¿Cuál orden internacional?
por Thierry Meyssan
voltairenet.org
07.11.2023
Hoy ofrecemos a nuestros lectores el texto de la intervención de Thierry Meyssan en la conferencia realizada el 4 de noviembre de 2023, en Magdeburgo (Alemania), por la publicación Compact sobre el tema “Amistad con Rusia”. Meyssan explicó allí la diferencia fundamental entre las dos concepciones del orden del mundo que hoy se enfrentan, desde el Donbass hasta Gaza –la del bloque occidental y la concepción del orden internacional a la que se refiere “el resto del mundo”. No se trata de saber si ese orden debe ser regentado por una potencia (orden unipolar) o por un grupo de potencias (orden multipolar). Lo importante es saber si el orden debe respetar, o no, la soberanía de cada Estado.
En su intervención, Meyssan se apoya en la historia del Derecho
Internacional, según la visión del zar Nicolás II y del premio Nobel de
la Paz León Bourgeois.
RED VOLTAIRE | MAGDEBURGO
(ALEMANIA) | 7 DE NOVIEMBRE DE 2023
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Hemos visto los crímenes de la OTAN pero ¿por qué proclamar nuestra
amistad con Rusia? ¿No existe también un peligro de que ese país se
comporte mañana como la OTAN lo hace hoy? ¿No estaríamos sustituyendo
un yugo por otro yugo?
Para responder
a esa pregunta me basaré en mi experiencia como consejero de 5 jefes
de Estado. En todas partes, los diplomáticos rusos me han dicho: «Ustedes
se equivocan. Se comprometen a apagar un incendio aquí mientras hay
otro comenzando en otro lugar. El problema es más profundo y amplio.»
Quisiera, por
lo tanto, describir a ustedes la diferencia entre un orden mundial «basado
en reglas» y otro basado en el Derecho Internacional. No es una
historia lineal sino la historia de un combate entre dos concepciones del
mundo, un combate que tenemos el deber de continuar.
En el siglo
XVII, los Tratados de Westfalia [también denominados como “Paz de Westfalia”.
Nota del Traductor.] sentaron el principio de soberanía de los Estados.
Cada Estado es igual a los demás y ninguno de ellos puede inmiscuirse
en los asunto internos de los otros Estados. Esos Tratados rigieron
durante siglos tanto las relaciones entre los Landers actuales
como las relaciones entre los Estados europeos. En 1815, en el momento de
la derrota de Napoleón I, esos Tratados fueron reafirmados por el Congreso
de Viena.
Antes de la
Primera Guerra Mundial, el zar Nicolás II convocó dos conferencias
internacionales de paz en La Haya –en 1899 y 1907–para «buscar
los medios más eficaces para garantizar a todos los pueblos los beneficios
de una paz real y duradera». El zar Nicolás II preparó aquellas
dos conferencias internacionales con el papa Benedicto XV, basándose
no en el derecho del más fuerte sino en el derecho canónico. Veintisiete
Estados firmaron los trabajos finales de aquellas conferencias, al cabo de
2 meses de deliberaciones. El presidente del Partido [republicano]
Radical francés, León Bourgeois, presentó en La Haya su reflexión [1] sobre la dependencia recíproca
entre los Estados y sobre el interés que tendría para ellos la decisión de
unirse a pesar de sus rivalidades.
Bajo el impulso
de León Bourgeois, la Conferencia creó una Corte Internacional de Arbitraje
encargada de resolver los conflictos por la vía jurídica, para evitar que los
Estados recurriesen a la guerra. Bourgeois estimaba que los Estados
no aceptarían desarmarse mientras no tuviesen otras garantías de
seguridad. El texto final instituye la noción del «deber de los Estados de
evitar la guerra»… recurriendo precisamente al arbitraje.
Por iniciativa
de un ministro del zar, Frederic Fromhold de Martens, la Conferencia
concluyó que, durante un conflicto armado, las poblaciones y los
beligerantes deben quedar bajo la protección de los principios resultantes «de
los usos establecidos entre naciones civilizadas, de las leyes de la humanidad
y de las exigencias de la conciencia pública». En pocas palabras, los firmantes
se comprometían a no volver a comportarse como bárbaros.
Ese sistema funciona únicamente entre Estados
civilizados que respetan su propia firma y que rinden cuentas ante su propia
opinión pública. Y fracasó en 1914 porque los Estados habían perdido
su soberanía al concluir acuerdos de defensa que los obligaban a entrar
en guerra automáticamente en circunstancias que ellos mismos
no podían evaluar.
