Wagenknecht pone el dedo
en la llaga al señalar a nuestra no-izquierda de hoy, posmoderna y alejada de
las clases populares, atlantista a la hora de la verdad, subyugada por la
ideología queer y responsable indirecta del crecimiento de la extrema derecha.
La izquierda de moda
El Viejo Topo
12 marzo, 2024
Ir contracorriente es una de las virtudes de Sarah Wagenknecht. La ya ex dirigente del Die Linke alemán, tras una larga batalla interna, rompió hace unos meses y abandonó el partido junto a otros, culpables de un giro liberal y cosmopolita, ya no atento a las luchas sociales, patrimonio tradicional de la histórica izquierda obrerista y socialdemócrata alemana. Esta ruptura fue precedida por la publicación en Alemania en 2021 de un libro suyo («Contra la izquierda neoliberal») que suscitó muchas discusiones y que se publicará próximamente en España.
Hay que decir
de una vez que ha pasado mucha agua bajo el puente desde que se escribió el
libro.
Solo tres años
después de su publicación, una alteración sistémica del equilibrio geopolítico
ha redibujado los mapas de la confrontación internacional. El inicio de la
operación militar especial de Rusia en Ucrania en defensa de las poblaciones
rusoparlantes del Donbass, la extensión del conflicto a la OTAN, que dirige y
supervisa el esfuerzo bélico ucraniano, la destrucción de las líneas
estratégicas de suministro de gas entre Rusia y Europa, y la guerra de
exterminio israelí en Gaza en los últimos meses con escenarios de una posible
ampliación en Oriente Medio, marcan un cambio de época en la perspectiva
política, incluso interna, de los movimientos «antisistema» que se mueven en el
continente europeo. El libro se detiene sólo en parte en los efectos nefastos
de la crisis pandémica que estalló en 2020 y se silenció en correspondencia con
los conocidos sucesos de febrero de 2022. Los rasgos generales del análisis
político y social que la autora hace de la situación alemana, y que podrían
extenderse a Europa Occidental, se confirman, incluso se refuerzan, al observar
las posiciones adoptadas por gran parte de las clases políticas que lideran la
izquierda liberal «progresista» y «radical».
Podemos decir
que la guerra mundial en curso entre el mundo occidental y el mundo oriental
contempla a esta izquierda –baste pensar en los socialdemócratas y verdes
alemanes, pero sin olvidar a nuestro PD local y arbustos varios– como activa
partidaria de las opciones belicistas atlánticas, y animada por un espíritu de
presunta superioridad moral y cultural hacia los otros mundos. Dicho esto, el
libro tiene el mérito de analizar concretamente y en un lenguaje muy sencillo
las contradicciones fundamentales del pensamiento de la izquierda «de moda»,
correspondiente a nuestra izquierda reflexiva de clase media que vive en la
zona residencial de las grandes ciudades metropolitanas. Hay que apreciar la
valentía con la que una figura histórica de la izquierda socialista alemana,
animadora de batallas históricas, ha decidido coger el toro por los cuernos. Su
tesis parte de la constatación de la mutación genética consumada de gran parte
de los grupos dirigentes de la izquierda histórica, que ha conducido a la
traición de su base social, constituida por los trabajadores de los servicios
de bajos ingresos y la clase obrera, que en los últimos treinta años han
sufrido todas las contrarreformas del liberalismo económico y el progresivo
desplazamiento de las batallas políticas y culturales hacia los temas de los
derechos individuales y las minorías sexuales, abandonando por completo el
campo de la lucha por la defensa del trabajo público y privado, la sanidad y
las condiciones sociales generales de las clases subalternas.
Wagenknecht no
sólo enumera muchos datos y ejemplos para demostrar esta tesis, sino que dedica
un capítulo a definir los nuevos sujetos sociales que representan la base de
consenso electoral de esta izquierda liberal, cosmopolita y de moda. Este punto
es muy importante porque no se queda en la vaguedad, en una crítica
superficial, sino que analiza los grupos sociales que han ganado posiciones
económicas y prestigio con el liberalismo y que muy a menudo tienen una actitud
de presunta superioridad moral hacia los trabajadores con baja formación, hacia
esa parte del proletariado del sector servicios que sufre la «modernidad»
liberalista. Conviene citar este pasaje que introduce la tesis del libro:
«Dos
personas que proceden de medios sociales diferentes tienen cada vez menos que
decirse, precisamente porque viven en mundos diferentes. Si la burguesía
acomodada y con estudios universitarios de las grandes ciudades aún consigue
encontrarse en la vida real con los menos afortunados, sólo lo hace gracias a
la valiosa labor de mediación del sector servicios, que puede ofrecerles quien
les limpie la casa, quien les entregue los paquetes y quien les sirva sushi en
un restaurante. Las burbujas no sólo existen en las redes sociales. Cuarenta
años de liberalismo económico, desmantelamiento del Estado del bienestar y
globalización han dividido las sociedades occidentales hasta tal punto que la
vida real de muchos ya sólo se mueve en la burbuja en la que se encuentra su
clase. Nuestra sociedad, aparentemente abierta, está en realidad llena de
muros» (p.13)
Este pasaje
subraya una pequeña verdad cotidiana que marca profundamente la vida social y
psicológica de una gran parte del proletariado descompuesto y fragmentado que
hoy prevalece en las grandes áreas urbanas. La incomunicabilidad social, la
división casi atomística del tejido de las clases subalternas es una de las
grandes cuestiones con las que tendrá que contar una izquierda que quiera
hablar al abigarrado mundo de los trabajadores típicos y atípicos, por
subalternos que sean, como su principal punto de referencia.
