miércoles, 12 de marzo de 2025

Sobre el Estado Profundo

 

A menudo nos preguntamos quién realmente gobierna Occidente, quién decide las grandes líneas que, como corderitos, los gobiernos siguen. Y, como sospechábamos, no son los sabios de Sion, ni los que cita el Informe Lugano: son el Estado profundo.


Sobre el Estado Profundo

 

Enrico Tomaselli

El Viejo Topo

12 marzo, 2025 


Oímos cada vez más hablar del Estado profundo, y yo mismo utilizo a menudo esta expresión. Se utiliza generalmente para designar una característica típica del sistema estadounidense, pero –aunque es aquí más que en ningún otro lugar donde se puede hablar razonablemente de ello– en realidad no es una realidad limitada a los states, Recientemente escribí un texto en el que, por ejemplo, hablé de un Estado profundo europeo.

Aunque parezca extraño, el término tiene su origen en Turquía; Fue el ex primer ministro de izquierda Mustafa Bülent Ecevit quien acuñó la expresión (en turco, derin devlet), refiriéndose a la red de poder secular-militar que se había formado alrededor de Kemal Ataturk y que luego sobrevivió a su muerte.

Sin embargo, la definición actual de lo que es el Estado profundo no es unívoca. Según Wikipedia [1], «a nivel político se entiende como el conjunto de aquellos organismos, legales o no, que gracias a sus poderes económicos o militares o estratégicos influyen en la agenda de objetivos públicos, de forma secreta y al margen de las estrategias políticas de los estados del mundo, lejos de los ojos de la opinión pública. También llamado “Estado dentro del Estado”, está formado por lobbies y redes de poder ocultos, secretos, encubiertos, capaces de actuar incluso contra instituciones públicas conocidas”.

En mi opinión, sin embargo, esta definición corre el riesgo de ser engañosa, sobre todo en referencia a su situación por excelencia, es decir, Estados Unidos.

La imagen resultante, de hecho, se parece mucho a la que conocemos bien de los servicios desviados (con referencia a los numerosos episodios en los que los servicios secretos italianos actuaron fuera y en contra de lo que era la línea política oficial del Estado). Una imagen que tiende a separar y contrastar –precisamente– el Estado profundo y el Estado oficial. Este tipo de interpretación, sin embargo, tiene dos grandes defectos: el primero, el más evidente, es precisamente el de hacer una distinción entre estos dos niveles, presentándolos como separados e incluso posiblemente conflictivos; la segunda es presentar el Estado profundo como un Estado y como algo oculto. Ambas cosas no son ciertas

Comencemos diciendo que todos los elementos que componen el Estado profundo –y veremos cuáles son más adelante– tienen visibilidad pública. Puede que no aparezcan en todos los programas de noticias, pero son personas y organizaciones conocidas que expresan públicamente sus ideas y orientaciones. Por supuesto, por ejemplo, el público en general no lee los cientos de páginas de informes producidos por los centros de estudios, pero aun así, están fácilmente disponibles. Y lo más importante es que no estamos ante un Estado dentro de un Estado. La representación como estado implica que estamos en presencia de un organismo que tiene su propia estructura muy precisa y, sobre todo, una línea de mando precisa. Lo cual no es así.

Esbocemos, pues, un retrato de lo que es realmente el Estado profundo, refiriéndonos siempre al Estado estadounidense.

La imagen más cercana que podemos tomar de Internet, podríamos de hecho describirla como una red, es decir, una red formada por nodos conectados entre sí de diversas maneras, y que tienen en común el hecho de tener algún tipo de poder. En este sentido también podríamos hablar de una comunidad. Obviamente dentro de la red –aunque hablemos de una estructura horizontal, reticular– hay nodos que tienen un peso mayor y otros que lo tienen menor, pero en todo caso pueden influenciarse entre sí, y no necesariamente de forma vertical, de arriba hacia abajo.

Sin embargo, para entender la naturaleza y la composición del Estado profundo es necesario dar un paso atrás.

Para una gran potencia imperial, que obtiene la mayor parte de su riqueza (y por tanto de su poder) no de su propia capacidad productiva sino de su capacidad depredadora hacia los demás, el mantenimiento de su imperio, de su hegemonía, es fundamentalmente una cuestión de estrategias a largo plazo. Cuando la estructura formal del Estado imperial tiene una forma democrática, y por tanto está sujeta a la rotación de las clases dominantes, se hace necesario que exista una columna vertebral capaz de garantizar la continuidad, independientemente de los cambios electorales. En resumen, lo que se necesita es un conjunto de elementos que no estén sujetos al sistema de spoiling, ni a la validación electoral. Este grupo es, en cierto sentido, el núcleo del Estado profundo, alrededor del cual se congregan otras fuerzas, a menudo mucho más poderosas. Es en este humus donde se elaboran las estrategias de mediano y largo plazo, donde se las vuelve a discutir y donde –en última instancia– no sólo se delinean las líneas de acción imperiales, sino que también se identifican las clases dominantes a las que se debe confiar la tarea de vez en cuando

Todo esto, en lo que respecta a Estados Unidos, en un contexto en el que la participación democrática es bastante relativa, donde la opinión pública es más fácilmente manipulable que en otros lugares y donde, por tanto, el poder oligárquico es muy fuerte, aunque ceda voluntariamente el escenario a otros.