Las ideas de León Bourgeois avanzaron pero encontraron
oposición, como la de Georges Clemenceau, el rival de Bourgeois en el seno de
su propio partido. Clemenceau no creía que la opinión pública pudiese
impedir la guerra. Tampoco lo creían los anglosajones:
el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, y el primer ministro
británico, Lloyd George.
Así que, al final de la Primera Guerra
Mundial, el francés Georges Clemenceau, el estadounidense Woodrow Wilson y
el británico Lloyd George reemplazaron el balbuceante Derecho Internacional por
la fuerza de los vencedores; se repartieron el mundo y los despojos
del Imperio Austrohúngaro, del Imperio Alemán y del Imperio Otomano;
atribuyeron a Alemania toda la responsabilidad por las masacres, desconociendo
a la vez las responsabilidades de sus propios países y las masacres
que ellos mismos habían impulsado, e impusieron a Alemania un desarme
sin garantías.
Para evitar el surgimiento de un rival ante el Imperio
Británico en Europa, los anglosajones comenzaron a instigar a
Alemania en contra de la URSS y compraron el silencio de Francia
asegurándole que podría saquear el derrotado II Reich. De cierta
manera, como lo dijo en su momento el primer presidente de la República
Federal de Alemania, Theodor Heuss, los anglosajones crearon las
condiciones para el desarrollo del nazismo.
Conforme a lo que ya habían decidido entre ellos,
el francés Georges Clemenceau, el estadounidense Woodrow Wilson y el
británico Lloyd George remodelaron el mundo según su propia visión
(los 14 puntos de Wilson, los acuerdos Sykes-Picot y la declaración de
Balfour). Crearon el “hogar judío” de Palestina, dividieron África y Asia y
trataron de reducir Turquía a su mínima expresión. Esos 3 personajes
crearon todos los desórdenes actuales en el Medio Oriente.
Sin embargo, después de la Primera Guerra Mundial,
fueron las ideas del difunto zar Nicolás II y de León Bourgeois
las que dieron lugar al nacimiento de la Sociedad de Naciones (SDN),
sin participación de Estados Unidos, que así rechazaba oficialmente la
concepción del Derecho Internacional. Pero la SDN también fracasó,
no porque Estados Unidos se negara a ser miembro, como ya dijimos
–en definitiva, Estados Unidos estaba en su derecho de
no integrarse a la SDN–, sino porque la misma SDN fue incapaz de
reinstaurar una estricta igualdad entre los Estados –Reino Unido
se negaba a considerar como iguales los pueblos colonizados.
Otra razón del fracaso de la SDN es que esta nunca tuvo un ejército
común. La última razón del fracaso de la SDN es que los nazis
masacraron a sus opositores, destruyeron la opinión pública alemana, violaron
la firma de su propio país y no vacilaron en comportarse como
bárbaros.
A partir de la
Carta Atlántica, en 1942, el nuevo presidente estadounidense, Franklin
Roosevelt, y el nuevo primer ministro británico, Winston Churchill,
se fijaron como objetivo común instaurar un gobierno mundial al final
del conflicto. Creyendo que podrían llegar a gobernar el mundo,
los anglosajones no lograron sin embargo ponerse de acuerdo
sobre cómo hacerlo. Washington no quería que Londres interviniese
en Latinoamérica mientras que Londres no tenía intenciones de
compartir la hegemonía del Imperio donde «nunca se ponía el sol».
Durante la Segunda Guerra Mundial, los anglosajones firmaron numerosos
tratados con los gobiernos aliados, principalmente con los gobiernos en
el exilio, albergados en Londres.
Pero los anglosajones no lograron derrotar al
III Reich. Fueron los soviéticos quienes lo vencieron y tomaron
Berlín. El primer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética,
Josef Stalin, se oponía a la idea de instaurar un gobierno mundial… y
mucho menos anglosajón. Stalin solamente quería la creación de un organismo
capaz de evitar nuevas guerras. En definitiva, fueron los conceptos rusos
los que dieron nacimiento al sistema, el de la Carta de las Naciones Unidas,
que se adoptó en la Conferencia de San Francisco.
