Ya no es posible ocultar
más la subordinación (militar, económica, militar, cultural) de Europa a EEUU.
Trump no lo permite: ha decidido dejar las cosas claras y obviar los
eufemismos. Y Europa está paralizada por el estupor.
Trump, hijo legítimo de Europa
El Viejo Topo
26.02.2025
Trump es un
hijo legítimo, no bastardo, de la Europa moderna. Como lo fue Hitler en su
tiempo. La madre que dio a luz a estos hijos dará a luz a otros hasta que sea
devorada por uno de ellos, tal vez por el propio Trump. En lugar del Saturno de
Goya devorando a sus hijos, Europa será devorada por sus hijos. En esta
metáfora, ser devorada no significa extinguirse. Significa volver a ser lo que
fue hasta el siglo XIV, un rincón insignificante de la Gran Eurasia en el que
el Mediterráneo oriental se erigía como puente entre los mundos oriental y
occidental conocidos entonces. Trump comenzó a desestabilizar Europa en 2016,
devorándola para mitigar las peores consecuencias del declive del imperialismo
estadounidense. El proceso no empezó con él y continuó después, con Biden y por
otros medios: en lugar de la guerra comercial, la guerra de Ucrania. Estamos,
pues, ante un proceso histórico que analizamos con la dificultad de quien
analiza la corriente de las aguas mientras es arrastrado por ellas.
A partir del
siglo XV, Europa se llamó a sí misma la educadora del mundo. Y la cartilla de
los educadores estaba dominada por la idea de que educar al otro es devorar al
otro. Devorar es un progreso para los que devoran y un destino común para los
que son devorados. Devorar es siempre progreso, ya sea devorar mediante la
evangelización, la compra, el robo, la ocupación, la guerra o la asimilación.
Por devorar entendemos una forma de antropofagia. La forma europea se
autodenominó civilización y, en consecuencia, todas las demás formas de
antropofagia que los educadores europeos encontraron en el mundo fueron declaradas
bárbaras y, como tales, proscritas y demonizadas. Trump no es sólo un hijo
legítimo, sino también un alumno que ha aprendido bien la lección que le dieron
los educadores europeos.
Por llamativas
que sean las rupturas entre la política de siempre y el tsunami Trump, tiendo a
ver continuidades y son éstas las que significan el peligro de los tiempos que
vivimos. El hecho de que se enfaticen las rupturas nos hace pensar que una vez
que Trump sea historia, todo volverá a ser como antes. No será así. Trump es históricamente
el espectáculo del declive de lo que llamamos Occidente. No es el declive de
EEUU, es el declive de Europa y del mundo occidental. El largo ciclo que
comenzó en el siglo XV está llegando a su fin. La inconsciencia de este hecho
por parte de la socialdemocracia europea (que lleva suicidándose desde 1980)
queda bien expresada en la reciente publicación de Social Europe, de la
Fundación Friedrich-Ebert, titulada «EU Forward: Shaping European Politics
& Policy in the Second Half of the 2020s» (2025). Las ruinas explicadas por
quienes las provocaron se limitan a proponer soluciones que ellos mismos
rechazaron en un momento en que podrían haber sido posibles y evitado el
desastre. Desde 1945, el pacto colonial entre Europa y Estados Unidos se ha invertido.
La autonomía concedida a la Europa dividida y la generosidad de su defensa
(OTAN) tenían como objetivo contener el peligro comunista. Europa ha
interiorizado tanto este papel que ahora no tiene más remedio que inventar el
inexistente peligro comunista para sobrevivir. Europa es ahora una colonia de
su antigua colonia, sin que ninguna de ellas haya pasado por un verdadero
proceso de descolonización.
