Pues sí, la película no
coincide exactamente con la realidad de la época, pero en lo sustancial da en
la diana. Hay carencias (¿dónde está CCOO?) y pequeñas falsificaciones (recién
llegados de Murcia chapurreando catalán) pero aún así, ¡chapeau!
¡Coged el autobús!
EL VIEJO TOPO / 24 febrero, 2025
UNA NOTA
SOBRE EL 47
Por Antonio
Navas
El 47 cuenta la historia de un acto de disidencia pacífica y el movimiento
vecinal de base que en 1978 transformó Barcelona y cambió la imagen de sus
suburbios para siempre. Manolo Vital era un conductor de autobús que se
adueñaba del bus de la línea 47 para desmontar una mentira que el Ayuntamiento
se empeñaba en repetir: los autobuses no podían subir las cuestas del distrito
de Torre Baró. Un acto de rebeldía que demostró ser un catalizador para el
cambio, de que las personas se enorgullecen de sus raíces, de una lucha del
vecindario, de la clase trabajadora que ayudó a crear la Barcelona moderna de
los años 70.
(Filmaffinity)
En primer
lugar, debo decir que me resulta muy curiosa la opinión, la vivencia íntima de
lo que cuenta la película, diría más bien, tan diferente según la experiencia
personal de cada cual, incluida la mía. Los juicios relativos a las
intenciones de los realizadores, productores, directores, y el gusto estético
de cada quien los dejo al margen, porque siendo determinantes en la filia o
fobia desarrollada hacia esta cinta, creo que no son lo esencial del
asunto.
Yo soy de los
que no quería verla porque era del tal Roures, y porque al personaje extremeño,
Vital, semianalfabeto, se le hace chapurrear catalán, cosa que sin conocer la
realidad tal cual fue, no me encajaba (porque eso no era así en los barrios que
YO conocí, ni en los militantes políticos o populares que YO conocí…pero vete
tú a saber) y me sonaba a operación típica y tópica manipulatoria para vender
un refrito del pasado, tamizado de nacionalismo incipiente incardinado en
nuestra historia popular reciente, la del antifranquismo, la de las luchas
populares, la de los inmigrantes, la de los miserables.
Creo que debe
dejarse de lado, también y desde luego sólo hasta cierto punto, la veracidad de
ciertos momentos que se recrean en la película y que pueden ajustarse más o
menos a la realidad. Se han mencionado varios, es posible que fueran así o no, que
lo fuesen en parte, a medias. Aquí el espectador ignorante de los hechos
concretos (yo), hace una evaluación acorde con su experiencia personal por
asimilación; en mi caso la mía, cada cual la suya.
El asunto de la
falta de veracidad, digamos que es el precio que hay que pagar por ver cine
comercial, que es todo el que vemos (alguna excepción hay); efectivamente es
cine comercial, hecho para ganar dinero y de rondón difundir una determinada
visión de ciertos acontecimientos y épocas, hecho al gusto del que paga, el
productor. Como todo cine. Como el que vemos habitualmente, como el de
Hollywood. Como tanta obra de arte. En realidad también es, en parte, el
problema del arte, una recreación de la vida, con verdad, con falsedad, con
intención, además de con magia y talento para expresar, para impresionar, para
evocar, para incitar. Hay que andarse con mucho ojo con toda obra de arte.
Pero debemos,
de más está decirlo entre cinéfilos avezados como muchos de nosotros,
intentar leer entre líneas, exprimirle el jugo a la narración
cinematográfica, ver lo no evidente, lo que no reside en la estructura
narrativa, ni en la óptica más o menos distorsionada del productor o el
director, hasta cierto punto presentista: el catalán, el individualismo, tal
escena, tal elipsis, esto o lo otro.
Cuando vi la
película, cuando decidí verla, era porque la daban en la tele y no tenía ganas
de perder tiempo escogiendo algo más digno de mi categoría como cinéfilo. Tenía
un prejuicio que era negativo hacia la misma, por las primeras impresiones que
había leído de algunos compañeros, por la antipatía hacia los productores y
hacedores de la obra (excepción hecha de los magníficos actores, magníficos de
quitarse el sombrero, merecedores de unos premios Velázquez,–no confundir con
los Goya–) y el ambientillo adverso generado en ciertos ámbitos, incluido el
nuestro.
Y hete aquí que
vi la película. Y me emocionó hasta los tuétanos.
Vi a mis
padres, a mis camaradas, a mis vecinos, padres de mis amigos, a gente que
reconocía perfectamente. Gente ya muerta. Gente que ya no existe. Y lo que es
peor y terrible, tipos, perfiles de individualidad que ya no existen, de
culturas, de formas de vida que ya no existen ni existirán. Habrá otras mejores
o peores, pero no aquellas. ¿Melancolía, nostalgia? Creo que no, sólo un poco.