Según el principio instituido en las conferencias de
La Haya, todos los Estados miembros de la ONU son iguales. La
Organización de las Naciones Unidas incluye un tribunal interno –la Corte
Internacional de Justicia (CIJ), encargado de resolver los conflictos entre los
miembros de la ONU. Sin embargo, teniendo en cuenta las
experiencias anteriores, las cinco potencias victoriosas disponen
cada una de un escaño permanente en el Consejo de Seguridad de
la ONU, con derecho de veto. Al no existir ningún grado de confianza
entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad –los anglosajones
se plantearon incluso continuar la guerra utilizando los restos
de las tropas alemanas contra la URSS– y como no se sabía cuál
sería el comportamiento de la Asamblea General, los vencedores querían
garantizar que la ONU no se volviese contra ellos –Estados
Unidos había cometido espantosos crímenes de guerra al utilizar dos bombas
atómicas contra la población civil japonesa… cuando Japón se preparaba
para rendirse ante los soviéticos.
Pero las grandes potencias tenían concepciones muy
diferentes del derecho de veto. Para algunas de esas potencias, el derecho de
veto era un derecho de censura sobre las opiniones de los demás. Otras
lo veían como la obligación, para los vencedores, de adoptar decisiones
por unanimidad.
Pero los anglosajones nunca siguieron las reglas del
juego.
El 14 de mayo de 1948, un Estado israelí se
autoproclamó antes de que existiesen acuerdos sobre el trazado de sus fronteras.
Después, el enviado especial del secretario general de la ONU, a
quien se le había confiado la misión de velar por la creación de un Estado
palestino, el conde Folke Bernadotte, fue asesinado por los supremacistas
judíos, encabezados por Yitzhak Shamir. Además, el escaño destinado
a China en el Consejo de Seguridad de la ONU, en el contexto de la
guerra civil china a punto de terminar, no fue entregado al gobierno
de Pekín sino que terminó en manos del Kuomintang de Chiang Kai-chek.
El 15 de agosto de 1948, los anglosajones proclamaron una “República
de Corea” en su zona de ocupación de la península de Corea. El 4 de abril
de 1949, los anglosajones crearon la OTAN y después, el 23 de
mayo del mismo año, proclamaron la independencia de sus sectores de ocupación
en Alemania, bajo la denominación de “República Federal de Alemania”.
Considerándose
engañada, la URSS optó por la «política del escaño vacío» en el Consejo
de Seguridad. El soviético Josef Stalin, nacido en Georgia, creía,
erróneamente, que el veto no era un medio de censura sino un
instrumento para garantizar la unanimidad entre los vencedores y creyó que la
ausencia de la URSS impediría que el Consejo adoptara decisiones. Pero
los anglosajones dieron otra interpretación al texto de la Carta que
ellos mismos habían redactado y, el 25 de junio de 1950,
aprovecharon la ausencia de los soviéticos para poner cascos azules sobre
las cabezas de sus soldados y enviarlos a la guerra contra
los coreanos del norte «en nombre de la comunidad internacional»
(sic). El 1º de agosto de 1950, los soviéticos regresaron a
la ONU, después de 6 meses y medio de ausencia.
Si bien el
Tratado del Atlántico Norte es legal, su reglamento interno viola la Carta
de la ONU ya que pone los ejércitos de los países miembros de la
alianza atlántica bajo las órdenes de los anglosajones. El comandante
supremo de las fuerzas de la OTAN en Europa (SACEUR, siglas
en inglés) es obligatoriamente un general estadounidense [designado por
el presidente de Estados Unidos. Nota de Red Voltaire.].
Según el primer secretario general de la OTAN, Hastings Ismay,
el verdadero objetivo de la OTAN no es preservar la paz
ni luchar contra los soviéticos sino «Mantener a los americanos
dentro, a los rusos fuera y a los alemanes bajo tutela» [2]. En resumen, la OTAN es el
brazo armado del gobierno mundial que Roosevelt y Churchill querían crear.
Es en aplicación de ese objetivo [enunciado por Ismay], que el presidente
Joe Biden ordenó la voladura de los gasoductos Nord Stream y
Nord Stream 2, que conectaban a Rusia y Alemania.
Con el fin de
la Segunda Guerra Mundial, el MI6 [británico] y la OPC (o sea, la futura
CIA) instauraron secretamente una red stay-behind en Alemania.
