Curioso sistema este de la democracia parlamentaria: los
partidos en el poder incumplen sistemáticamente las promesas electorales, y
llevan a cabo políticas con las que están en desacuerdo la mayoría de los
ciudadanos. Para ese viaje sobran alforjas.
El extraño estado de la democracia occidental
El Viejo Topo
20 septiembre, 2024
Durante todo el
periodo de posguerra en los países metropolitanos la democracia nunca ha estado
en un estado tan extraño como el actual. Se supone que la democracia significa
la aplicación de políticas conformes con los deseos del electorado. Cierto, no
es que los gobiernos primero averigüen los deseos populares y luego decidan la
política; la conformidad entre ambos se garantiza bajo el dominio burgués
cuando el gobierno decide las políticas de acuerdo con los intereses de la
clase dominante y luego dispone de una maquinaria de propaganda que persuade al
pueblo sobre la sensatez de estas políticas La conformidad entre la opinión
pública y lo que desea la clase dominante se consigue así de una manera
compleja cuya esencia reside en la manipulación de la opinión pública.
Sin embargo, lo
que ocurre actualmente es totalmente distinto: la opinión pública, a pesar de
toda la propaganda que se le dirige, desea políticas totalmente distintas de
las que persigue sistemáticamente la clase dominante. En otras palabras, las
políticas favorecidas por la clase dominante se están llevando a cabo a pesar
de que la opinión pública se opone a ellas de forma palpable y sistemática. Esto
es posible gracias a que la mayoría de los partidos políticos se alinean detrás
de estas políticas; es decir, gracias a que un amplísimo espectro de
formaciones o partidos políticos respaldan estas políticas en contra de los
deseos de la mayoría del electorado. Así pues, la situación actual se
caracteriza por dos rasgos distintos: en primer lugar, una amplia unanimidad
entre el grueso de las formaciones políticas (partidos); y en segundo lugar,
una falta total de congruencia entre lo que acuerdan estos partidos y lo que
desea el pueblo. Esta situación no tiene precedentes en la historia de la
democracia burguesa. Además, estas políticas no se refieren a cuestiones
menores sobre tal o cual asunto, sino a cuestiones fundamentales de guerra y
paz.
Tomemos el
ejemplo de Estados Unidos. La mayoría de la población de ese país, según todas
las encuestas de opinión disponibles, está horrorizada por la guerra genocida
de Israel contra el pueblo palestino; desearía que Estados Unidos pusiera fin a
la guerra y no siguiera suministrando armas a Israel para prolongarla. Pero el
gobierno estadounidense está haciendo precisamente lo contrario, aun a riesgo
de convertir la guerra en una que envuelva a todo Oriente Próximo. Del mismo
modo, la opinión pública estadounidense no desea una continuación de la guerra
de Ucrania. Es partidaria de poner fin a ese conflicto mediante una paz
negociada; pero el gobierno estadounidense (junto con el del Reino Unido) ha
torpedeado sistemáticamente toda posibilidad de arreglo pacífico. Su oposición
a los acuerdos de Minsk, una oposición transmitida a Ucrania a través del viaje
del primer ministro británico Boris Johnson a Kiev, fue lo que inició la guerra
en primer lugar; e incluso ahora, cuando Putin había hecho ciertas propuestas
para establecer la paz, incitó a Ucrania a lanzar su ofensiva de Kursk, que
acabó con todas las esperanzas de paz.
Lo
significativo es que tanto los republicanos como los demócratas de EEUU están
de acuerdo en esta política de proporcionar armas a Netanyahu y Zelensky, a
pesar de que la opinión pública desea la paz y a pesar de que cualquier
aventurerismo de Ucrania corre el riesgo de desencadenar una conflagración
nuclear.
Este contraste
entre lo que desea el pueblo, a pesar de toda la propaganda a la que ha sido
sometido, y lo que ordena el establishment político, aflige a todos los países
metropolitanos; pero en ningún lugar es tan descarnado como en Alemania. La
guerra de Ucrania afecta directamente a Alemania de una manera que no afecta a
ningún otro país metropolitano, ya que Alemania dependía totalmente del gas
ruso para sus necesidades energéticas. Las sanciones impuestas a Rusia han
provocado una escasez de gas; y la importación de sustitutos más caros desde
Estados Unidos ha hecho subir los precios del gas hasta niveles que repercuten fuertemente
en el nivel de vida de los trabajadores alemanes. Los trabajadores alemanes
exigen con urgencia el fin de la guerra de Ucrania; pero ni la coalición
gobernante, formada por los socialdemócratas, los demócratas libres y los
verdes, ni la principal oposición, formada por los democristianos y los
socialcristianos, muestran interés alguno por una resolución pacífica del
conflicto. Por el contrario, la clase política alemana está intentando azuzar
el miedo a la aparición de tropas rusas en las fronteras alemanas, ¡aunque,
irónicamente, son tropas alemanas las que están estacionadas actualmente en
Lituania, en las fronteras de Rusia!