La matriz
europea de Trump
La matriz
europea tiene los siguientes componentes: superioridad civilizatoria;
racionalidad instrumental; exclusividad epistémica de la ciencia y la
tecnología; íntima relación entre comercio y guerra; conquista o contrato
desigual; pacta sunt servanda cuando conviene; línea abisal entre seres
plenamente humanos y seres infrahumanos; la naturaleza nos pertenece, nosotros
no pertenecemos a la naturaleza; soberanía, enemigos internos y enemigos
externos; dialéctica revolución/contrarrevolución. Esta matriz no bajó de los
cielos, ni fue revelada a ningún descendiente tardío de Moisés. Es constitutiva
de la estructura de dominación (explotación, opresión, discriminación) de la
modernidad occidental, compuesta por tres pilares de dominación principales e
intrínsecamente vinculados: capitalismo, colonialismo y patriarcado. Esta
tríada ha variado mucho a lo largo de los siglos, pero permanece intacta, ayer
como hoy, y siempre se ha servido de dominaciones satélites, ya sean de casta,
de capacitismo, de etarismo, de religión, de política, etc.
Esta matriz no
es exhaustiva, ha tenido múltiples interpretaciones y versiones y ha producido
efectos contradictorios. La modernidad europea también permitió a dos grandes
intelectuales malditos, uno al principio del ciclo y otro al principio del fin
del ciclo, ver como nadie las contradicciones de las interpretaciones
dominantes de esta matriz y las catástrofes que produciría. Me refiero a Baruch
Espinosa y a Karl Marx.
La superioridad
civilizatoria
En la
modernidad occidental, la superioridad civilizatoria presupone la superioridad
racial. A su vez, la superioridad racial presupone que no se pueden utilizar
los mismos procedimientos e instituciones con los inferiores que con los
iguales. Según la lógica secular, de Aristóteles a Nietzsche, sería una
contradicción tratar a los desiguales como iguales. El racismo y el militarismo
han sido siempre los subtextos de la superioridad civilizatoria. Devorar en
nombre de la superioridad civilizatoria, sea cual sea el instrumento utilizado,
provoca una forma específica de ansiedad derivada de la posible reacción de
aquellos destinados a ser devorados. El racismo deshumaniza para legitimar la
brutalidad de la represión, el militarismo elimina. Trump prefiere el racismo
extremo porque le permite combinar la deshumanización con la eliminación. A
diferencia de los indios, los inmigrantes no tienen que ser eliminados. Se les
traslada a sus países de origen o a nuevas reservas, ya sea en Guantánamo o en
El Salvador. Los inmigrantes son esposados para dramatizar el contraste con la
liberación de los verdaderos estadounidenses.
La racionalidad
instrumental y la exclusividad epistémica de la ciencia y la tecnología
El principio
moderno de que el conocimiento es poder sólo sería un principio benévolo si se
reconociera la pluralidad de conocimientos existentes en el mundo y se
celebraran las posibilidades de enriquecimiento mutuo. En lugar de ello, se dio
prioridad exclusiva a la ciencia y, más tarde, a la tecnociencia. Esto tuvo las
siguientes consecuencias: un desarrollo científico y tecnológico sin
precedentes; el epistemicidio masivo, es decir, la destrucción, supresión o
marginación de todos los conocimientos considerados no científicos; la
construcción de un sentido común según el cual ser racional es adaptar los
medios a los fines propuestos sin que éstos sean objeto de discusión
(eficacia); la devaluación de la ética resultante de la sustitución de lo razonable
por lo racional; creciente discrepancia entre la conciencia técnica y la
conciencia ética, en detrimento de esta última; rechazo de los límites externos
del conocimiento científico, es decir, de las preguntas que la ciencia nunca
podrá responder por mucho que avance, por la sencilla razón de que esas
preguntas no pueden formularse científicamente (por ejemplo, ¿cuál es el
sentido de la vida? ); la tendencia a convertir los problemas políticos en
técnicos y a reducir las cuestiones cualitativas a cuantitativas. Elon Musk es
la cara visible y caricaturesca del extremismo al que puede conducir este tipo
de racionalidad. Pero él no es la causa, sino la consecuencia. Quienes le
critican por su triunfalismo delirante son los mismos que celebran la
inteligencia artificial sin darse cuenta de que son dos manifestaciones del
mismo tipo de inteligencia y del mismo tipo de artificialidad. Llevada a su
extremo, la racionalidad instrumental implica irracionalidad ético-política. El
crecimiento actual de la extrema derecha es una de las muestras de ello.
