Las razones de por
qué Occidente prolonga una guerra que tiene perdida repugnan a la razón. Rusia
lo advirtió desde el principio: lo que estaba en juego era su propia existencia
como nación. No podía permitirse perder. Y ahora se ha puesto los guantes.
Rusia se calza los guantes de boxeo
El Viejo Topo
5 abril, 2024
Moscú se
prepara para ponerse los guantes de boxeo. Mientras, el puzzle del ataque
terrorista en el teatro Crocus City Hall va tomando forma, las piezas comienzan
a encajar. Hay una variable nueva en el tablero: el portavoz del Kremlin,
Dmitri Peskov, admite que Rusia está en guerra. No hablamos de una “operación
especial” sino de guerra. Putin no lo ha enunciado públicamente para evitar implicaciones
mayores en cuanto a la movilización de tropas y recursos. El Estado Mayor ruso
analiza la situación militar y entiende que aún no es el momento de la
movilización general.
En este momento
los avances territoriales se realizan teniendo menos efectivos que el ejército
ucraniano; vemos cómo se desarrolla una guerra de nuevo cuño. Importantes
doctrinas militares están siendo cuestionadas. Si la guerra civil americana fue
la primera gran guerra moderna, con el uso del ferrocarril, enormes ejércitos,
ametralladoras, barcos blindados y guerra económica, la Primera y Segunda
Guerras mundiales recogieron parte de esas enseñanzas y las proyectan a otro
nivel. La guerra ucraniana, en cambio, tiene características propias y será
estudiada como una nueva forma de conflicto donde la guerra con drones, robots,
la guerra cognitiva a través de las redes sociales y la logística tienen un
papel estelar. Las declaraciones del vocero del Kremlin apuntan a que Moscú se
está preparando para actuar, pero ni las formas ni los ritmos serán
determinados por la OTAN; será el Kremlin y el propio Estado Mayor ruso quienes
decidan el cómo y el cuándo.
El atentado es
el último regalo de la sanguinaria Victoria Nuland, eliminando así la
posibilidad de un arreglo territorial en la guerra de Ucrania. La desesperación
de Occidente, al ver perdida la guerra, provoca el uso del terrorismo como arma
en el campo de batalla. La respuesta de Moscú es clara: «ni siquiera hemos
empezado”. Por otro lado, fuentes occidentales afirman que tropas regulares de
Francia, Alemania y Polonia están acantonadas en el sur de Kiev, en una clara
provocación. Aunque lejos del campo de batalla, no lo están lo suficiente de
los misiles hipersónicos rusos. Pero el escenario no estaría completo sin otra
casualidad. El mismo día del atentado en Moscú, Estados Unidos y Reino Unido
lanzan ataques concentrados contra Saná, capital yemení, justo después de que
Yemen firmara un acuerdo con Rusia y China que permite a estos países la
navegación segura por la zona controlada por los huzíes; en contrapartida Yemen
podría entrar en los Brics+ en octubre próximo.
El atentado en
Moscú plantea dudas sobre la autenticidad de los militantes musulmanes. Ningún
musulmán, ni siquiera los más radicales combatientes del ISIS, atentarían en el
sagrado mes del Ramadán y en viernes precisamente. La mano de los servicios
secretos occidentales se percibe claramente. El atentado se intentó ejecutar en
los días de las elecciones presidenciales rusas. La vigilancia extraordinaria
lo evitó. A pesar de las advertencias de las embajadas de EEUU y Reino Unido a
sus ciudadanos, los servicios de inteligencia de esos países no proporcionaron
datos concretos del probable lugar que hubieran ayudado a evitar la tragedia.
Hay otra coincidencia más; los propietarios del teatro Crocus City Hall, que
tendrá que ser reconstruido, son la familia Agaralov, muy amigos de Donald
Trump, con quien han hecho negocios.
En medio de
esta tragedia hay personajes que no han podido controlar su entusiasmo, como el
secretario del Consejo de Seguridad Nacional de Ucrania, Oleksiy Danilov, quien
se ha puesto una diana en la frente al afirmar en la televisión ucraniana que
: “les daremos [a los rusos] este tipo de diversión más a menudo”.
Mientras, la visita de diplomáticos y militares de EEUU a Kiev se traduce en
una exigencia mayor. Se quiere rebañar el plato movilizando las últimas
reservas.
La Unión
Europea está absolutamente desorientada, cada personaje, como en un triste
vodevil, busca reforzar su figura, aunque incurran en sobreactuaciones,
incoherencias y enfrentamientos entre dirigentes. Lo único que les une es su
rusofobia y su incapacidad. Siguen fantaseando con destinar los fondos
congelados a Rusia para financiar a Ucrania. En este juego de intereses, el
canciller Olaf Scholz afirma que el dinero “congelado “no es de nadie, abriendo
así un peligroso precedente. ¿Quién se fiará de la UE cuando es incapaz de
respetar los acuerdos financieros firmados? Para colmo el Banco Central ruso
amenaza con medidas similares.
Mientras, las
tropas de la OTAN al sur de Kiev quedan al alcance de los misiles rusos. La
guerra ya ha pasado del Donbass a Moscú, ahora Rusia considera avanzar incluso
hacia L’viv, dejando a Ucrania sin salida al Mar Negro como en el siglo XVII,
mientras sus vecinos, Polonia, Rumanía y Hungría, pugnan por recuperar sus
territorios que ellos consideran “históricos”. Putin ha recibido el mensaje de
acabar con esta situación de forma definitiva. Sería hora de que comenzáramos a
pensar, ucranianos y el resto de occidentales, por qué se está combatiendo
hasta el final en beneficio del estado profundo estadounidense, del complejo
militar de ese país y especialmente de los grandes fondos de inversión como
BlackRock.
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