SOBRE ROBESPIERRE Y LA TRADICIÓN REVOLUCIOANRIA
POPULAR
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Sociología Crítica
31.12.2015
ROBESPIERRE
En el texto de
Buonarroti que comenta las medidas y los proyectos de Robespierre se insiste,
como es propio de un autor que además de comunista es continuador del
pensamiento clásico de la tradición republicana, en que la libertad es la
característica fundamental inherente de cada ciudadano, cuya carencia
inhabilita a todo individuo para ser ciudadano. Y que sin independencia
económica que posibilite la no supeditación de cada individuo a la voluntad de
otro, es imposible la libertad; por ello, la democracia, que es el imperio de
la soberanía de los pobres en la república, exige que se tomen medidas para que
todos los pobres se vean libres de esclavitud –en la Europa del siglo XVIII
se consideraba esclavo al asalariado por cuenta ajena, es decir, al allieni
iuris, al enajenado– y puedan pensar y obrar con libertad, como corresponde al
ciudadano, sin verse sometidos a extorsión por otros de quienes dependen para
resolver sus necesidades –“aniquilar la contradicción
instaurada por nuestras instituciones entre las necesidades y el amor a la
independencia” etcétera (8).
Para remachar
la interpretación de estos dos revolucionarios que fueron testigos de la
Revolución francesa, no quiero dejar de recordar que Robespierre fue quien
escribió: “las revoluciones que se han sucedido desde hace tres años lo han
hecho todo por las otras clases de ciudadanos, casi nada aún por la quizá más
necesitada, por los ciudadanos proletarios –proletaires– cuya única propiedad
está en el trabajo. El feudalismo ha sido destruido, pero no para ellos; pues
nada poseen ellos en los campos liberados (…) Comienza ahora la revolución del
pobre –Ici est la révolution du pauvre (9).
Deseo dejar
constancia también de que ese “tiránico” Robespierre no disponía de ningún
cargo burocrático, ni militar, ni policial, con la salva excepción de ser un
convencional o parlamentario democráticamente elegido, y que muy tardíamente se
incorporó al comité de salud pública, donde era considerado un “moderantista”.
Recordemos también que el famoso organismo, tan denostado, era un comité del
parlamento que, como tal, rendía cuentas cada mes ante la Convención, la cual
revisaba su composición con esa misma periodicidad. Y que el comité era un
tribunal judicial de excepción, pero no un órgano ejecutivo, ni un cuerpo de
policía, instrumento que no existió hasta que lo inventaron los liberales
–Napoleón–. El comité estaba formado por un pequeño grupo de diputados, no por
un cuerpo general integrado por cientos o miles de policías y funcionarios
–¿cómo, pues, matar a mansalva?–, y su misión era la persecución y el juicio
del delito de sabotaje en la ejecución de las leyes promulgadas por la
Convención a manos de los funcionarios contra revolucionarios, es decir, la
afirmación y salvaguarda de la legalidad. Y recordemos que Robespierre
conseguía imponer su voluntad en la Convención porque era simple transmisor
orgánico de la voluntad de la plebe organizada y movilizada; y por eso era tan
odiado. Y que esta es la verdad que conoció siempre el movimiento
demo-revolucionario del siglo XlX . Escribe Louis Blanc, defendiendo a
Robespierre: “no es posible desempeñar un gran papel en la historia si no
es a condición de ser lo que yo llamo un hombre representativo. La fuerza que
los individuos poderosos poseen, no la extraen de sí mismos más que en muy
pequeña parte: ellos la extraen sobre todo del medio que les rodea. Su vida no
es sino un concentrado de la vida colectiva en el seno de la cual se encuentran
sumergidos. El impulso que imprimen a la sociedad es poca cosa en el fondo
comparado con el impulso que ellos reciben de la misma. (…) Al atacarlos o al
defenderlos, lo que se ataca o defiende es la idea que se ha encarnado en
ellos, es el conjunto de aspiraciones que ellos han representado”. (10)
Precisamente por
no tener mando de tropas, ni desempeñar cargo político ejecutivo alguno, cuando
“la revolución se congela” y las masas se desmovilizan Robespierre y los suyos
pueden ser asesinados, y no al revés (11).
Esta
interpretación sobre la Revolución francesa, atenida a la verdad, como revelan
las fuentes, era la que se mantenía durante el siglo XIX en las filas de la
izquierda democrática revolucionaria y es el modelo que inspiraba su práctica
política. La plebe organizada en sujeto soberano, el proletariado, las nueve
décimas partes de la población, debía luchar por constituirse en poder, e
instaurar ese régimen de los plebeyos denominado “democracia”. La tarea de los
individuos más decididos moralmente debía ser la de servir orgánicamente al
movimiento y, antes de la existencia del mismo, la de tratar de impulsar la
constitución de la plebe en sujeto organizado. Esta idea recorre la obra de
todos los pensadores demo- revolucionarios de la época, y entre ellos, Marx y
Engels. Recordemos que en el Manifiesto comunista advierten contra toda
intervención elitista: la tarea de los comunistas no es otra que la de los
demás partidos obreros: constituir el proletariado en clase: en fuerza
deliberante y operante, y por tanto en soberano; conquistar la democracia.
