A menudo nos preguntamos
quién realmente gobierna Occidente, quién decide las grandes líneas que, como
corderitos, los gobiernos siguen. Y, como sospechábamos, no son los sabios de
Sion, ni los que cita el Informe Lugano: son el Estado profundo.
Sobre el Estado Profundo
El Viejo Topo
12 marzo, 2025
Oímos cada vez
más hablar del Estado profundo, y yo mismo utilizo a menudo esta
expresión. Se utiliza generalmente para designar una característica típica del
sistema estadounidense, pero –aunque es aquí más que en ningún otro lugar donde
se puede hablar razonablemente de ello– en realidad no es una realidad limitada
a los states, Recientemente escribí un texto en el que, por
ejemplo, hablé de un Estado profundo europeo.
Aunque parezca
extraño, el término tiene su origen en Turquía; Fue el ex primer ministro de
izquierda Mustafa Bülent Ecevit quien acuñó la expresión (en turco, derin
devlet), refiriéndose a la red de poder secular-militar que se había
formado alrededor de Kemal Ataturk y que luego sobrevivió a su muerte.
Sin
embargo, la definición actual de lo que es el Estado profundo no
es unívoca. Según Wikipedia [1], «a nivel político se entiende como el
conjunto de aquellos organismos, legales o no, que gracias a sus poderes
económicos o militares o estratégicos influyen en la agenda de objetivos
públicos, de forma secreta y al margen de las estrategias políticas de los
estados del mundo, lejos de los ojos de la opinión pública. También llamado
“Estado dentro del Estado”, está formado por lobbies y redes de poder ocultos,
secretos, encubiertos, capaces de actuar incluso contra instituciones públicas
conocidas”.
En mi opinión,
sin embargo, esta definición corre el riesgo de ser engañosa, sobre todo en
referencia a su situación por excelencia, es decir, Estados Unidos.
La imagen
resultante, de hecho, se parece mucho a la que conocemos bien de los
servicios desviados (con referencia a los numerosos episodios en los
que los servicios secretos italianos actuaron fuera y en contra de lo que era
la línea política oficial del Estado). Una imagen que tiende a
separar y contrastar –precisamente– el Estado profundo y el
Estado oficial. Este tipo de interpretación, sin embargo, tiene dos grandes
defectos: el primero, el más evidente, es precisamente el de hacer una
distinción entre estos dos niveles, presentándolos como separados e
incluso posiblemente conflictivos; la segunda es presentar el Estado
profundo como un Estado y como algo oculto. Ambas cosas no son ciertas
Comencemos
diciendo que todos los elementos que componen el Estado profundo –y
veremos cuáles son más adelante– tienen visibilidad pública. Puede que no
aparezcan en todos los programas de noticias, pero son personas y
organizaciones conocidas que expresan públicamente sus ideas y orientaciones.
Por supuesto, por ejemplo, el público en general no lee los cientos de páginas
de informes producidos por los centros de estudios, pero aun así,
están fácilmente disponibles. Y lo más importante es que no estamos ante
un Estado dentro de un Estado. La representación como estado
implica que estamos en presencia de un organismo que tiene su propia estructura
muy precisa y, sobre todo, una línea de mando precisa. Lo cual no es así.
Esbocemos,
pues, un retrato de lo que es realmente el Estado
profundo, refiriéndonos siempre al Estado estadounidense.
La imagen más
cercana que podemos tomar de Internet, podríamos de hecho describirla como
una red, es decir, una red formada por nodos conectados
entre sí de diversas maneras, y que tienen en común el hecho de tener algún
tipo de poder. En este sentido también podríamos hablar de
una comunidad. Obviamente dentro de la red –aunque
hablemos de una estructura horizontal, reticular– hay nodos que
tienen un peso mayor y otros que lo tienen menor, pero en todo caso pueden
influenciarse entre sí, y no necesariamente de forma vertical, de
arriba hacia abajo.
Sin embargo,
para entender la naturaleza y la composición del Estado profundo es
necesario dar un paso atrás.
Para una gran
potencia imperial, que obtiene la mayor parte de su riqueza (y por
tanto de su poder) no de su propia capacidad productiva sino de su capacidad
depredadora hacia los demás, el mantenimiento de su imperio, de su
hegemonía, es fundamentalmente una cuestión de estrategias a largo plazo.
