LAS NECESARIAS MARCHAS DE LA DIGNIDAD
Vicenç
Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra
Público.es
25 mar 2014
Durante este
fin de semana, más de dos millones de ciudadanos procedentes de todos los
pueblos que constituyen España confluyeron en Madrid (donde está la sede
central del Estado español) para protestar contra un Estado que no les
representa y que está imponiendo unas políticas públicas a la población que
están dañando enormemente el bienestar y calidad de vida de las clases populares,
sin que exista ningún mandato popular para que se realicen (puesto que no
estaban en el programa electoral de los partidos gobernantes), y, por lo tanto,
carentes de legitimidad democrática. Tales políticas de austeridad y reducción,
cuando no eliminación, de derechos sociales, laborales y políticos, han
respondido a las instrucciones de la Troika (la Comisión Europea, el Banco
Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional), dominada por intereses
financieros que configuran unas políticas que benefician predominantemente a la
banca junto a otros establishments financieros, así como a grupos económicos,
mediáticos y políticos que, en la práctica, gobiernan el país. El Manifiesto de
estas marchas representa un documento de denuncia a este Estado, denuncia
procedente predominantemente de las clases trabajadoras de las distintas partes
del país que constituyen el eje de la España real, pluricéntrica, laica,
democrática, con una diversidad social y nacional que la enriquece, unidas
ahora frente a un Estado que domina y asfixia a los distintos pueblos de
España.
Predeciblemente,
el gobierno del Partido Popular, el más reaccionario de los existentes en la Europa
Occidental y uno de los más corruptos, con una sensibilidad política que, según
el panorama político europeo, corresponde a la ultraderecha, está desmontando
el ya escasamente financiado Estado del Bienestar español, redistribuyendo la
riqueza a favor de los poderosos a costa de las clases populares, y reduciendo
incluso más la calidad del sistema democrático español, ya en sí muy
insuficiente debido a la Transición inmodélica de la dictadura a la democracia
que se hizo bajo el enorme dominio de las fuerzas conservadoras, herederas de
las que controlaban el Estado dictatorial. El partido gobernante, continuador
de estas fuerzas, carece de sensibilidad democrática y está recentralizando y
empobreciendo (de un modo nunca visto antes durante el periodo llamado
democrático) su Estado del Bienestar, todo ello al servicio de unos intereses
financieros y económicos minoritarios y particulares, y a costa de los
intereses generales de la población.
La denuncia
del Estado resultado de la Transición, punto central de las marchas
Las Marchas
de la dignidad denunciaron estos hechos, exigiendo una democracia real, con el
desarrollo de instituciones representativas junto a formas de participación
directa de la ciudadanía, incluyendo el derecho a decidir de los pueblos. Esta
es la España popular y republicana, heredera de todas las luchas que hicieron
posibles los avances políticos y sociales del país y que se expresaban a lo
largo del territorio español a través de movimientos sociales que gozaron y
gozan de gran apoyo popular. La enorme simpatía y apoyo que las marchas
tuvieron a lo largo de estos días (ignorados por los medios), reflejan
claramente el sentido popular.
El otro
partido al que el sesgado sistema electoral convierte, junto con el PP, en
partido mayoritario, es decir, el PSOE, respondió a las marchas de manera
distinta según cuál fuera la posición jerárquica de cada miembro en el aparato
de aquel partido. Sus bases populares apoyaron en su mayoría las marchas, las
denuncias que realizaron y las demandas que exigieron. La dirección y las
élites gobernantes del partido intentaron, de forma oportunista, apoyar la
marcha, olvidando, sin embargo, que las marchas los incluían en su denuncia,
pues muchas de las políticas que denunciaban se habían iniciado durante su
mandato, incluyendo el cambio de la Constitución que exigía como primera
prioridad el pago de la deuda, una deuda escandalosamente alta como
consecuencia del comportamiento especulativo de la banca, favorecida, por
cierto, por las políticas del Banco de España, como toda la evidencia
científica existente muestra. Es extraordinario que la dirección del PSOE no
haya hecho ninguna autocrítica del gobierno socialista presidido por Zapatero,
uno de los presidentes más impopulares (en el momento de su retirada) que haya
tenido España, siendo uno de sus vicepresidentes el que ahora es el actual
secretario general del partido, una situación que no variará con un nuevo
cambio de personajes, pues la mayoría de posibles sucesores fueron parte –a
distintos niveles– de aquel aparato, compartiendo sus políticas.