Pero veamos qué
entiende precisamente Wagenknecht por la izquierda de moda:
«El imaginario
público de la izquierda social está dominado por una tipología que en adelante
denominaremos izquierda de moda, en la medida en que quienes la apoyan ya no
sitúan los problemas sociales y político-económicos en el centro de la política
de izquierdas, sino las cuestiones relativas al estilo de vida, los hábitos de
consumo y los juicios morales sobre el comportamiento. Esta oferta política de
una izquierda de moda muestra su forma más pura en los partidos verdes, pero
también se ha convertido en una corriente dominante en los partidos
socialdemócratas, socialistas y de izquierdas de casi todos los países.»
Aquí habría que
decir algunas cosas a modo de aclaración. Si bien el razonamiento básico
responde a la mutación real de la izquierda socialista, socialdemócrata o ex
comunista, los contextos nacionales también marcan diferencias secundarias pero
no irrelevantes. Por ejemplo, en Alemania, los Verdes tienen una historia
política y unas raíces sociales que no son comparables a las de nuestro país,
sino también a las de otros como Francia. Por el contrario, en Italia la
izquierda ex comunista, ex socialdemócrata (depende del punto de vista) ha
hecho algo más que abandonar a sus propias clases de referencia, han sido
agentes activos de las peores contrarreformas sociales, del peor liberalismo
privatizador, gobernando en contra de las clases populares. Al mismo tiempo que
esta prolongada carnicería social, los grupos dirigentes de la «izquierda» han
recuperado su virginidad defendiendo la imaginería europeísta, las batallas por
las libertades sexuales y el estilo de vida moderno como señas de identidad de
la izquierda «moderna» del siglo XXI. La naturaleza de esta mutación es
profundamente social antes que política. Este aspecto queda bien esbozado en el
libro de Wagenknecht, en el que se dedica un capítulo a la base social de esta
izquierda cosmopolita, europeísta y «progresista». Hablamos de la izquierda, o
más exactamente de la izquierda europea, que es neoliberal en economía,
partidaria de la arquitectura política de la UE y de la narrativa de la
supuesta superioridad democrática y civilizatoria del europeísmo, en política
exterior proclive a los satélites del atlantismo angloamericano, en sociedad
partidaria de las campañas de opinión sobre los derechos individuales, socia
instrumental del mundo feminista y ecologista. Aquí, todo esto ya no tiene nada
que ver con el viejo mundo de la izquierda del siglo XX, comunista o
socialdemócrata, obrera y asalariada, aunque nos encontremos con que a menudo
los grupos dirigentes, al menos en Italia, proceden de ese mundo. He aquí otro
pasaje esclarecedor de Wagenknecht, que en sus líneas generales define un paradigma,
un tipo social y un carácter político:
«El
representante de la izquierda de moda vive en un mundo completamente distinto y
se define por otros temas. Evidentemente, es proeuropeo y cosmopolita, aunque
cada cual entienda estas palabras de moda de forma ligeramente diferente. Le
preocupa el clima y está comprometido con la emancipación, la inmigración y las
minorías sexuales. Está convencido de que el Estado nación es un modelo
moribundo y se considera un ciudadano del mundo y sin demasiados lazos con su
propio país…»
y otra vez:
«Como el
izquierdista de moda apenas entra en contacto directo con las cuestiones
sociales, éstas le interesan muy poco. Por supuesto, el objetivo sigue siendo
una sociedad justa y sin discriminación, pero el camino para llegar a ella ya
no pasa por las viejas cuestiones de economía social, es decir, salarios,
pensiones, impuestos y subsidios de desempleo, sino principalmente por los
símbolos y el lenguaje.
Pero volvamos a
las clases sociales de referencia, quedándonos en la situación alemana de la
que habla Wagenknecht.