El uso racional
de los recursos naturales y humanos
La racionalidad
instrumental de la dominación capitalista, colonialista y patriarcal moderna se
fijó como objetivo la maximización de la acumulación de recursos como condición
para maximizar los beneficios; los medios para lograrlo fueron los que cada
época posibilitó, frente a la resistencia de los «desacumulados» o desposeídos,
fueran seres humanos o naturaleza. Antes de ser utilizado por los marxistas
para caracterizar las relaciones laborales, el concepto de explotación se había
utilizado durante mucho tiempo para explotar la naturaleza según el mismo
principio de que el conocimiento es poder. El neoliberalismo en las relaciones
laborales y el colapso ecológico son dos caras de la misma moneda. Del mismo
modo que «¡perfora, bebé, perfora!» (“drill, baby, drill!”) y el trato a los
trabajadores inmigrantes son dos caras de la misma moneda.
En la lógica de
la racionalidad moderna, todo lo que es racionalmente utilizable es naturaleza.
Parece contradictorio porque la distinción entre naturaleza y humanidad ha sido
central al menos desde la Ilustración: la naturaleza nos pertenece; nosotros no
pertenecemos a la naturaleza. De hecho, no hay contradicción porque la
definición de cada uno de los términos siempre permanece abierta, de modo que
todo lo que puede utilizarse racionalmente como recurso acumulativo se
convierte en naturaleza. Los pueblos indígenas eran naturaleza, como lo eran
las mujeres, como lo eran los esclavos. Y si observamos hoy cómo se
industrializan los cuerpos humanos para funcionar eficazmente en las nuevas
configuraciones del trabajo, lo que está en juego es la re-naturalización de lo
humano.
Íntima relación
entre comercio y guerra
Desde sus
inicios, el comercio y la guerra han sido las dos caras de la expansión
colonial europea. Francisco de Vitoria (1483-1546), el gran defensor del libre
comercio, la propiedad individual y el derecho internacional, es también el
partidario de la guerra justa cada vez que se violan los valores mencionados.
De hecho, en opinión de los críticos del universalismo liberal, éste siempre ha
llevado el estigma de justificar la guerra en nombre de principios que sólo
favorecen a una parte, la que tiene el poder, en un momento histórico dado, de
definir lo que es el universalismo liberal. El doble rasero como principio de
gobierno es inherente a la modernidad occidental. El principio de que los
pactos deben cumplirse (pacta sunt servanda) siempre se ha aplicado con una
cláusula invisible (para los incautos): «siempre y sólo cuando convenga a los
poderosos»
En la matriz de
la dominación moderna, la guerra es el principio y el fin, el primer y el
último recurso. Entre medias, la desposesión o la acumulación primitiva (y
permanente), el robo, el comercio, el intercambio desigual, la esclavitud, el
trabajo femenino no remunerado, etc. Para que todo se desarrolle en el marco de
la civilización y no de la barbarie, se inventaron la diplomacia y los
contratos desiguales. Adam Smith advertía de la existencia de contratos
desiguales siempre que hubiera una desigualdad de condiciones materiales o de
otro tipo entre las partes del contrato. La mayor desigualdad se produce cuando
la parte más débil no tiene más remedio que aceptar el contrato con las
condiciones ofrecidas por la parte más fuerte. Desde los contratos laborales y
de servicios entre particulares y empresas multinacionales hasta los contratos
de explotación de recursos naturales y los acuerdos comerciales entre países
centrales y periféricos, existe una larga historia de contratos desiguales en
la modernidad occidental.
