El rearme masivo
europeo, más que una respuesta a una supuesta amenaza por parte de Rusia,
constituye una nueva "política industrial" para beneficio de unos
pocos y mantener los empleos en una perspectiva de crisis. Pero es peligroso
jugar con el fuego.
¿Una guerra imaginaria?
Mario Sommella
El Viejo Topo
11 diciembre, 2025
LA GUERRA
IMAGINARIA: EL PLAN ALEMÁN CONTRA RUSIA Y LA ECONOMÍA DE
GUERRA EUROPEA
Cuando leí la
exclusiva del Wall Street Journal sobre el plan de guerra de Alemania contra
Rusia, sentí que retrocedía en el tiempo. No a la Guerra Fría, sino a algo
peor: una Europa que, a pesar de su profunda crisis industrial y social,
encontró en las amenazas externas la fuerza unificadora para exigir sacrificios
incesantes a sus ciudadanos y ganancias ilimitadas al complejo
militar-industrial.
Según el WSJ y
varios medios de comunicación, Berlín ha elaborado un plan de 1.200 páginas,
denominado «Plan de Operación Alemania» (OPLAN DEU), que detalla cómo se
desplegarían hasta 800.000 tropas alemanas, estadounidenses y de otros países
de la OTAN hacia el este, a través de puertos, ríos, ferrocarriles y carreteras
alemanes, en caso de un ataque ruso contra la Alianza. El documento se presenta
como un retorno a la «mentalidad de la Guerra Fría», que involucra a «toda la
sociedad», es decir, con la infraestructura civil integrada estructuralmente en
la maquinaria militar.
Todo parte de
una premisa: funcionarios alemanes y comandantes de la OTAN sostienen que Rusia
podría estar «lista y dispuesta» a atacar Europa en un plazo de dos a cinco
años, y que un posible armisticio en Ucrania le permitiría reorganizarse para
atacar a un país de la OTAN. Por lo tanto, afirman, es necesario prepararse ya.
Pienso
exactamente lo contrario: este tipo de narrativa no sirve para “prevenir” una
guerra, sino para hacerla más probable y blindar un gigantesco rearme que tiene
mucho más que ver con las cuentas industriales que con la seguridad de las
personas.
Un coloso
territorial en crisis demográfica, no un imperio en expansión
Comencemos con
la «amenaza rusa» tal como se presenta. Rusia es el país más grande del
planeta, con una población que actualmente ronda los 144-146 millones de
habitantes (en declive) y una mediana de edad elevada.
Es un gigante
territorial que ya lucha por asegurar su propio espacio, azotado por desafíos
demográficos, sanitarios y de infraestructura. Además, su economía depende de
la exportación de materias primas (gas, petróleo, minerales), cuyo mercado
clave siempre ha sido Europa.
La pregunta es
simple: ¿por qué un país así se embarcaría en la absurda aventura de ocupar
parte de Europa, un continente carente de materias primas significativas, pero
con enormes necesidades energéticas y sociales que financiar? ¿Qué interés
tendría Moscú en asumir nuevas infraestructuras que mantener, nuevas
poblaciones que gobernar, nuevas formas de resistencia que reprimir, mientras
ya lucha por sostener una guerra de desgaste en Ucrania?
Existe una
contradicción lógica que nadie en Bruselas ni Berlín parece querer ver. Por un
lado, nos dicen repetidamente que las sanciones han puesto a Rusia de rodillas,
que su presupuesto está estrangulado y su PIB bajo presión. Por otro lado, nos
dicen que, a pesar de todo esto, Moscú podría en pocos años no solo plantar
cara a la OTAN, sino incluso atacarla frontalmente y librar una guerra
convencional a escala continental. O está exhausta o es omnipotente: ambas
cosas no van de la mano.
Cifras del
gasto militar: ¿Quién amenaza a quién?
Al observar los
datos, la desproporción es sorprendente. Según estimaciones del SIPRI, Rusia
gastó aproximadamente 149 000 millones de dólares en gastos militares en
2024, lo que equivale a aproximadamente el 7,1 % de su PIB.
Durante el
mismo período, el gasto total de los países de la OTAN supera ampliamente los
1,3 billones de euros: se espera que los miembros de la Alianza en Europa y
América del Norte gasten aproximadamente 1,362 billones de euros en 2024.
En este marco,
se encuentra también la aceleración europea: en 2024, los 27 países de la Unión
llevarán el gasto militar a aproximadamente 343.000 millones de euros,
equivalente al 1,9 por ciento del PIB, con un crecimiento del 19 por ciento en
sólo un año.
En otras
palabras: nosotros, Occidente en general, gastamos aproximadamente diez veces
más en armas que Rusia. Sin embargo, la narrativa dominante es que estamos al
borde de ser aplastados por un imperio que nunca se detiene.