Como era de
esperar, la hostilidad por parte del gobierno PP y las declaraciones de
adhesión (oportunistas) del equipo dirigente del PSOE han sido las notas más
visibles en los medios de información y persuasión del establishment español
que, además de ignorar el contenido del manifiesto (el documento más importante
que se ha escrito en estos últimos años y que marca una pauta de cambio en las
fuerzas progresistas del país), se han centrado en los actos violentos
ocurridos, los cuales han sido sumamente minoritarios y han favorecido que se
desviara la atención mediática hacia la periferia, dejando de lado lo esencial
de las marchas.
El
significado histórico de las marchas
Estas
marchas, unas de las más grandes que hayan tenido lugar en Madrid, tal como han
indicado muchos medios extranjeros, son un movimiento histórico que establece
un antes y un después. Eran la España real, la España de los distintos pueblos,
hermanados en su denuncia de un Estado que no es su Estado, que es un Estado
impuesto a la población, que ha perdido legitimidad, y que ha vendido su soberanía
a los intereses financieros y económicos que continúan optimizando sus
intereses a costa de los de las clases trabajadoras, que están sufriendo en sus
propias carnes las consecuencias de su codicia. Estos más de dos millones, y
muchos otros que les vitorearon durante las marchas, están de acuerdo con el
eslogan del 15M “no nos representan”. Ellos son los herederos de la España
republicana que luchó por la democracia y la justicia social durante la II
República, que los golpistas fascistas interrumpieron con un golpe de Estado
que triunfó gracias a la ayuda del nazismo alemán y del fascismo italiano, sin
cuyo apoyo jamás habrían vencido. Son también los herederos de los que lucharon
en la resistencia antifascista contra la dictadura, una de las más crueles que
existió en Europa en el siglo XX (por cada asesinato político que cometió
Mussolini, Franco cometió diez mil), y son también los herederos de los que con
su continua presión han ido mejorando la tan insuficiente democracia española.
No es por casualidad que el mismo gobierno, el mismo Estado y el mismo
establishment político y mediático del país que están imponiendo las políticas
que generaron las protestas, y que niegan a los pueblos el derecho a decidir,
sean prácticamente los mismos que diseñaron en su día un sistema electoral que
es escasamente proporcional y que permite que un partido que solo consiguió el
apoyo del 30% del voto del censo electoral tenga mayoría absoluta en las Cortes
españolas. Representan las mismas fuerzas que han sido responsables del enorme
retraso social de España, y son los mismos que ahora quieren reprimir
físicamente y psicológicamente a las voces críticas que, con dignidad, les
muestran lo que son: los herederos de aquellos que dominaron la dictadura y la
Transición.
El agotamiento
final de la inmodélica Transición
Estas
marchas y su composición muestran claramente el agotamiento y fin de la
inmodélica Transición, simbolizada por la muerte de uno de sus protagonistas,
Adolfo Suárez, en las mismas fechas en las que han ocurrido las marchas, y que,
veremos, será utilizada por el establishment españolista para poder promover
una idealización de la Transición para neutralizar la popularidad que hoy
tienen los críticos de dicha Transición, incluyendo las marchas del 22M.
De ahí la
enorme importancia de unas de las mayores marchas que se han visto en la
capital del Reino (que contó, por cierto, con una gran simpatía y el apoyo de
las clases populares de la ciudad de Madrid), que mostraron las enormes causas
comunes existentes entre los distintos pueblos de España frente a un adversario
común. El respeto y la estima por la diversidad no dificultaron, todo lo
contrario, facilitaron el espíritu de camaradería y hermandad de las marchas.
En la de Catalunya, una de las mayores marchas, se pudieron ver los componentes
más arraigados en las clases populares, que compaginan sus luchas sociales con
la defensa de la identidad catalana (tales como los Yayoflautas, el Procés
Constituent, la PAH, y otros), y que no tienen porqué dividir y separar, sino,
todo lo contrario, aunar al pueblo catalán con los otros pueblos de España, con
los cuales hay tantos lazos de hermandad, no solo por los lazos familiares,
sino también por una lucha común frente a este Estado que, para máxima ofensa,
definió y todavía los define como la anti España. Es obsceno que las derechas,
que están haciendo tanto daño a los distintos pueblos de España, se presenten
como las que representan a España. Ellas, que han vendido la soberanía a la
Troika, como antes la vendieron a Hitler y a Mussolini, se presentan como las
defensoras de España.
Pero el reto
ya no son ellas. Su comportamiento es coherente con toda su historia. El reto
es continuar esta unidad, dentro de la diversidad, para conseguir un nuevo
sistema democrático en el que los intereses particulares queden supeditados a
los generales, con una alianza de todos los movimientos sociales y partidos
políticos para establecer una democracia real en la que el derecho a decidir,
sea al nivel que sea, se convierta en la práctica común del sistema. Y las
marchas del 22M, continuadoras del 15M, son los inicios de este cambio.
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