La línea abisal
entre seres plenamente humanos y seres infrahumanos
La jerarquía
entre civilización y barbarie ha adoptado características diferentes a lo largo
de los siglos. A partir del siglo XVI, esta jerarquía se utilizó para
justificar el colonialismo, primero justificado por la religión y luego, con la
Ilustración, justificado por la ciencia. La superioridad civilizatoria se
convirtió en racial, blanca. Como dice Frantz Fanon en Pieles negras,
máscaras blancas, es el racista quien crea a su inferior. A partir de
entonces, la idea de humanidad universal, tan cara a la Ilustración, pasó a
depender de los límites del universo de lo que se considera humano. Y, por
definición de superioridad civilizatoria, este universo no abarca a todos los
humanos. Surge una línea abisal entre los seres plenamente humanos (los que
pertenecen a la sociabilidad metropolitana) y los seres infrahumanos (los que
pertenecen a la sociabilidad colonial). La demarcación de exclusión/inclusión
es tan radical que, aunque se institucionalizó durante el periodo del
colonialismo histórico (la esclavitud, el código negro de 1695, las leyes
segregacionistas de Jim Crow de finales del siglo XIX y principios del XX, los
códigos de indigenismo portugueses a partir de la década de 1920), se convirtió
en la segunda naturaleza de la civilización occidental y, como tal, sobrevivió
al final del colonialismo histórico y al final de toda legislación
discriminatoria.
Hoy es una
línea tan radical como invisible en el plano de la normatividad institucional.
Es la base del racismo, del robo continuado de los recursos naturales del Sur
global y del intercambio desigual entre los países centrales y periféricos del
sistema mundial. En la modernidad eurocéntrica, la humanidad no es posible sin
la infrahumanidad. Al tratarse de una línea abisal, su existencia no depende de
leyes o demarcaciones físicas (como el apartheid) porque está inscrita en lo
más profundo del inconsciente colectivo de la modernidad occidental. Esto no
significa que no esté siempre disponible para ser visualizada cuando conviene a
los poderes políticos encargados de reproducir la dominación moderna. Los muros
que cierran las fronteras y las deportaciones masivas de presuntos delincuentes
son las dos formas más visibles en la actualidad.
Recordemos que
las deportaciones, aunque tienen una historia muy larga, fueron una de las
principales formas de castigo-población en el primer periodo de expansión
colonial europea. Los portugueses la utilizaron a partir del siglo XVI,
enviando convictos a los territorios «descubiertos»; a partir de 1717, los
británicos deportaron a unas 40.000 personas a las colonias, primero a
Norteamérica y luego a Australia (entre 1787 y 1855). A la luz de esta
historia, se entiende por qué Trump insiste tanto en que los inmigrantes son
todos criminales. Aprendió bien la lección europea.
Conquista
El principio de
conquista es inherente a la modernidad occidental. No se limita a la conquista
territorial; también incluye la conquista de la religión, la espiritualidad, la
mente, las emociones y la subjetividad. La conquista utiliza múltiples armas, desde
las militares hasta las económicas, educativas, discursivas, religiosas y
lúdicas. La conquista «sabe» que encontrará mayor o menor resistencia y por
ello opera según la lógica de la neutralización preventiva. El uso más eficaz y
económico de la fuerza es amenazar. La conquista implica robo, compra,
apropiación, diplomacia y violencia. Si observamos el actual territorio
estadounidense, veremos que es el resultado del ejercicio más radical del
moderno plan de conquista. Trump sigue fiel a este ejercicio cuando imagina sus
nuevas conquistas territoriales
Soberanía,
enemigos internos y enemigos externos
La idea de
soberanía moderna que surge del Tratado de Westfalia (1648) está en el origen
tanto del nacionalismo como del internacionalismo modernos. Cada uno de ellos
fue tanto una realidad como una invención y sus significados políticos fueron
diferentes e incluso contradictorios a lo largo del tiempo y según las
circunstancias. La exacerbación del nacionalismo entre los países colonizadores
fue siempre el presagio de la guerra, mientras que el nacionalismo de los
países colonizados fue una condición para la independencia. Como EEUU es una
colonia que se independizó sin descolonizarse, el nacionalismo ha estado al
servicio tanto de la guerra como del aislacionismo.