El consenso
activo y pasivo de esta izquierda está arraigado entre licenciados de clase
media que trabajan en la administración pública, en puestos medios-altos,
profesionales de la comunicación y el marketing, en servicios financieros que
trabajan en obra social, en empresas de movilidad verde, piezas de la
burocracia sindical y del abigarrado mundo del ecologismo y las culturas
alternativas. En este medio crece y prospera una narrativa posmoderna, de mil lenguajes,
de vago pacifismo, de odio hacia cualquier recuperación de una soberanía
nacional y popular, etiquetada siempre y en todo caso como un remanente
reaccionario y de derechas, y abanderados convencidos de un europeísmo
abstracto que no significa otra cosa que un apoyo consciente e interesado a las
políticas neoliberales de Bruselas.
En resumen,
esta izquierda ha cambiado de forma y de contenido desde sus orígenes. Ha
optado por representar los intereses, expectativas y sentimientos de aquellas
clases que han salido victoriosas y/o aseguradas de las transformaciones
sociales de las últimas décadas. Hechas estas breves incursiones en la deriva
del mundo de la izquierda políticamente correcta y compatibilista, el valor
añadido de la reflexión de la socialista alemana reside en las partes dedicadas
a la cuestión del Estado-nación y su recuperación en la lucha política y en el
imaginario colectivo por la emancipación social de las clases subalternas. Si
no se aborda también hoy claramente esta contradicción, se permanece
inevitablemente, voluntaria o involuntariamente, consciente o
inconscientemente, de buena o mala fe, en la subordinación total a los
intereses del gran capital. Si bien es cierto que la vulgata de la izquierda,
incluso y sobre todo de la izquierda radical, según la cual la invocación de la
soberanía nacional sería antihistórica, por no decir otra cosa, e
ideológicamente decididamente de derechas, cuando no fascista, esta manera de
ver las cosas es a menudo el producto de una ignorancia total de la historia
del movimiento obrero y socialista internacional. Y eso sería lo de menos, dada
la tendencia general en nuestras partes. La cuestión es que referirse a un
internacionalismo vago y genérico de los pueblos es, en el mejor de los casos,
un signo de extremismo senil incurable y, en el peor, significa trabajar para
el enemigo.
El nudo es
absolutamente contundente, sobre todo en nuestras latitudes, y la guerra de la
OTAN contra Rusia confirma la necesidad de reabrir un debate serio en las filas
de una izquierda popular, si es que existe. Sobre todo si tenemos en cuenta que
nuestros países son naciones de soberanía limitada, no sólo porque hay decenas
de bases militares estadounidenses en nuestros territorios, sino esencialmente
porque toda decisión digna de relevancia es aprobada y ratificada primero por
las oligarquías anglosajonas y el poderoso lobby israelí-sionista. ¿Podemos
encogernos de hombros ante esta realidad o limitarnos a vagos eslóganes sobre
un internacionalismo sin fronteras?
Dicho esto, no
faltan debilidades en el marco propositivo de Wagenknecht. En primer lugar, se
queda mucho en la superficie sobre la cuestión de la Unión Europea y su
carácter estructuralmente antidemocrático y antipopular, una jaula que durante
décadas ha aprisionado todo posible proyecto de emancipación popular y de
recuperación de una soberanía basada en los intereses de la mayoría de las
clases trabajadoras. El texto carece de una idea de fondo, de una vía
programática radical que profundice y enfatice el potencial antisistémico.
Al tiempo que
expresa una dura crítica al capitalismo financiero y de libre mercado, en
Wagenknecht existe la idea, en mi opinión ingenua e infundada, de proponer o
aspirar a una vuelta a un capitalismo «diferente», «verdaderamente meritocrático»,
no monopolista (que nunca lo fue), sino en los deseos de la ideología
reformista de la socialdemocracia, hija de un mundo que ya no existe y al que
no es posible, aunque se quisiera, volver. Cuando se afirma que «la propiedad
privada y la búsqueda del beneficio sólo pueden fomentar el progreso
tecnológico y aumentar así el potencial de bienestar de la economía allí donde
existe una auténtica competencia y unas normas y leyes claras que velan por no
gravar a los asalariados y al medio ambiente», el autor se desliza
hacia la narración nostálgica de un capitalismo con rostro humano que, si
existió, fue el producto histórico y determinado de dos corrientes históricas
fundamentales, la existencia de un bloque socialista opuesto al mundo
capitalista y una lucha de clases que tenía en la clase obrera y en el
proletariado en general una fuerza relativamente homogénea capaz de ganar
posiciones y mejoras progresivas. A pesar de algunas debilidades programáticas
y, como dirían algunos, de una visión fragmentada de la tarea antisistémica,
sigue siendo un libro que ofrece una visión crítica y hunde el cuchillo en el
mundo de la izquierda. Lo necesitamos, pero aún queda mucho camino por
recorrer.
Fuente: L’interferenza.
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