No digo que
Rusia sea un actor «inofensivo» ni tranquilizador, a pesar de sus razones. Es
una potencia nuclear autoritaria que invadió Ucrania y que tiene intereses
geopolíticos imperiosos, a menudo en abierto conflicto con los de Europa. Pero
una cosa es reconocer la realidad de las tensiones; otra es construir una
amenaza caricaturesca para justificar un cambio estructural en el modelo
económico y social hacia la guerra.
La promesa de
Putin y la negativa de Europa
En este
contexto, una declaración que me parece políticamente decisiva ha pasado casi
desapercibida. En una reciente conferencia de prensa, Vladimir Putin declaró su
disposición a garantizar por escrito que Rusia no atacará a ningún otro país
europeo, calificando de «mentira absoluta» la idea de una inminente invasión
del continente.
No tengo
vocación de abogado defensor del Kremlin, y sé perfectamente que las palabras
de un líder político no bastan para tranquilizar al mundo. Pero una cosa es
segura: si alguien dice «pongamos una garantía por escrito», la única respuesta
racional es sentarse a ver si esa promesa puede traducirse en un acuerdo
multilateral verificable, con mecanismos de supervisión, y cómo.
En cambio, la
reacción de Europa ha sido otro impulso al rearme, como si cualquier apertura,
real o imaginaria, fuera una molestia que se pudiera descartar rápidamente
porque corre el riesgo de perturbar el gran negocio de la militarización
permanente.
ReArm Europe:
El rearme como política industrial
Aquí llegamos
al meollo del asunto. El plan alemán no es un rayo de luz. Se enmarca en una
estrategia europea ya establecida, cuyo elocuente nombre es «ReArm Europe».
La Comisión
Europea, en su Libro Blanco sobre Defensa, «Preparación 2030», afirma
explícitamente que el objetivo es «rearmarse en Europa» y convertir este
esfuerzo en un motor de competitividad económica. El plan prevé movilizar hasta
800.000 millones de euros en gasto de defensa en los próximos años, una cifra
que sin duda aumentará, ofreciendo a los Estados miembros un margen de maniobra
adicional más allá de las normas presupuestarias. Esto se complementará con un
nuevo instrumento de financiación europeo, el programa SAFE, dotado con 150.000
millones de euros, dedicado específicamente a armamento, defensa antimisiles,
drones y ciberseguridad.
En pocas
palabras, se abre una gigantesca línea de crédito público común para apoyar al
complejo militar-industrial europeo, empezando por los principales grupos de
Alemania, Francia, Italia y España. La Comisión lo afirma abiertamente: el
rearme debería crear «nuevas fábricas, nuevas líneas de producción y nuevos
empleos en Europa».
Aquí el punto
político queda clarísimo. La guerra no es solo una tragedia humana o un riesgo
de escalada nuclear: es también un modelo económico. En un momento en que la
industria europea, y en especial la alemana, lucha por resistir la competencia
china en coches eléctricos, productos químicos y acero, la producción de armas
y equipo militar se convierte en el atajo más conveniente para inflar el PIB,
salvar los balances corporativos, garantizar ganancias y dividendos
estratosféricos en manos de unos pocos y mantener a flote los empleos.
La crisis
automovilística alemana y la tentación de la economía de guerra
No es
casualidad que todo esto ocurra mientras la potencia industrial europea, el
fabricante alemán de automóviles, se encuentra en plena crisis estructural. Las
principales marcas alemanas se enfrentan a enormes retrasos en el lanzamiento
de sus vehículos eléctricos, presionadas por los costes energéticos, afectadas
por aranceles cruzados y, sobre todo, abrumadas por la competencia china, que
ahora domina la producción mundial de vehículos eléctricos.
La propia
Alemania planea aumentar su presupuesto de defensa de 86.000 millones de euros
en 2025 a 152.000 millones en 2029, a lo que se añadirá el antiguo fondo
especial de 100.000 millones lanzado durante el “Zeitenwende”.
No se trata
solo de «seguridad», sino de un auténtico cambio de paradigma: una parte
significativa de la economía alemana se está orientando hacia la producción
militar. Las mismas tecnologías, líneas de producción y experiencia de las
industrias mecánica y automotriz pueden reutilizarse para tanques, vehículos
blindados y sistemas de armas. El plan logístico para trasladar a 800.000
soldados por Alemania es el componente militar de un plan que, a nivel
industrial y financiero, ya está en marcha.
Por eso, la
idea de una Rusia que nunca atacará a Europa no solo es «inconcebible» para
algunos estrategas, sino que resulta incómoda. Si se elimina el espectro de la
invasión, la justificación política de esta nueva economía de guerra se
derrumba. Solo quedan desequilibrios sociales, desigualdades, precariedad laboral,
declive industrial y el fracaso de las políticas energéticas. Mejor, entonces,
mantener un enemigo absoluto al que blandir en cada votación, cada presupuesto,
cada cumbre.