Esta ambigüedad
del concepto de soberanía, al tiempo que creaba una distinción entre enemigos
internos y externos, permitía manipularlo al servicio de los intereses
políticos del momento. Así, los inmigrantes son, según Trump, una entidad
híbrida, entre el enemigo interno y el enemigo externo. La misma manipulación
es posible con los amigos internos y externos. A muchos les habrá sorprendido
que Trump empezó castigando con aranceles a sus amigos más cercanos (Canadá,
México, Europa). En la lógica de Trump, como en la de Francisco de Vitoria,
cualquiera que sea un rival económico es un enemigo político, por muy amigo que
parezca.
Dialéctica
revolución/contrarrevolución
Debido a su
incesante e incondicional expansionismo, la modernidad occidental está constituida
por la dialéctica entre insurgencia y contrainsurgencia. Ambas utilizan métodos
más o menos violentos en distintos momentos y según las circunstancias. Estamos
en un periodo en el que la insurgencia utiliza métodos no violentos
(democracia, sistema judicial, opinión pública), mientras que la
contrainsurgencia utiliza cada vez más métodos violentos (discurso del odio,
auge de la extrema derecha, amenaza de guerra). Nadie puede prever las
consecuencias de esta discrepancia. En el pasado, esta discrepancia condujo a
la prevalencia de la contrainsurgencia.
¿Y ahora?
¿Está
desconfirmado el excepcionalismo estadounidense?
Sí. Como Europa
y todos los países del mundo, Estados Unidos puede producir héroes y villanos,
puede crear democracias y destruirlas. La diferencia en beneficio o perjuicio
radica en el poder de cada país en el sistema mundial moderno
¿Puede volver
el fascismo?
Sí y no. Hitler
dio un golpe de Estado en 1933 tras ganar las elecciones de 1932. Trump ganó
las primeras elecciones en 2016 para preparar el golpe institucional (los
nombramientos en el Tribunal Supremo) y ahora está ejerciendo el nuevo mandato
como si fuera un golpe democrático. La extrema derecha mundial está muy atenta
para definir en cada país qué estrategia, en la misma línea, conducirá a los
mismos resultados
¿Habrá una
guerra mundial?
Es probable. En
el caso de guerras anteriores, algunos de los mayores defensores de la paz
fueron los que más prepararon la guerra y luego la libraron. Si hay una guerra,
será con China, y esta vez el territorio estadounidense será el escenario de la
guerra. Creo que los estadounidenses son tan adictos a la idea del
excepcionalismo que aún no se han dado cuenta.
¿Puede la
izquierda estar ocasionalmente de acuerdo con Trump?
Esta respuesta
es sin duda la más controvertida. Pero tomemos el ejemplo de USAID. Durante
años, los analistas críticos han criticado a la USAID como el lado benévolo de
la contrainsurgencia de la CIA. Se creó en 1961 para evitar que la revolución
cubana se extendiera por el subcontinente. La ayuda humanitaria siempre ha
consistido en desarrollar actitudes y comportamientos favorables al
imperialismo estadounidense. Los comentaristas al servicio del imperio (que
siempre se equivocan sobre las intenciones del imperio) se lamentan todos de
este último golpe de Trump a la benevolencia de la ayuda estadounidense a los
pueblos más desfavorecidos. Sin duda, esta ayuda ha sido preciosa para las
poblaciones y su corte abrupto creará mucho sufrimiento. Pero China y sus
aliados no tardarán en llenar el vacío dejado por USAID. ¿Con mejores condiciones
para los países beneficiarios? Probablemente sí, mientras China sea el imperio
ascendente. Entonces ya veremos.
Fuente: Othernews
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