Cuando la estructura formal del Estado imperial tiene
una forma democrática, y por tanto está sujeta a la rotación de las clases
dominantes, se hace necesario que exista una columna vertebral capaz
de garantizar la continuidad, independientemente de los cambios electorales. En
resumen, lo que se necesita es un conjunto de elementos que no estén sujetos
al sistema de spoiling, ni a la validación electoral. Este grupo
es, en cierto sentido, el núcleo del Estado profundo, alrededor del
cual se congregan otras fuerzas, a menudo mucho más poderosas. Es en este humus donde
se elaboran las estrategias de mediano y largo plazo, donde se las vuelve a
discutir y donde –en última instancia– no sólo se delinean las líneas de
acción imperiales, sino que también se identifican las clases
dominantes a las que se debe confiar la tarea de vez en cuando
Todo esto, en
lo que respecta a Estados Unidos, en un contexto en el que la participación
democrática es bastante relativa, donde la opinión pública es más fácilmente
manipulable que en otros lugares y donde, por tanto, el poder oligárquico es
muy fuerte, aunque ceda voluntariamente el escenario a otros.
Cuando hablamos
de Estados profundos, por tanto, nos referimos a una serie de
organismos y/o individuos que, por diferentes razones, tienen poder efectivo,
pero no necesariamente la misma visión de cuáles son las mejores estrategias, o
las mejores clases dirigentes. En resumen, no es un monolito. Por el contrario,
la dinámica interna de la red tiende a ser cambiante e incluso
vivaz, y los resultados finales son siempre producto de las relaciones de poder
que se determinan y que alcanzan un punto de equilibrio entre diferentes
intereses y pulsiones ideológicas.
Podemos pues,
para empezar, incluir en la red a aquel grupo de funcionarios
públicos que garantizan la continuidad del aparato estatal federal, y que
pueden facilitar o dificultar la acción del gobierno. Siguiendo en la esfera
pública, podemos añadir la estructura del Pentágono y la amplia comunidad de
agencias de seguridad. Todas las organizaciones en las que la rotación debido
al deterioro del sistema generalmente se produce solo en los
puestos superiores, mientras que el grueso de la máquina permanece
inalterado.
A continuación,
encontramos todo el mundo del infoentretenimiento, desde los medios
tradicionales hasta Hollywood, pasando por las grandes redes sociales,
etc., todos ellos elementos fundamentales para el control de la opinión
pública. El mundo académico, especialmente el de la Ivy League (Brown
University, Columbia University, Cornell University, Dartmouth College, Harvard
University, University of Pennsylvania, Princeton University, Yale University),
y el mundo científico y los centros de investigación.
Y luego, por
supuesto, el mundo económico, tanto el industrial como el financiero. En una
posición aparentemente secundaria se encuentra una red de think tanks,
financiados por diversos actores, que se ocupan del análisis y
desarrollo estratégico, influyendo a su vez en las decisiones de los nodos más
importantes. Todo esto, no hace falta decirlo, es un esquema muy resumido de la
composición del Estado profundo.
El grupo de
estos sujetos, cada uno portador de sus intereses específicos, está unido –como
se ha dicho– por el hecho de tener alguna forma de poder, por no estar sujetos
a una rotación frecuente como las clases políticas dominantes y –en cierto
sentido- por tener un interés común en defender y fortalecer ese poder
imperial en el que prosperan.
Como se puede
imaginar fácilmente, la extensión y relevancia política del Estado
profundo es mayor cuanto mayor e importante sea la dimensión en la que
opera (como lo sugiere el hecho de que la expresión nació en Turquía). Por el
contrario, cuanto menor es la dimensión en la que opera, y sobre todo menos
relevante, menor es la importancia del Estado profundo (cuyos
elementos, como es evidente, están presentes en toda sociedad estatal), hasta
el punto de estar completamente ausente. Por ejemplo, si bien en Italia existen
poderes de facto, distintos de los constitucionales, estos nunca se han
coagulado en una forma similar a la examinada hasta ahora.
En conclusión,
y volviendo a uno de los puntos iniciales, el hecho de que la expresión Estado
profundo sea engañosa en muchos sentidos plantea ciertamente un
problema, ya que su uso corre el riesgo de generar equívocos, el más clásico de
los cuales es precisamente el de imaginar dos Estados, uno oculto y otro
público, en el que el primero opera al margen de la ley y contra el segundo.
Como hemos visto –para quienes obviamente comparten esta lectura del fenómeno–
en realidad lo que llamamos Estado profundo no sólo no es un
Estado en sí mismo (mucho menos oculto), sino que está parcialmente compuesto
por pedazos del Estado oficial. Piezas que, conviene dejar claro,
no son infieles al estado público (en cierto modo, incluso se
podría decir que lo son más, en comparación con la clase política
que va y viene). En términos simples, se podría decir que, desde su punto de
vista, los elementos que conforman el Estado profundo piensan
y actúan de acuerdo con una visión que, en términos temporales, trasciende la
de las clases políticas dominantes pro tempore.
A la luz de
estas consideraciones, he llegado a la conclusión de que, para evitar en la
medida de lo posible los malentendidos mencionados, de ahora en adelante –y a
mi muy pequeña manera– utilizaré más bien la expresión poder profundo,
esperando no generar yo mismo confusión.
Notas
- Véase “Estado profundo”en Wikipedia
Fuente: Metis
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