Todo otro tipo de actuación que pretenda dirigir, desde un supuesto saber
previo, la marcha de la emancipación está incluida en el capítulo 3, bajo el
título “El socialismo y el comunismo crítico utópicos”. Por cierto que la
primera frase de ese capítulo, en la que define a los únicos excluidos de tal
crítica, reza así: “No se trata aquí de la literatura que en todas las grandes
revoluciones modernas ha formulado las reivindicaciones del proletariado (los
escritos de Babeuf, etc)”. Expresar por escrito las reivindicaciones del
Soberano organizado es la tarea orgánica a la que se limita el trabajo de los
mandatados, y Babeuf fue uno de ellos. Por lo tanto, él no era un utópico.
La madre del
cordero
La
interpretación histórica que estoy criticando ha sido propalada desde la
izquierda. ¿Cuál es la causa oculta que hay detrás de todos esos enjuagues y
falsificaciones sobre la Revolución francesa? Una doble necesidad. Por una
parte, la necesidad de liquidar la Revolución francesa, esto es, el
democratismo jacobino, como modelo que “azuza” a la plebe a creerse soberana.
Por otra, la necesidad de reelaborar una interpretación sobre algunos clásicos
del pensamiento revolucionario, que, incorporados al santoral de la izquierda,
era imposible condenar a priori, y había que “reconstruir”. Tras la comuna de
París y la gigantesca derrota de la izquierda en Europa durante el último
tercio del siglo XIX , las organizaciones obreras alemanas pasaron a ser la
fuerza orientadora. Pero el partido socialdemócrata alemán era de raíz
lassalleana, y por lo tanto, una organización basada en la teoría liberal de
élites. Unos dirigentes, poseedores del saber científico –positivismo
científico– que los dotaba de excelencia frente a los ignaros humildes, debían
orientar a los explotados sobre sus intereses y sus fines (12). La democracia
plebeya revolucionaria, resultado de la organización de la plebe en sujeto
deliberante era algo lejano y temible para esta concepción de la política. Se
trataba de eliminar la tradición demo-jacobina que se basa en la acción
protagonista y directa de la plebe organizada –la “chusma”– en política
mediante la creación de un espacio público plebeyo, la deliberación colectiva y
la acción directa, para sustituirla por la teoría liberal de elites. La
historiografía burguesa sobre la Revolución, que exorcizaba y satanizaba
convenientemente la Revolución francesa, fue asumida.
Dado que la
socialdemocracia tenía entre sus santos de palo a Marx, había que proceder
también a reelaborar su interpretación para alejarlo por completo de la
tradición demo-revolucionaria, y se inventó un Marx en ruptura epistemológica
con el pasado, que se insemina, se concibe y se pare a sí mismo, a lo sumo con
la ayuda de los economistas capitalistas. Ese Marx no sería un político
revolucionario de la época, sino un sabio economista –¡un Genio, por favor!–
capaz de construir un nuevo continente intelectual. E via dicendo.
En cuanto a la
matriz real del pensamiento de Marx y Engels, el más veraz de los
socialdemócratas lo expresaría claramente justo en cuanto se muriera Engels: no
es que el marxismo no sea parte de esa tradición revolucionaria jacobina; al
contrario, es parte de esa tradición de “democratismo primitivo”, de
“terrorismo”, de “blanquismo”, de plebeyismo descerebrado, y por eso es ya
pensamiento viejo e inútil (13), pero esta atolondrada veracidad le sería
reprochada: “…esas cosas se hacen, pero no se dicen”. La socialdemocracia
perseveraría en el otro camino: la barbarie de la Revolución y su extrañeza
respecto de los santos de la propia peana.
Posteriormente
el estalinismo recoge esa misma doble elaboración, porque tiene el mismo
interés en borrar la forma de hacer política que surge unida a la tradición
jacobina, y sustituirla por la idea, completamente ajena a esta tradición y
proveniente del liberalismo, del partido de vanguardia que guía a las masas. Al
comienzo de este párrafo he escrito que estas ideas son estalinistas. Soy
consciente de que la noción de estalinismo no es suficiente para explicar este
y otros muchos fenómenos que suceden en la izquierda. La superchería inventada
para sostener la idea del partido de vanguardia, que he llamado estalinista, y
que niega la continuidad del comunismo con el jacobinismo e inventa una creatio
ex nihilo del marxismo, es compartida a pies juntillas por los grupos
trotskistas (14). Pero sirva el término.Y esta ha sido la causa de la
existencia y pujanza de esta interpretación antijacobina de la Revolución
francesa.
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