Vi a gente que sé cómo pensaban, cómo actuaban, cómo amaban, cómo sufrían, cómo
luchaban. Y os confesaré la verdad: me gustaron mucho, me enamoraron. Me gustó
mucho el amigo de Vital, el cordobés, de Puente Genil (ya sabéis…de Puente
Genil a Lucena…), mis padres son de ahí cerca. Qué se le va a hacer, así es el
amor. Sus hijos, sin embargo, ya no somos así. Yo ya no soy así. Aquello se
perdió, forma parte de otra historia más de las miles de la Historia, una ya
periclitada, desaparecida, gloriosa para los que tuvimos el privilegio de
observarla y de sentirla, incluso de participar modestamente, en mi caso
en estado de hijo-niño-adolescente, premilitante. Puede ser que por eso la
recuerde tan vívidamente.
De donde yo
vengo las asambleas sí se organizaban, también, espontáneamente, en las
esquinas de las calles, en las puertas de los colegios, en las plazas de los
pueblos, bueno, en aquellos descampados de tierra aplanada que llamábamos
plazas. Luego había reuniones en la asociación de vecinos y esas cosas más
formales. La gente hablaba desordenadamente y cada uno de lo que le parecía, me
recordó mucho a un documental sobre las Madres de la Plaza de Mayo, en que Hebe
de Bonafini se quejaba risueñamente de que al principio, en las reuniones que
dieron lugar al poderoso movimiento, aquello era una charla de mamás y abuelas,
cada una con su cuento, hasta que se llegaba a las cosas comunes, a lo que se
podía hacer.
Así se consiguieron escuelas, semáforos, asfalto y ambulatorios. Las
manifestaciones, las concentraciones, eran pacíficas, cuidadosamente moderadas
y pacíficas hasta en los lemas que se coreaban: ¡Vecino, únete, el problema es
de todos! En vez del más asilvestrado ¡Vecinos mirones, bajad de los balcones!
La cuestión es que había madres y niños, abuelos y abuelas incluso, y no se
trataba de que molieran a palos a nadie, si era posible. En esas condiciones,
si había policía era difícil responder como aguerridos luchadores. La cosa
funcionaba de otra manera, eran otros contextos sociales. Así pues, yo no veo
en la película otra cosa que lucha por la vida, por la colectividad, por la
dignidad, ¡por la dignidad!
Y sí, queridos
amigos, mi madre y otras vecinas iban al ayuntamiento y preguntaban con quién
se tenía que hablar para tal o cual tema: la piscina para los niños en
verano, las aulas en barracones provisionales de las prometidas escuelas
públicas, la ampliación del consultorio, el asfaltado, qué sé yo… Y esperábamos
como tontos pueblerinos en cualquier vestíbulo de mierda el tiempo que hiciera
falta hasta ser recibidos por el repugnante funcionario de turno (mucho peor
que el de la película); o si la cosa estaba caliente hasta por algún cargo
importante, puede que hasta el alcalde del consistorio cuando el asunto ya
quemaba. Yo he ido con mi madre y lo he visto. Normalmente las mamás no iban
solas, sino en grupito, cuando menos dos, nunca solas.
No sé si Vital
era tan individualista o un simple héroe de barrio, el más lanzado del barrio,
aquel con la idea genial, o simplemente el que por su horario podía ir a
buscarse la vida en los entresijos de la burocracia municipal. Sí, a mí eso de
ir como tontos pueblerinos y preguntar dónde hay que ir para solucionar tal o
cual tema sí me suena, me resuena, lo he hecho, bueno, lo hacía mi mamá, y me
llevaba con ella cuando no podía dejarme con nadie, porque mi papá estaba
trabajando en la SEAT. Allí, en la SEAT, a veces se pegaban tiros, con
resultado de muerte definitiva, en alguna ocasión, muerte para siempre; así que
a las manifestaciones iban ellos, los trabajadores, sin su familia;
normalmente, las más de las veces terminaban escapando de la policía; pocas o
ninguna vez, que yo recuerde, pudiendo cometer heroicidades, más bien corriendo
como liebres para que por mala suerte no les fueran a pegar otro tiro suelto.
En San Adrián, donde vivíamos, ya se habían cargado a Manuel Fernández Márquez,
al otro lado del río. Se tenía mucho respeto a la policía. En el cuartelillo de
la Guardia Civil, justo al lado de mi casa habíamos contemplado algunas escenas
poco edificantes con detenidos, que aún los guardias se permitían el lujo
de representar en público. Yo no sé qué pasó, ni me importa realmente, en el
final de la escena del autobús, la detención. Pero me resuena, me resuena en el
alma. A veces se era heroico, las menos, otras tocaba tener ¡coneixement!
Igual que Vital
cuando el poli hijo de puta le lleva a su niña a casa después de pillarla
haciendo pintadas, reclamando agradecimiento por haberla salvado de una paliza…
o de algo peor: ¡Qué vergüensa, qué vergüensa Vital! Vital,
prudentísimo, frena a su mujer y le agradece el gesto al poli fascista,
cuidándose mucho de no perder el temple: ¡Conocimiento, conocimiento!
¡Coneixement!
Sí, el barrio y
las gentes y las cosas de la película me recordaron muchísimo a las gentes y
las cosas del mío.
Fuente: EspaiMarx
No hay comentarios:
Publicar un comentario