Golpismo, fisiología del capitalismo
DIARIO OCTUBRE / agosto 12, 2024
Fabrizio Casari (Radio La Primerísima).— Las escenas de violencia en Venezuela, donde los nuevos “guarimberos” atacaron a hombres, oficinas y símbolos de la institucionalidad del país, deben ser descifradas como lo que son: un intento de golpe de Estado querido y apoyado por Estados Unidos como todos los intentos anteriores en la historia de las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela. El objetivo era (y sigue siendo) el derrocamiento del gobierno de Maduro y la instauración de un régimen de ultraderecha similar, en muchos aspectos, al de Noboa en Ecuador y – con algunos rasgos prestables – al de Milei en Argentina.
La fisonomía
golpista de la derecha venezolana no sorprende. La identidad subcultural,
hidrofóbica, impregnada de clasismo, racismo y odio hacia adentro combinada con
dosis masivas de malinchismo hacia afuera, son las connotaciones típicas de la
derecha latinoamericana en general y encuentran en la venezolana el punto de
máxima expresión.
Pero aunque la
derecha continental cuente con bloques sociales, votos duros, apoyo político y
empresarial, herramientas mediáticas, finanzas y relaciones internacionales, donde
hay una izquierda que cumple con su misión la derecha no puede convertirse en
mayoría electoral. El único instrumento viable para ella, además, connotado a
su dimensión ideológica, es por tanto la toma violenta del poder. Porque los
tiempos de espera para volver a ser mayoría electoral son largos (allí donde
existen) e irreconciliables con la urgencia de frenar el cambio internacional
del que la propia América Latina es en parte inspiradora y en todo caso
protagonista.
El golpismo no
es (sólo) una conspiración de perversos, sino un modo preciso de acción
política. Pero si bien no es (sólo) una conspiración de perversos, también es
cierto que no hay conspiración de perversos que no haya sido concebida por un
conspirador aún más perverso. Los funcionarios del terror actúan en referencia
a una idea de gobierno que representa sin pudor intereses poderosos. Surge
principalmente de la negación de las reglas democráticas, de la no aceptación
del fundamento de la democracia, es decir, la libertad de expresión y la
participación en la vida política y electoral de todos los ciudadanos. El
principio universal de participación es visto como una afrenta a la dimensión
del poder político que pertenece, según ellos, a la clase a la que pertenecen y
tiene como rasgos identitario el fascismo, el racismo, el clasismo y el
machismo.
Con su
reivindicación de la supremacía de una raza hispánica de raíces europeas y la
confirmación de su destino pretendiendo estar en la cúspide de toda pirámide
social, maldicen haber nacido en el Sur y creen que apoyando al Norte pueden
encontrar su lugar. Contiene una idea de la dominación del Norte sobre el Sur
que nunca ha perdido su vigor, incluso cuando se ha querido hacer creer que era
la adhesión a los principios democráticos y el fin de la guerrilla lo que
habría eliminado de raíz los impulsos golpistas y dictatoriales.
Saben que la
mera función de vasallaje al gigante del Norte mantiene a pueblos y países en
la miseria, pero garantiza su riqueza y defiende los asquerosos privilegios que
la caracterizan. Es, por excelencia, la aplicación del postulado principal de
la Doctrina Monroe, que produce una coincidencia de intereses entre el imperio
y la oligarquía latinoamericana: la cooptación de la casta oligárquica
encuentra, en la alianza con EEUU, una extraordinaria coincidencia ideológica y
programática que se expresa en la ayuda mutua y ve en el anexionismo una
especie de destino natural al que hay que acompañar y nunca oponerse.
Luego está el
aspecto de contrarrestar las políticas socioeconómicas que, allí donde se
establecen gobiernos de izquierdas, tienden a invertir las prioridades de gasto
en dirección a los menos pudientes, interrumpiendo la transferencia de recursos
públicos al sector privado. Las inversiones en derechos universales suponen una
amenaza mortal para la dominación de clase, porque allí donde las necesidades
generan derechos, los privilegios pierden ciudadanía.
Sin embargo, el
golpismo no es patrimonio exclusivo del paisaje latinoamericano: la propia
Europa –España, Italia, Grecia, Portugal, Romania entro otros– ha sido su
víctima. Pero el continente latinoamericano sigue siendo el territorio más
propicio para los experimentos de torsión violenta del orden democrático: por
otra parte, esto se ve reconfortado por su historia como laboratorio político
de las técnicas de dominación a las que Estados Unidos ha sometido
históricamente al subcontinente.