Una Europa que
ya no sabe hablar de paz
Lo que más me
impacta de todo este asunto es la inversión semántica. Cualquiera que intente
hablar de alto el fuego, negociaciones o garantías mutuas de seguridad es
tratado de ingenuo o cómplice del enemigo. Quienes, en cambio, preparan planes
para enviar 800.000 soldados al frente, invirtiendo cientos de miles de
millones de euros en armas y municiones, y construyendo corredores militares
por todo el continente, son tildados de «realistas» y «responsables».
Pero si
realmente estamos sentados sobre un barril de pólvora nuclear, la opción
racional no es aumentar la presión. Es hacer todo lo posible por reducirla. Una
guerra convencional a gran escala entre la OTAN y Rusia hoy no sería un nuevo
1940: probablemente desencadenaría una rápida escalada nuclear, primero táctica
y luego estratégica. Y en ese caso, todas nuestras discusiones sobre pensiones,
PIB, diferenciales, Tavares, Merz y Von der Leyen se convertirían en un lejano
recuerdo en un mundo devastado.
No tengo
certezas absolutas, porque vivimos en un mundo probabilístico, lleno de
variables incontrolables. Pero sí sé una cosa: no estoy dispuesto a aceptar que
la idea de «defender nuestros valores» incluya, como escenario concreto, el
riesgo de un holocausto nuclear continental simplemente para proteger los
negocios de unos pocos gigantes industriales.
Rusia, Europa y
la gran mentira útil
Así que
volvamos a la pregunta inicial: ¿por qué Rusia invadiría Europa? Sigo sin
encontrar una respuesta racional. Puedo imaginar conflictos locales,
provocaciones fronterizas, crisis híbridas, chantaje energético, campañas de
influencia. Todo esto ya está en marcha y continuará. Pero la ocupación de una
parte de Europa Occidental requeriría una combinación de capacidades militares,
económicas y políticas que Moscú simplemente no posee.
Y, sobre todo,
no sería conveniente. Rusia necesita vender materias primas y defender sus zonas
de influencia, no mantener ciudades europeas destruidas y poblaciones hostiles.
En todo caso, es Europa la que, incapaz de abordar su propia crisis social e
industrial, necesita un enemigo existencial que legitime un salto cualitativo
en la militarización.
Lo vemos
claramente: el rearme masivo se presenta como una nueva «política industrial»
europea. Los ciudadanos pagan el precio con impuestos, recortes sociales,
inflación e inseguridad laboral. Las industrias armamentísticas se lucran con
contratos plurianuales y garantías públicas. Esta política se presenta como una
«defensa de la libertad», mientras que en realidad condena a sectores
productivos enteros a una economía de guerra permanente.
¿Qué deberíamos
esperar en cambio?
Si tomamos en
serio la amenaza de una guerra global, la respuesta no puede ser multiplicar
los ejercicios, los planes secretos y los corredores de tanques. Deberíamos
exigir precisamente lo contrario.
Debemos exigir
que toda declaración rusa de voluntad de firmar un pacto de no agresión se tome
en serio, se verifique, se someta a prueba diplomática y se integre en un
sistema de garantías mutuas. Debemos tener la valentía de declarar que la
seguridad se construye no solo con los presupuestos de defensa, sino también
mediante la reducción de tensiones, el desarme controlado y la reforma de las
instituciones internacionales.
Debemos
reconocer que la verdadera urgencia para Europa no es allanar el camino
perfecto para las columnas de la OTAN, sino abordar la crisis social, ecológica
e industrial que está desmoronando los cimientos de la democracia: salarios
bajos, precariedad generalizada, colapso de los servicios públicos, industria
en dificultades, jóvenes obligados a emigrar.
En conclusión
El plan secreto
alemán no me dice que Rusia esté a punto de atacar. Más bien, me dice que un
segmento de la élite europea ha optado por una economía de guerra como
respuesta a la crisis de su propio modelo económico. Y para legitimarla,
necesita un enemigo absoluto, irracional y amenazante.
No me creo esta
narrativa. Creo que Rusia no tiene ningún interés en ocupar Europa, que la
perspectiva de un ataque a gran escala es políticamente irracional y
militarmente suicida. También creo que un continente que invierte casi un
billón de euros en rearme nacional, fondos especiales e instrumentos europeos,
mientras recorta la seguridad social y precariza a generaciones enteras, no
defiende la «democracia», sino un orden económico sumido en la crisis que se
niega a ser cuestionado.
Por eso veo con
gran recelo planes como el OPLAN DEU. No porque niegue los riesgos, sino porque
veo claramente el uso instrumental del miedo. La verdadera pregunta hoy no es
si Rusia invadirá Europa. La verdadera pregunta es si Europa decidirá dejar de
convertir la guerra en política industrial y retomar debates serios sobre la
paz, la justicia social y la reconversión civil de sus economías.
Fuente: sinstrainrette.it

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