Introdujeron en esa red miles de responsables nazis que habían ayudado a
escapar de la justicia. Klaus Barbie [el jefe de la GESTAPO en la ciudad
francesa de Lyon], quien había torturado al Coordinador Nacional de la
Resistencia francesa, Jean Moulin, se convirtió en el primer comandante de
aquel ejército secreto. Aquella red fue incorporada después a la OTAN y
los anglosajones la utilizaron para intervenir en la vida política de
sus supuestos aliados, en realidad sus vasallos.
Los ex
colaboradores de Joseph Goebbels crearon la Volksbund für Frieden und
Freiheit y, con ayuda de Estados Unidos, persiguieron a los
comunistas alemanes. Posteriormente, los agentes stay-behind de
la OTAN lograron manipular a la extrema derecha para convertirla en algo
detestable. Así sucedió con la banda Baader-Meinhof [la Fracción del Ejército
Rojo. NdT.] y cuando los miembros de aquel grupo fueron detenidos,
la red stay-behind los asesinó en la cárcel,
antes de que fuesen juzgados, para que no hablaran. A partir de 1992,
siguiendo instrucciones de la OTAN, Dinamarca espió a personalidades alemanas,
como la canciller Angela Merkel. Asimismo, en 2022, otro país miembro de
la OTAN, Noruega, ayudó a Estados Unidos en la voladura de los gasoductos
Nord Stream…
Pero, volvamos
al Derecho Internacional. Poco a poco las cosas fueron entrando
nuevamente en orden hasta que el ucraniano Leonid Brezhnev hizo en
Europa central, en 1986, con la «primavera de Praga», lo que
los anglosajones ya hacían en todas partes, prohibir a los Estados aliados de
la URSS optar por un modelo económico diferente al suyo.
Fue con la disolución de la URSS que las cosas
comenzaron a empeorar. El subsecretario de Defensa de Estados Unidos, Paul
Wolfowitz, elaboró una doctrina según la cual, para seguir siendo dueño
del mundo, Estados Unidos tenía que evitar a toda costa el surgimiento de un
nuevo rival… comenzando por la Unión Europea. En aplicación de esa
doctrina, el secretario de Estado James Baker impuso la ampliación de la
Unión Europea a todos los Estados que habían sido miembros del Pacto de
Varsovia o de la URSS. Con esa ampliación, la Unión Europea se privaba a
sí misma de la posibilidad de convertirse en una entidad política. Fue también
en aplicación de esa doctrina que el Tratado de Maastricht puso la Unión
Europea bajo la protección de la OTAN. Y es igualmente en aplicación
de la misma doctrina que Alemania y Francia pagan y arman a Ucrania.
Llegó entonces
el profesor checo-estadounidense Josef Korbel y propuso a los anglosajones
dominar el mundo reescribiendo los tratados internacionales. Según Korbel,
sólo había que reemplazar la racionalidad del derecho romano por el derecho
anglosajón, basado en la costumbre. De esa manera, todos los tratados
acabarían, a largo plazo, dando la ventaja a las potencias dominantes, Estados
Unidos y Reino Unido, vinculados por una «relación especial», según
palabras de Winston Churchill.
La hija del
profesor Korbel, la demócrata Madeleine Albright, se convirtió en
embajadora de Estados Unidos en la ONU y después en secretaria de Estado.
Cuando la Casa Blanca pasó a manos de los republicanos, la hija adoptiva
del profesor Korbel, Condoleeza Rice, se convirtió en consejera de
seguridad nacional y más tarde en secretaria de Estado. Durante
20 años, las dos “hermanas” [3] reescribieron pacientemente los
principales tratados internacionales, supuestamente para modernizarlos,
en realidad para modificar el espíritu mismo de esos textos.
Hoy en día, las instituciones internacionales
funcionan según reglas instauradas por los anglosajones, basadas en las
precedentes violaciones del Derecho Internacional. Ese “derecho” [basado
en reglas] no está escrito en ningún código ya que se trata
de la interpretación de la costumbre según la potencia dominante. Todos los
días estamos reemplazando el Derecho Internacional por reglas injustas y
estamos violando nuestra propia firma.
Por ejemplo:
Los Estados bálticos se comprometieron por escrito –en el momento de
su creación, en 1990– a conservar los monumentos que conmemoraban los
sacrificios del Ejército Rojo [soviético]. La destrucción de esos
monumentos es, por consiguiente, una violación de aquel compromiso.
Finlandia se comprometió por escrito –en 1947– a mantenerse neutral.
Su incorporación a la OTAN es una violación de su propia firma
al pie de aquel compromiso.