Los modelos
operativos del golpismo
La entrada de
la tecnología en los procesos de cambio social ha provocado modificaciones prácticas,
no conceptuales, en las doctrinas golpistas. Éstas se producen en medio de una
transición que, en algunos casos, todavía tiene el rostro histórico de la
aventura en la que los militares toman el mando de los países; en otros, la
metodología aplicada se basa en la desestabilización y se apoya en una alianza
entre sectores oligárquicos, jerarquías eclesiásticas y extrema derecha.
Cuando, por
falta de condiciones objetivas, las dos opciones mencionadas se tornan
impracticables, existe el “Plan C”: dejar el gobierno de algunos países clave
para el orden geopolítico latinoamericano a una opción electoral diferente en
la forma pero similar en el contenido. Esta apertura parcial y a veces forzada
de la fiera permite el mensaje de una supuesta veta democrática en la que se
reconocerían militares y empresarios, extrema derecha e iglesia. Nada más
falso. Se trata del gorila, que para la ocasión se presenta con traje y
corbata.
La
particularidad del golpismo latinoamericano es que cruza las necesidades de
dominación de las oligarquías locales y del capitalismo estadounidense, y que
ambas adquieren connotaciones numéricamente significativas gracias también al
apoyo incondicional de las jerarquías eclesiales y del evangelismo (entre ellos
en feroz competencia pero ambos alistados para la causa común) y por tanto
decisivos para cimentar y estructurar el consenso de masas a la estrategia
imperial. Y es precisamente en Estados Unidos donde el modelo contemporáneo de
conspiración golpista, comúnmente identificado con las estrategias de guerra
híbrida, expresa el sentido más profundo de los intereses estadounidenses.
Funciona en clave de escuela el intento (y repetido) de golpe de Estado en
Venezuela. Difícil de ignorar que la idea de derrocar al chavismo mediante un
golpe de Estado ha existido desde el primer día en que el Comandante Chávez
asumió su cargo en Miraflores. Hoy, cualquiera que sea la interpretación que se
le quiera dar, debe catalogarse como parte fundamental de una más amplia
operación de “recuperación” del continente por parte de Washington.
En el actual
contexto internacional, con los capitales desplazándose del Norte al Sur, con
la reconversión verde de las economías marcando los tiempos y los combustibles
fósiles conservando su valor estratégico, con todo el Occidente colectivo
teniendo que prescindir de los hidrocarburos rusos pero teniendo en el Golfo
Pérsico amigos menos fiables que antaño, las extraordinarias reservas de
petróleo convencional y no convencional de Venezuela, así como sus preciosos minerales,
agua dulce y reservas de la biosfera, tienen un valor estratégico absoluto.
Veinte millones
de barriles de petróleo al día transitan desde el Estrecho de Ormuz hasta las
costas estadounidenses, y en la diferencia de coste entre los 44 días que tarda
en navegar y los cuatro días que tardaría si el crudo procediera de Venezuela,
se mide toda la “ansiedad por la democracia” de la Casa Blanca. Aquí, incluso
antes de la narrativa política, se mide la actitud de EEUU hacia el continente.
Pasan las
décadas y la historia no cambia: a cada proceso de emancipación y liberación,
la derecha reaccionaria y conservadora opone la fuerza a la razón. Revoluciones
que han sido enderezadas por un flagelo como las dictaduras oligárquicas que
patinaron en la sangre de los justos, ya experimentaron en formas similares el
intento estadounidense de derrocarlas por la fuerza. Las respuestas llegaron de
forma tajante e inapelable. Parafraseando a Bertolt Brecht, no se podía ni se
puede ser amable.
Esto nos
enseñaron los procesos revolucionarios que se convirtieron en gobierno: la
afirmación de un proceso democrático basado en la participación popular no
puede separarse de la necesidad de defender la constitucionalidad y la
naturaleza institucional del sistema político y el resultado de la votaciones
por cualquier medio y en cualquier momento. Defender la voluntad popular es la
antesala de cualquier proyecto democrático y progresista, aún más de un
proyecto socialista.
Incluso antes
de ver afianzarse un proceso de cambio socioeconómico –deseable y necesario–
luchar contra el golpismo significa reafirmar la legitimidad del cambio social
y político. Un siglo y medio después, se reafirma la tesis de Marx que, al
tiempo que rechazaba la idea de una democracia formal que no aboliera las
desigualdades, preveía que la propia democracia liberal se volvería
incompatible con el dominio del capitalismo desarrollado. Sigue vigente su
invitación a elegir: socialismo o barbarie.
Fuente: radiolaprimerisima.com
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