En su
desesperación por poner fin a la guerra de Ucrania, el pueblo trabajador alemán
está recurriendo a la neofascista AfD, que profesa estar en
contra de la guerra (aunque uno sabe que inevitablemente traicionará esta
promesa en cuanto se acerque al poder) y al nuevo partido de izquierda de Sahra
Wagenknecht, que se separó del partido de izquierda matriz, Die Linke, por esta
misma cuestión de la guerra.
Exactamente lo
mismo ocurre con las actitudes alemanas hacia el genocidio de Gaza. Mientras
que el grueso de la población alemana se opone a este genocidio, el gobierno
alemán ha criminalizado de hecho toda oposición al genocidio israelí alegando
que constituye «antisemitismo». Incluso disolvió una convención que se estaba
organizando para protestar contra el genocidio, a la que habían sido invitados
ponentes de renombre internacional como Yanis Varoufakis. El uso de la vara del
«antisemitismo» para golpear toda oposición a la agresión de Israel está muy
extendido también en otros países metropolitanos. En Gran Bretaña, Jeremy
Corbyn, el antiguo líder del Partido Laborista, fue expulsado de ese partido,
aparentemente por su supuesto «antisemitismo» pero en realidad por su apoyo a
la causa palestina; y las autoridades universitarias estadounidenses han
invocado esta acusación contra las protestas generalizadas en los campus que
han sacudido ese país.
Normalmente, se
intenta conseguir este tipo de cabalgada sobre la opinión pública manteniendo
estas cuestiones candentes de la paz y la guerra totalmente fuera de la
discusión política. En las próximas elecciones presidenciales estadounidenses,
por ejemplo, dado que ambos contendientes, Donald Trump y Kamla Harris, están
de acuerdo en suministrar armas a Israel, esta cuestión en sí no figurará en
ningún debate presidencial ni en la campaña presidencial. Mientras que otros
temas en los que difieren ocuparán el centro del escenario, el crucial que
afecta a la gente y en el que tienen una opinión diferente de los
contendientes, no será un tema de debate.
Una de las
razones del apoyo de la clase política a las acciones israelíes, que dista
mucho de ser insignificante, es la generosa financiación que recibe de los
donantes proisraelíes. Según un informe publicado en la revista Delphi
Initiative (21 de agosto), la mitad del gabinete de Keir
Starmer, el recién elegido primer ministro laborista británico, había recibido
dinero de fuentes proisraelíes para concurrir a las elecciones que les llevaron
al poder. El mismo número de la misma revista informa también de que un tercio
de los miembros conservadores del parlamento británico habían recibido dinero
de fuentes pro-Israel para las elecciones. En otras palabras, el dinero
pro-Israel está a disposición de los dos principales partidos de Gran Bretaña;
esto hace que el apoyo a las acciones israelíes sea un asunto bipartidista.
Por otro lado,
lo que les ocurre a quienes se posicionan con Palestina queda ilustrado por dos
casos en los miembros del Congreso de Estados Unidos, Jamaal Bowman y Cori
Bush, ambos representantes progresistas negros, que simpatizaban con la causa
palestina y eran fuertes críticos del genocidio israelí, fueron derrotados por la
intervención del AIPAC (Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-Israelí), un
poderoso lobby proisraelí, que vertió millones de dólares en el esfuerzo.
La Iniciativa Delphi del 31 de agosto informa de que se habían
gastado 17 millones de dólares para la derrota de Bowman y 9 millones de
dólares para la campaña publicitaria contra Cori Bush. Curiosamente, en la
campaña contra Cori Bush no se mencionó la agresión de Israel contra Gaza, ya
que el AIPAC sabía que en ese tema concreto el público habría apoyado a Cori
Bush en lugar de a su oponente, y de ahí que frustrara sus planes para
derrotarla. Lo que todo esto significa es que una decisión fundamental sobre la
guerra y la paz que afecta a todo el mundo está siendo tomada en los países
metropolitanos en contra de los deseos del pueblo por un
estamento político financiado por grupos de presión con intereses creados.
Así pues, en la
metrópoli se ha pasado de la «manipulación de la disidencia» mediante la
propaganda a la ignorancia total de la disidencia, incluso de la disidencia de
una mayoría que ha demostrado ser inmune a la propaganda. Esto representa una
nueva etapa en la atenuación de la democracia, una etapa caracterizada por una
bancarrota moral sin precedentes del establishment político. Dicha bancarrota
moral del establishment político tradicional también constituye el contexto
para el crecimiento del fascismo; pero tanto si el fascismo llega realmente al
poder como si no, la atenuación de la democracia en las sociedades
metropolitanas ya ha desempoderado a la gente hasta un punto sin precedentes.
Fuente: ESPAIMARX
No hay comentarios:
Publicar un comentario