN de entrada no”, lo que
abrió su gran época de gobierno, que se prolongó durante 14 años.
El PP nunca ha sido capaz de alcanzar las cotas del
PSOE, por más coaliciones que ha intentado y por más que ha logrado fagocitar a
los partidos que le rodeaban, hasta convertirse en único. Pues bien, en 1982
obtuvo la mitad de votos que el PSOE, a pesar de que presentó un frente unido
de la reacción. En aquellas elecciones, la desaparición del “trifachito” no
sumó más votos en favor del PP (Alianza Popular entonces) sino que lo redujo en
más de un millón.
La época gloriosa del PSOE coincidió con la travesía
del desierto el PP y ocurrió lo mismo que en Andalucía. Lo que le empezó a
nutrirle electoralmente fue el gobierno de Felipe González y durante 14 años la
letanía fue siempre misma: el “viaje al centro”. El PP debía dejar de “ser” un
partido ultra, moderar su discurso y parecerse al PSOE.
En 14 años el PSOE duplicó los votos del PP, que pasó
de 5 a 10 millones en 1996. Desde entonces han transcurrido 23 años y el PP ha
vuelto a sus peores niveles de votos, es decir, a la mitad que tenía en 1982
porque con la vuelta de la troika el reparto de los votos ha sido diferente.
La etapa de gobierno entre 1982 y 1996 demostró que la
verdadera columna vertebral sobre la que sustenta este Estado es el PSOE y
todos los demás son satélites menores, parásitos de sus chapuzas.
Lo verdaderamente importante de las elecciones del 28
abril no es el número de votos sino la quiebra del PP porque ha vuelto a dejar
al PSOE sin alternativa, ya que ni Vox ni Ciudadanos son -a fecha de hoy-
capaces de dirigir nada, ni siquiera sí mismos.
Por lo demás, hasta el propio Pedro J.Ramírez se
aburre de repetir que Vox no es nada diferente del PP, a la que califica como
su “matriz”. Cabe añadir que el engaño se reproduce y vuelve a demostrar su
eficacia: en la transición, lo mismo que ahora, la UCD eran los “demócratas”
mientras que AP/PP eran los “ultras” y los neofranquistas. El PP necesitó
durante 14 años al PSOE para que dejaran de calificarle de “ultraderecha”. El
surgimiento de Vox acabó por lavar su imagen y, al mismo tiempo, ha acabado de
ser una alternativa de gobierno.
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