La ONU adoptó –el 25 de octubre de 1971– la resolución 2758, reconociendo
así que el gobierno de la República Popular China es el único
representante legítimo de la nación china. En aplicación de esa
resolución, el gobierno de Chiang Kai-chek fue expulsado del Consejo de
Seguridad y reemplazado por el gobierno de Mao Tse-Tung. Por consiguiente,
las recientes maniobras militares de la República Popular China en el
estrecho de Taiwán no son un acto agresivo contra otro Estado soberano
sino un despliegue militar chino en sus propias aguas territoriales.
Los Acuerdos de Minsk tenían como objetivo proteger a los ucranianos
rusoparlantes del acoso de los nacionalistas integristas. Francia
y Alemania se comprometieron, ante el Consejo de Seguridad de
la ONU, a actuar como garantes de la aplicación de los Acuerdos de Minsk.
Pero, como lo reconocieron públicamente la ex canciller alemana
Angela Merkel y el ex presidente francés Francois Hollande, ellos
no tenían intenciones de poner los acuerdos en aplicación. Sus firmas
no valían nada. Si hubiesen valido algo… hoy no habría guerra en
Ucrania.
La adulteración
del Derecho Internacional llegó a un punto culminante con la nominación,
en 2012, del estadounidense Jeffrey Feltman, como responsable de los
asuntos políticos en la ONU. Desde su oficina en la sede de
la ONU, en Nueva York, Jeffrey Feltman supervisó la guerra de
Occidente contra Siria, utilizando para la guerra las instituciones
de la paz [4].
La Federación Rusa respetó todos los compromisos que
firmó, y también los que había firmado la extinta Unión Soviética… hasta
que Estados Unidos la amenazó almacenando armamento a las puertas del
territorio ruso. El Tratado de No Proliferación nuclear (TNP) obliga
las potencias nucleares a abstenerse de diseminar por el mundo sus
arsenales nucleares. Violando su firma al pie del Tratado de
No Proliferación, Estados Unidos ha venido almacenando, desde hace
décadas, bombas atómicas en 5 países vasallos. Estados Unidos entrena
soldados de los ejércitos aliados en el uso de esas armas en las bases Kleine
Brogel (Bélgica), Buchel (aquí, en Alemania), Aviano y Ghedi (en Italia),
Volkel (Países Bajos) y en Incirlik (en Turquía).
Y ahora nos dicen que [esas violaciones del TPN] se
han convertido en “la costumbre”. Pero, la Federación Rusa, considerándose
asediada luego del vuelo de un bombardero nuclear sobre el golfo de Finlandia,
también ha comenzado a “jugar” con el TPN, desplegando armas atómicas
en Bielorrusia. Claro, Bielorrusia no es Cuba. Llevar armas nucleares
a Bielorrusia no cambia nada. Es sólo un mensaje dirigido a Washington:
“Si ustedes quieren volver al derecho del más fuerte, nosotros podemos
aceptarlo. Pero ahora los más fuertes somos nosotros.” Es importante
señalar que Rusia no viola la letra del TPN ya que no entrena
militares bielorrusos para que usen el armamento nuclear sino que se toma
“libertades” con la interpretación del Tratado.
Para ser eficaces y perennes, explicaba León Bourgeois
en el siglo pasado, los tratados deben basarse en garantías jurídicas.
Resulta por lo tanto urgente volver al Derecho Internacional.
Si no lo hacemos, nos veremos empujados a una guerra devastadora.
Restablecer el Derecho Internacional va en el sentido
de nuestro honor y de nuestro interés. El Derecho Internacional
es una construcción frágil. Si queremos evitar la guerra, tenemos que
restaurarlo y estamos seguros de que Rusia piensa como nosotros y que
no lo violará.
También podemos apoyar a la OTAN, que reunió a sus 31
ministros de Defensa en Bruselas, el 31 de octubre, para escuchar a su homólogo
israelí anunciando que iba a arrasar Gaza. Y ninguno de nuestros ministros,
incluyendo al alemán Boris Pistorius, se atrevió a alzar la voz
contra la planificación de ese crimen de masa que se perpetra contra los
civiles. No se dejen ustedes traicionar nuevamente, ahora por el
Partido Socialdemócrata y los Verdes.
La opción no es escoger entre dos amos sino proteger
la paz, desde el Donbass hasta Gaza, y, en definitiva, defender
el Derecho Internacional.
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