Cuando hablamos de Estados profundos, por tanto, nos referimos a una serie de organismos y/o individuos que, por diferentes razones, tienen poder efectivo, pero no necesariamente la misma visión de cuáles son las mejores estrategias, o las mejores clases dirigentes. En resumen, no es un monolito. Por el contrario, la dinámica interna de la red tiende a ser cambiante e incluso vivaz, y los resultados finales son siempre producto de las relaciones de poder que se determinan y que alcanzan un punto de equilibrio entre diferentes intereses y pulsiones ideológicas.

Podemos pues, para empezar, incluir en la red a aquel grupo de funcionarios públicos que garantizan la continuidad del aparato estatal federal, y que pueden facilitar o dificultar la acción del gobierno. Siguiendo en la esfera pública, podemos añadir la estructura del Pentágono y la amplia comunidad de agencias de seguridad. Todas las organizaciones en las que la rotación debido al deterioro del sistema generalmente se produce solo en los puestos superiores, mientras que el grueso de la máquina permanece inalterado.

A continuación, encontramos todo el mundo del infoentretenimiento, desde los medios tradicionales hasta Hollywood, pasando por las grandes redes sociales, etc., todos ellos elementos fundamentales para el control de la opinión pública. El mundo académico, especialmente el de la Ivy League (Brown University, Columbia University, Cornell University, Dartmouth College, Harvard University, University of Pennsylvania, Princeton University, Yale University), y el mundo científico y los centros de investigación.

Y luego, por supuesto, el mundo económico, tanto el industrial como el financiero. En una posición aparentemente secundaria se encuentra una red de think tanks, financiados por diversos actores, que se ocupan del análisis y desarrollo estratégico, influyendo a su vez en las decisiones de los nodos más importantes. Todo esto, no hace falta decirlo, es un esquema muy resumido de la composición del Estado profundo.

El grupo de estos sujetos, cada uno portador de sus intereses específicos, está unido –como se ha dicho– por el hecho de tener alguna forma de poder, por no estar sujetos a una rotación frecuente como las clases políticas dominantes y –en cierto sentido- por tener un interés común en defender y fortalecer ese poder imperial en el que prosperan.

Como se puede imaginar fácilmente, la extensión y relevancia política del Estado profundo es mayor cuanto mayor e importante sea la dimensión en la que opera (como lo sugiere el hecho de que la expresión nació en Turquía). Por el contrario, cuanto menor es la dimensión en la que opera, y sobre todo menos relevante, menor es la importancia del Estado profundo (cuyos elementos, como es evidente, están presentes en toda sociedad estatal), hasta el punto de estar completamente ausente. Por ejemplo, si bien en Italia existen poderes de facto, distintos de los constitucionales, estos nunca se han coagulado en una forma similar a la examinada hasta ahora.

En conclusión, y volviendo a uno de los puntos iniciales, el hecho de que la expresión Estado profundo sea engañosa en muchos sentidos plantea ciertamente un problema, ya que su uso corre el riesgo de generar equívocos, el más clásico de los cuales es precisamente el de imaginar dos Estados, uno oculto y otro público, en el que el primero opera al margen de la ley y contra el segundo. Como hemos visto –para quienes obviamente comparten esta lectura del fenómeno– en realidad lo que llamamos Estado profundo no sólo no es un Estado en sí mismo (mucho menos oculto), sino que está parcialmente compuesto por pedazos del Estado oficial. Piezas que, conviene dejar claro, no son infieles al estado público (en cierto modo, incluso se podría decir que lo son más, en comparación con la clase política que va y viene). En términos simples, se podría decir que, desde su punto de vista, los elementos que conforman el Estado profundo piensan y actúan de acuerdo con una visión que, en términos temporales, trasciende la de las clases políticas dominantes pro tempore.

A la luz de estas consideraciones, he llegado a la conclusión de que, para evitar en la medida de lo posible los malentendidos mencionados, de ahora en adelante –y a mi muy pequeña manera– utilizaré más bien la expresión poder profundo, esperando no generar yo mismo confusión.

Notas

  1. Véase “Estado profundo”en Wikipedia

Fuente: Metis

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